AAVV - El pensamiento crítico desde Sudamérica

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Este volumen incluye una selección de artículos aparecidos durante varios años en la revista ?Huellas de Estados Unidos. Estudios, perspectivas y debates desde América Latina.? Su propuesta supone un acercamiento a los estudios sobre los Estados Unidos que implica la idea de desarmar la construcción ideológica que el excepcionalismo ha fundado y que la historio-grafía ortodoxa tradicional se ha encargado de difundir. Estos estudiosos apuestan por el cuestionamiento de la producción clásica norteamericana en las ciencias sociales y humanas. Con el fin de introducir una perspectiva capaz de problematizar los Estados Unidos, reorientan su estudio a un nivel de análisis más profundo, que da más acabada cuenta de los sucesos históricos, culturales, económicos y sociales de esta potencia que durante el siglo XX ha sido hegemónica.

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Tales cartas de presentación destacan el signo ideológico que rige la expedición de los dibujantes en busca de novedades y tal vez de “un nuevo compañero para Donald”, que llegará cuando arriben a Brasil, en camino de regreso a Estados Unidos. 15 Disney realizó el viaje por Latinoamérica en 1941 en condición de embajador cultural con 16 camarógrafos, animadores y dibujantes. En Río de Janeiro (entonces capital del país) se entrevistó con el presidente Getúlio Vargas y conversó con Ary Barroso (encuentro paralelo al que mantuvo en Buenos Aires con el músico Andrés Chazarreta), cuya “Aquarela do Brasil” es la canción principal que acompaña el recorrido amazónico. La condescendencia hacia uno de los aliados principales en la guerra —el otro es México— comienza en la concesión de ingreso a la “familia Disney” que integrará al loro Pepe Carioca. Bolivia y Perú no cumplen con las mismas condiciones, y así lo evidencia el paso por el Lago Titicaca “tratando siempre de evitar las ciudades para dedicarse a los aborígenes” con una mirada entrenada en captar el color local de la tierra de los incas “a través de los ojos de un turista norteamericano” que es el pato dislálico al que se le manifiestan los síntomas del soroche o apunamiento.

Todo lo que concierne al altiplano 16 está plagado de aldeanismo extravagante: las cholas son “típicos personajes” que interpretan “exóticas melodías” y cuya perpetuación en un clima inhóspito parece asegurada sólo por “las remotas civilizaciones incas”. Los burros de carga son reemplazados por “orgullosas llamas”, “aristócratas de los Andes” capaces de humillar “con sólo una mirada”, como explica el narrador empecinado por reconocer antes a los animales que a los humanos. Pero la consideración no dura demasiado: cruzar el lago resulta una “gran aventura”, sólo posible para los indígenas consustanciados con el medio que “se dejan fotografiar sin protestar, tal vez porque todavía no saben lo que es una cámara”. El pequeño colla se compenetra con el lenguaje del animal al que debe dirigir; no así el turista, incapaz de ajustarse a ese “atraso”, alardeando de su adelanto tecnológico. El paso de la llama, en cambio, acorde con el andar de los indígenas que recorren el altiplano, “se adapta perfectamente al columpiado vaivén del puente colgante”. La noción de adaptación domina en el texto y las imágenes; para el turista que no evita afectarse con ese espacio inhóspito, sólo hay consejos de tolerancia: “mucha cordura, calma, y ante todo ser apacible”. En tal caso puede consolarse acudiendo al mercado para munirse de “una completa colección de cacharros” que certifique su paso por el lugar. Tan importante como el recorrido es el relato al regreso y la mostración de los “productos regionales” adquiridos, como curiosidad y como documento.

De hecho, los dibujantes van a bordo de un avión y trajeados, frente a las cholas descalzas que caminan por la Puna con sus niños en la mochila. La vista aérea, a vuelo de pájaro, garantiza la superioridad y ofrece la panorámica: se trata de mirar por encima y a las apuradas para extraer apenas algunos rasgos típicos, en el marco del viaje concebido como “aventura”. 17 La utilidad de la geografía se revela creciente, sobre todo en el sobrevuelo de la cordillera de los Andes que dará lugar a la historia del avión correo cuya familia abusa de la tipificación: a un padre potente le corresponde en el rol de madre un avión mediano y “muy femenino” y un hijo avioneta que es “todo un hombrecito” y que deberá reemplazar al mayor en su tarea postal, corriendo riesgos extremos para transportar una carta nimia que lleva pegadas estampillas de los próceres argentinos Güemes y Rivadavia.

