Por cuanto la razón de bueno y christiano gobierno obliga en conciencia a expeler de los Reynos y repúblicas las cosas que causan escándalo y daño a los buenos súbditos y peligro al Estado, y sobre todo ofensa y deservicio a Dios nuestro señor, habiendo la experiencia mostrado que todos estos inconvenientes ha causado la residencia de los Christianos nuevos moriscos en los Reynos de Granada y Murcia y Andalucía, porque demás de ser y proceder de los que concurrieron en el levantamiento del dicho Reyno de Granada cuyo principio fue matar con atroces muertes y martirios a todos los sacerdotes y Christianos viejos que pudieron de los que entre ellos vivían, llamando al Turco que viniese en su favor y ayuda. Y habiéndose sacado de dicho Reyno con fin de arrepentirlos de su delito viviesen Christiana y libremente, dándoles justas y convenientes órdenes y preceptos de lo que debían de hacer, no sólo no los han guardado y cumplido con las obligaciones de nuestra santa Fe, pero mostrando siempre aversión a ella, en grande menosprecio y ofensa de Dios nuestro señor, como se ha visto por la multitud de ellos que se han castigado por el Santo Oficio de la Inquisición. Demás de lo cual han cometido muchos robos y muertes contra los Christianos viejos, y no contentos con esto, han tratado de conspirar contra mi Corona Real y estos Reynos, procurando el socorro y ayuda del Turco, yendo y viniendo personas enviadas por ellos a este efecto. 36
En la medida que quizás alguno de sus súbditos podría creer que sólo se debía expulsar a aquellos que realmente habían mostrado su deservicio hacia Dios y el rey, Felipe III mostraba cuales eran los fundamentos a los que había que recurrir para justificar su decisión de expulsión de todos los moriscos sin excepción. El primero indicaba la creencia común de que no había diferencia entre unos moriscos y otros, entre los de una región y otra. Lo aseguraba en el bando decretando la expulsión de los moriscos de Castilla: «sabemos que todos los Moriscos ya expulsados como los demás en España, han sido y son todos de una misma opinión y voluntad contra el servicio de Dios y mío, y bien de estos Reynos, sin haber aprovechado de las mismas diligencias que por largo discurso de años se han hecho para su conversión, ni el ejemplo de los Christianos viejos, naturales de estos Reynos, que con tanta Christiandad y lealtad viven en ellos». 37Es por esto que todos los moriscos debían pagar, y no sólo aquellos a los que se había encontrado culpables, porque todos eran potenciales traidores, era parte de su mismo ser:
Como quiera que algún grave delito y detestable crimen se comete por algún Colegio o Universidad, es razón que el tal Colegio o Universidad sea disuelto y aniquilado, y los menores por los mayores, y los unos por los otros sean punidos; y aquellos que pervierten el bueno y honesto vivir de las repúblicas y de sus ciudades y villas, sean echados de los pueblos, porque su contagio no se pegue a los otros. 38
Los textos que tratan de la expulsión de los moriscos que aparecen desde 1610 a 1618, ya sea central o marginalmente, insisten precisamente en estas ideas. El elemento central en todos ellos es la justeza de la Expulsión. Tal es la intensidad de esta idea que para una mayoría de los contemporáneos, la expulsión de los moriscos se va a convertir en el suceso que va a dotar al reinado de Felipe III de personalidad propia, y va a dar al monarca un halo de realeza del que había carecido hasta esos momentos. Ninguno de los textos es excesivamente original, en el sentido de que ninguno ofrece nuevos argumentos e ideas. Lo que los hace importantes es, primero, que unifican las tradiciones, lenguajes e interpretaciones que se habían venido utilizando hasta esos momentos para hablar de los moriscos; y, segundo, hacen posible la circulación masiva de estas justificaciones y argumentos. Lo que podemos ver en casi todos estos es que están compuestos como una suerte de síntesis de toda la literatura anterior, la literatura sobre turcos, Mahoma, moriscos, la certeza del cristianismo, la importancia de la defensa de la unidad religiosa para la conservación de los reinos. Poco o nada en estos textos es original, y no sólo porque unos se copiaron a otros, sino porque todos provenían de tradiciones similares. Que la versión de 1601 que Jaime Bleda escribió de su Defensio Fidei, no se diferenciase nada de la que publicó en 1610, o incluso de su otra obra, Crónica de los moros de España (1618), nos habla de esta continuidad discursiva.
