1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Dedicaremos la segunda parte del trabajo a los principales relatos históricos sobre la Guerra de la Independencia escritos durante el reinado. Los vencedores son los que escriben la Historia, y el reinado de Fernando VII no fue una excepción. Trascenderemos la frontera cronológica de 1820 para comparar las obras de José Clemente Carnicero (1814-1815) y la Comisión Militar (1816) con la de José Muñoz Maldonado (1833), y veremos que esta última dio un llamativo giro a la visión de los hechos, evidenciando el dinamismo de la no tan estática memoria histórica fernandina.
LA POLÍTICA FERNANDINA DE LA MEMORIA DURANTE EL SEXENIO (1814-1820)
A su vuelta a España, todo fueron parabienes para El Deseado , el mártir de la tiranía. 3Autores civiles y religiosos cantaban las excelencias del monarca por medio de elogios, poemas y sermones en acción de gracias, mientras que ayuntamientos e instituciones organizaban fiestas y homenajes en su honor. 4Los conocidos cuadros de Miguel Parra 5y otros lienzos y grabados de similar temática 6demuestran la intención oficial de perpetuar la imagen de un monarca adorado por su pueblo, recibido en olor de multitudes desde la misma frontera con Francia.
a) El edicto del 4 de Mayo de 1814
Pronto demostraría Fernando VII que no todos habían hecho bien en desear su retorno. El llamado Manifiesto de los Persas simboliza la restauración absolutista en España, 7pero tenemos que buscar su plasmación oficial en el edicto real redactado en Valencia el 4 de mayo de 1814 y publicado el 12. En este documento, Fernando VII hizo una total revisión del pasado reciente, desde Aranjuez hasta su regreso a España, en un evidente esfuerzo por legitimar su posición (coyunturalmente respaldada por la población, pero comprometida en el fondo, como ya se ha dicho).
El edicto es un verdadero programa político y propagandístico en el que ninguna frase carece de intención y contenido. Buen ejemplo de ello es el comienzo del texto, en el que Fernando asentaba su derecho al trono aludiendo directamente al Motín de Aranjuez e indirectamente a las Cortes de Cádiz (comparando esta convocatoria con la anterior, «según fuero y costumbre»):
Desde que la divina Providencia por medio de la renuncia espontánea y solemne de mi augusto padre me puso en el trono de mis mayores, del cual me tenía ya jurado el reino por sus procuradores juntos en Cortes, según fuero y costumbre de la nación española, usados de largo tiempo... 8
En todo momento, Fernando recordaba que tenía de su lado el “amor y la lealtad” del pueblo. Como contrapartida a su heroísmo, el rey seguía alimentando el fuego contra los dos grandes antihéroes de la propaganda fernandina y patriótica: 9Manuel Godoy y Napoleón Bonaparte. 10En el contexto de las maquinaciones de este último, no podía faltar una mención al desafortunado viaje a Bayona. La maldad del emperador y el amor de Fernando por sus vasallos eran los responsables de aquel desgraciado asunto: 11«un tan atroz atentado, que la historia de las naciones cultas no presenta otro igual». 12
Proseguía la particular narración fernandina de los hechos con una descripción de los pasos previos que llevaron a la Constitución de Cádiz: la convocatoria regia de Cortes del 5 de Mayo, el surgimiento de las Juntas, la creación de la Central («quien ejerció en mi real nombre todo el poder de la soberanía»), el establecimiento del Consejo de Regencia y, finalmente, las Cortes, a las que se achacaba todo tipo de desaciertos y atropellos.
