AAVV - Los moriscos - expulsión y diáspora

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Los moriscos: expulsión y diáspora: краткое содержание, описание и аннотация

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La expulsión de los moriscos constituye un importante episodio de limpieza étnica, política y religiosa. Se nutrió de una ideología que defendía esta medida en pro de la unidad religiosa porque consideraba fracasados los procesos de completa asimilación cultural y de plena integración religiosa que decía perseguir. En este libro se estudia cómo se llegó a la decisión de expulsar a los moriscos, las causas aludidas en defensa (y en contra) de la medida, el contexto histórico y político que contribuye a explicar que fuera adoptada en aquella primera década del siglo XVII. Se estudia también el contexto ideológico, el papel de las diferentes instancias implicadas en la decisión, incluido el Vaticano, la coyuntura internacional en las políticas de la Monarquía Hispánica y cómo diferentes poderes europeos y eurásicos consideraron la expulsión y cómo actuaron.

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El problema, sin embargo, es que ninguno de estos autores muestra pruebas de este cambio de opinión. Cuando se analiza la literatura que va desde 1619 al final del reinado de Felipe IV, sin embargo, esta visión crítica de la Expulsión más parece un mito que una realidad. Hay ciertamente cambios en el vocabulario, en el lenguaje y, sobre todo, en los temas que interesan a los autores a partir de 1619, pero se podría decir que el apoyo, o mejor, la justificación de la expulsión como una medida correcta, justa y necesaria sigue siendo la retórica dominante. En muchos sentidos la visión sobre la expulsión se hace todavía más abstracta, más ideológica. Lo que importa cada vez más, ahora que el número de moriscos reales es mínimo, es la significación de esa expulsión ideológicamente; nada o casi nada se dice sobre el sufrimiento de personas de carne y hueso, y ni siquiera mucho sobre las implicaciones económicas-sociales de esta expulsión.

Pocos representan mejor esta nueva tendencia que Fray Juan de Salazar. En su Política española, publicada en 1619, su objetivo más evidente era promover la recuperación de una política militante al estilo de aquella que había dominado durante el reinado de Felipe II. Salazar era uno de los que defendía que, con una política correcta, España habría de convertirse en monarquía universal. En este contexto, Salazar veía España como una monarquía regida por reyes «militantes», expansionistas, como Isabel y Fernando, Carlos V y Felipe II, monarcas que habían vencido a sus enemigos precisamente por su defensa a ultranza de la fe cristiana en todo el mundo. Felipe III no jugaba un papel importante en la narrativa de Salazar, porque era considerado como un rey pacifista, un monarca que había firmado paces con enemigos, religiosos y políticos. La única decisión que parecía indicar que Felipe III era después de todo hijo de Felipe II era la expulsión de los moriscos, que para Salazar evidenciaba de nuevo que el español era el pueblo elegido por Dios:

entre las demás cosas que hará célebre [el nombre de Felipe III] y eternizará para con Dios y con los hombres su memoria, es el hecho heroico y determinación singular, tan de católico príncipe y celoso de conservar en la integridad y pureza de la fe sus reinos de España (silla y asiento de su monarquía),... de excluir de todos ellos a los moriscos, herejes y apostatas de nuestra santa fe; atendiendo, no al interés que de tan gran número de vasallos recibía su fisco, sino a purgar la España, de todo punto, de tan incorregible y vil canalla; con cuya compañía y vecindad estaban sus pueblos y fieles vasallos en peligro, si no de infeccionarse en la fe, de resfriarse a lo menos en la piedad y religión, heredera de sus mayores, viendo al ojo continuamente el mal ejemplo de sus vidas y acciones. 53

Estos motivos e interpretación también aparece en la obra del pintor Diego de Velázquez titulada Expulsión de los moriscos (1627), la obra que ganó una pequeña competición sobre pintura histórica convocada por Felipe IV en la que tomaron parte varios pintores (Cajés, Nardi y Vicente Carducho, además de Velázquez) y cuyo tema fue precisamente la expulsión de los moriscos. Aunque la obra se perdió en el incendio del Alcázar Real en 1734, muchos nos han dejado una descripción de sus imágenes centrales: «En la pintura el rey está en el centro del lienzo con armadura y vestido de blanco. A su derecha aparece una imagen de España vestida a la romana, sentada en un trono, en la mano derecha lleva escudo y dardos, y en la izquierda espigas. Felipe señala hacia la costa con su cetro, donde los soldados están procediendo a la embarcación de los moriscos». 54De nuevo lo que destaca aquí es la celebración de Felipe III como protector de España y de la religión, y la expulsión de los moriscos como una nueva victoria militar del ejército español.