Uno de los textos quizás más significativos no es uno de los famosos tratados sobre la expulsión, aunque fue también publicado en 1610, sólo meses después de que comenzase la primera oleada de expulsiones. Se trata de la edición castellana de las cartas de Ogier Ghislain de Busbecq (1522-1592), el embajador imperial en la corte otomana entre 1554 y 1562. 39La versión castellana es obra de un tal Esteban López de Reta, quien dedica su traducción, a «nuestra madre Hespaña», en unos momentos en que está «limpiando» su casa, barriendo la «ponzoña infecciosa» de los moriscos; y de hecho el traductor quiere simplemente colaborar con esta tarea. López de Reta, como otros, compara esta expulsión a la de los judíos en 1492, pero al mismo tiempo señala que a los judíos, «gente miserable y desvalida», se les expulsó por causa de la religión no porque estuvieran conspirando con enemigos externos de la monarquía como sería el caso de los moriscos.
La idea central en la mayoría de los textos que discuten la Expulsión fue presentarla como una acción divina, y a Felipe III y Lerma como sus instrumentos. En palabras del fraile portugués Damián de Fonseca, gracias a su decisión de expulsar a los moriscos, Felipe III podía compararse a los grandes liberadores del pueblo elegido, Moisés, Josué, Saúl, David y Salomón. Éstos, como Felipe III, no sólo liberaron al pueblo de Dios de sus enemigos, sino que también lo habían aislado y protegido de todo contacto con otras religiones, siguiendo las órdenes de un Dios que pedía que sólo Él fuese el adorado. 40Guadalajara y Javier en su Memorable expulsión, profetizaba que Dios había de premiar a Felipe III por su acción, como antes premió o castigó a otros que no cumplían con sus obligaciones. Dios de hecho castiga no sólo a los príncipes que se hacen herejes o aceptan a los herejes, sino también a aquellos que muestran tibieza en la represión de los herejes, como por ejemplo Felipe II, quien por no haber permitido que Maria Tudor «ejecutara sentencia de muerte en la bastarda Isabel, perdió su armada en 1588». 41
Conjugaciones planetarias y profecías venían a reiterar que esta expulsión era parte del diseño divino. En la dedicatoria a los «Serenísimos príncipes de España», Guadalajara y Javier escribe que la Expulsión es simplemente una parte, la llave, de la gran profecía que anunciaba «la conquista y triunfo de Ierusalem, y libertad del Santo Sepulcro, con notables victorias de los mahometanos, dando por tierra sus menguantes Lunas, poniendo en su lugar la Cruz santísima». (5r-v) 42Alabanza de Felipe III y acción ordenada por Dios, pero también elemento central en la definitiva restauración de España. Jaime Bleda, por ejemplo, en su Defensio Fidei, aseguraba que con la Expulsión «queda este reyno libre de los infinitos daños espirituales y materiales que han padecido los christianos novecientos años... en compañía de los Moros». Y por ello pide que se conmemore la expulsión como «fiesta en toda España, y celebrar cada año en ella este felicísimo suceso, como en el primer Domingo de Octubre celebramos la fiesta del Rosario y la victoria naval que en aquel día se alcanzó por la intercesión de nuestra señora del Rosario». 43
Pero la mayoría de estos textos también siguen la tradición «anti-alcoránica» y «anti-otomana» que se había desarrollado en las décadas anteriores en España y otras regiones de Europa. Mahometanos, todos, viviesen donde viviesen, y aunque se escondiesen disfrazados de cristianos, eran los peores enemigos de los cristianos. Y esta crítica a los seguidores de Mahoma se extiende a los moriscos y sus creencias religiosas. Aznar Cardona, por ejemplo, dedica todo el primer libro de su Expulsión justificada de los moriscos españoles, a criticar a Mahoma y los mahometanos, los más pertinaces en sus erróneas creencias: «Tiene aun esta razón mas fuerza en los que siguen la secta de Mahoma, pues entre todos los que profesan falsas religiones, ellos son los que con mayor obstinación abrazan la suya, no admitiendo mas razón que, mi padre moro, yo moro . Por esta causa son tan pocos los moros que se convierten, que como ellos dicen nunca de buen moro buen cristiano». Esta pertinaz defensa de su falsa religión y su desprecio a la ley de Dios, algo que les hacía comparables a los judíos, era lo que explicaría que ambos pueblos hayan sido «desterrados, hollados, odiados, afrentados, vituperados, y menospreciados de todas las naciones del mundo». 44
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