En la línea servil, la principal acusación contra las Cortes era su nula conexión con la tradición hispana, ya que habían sido «convocadas de un modo jamás usado en España», prescindiendo de «los estados de nobleza y clero, aunque la Junta Central lo había mandado». 13El resultado final fue que «casi toda la forma de la antigua constitución de la monarquía se innovó». Con «un modo de hacer leyes (...) ajeno a la nación española», la Constitución de 1812 «se había hecho copiando los principios revolucionarios y democráticos de la constitución francesa de 1791». 14
Mencionando a la Revolución Francesa, Fernando parecía rememorar el escenario aparentemente moderado y monárquico que derivó en el regicidio de 1793, en el contexto de un extremismo jacobino que hizo caer en el desencanto a muchos intelectuales progresistas españoles y del resto de Europa. La supuesta prueba de la exaltación gaditana era la usurpación de la soberanía del monarca; fingiendo constituir una «monarquía moderada», las Cortes habían diseñado un «gobierno popular, con un jefe o magistrado, mero ejecutor delegado, que no Rey, aunque allí se le dé este nombre para alucinar y seducir a los incautos y a la nación». 15
El edicto limitaba la paternidad de la Constitución de 1812 a una «facción» que aterraba al resto de diputados y se había beneficiado de la libertad de imprenta para «preparar los ánimos». Estos «pocos sediciosos», revestidos «del especioso colorido de voluntad general» habían atribuido la soberanía «nominalmente a la nación para apropiársela ellos mismos». A este egoísmo achacaba Fernando el «democratismo» –que consideraba afectado– de este grupo de diputados, que habrían empleado el nombre de la nación para hacerse con el poder y a la vez «lisonjear al pueblo» (si bien este no se había movido de su «natural lealtad»). 16
Las siguientes líneas del decreto son, posiblemente, las más interesantes. En lo que parece más un conjunto de promesas electorales (a las que llama «reales intenciones en el gobierno» o «bases») 17que el discurso de un monarca absoluto, Fernando VII trazaba las líneas a seguir en su reinado. El monarca utilizaba un lenguaje ornamental y moderado que tiene sus raíces en el discurso paternalista del Absolutismo Ilustrado y en la modernización ornamental de la propaganda borbónica de finales del XVIII, 18pero que conecta igualmente con el espíritu de las Cartas otorgadas. La permeabilidad del edicto del 4 de mayo con el mensaje formal del liberalismo y el nulo cumplimiento posterior de los compromisos invitan a pensar que Fernando también quería «lisonjear al pueblo».
La declaración inicial contra el despotismo es totalmente coherente con el discurso del absolutismo tradicional –todos los reyes dieciochistas renegaban del despotismo– 19igual que lo es la promesa de Fernando de no ser déspota ni tirano «sino un Rey y un padre de sus vasallos». 20Pero hay otros pasajes en los que el absolutismo flirtea con los postulados de sus enemigos. El monarca prometía una nueva convocatoria de Cortes «legítimamente congregadas», en la que esperaba quedasen «afianzadas las bases de la prosperidad» de sus «súbditos que habitan en uno y otro hemisferio». Definiendo su gobierno como «moderado» (y por tanto como un justo medio entre el despotismo y la exaltación revolucionaria), Fernando hacía suyo parte del programa gaditano, aludiendo al aseguramiento de la «libertad y seguridad individual y real» (para los que llama «ciudadanos»), a la «libertad de imprenta», 21a la transparencia en las cuentas, y a la separación de los gastos del rey y los «de la nación». 22
De hecho, Fernando VII no recurrió a su poder absoluto para derogar la Constitución. Para tal fin, parecía querer utilizar los argumentos liberales, asegurando seguir «la voluntad de mis pueblos»:
Por tanto, habiendo oído lo que unánimemente me han informado personas respetables por su celo y conocimientos, y lo que acerca de cuanto aquí se contiene se me ha expuesto en representaciones, que de varias partes del reino se me han dirigido, en las cuales se expresa la repugnancia y disgusto con que así la constitución formada en las Cortes Generales y Extraordinarias, como los demás establecimientos políticos de nuevo introducidos son mirados en las provincias (...) conformándome con tan decididas y generales demostraciones de la voluntad de mis pueblos, y por ser ellas justa y fundadas, declaro... 23
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