Sabemos que los arbitristas, como muchos otros autores del periodo, creían que para sustentar la riqueza de una monarquía era necesario contar con una siempre creciente población. La falta de población, abriría, decían, la declinación de la monarquía, la harían de por sí inevitable. Desde esta perspectiva, la expulsión de los moriscos debería haber sido considerada como una medida nefasta e injustificable. Esta parece haber sido la visión del conde duque de Olivares, ministro principal de Felipe IV. A ello se refirió indirectamente en una carta a Francisco de Contreras explicando la necesidad, y las dificultades, de la Unión de Armas especialmente en los reinos de la Corona de Aragón, debido al «estado de las haciendas de sus naturales, que con la expulsión de los moriscos y las calamidades del tiempo están arruinadas». 55

Esta preocupación por la caída de la población y el descenso de la riqueza, no parece sin embargo que cambiara demasiado la visión sobre la expulsión de los moriscos. El historiador del reinado de Felipe IV, John H. Elliott, asegura que el gobierno de Olivares promovió una visión crítica de la Expulsión al estar el nuevo régimen más interesado en realidades económicas que en quimeras religiosas cómo habría estado el régimen anterior. Pero a la hora de valorar las pruebas de esta visión crítica, el insigne historiador sólo menciona unas palabras del confesor real en 1633 asegurando que habría que pensar en la posibilidad de permitir el retorno de los moriscos para promover la riqueza del país, siempre y cuando, claro, se les persuada a aceptar la verdadera fe. 56Los historiadores Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, han demostrado que las repercusiones demográficas y económicas de la expulsión fueron importantes, aunque en el caso de Castilla, muy exageradas por las autoridades locales, aunque tampoco refieren ningún texto publicado en la época que denuncie con claridad la Expulsión. 57

Los llamados arbitristas, y otros interesados en la cuestión de la riqueza de la monarquía también discutieron el tema de la expulsión de los moriscos. Sancho de Moncada, uno de los reformistas más originales del siglo XVII, se refirió al tema de la expulsión de los moriscos, y lo hizo desde una perspectiva bien interesante. Moncada, y en esto parece que coincidía con un numero importante de arbitristas, parecía creer que la expulsión de los moriscos no había sido pieza esencial en la disminución de población en España, o en los crecientes síntomas de crisis en la Península. 58Todos parecían coincidir en que la pérdida de población causada por la expulsión era compensada positivamente por la unidad religiosa de la Península, uno de los argumentos utilizados en el periodo 1609-1618 para justificar la Expulsión. En el discurso segundo de su Restauración política de España (1619), Moncada recuerda que:

otros confiesan la falta de gente, pero cárganla a las pestes, guerras y expulsión de los moriscos. Pero nada de esto ha habido de pocos años acá, que es cuando se conoce más falta de ella. Y es de considerar lo que se ve en los libros de las Iglesias y matrículas, que falta más gente de tres años acá que faltó desde el año de 98 al de 1602, y fue la peste el de 1600, y más que desde el de 1608 al de 1610, y fue la expulsión de los moriscos el de 1609. Y es indicio claro, porque en muchas ciudades en estas pestes y expulsiones se moraban todas las casas, y de dos o tres años acá están cerradas muchas. Lo segundo, porque en lugar de los moriscos han entrado otros tantos extranjeros. Lo tercero, porque como enemigos de España, eran causa de muchas muertes (como dijo V. M. en el Real Bando de la expulsión) y así hacerla antes fue aumentar la nación española. 59

Pedro Fernández de Navarrete, uno de los pensadores más interesantes del reinado de Felipe IV, por su parte, dedicó un discurso entero a las consecuencias de las expulsiones de judíos y moriscos, en su famoso Conservación de monarquías. 60 Nos recuerda la expulsion de judíos en 1492 y moros en 1609, y asegura que estas expulsiones habrían comportado la pérdida de cinco millones de individuos (3 millones de moriscos y dos millones de judíos), cifras ciertamente exageradas. Que los reyes hicieron esto a pesar de lo importante que es la población para una república, asegura Fernández de Navarrete, se debió a que su intención fue evitar que el «cuerpo místico de su monarquía» se llenase de «malos humores, que con su contagio podrían corromper la buena sangre» (67). Siguiendo lo que parecía una opinión común, para Navarrete «los de diferentes costumbres y religión no son vecinos, sino enemigos domésticos», y esto era precisamente el caso con judíos y moros (67-68). Como algunos de los autores de comienzos del siglo XVII, Fernández de Navarrete cree que una de las razones de esta expulsión fue el que no se hubiesen hecho suficientes esfuerzos para integrar a los moriscos. Quizás si se les hubiera permitido entrar en la sociedad, asegura, por la «puerta del honor hubieran entrado al templo de la virtud y al gremio y obediencia de la Iglesia Católica, sin que los incitara a ser malos en tenerlos en mala opinion...» (68). Pero al mismo tiempo, la expulsión de judíos y moriscos tenía consecuencias positivas. Así sucedió en el caso de los Reyes Católicos en 1492, quienes acabaron en ese año de «purgar estos reinos de las últimas heces, que de esta gente por permision del Rey Egica habían quedado [...], no reparando estos santos Príncipes en que con la expulsión de gente tan rica, se disminuían los tributos y rentas reales: daño que se lo recompensó nuestro Señor con tan grandes ventajas, dándoles lo que esta monarquía posee en Italia, y lo que sus valerosos españoles ganaron en las Indias» (71-72). Y para dejar todavía más claro qué era lo importante, si número de gente o pureza religiosa, Fernández Navarrete acabo su tratamiento de la Expulsión indicando que quizás la de los moriscos proporcione fuerzas para iniciar la de los gitanos, muchas veces «deseada» pero siempre mal ejecutada «no siendo tan dificultosa la ejecución, cuanto dañosa la tolerancia de esta gente tan perniciosa en la republica» (73).

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