El film despliega el trayecto que han cumplido los artistas de Disney. Cruzando la cordillera se llega a la pampa, donde relumbra esa ciudad “hermosa y moderna” que es Buenos Aires, de la que se muestran cuatro postales: la Plaza de Mayo, el Teatro Colón, el Congreso y el edificio Kavanagh, “el más alto de la América del Sur” instalado en esta urbe que es en el momento “la tercera ciudad de las Américas”. El turista norteamericano que había desplegado en el altiplano sus ojos exóticos ejercita aquí sus ojos mercantiles 18 cuando es convidado a un asado con carne y vinos exquisitos que ratifican el papel de exportador de productos agropecuarios que se le ha asignado a la Argentina en la división internacional del trabajo, y que sus clases dirigentes han aceptado y sobrexplotado por dos siglos, antes de que tan incipiente turismo se desarrollara como “industria sin chimeneas” gracias a la desvalorización de la moneda nacional y a la variedad de paisajes y climas que ofrece ese país cuya extensión fuera diagnosticada por Sarmiento como su mal mayor.

Los pasos de baile de las danzas campestres recuerdan a los dibujantes los movimientos de los vaqueros norteamericanos, y lo que comienza siendo una vislumbre inmediatamente se plasma en el celuloide. Resulta “natural” comparar al gaucho con el cowboy , por lo que la imaginación “voló a los Estados Unidos” a buscar al “primer actor” en un hipotético reparto hollywoodense que no lideró John Wayne sino Goofy. Como las indumentarias pampeana y del Oeste no coinciden, es necesaria una conversión —como la monetaria, como la traducción— pródiga en ridiculizaciones del pretencioso “centauro de las pampas” cuyo caballo, remitiendo a la mitología artúrica, se llama Bucéfalo. Otra vez el asado dará la pauta de los intereses comerciales norteamericanos en la pampa: las carnes “más sabrosas que hay” sostienen “una vitaminosa y sana dieta” que se verifica en la musculatura de sus consumidores. El culto del cuerpo que el nazismo extremaba en el despliegue deportivo es entre los gauchos pura cuestión de alimentación. ¿Qué mejores aliados que estos saludables sudamericanos para llevar adelante una guerra? Sin embargo, el cierre del episodio no augura lazos duraderos: el gaucho queda solo en la pampa en medio de la noche, cantando una vidalita acompañado de una guitarra que revela la trampa del play-back al mostrar por detrás un fonógrafo.

De la pampa a Brasil todo cambia. El eje Porto Alegre-San Pablo-Río de Janeiro muestra una escalada ciudadana; la urbe carioca, sede del carnaval, “sobrepasa todo lo hermoso que de ella se ha dicho”. En esa “ciudad indefensa atacada por caricaturistas” nacerá Pepe Carioca. Aunque porta elementos de gran señor —un sombrero panamá en lugar de galera, un paraguas en reemplazo del bastón, un eterno habano—, su objetivo no es la mostración dineraria sino la figuración a través de la fama. “Aquarela do Brasil” lo acompaña mientras se dibuja la naturaleza exuberante: cascadas de agua, flores, pájaros, bananas… Anticipando Los tres caballeros , Carioca le da su tarjeta a Donald; éste le retribuye con su tarjeta de Hollywood y recibe la invitación para visitar una extensa lista de lugares turísticos. Como buen guía, Carioca habla en inglés con su convidado y así como transforma su paraguas en flauta, convierte en acordeón la galera de Donald y al ritmo de la música lo conduce por las onduladas aceras de Río que simulan las olas del mar. Al final del camino un bar ofrece cachaça . Sólo bajo sus efectos Donald adquiere el ritmo de la música tropical que proviene del salón Copacabana, en una de cuyas ventanas sombrea la silueta de Carmen Miranda. La vista aérea de Guanabara convertida en postal cierra la película.

En Los tres caballeros (1944), la guerra transita su etapa final. Libre ya de los intentos de seducción de los díscolos argentinos que hasta ese año se habían mantenido próximos al Eje —tanto a nivel gubernamental como a través de intelectuales de derecha que se reconocen en la profusión de publicaciones reaccionarias—, la política norteamericana se enfoca sobre los otros vecinos (los que se convertirán en potencia antes de que finalice el siglo XX): los alaba, los enaltece y los confirma en su papel de aliados. El protagonista de la película es el pato Donald, el personaje de Disney más apto para la identificación política y por lo tanto el propagandista más eficaz para la seducción sobre el continente que procura Estados Unidos en las postrimerías de la segunda guerra mundial. 19 Donald recibe para el cumpleaños una encomienda de “sus amigos en América Latina” que contiene tres paquetes. El primero trae un proyector en el que se puede ver un film sobre aves autóctonas del sur del continente, presentado por un profesor que se solaza en la geografía continental y se extasía en la proliferación amazónica. Avanzando hacia el otro extremo americano, la película expone el Polo Sur, pero para que el pato yanqui no deba ponerse de cabeza conviene dar vuelta el mapa: sólo esa comodidad justifica tal alteración de la ortodoxia cartográfica.

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