1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 Los famosos traidores eran «bastardos que favorecieron la causa del moderno Atila», «instrumento de todos los horrores cometidos en España” y “seres ruines que abortó el mundo». 41Ni siquiera los autores religiosos tuvieron mucha piedad de estas ovejas descarriadas. Fray Manuel Casamada hablaba de ellos como: «unos cuantos hijos desnaturalizados, que a manera de fieras intenten chupar la sangre de su madre y despedazar las entrañas que les dieron el ser», 42y Manuel Fortea como «renegados españoles vendidos a la lisonja». 43Desde entonces, la corriente de opinión favorable al perdón fue creciendo progresivamente. Tras una serie de decretos de rehabilitación e inmediatas marchas atrás, los afrancesados acabarían siendo una parte importante de los últimos compases del reinado de Fernando. 44Es lógico por tanto que, como veremos más adelante, la Historia fernandina acabase juzgando a los seguidores de José I con benignidad.
En cuanto a los liberales, sabemos que no fueron expulsados sino procesados (si bien muchos de los más destacados habían marchado al exilio). Como escribió el general Arco Agüero, solo había orden de expulsión contra los afrancesados:
Solo dos clases de personas estaban ausentes del reino por opiniones políticas, esto es, los liberales y los afrancesados. En cuanto a los primeros, dígaseme, ¿por qué decreto formal se hallaban expatriados? ¿Pesaba sobre ellos alguna ley, alguna resolución de S.M. por la cual se les hubiese mandado permanecer fuera de la nación? Nadie lo citará porque no existe. 45
En el decreto del 4 de mayo de 1814, Fernando VII había declarado proscrito a todo el que se opusiera a su soberanía, pero en la circular del 1 de junio del mismo año parecía proteger consecuentemente a los liberales que la hubieran acatado. El rey diferenciaba así el «necesario castigo de los malos y de los inquietos y díscolos, que descaradamente han tratado de trastornar la constitución fundamental del reino, o de establecer y sostener al gobierno intruso», de los que «aunque por las opiniones que acaso han manifestado, hayan dado muestras de afecto a las novedades que se iban introduciendo (...) todavía la opinión común no las señala por tumultuantes y sediciosas». Con esta medida, que decretaba la liberación y el fin de la persecución de los liberales (y afrancesados) menos implicados, esperaba «S.M. que la moderación y justicia de su gobierno enmendará más bien que el terror los excesos de imaginación». 46
Si los miembros de la administración josefina habían sido marcados claramente en el decreto de 30 de mayo (perdonando solo a los escalafones más bajos), los simpatizantes con el liberalismo eran más difíciles de identificar, ya que estaban mezclados con el resto de fernandinos. Para identificar a esos «pocos sediciosos» de los que hablaba Fernando el 4 de mayo, se produjeron numerosos y dilatados juicios en los que pocas veces se sacó algo en limpio. 47Hubo represión a los constitucionales sin duda, pero no comparable a la de 1823-1824.
Es cierto que varios autores, sobre todo los religiosos, criticaron a los liberales a partir de 1814, refiriéndose a ellos como «los jacobinos que nos oprimían», 48antirreligiosos y antimonárquicos, 49o como «un puñado de anarquistas [que] se atreven, aún reconociendo su impotencia, a convidar con escritos infames al desorden y falta de respeto al más amado de los Soberanos, y sacrílega y neciamente amenazan en el centro de la Monarquía al augusto Fernando, al Rey adorado de España y al deseado de los Pueblos (...) [son] malvados, que la opinión general de la Nación condena a la execración». 50Pero insistimos en que podemos encontrar en algunos textos una mayor solidaridad hacia patriotas equivocados y descarriados como podían ser los liberales, que a los afrancesados, considerados traidores. 51
Fueron muchas más las obras antiliberales publicadas durante la Década Ominosa, algunas de ellas con el respaldo directo del rey, como la Apología del Altar y del trono , de Rafael de Vélez. 52En 1823, lejos ya la traición afrancesada, el odio absolutista y reaccionario se volcará hacia la más reciente de los liberales, con la misma virulencia empleada años antes contra los primeros. Un párroco de Burgos llamaba a los constitucionalistas: «Españoles desnaturalizados, viles prostituidos a la impiedad y a la ambición, hijos espurios de la España, hombres débiles y cobardes (...) infames (...) viles, cobardes, irreligiosos y libertinos». 53Así comenzaba una obra impresa por el obispado de Jaén y dedicada a la reina:
Entretanto que seres despreciables
En nocturnas sesiones congregados
Al ver desbaratados
Sus ominosos planes detestables,
No queriendo existir sobre la tierra,
Reniegan de la paz y ansían la guerra... 54
Una vez más, los acontecimientos presentes habían cambiado la imagen del pasado. Después del Trienio, mientras los liberales monopolizaban el puesto de enemigos del statu quo absolutista, los afrancesados (por su preparación, por la necesidad del gobierno fernandino de cierta apertura, etc.) acabarían ocupando altos puestos de la administración y recibiendo un trato verdaderamente favorable.
El fernandismo no llegó a perdonar legalmente a los liberales más destacados del Trienio, ni siquiera en un momento de acorralamiento como la amenaza carlista durante la agonía del rey. La amnistía general del 14 de octubre de 1832, firmada por la reina María Cristina, perdonaba a todos los reos de Estado «exceptuando de este rango benéfico los que tuvieron la desgracia de votar la destitución del rey en Sevilla, y los que han acaudillado fuerza armada contra su soberanía». 55
d) El 2 de Mayo y el 24 de Marzo: la coexistencia de dos conmemoraciones opuesta s
No queremos cerrar este apartado sobre la revisión fernandina de la Guerra de la Independencia y la elaboración absolutista de una memoria histórica, sin mencionar las conmemoraciones, esos abstractos «lugares de la memoria» (P. Nora) que recrean una tradición más que probablemente inventada (E. Hobsbawm). Las efemérides civiles fueron un recurso eminentemente liberal, pero los absolutistas no podían darle la espalda a un arma propagandística tan poderosa. Estas conmemoraciones, al ser creaciones del poder vigente y manifestaciones culturales de una coyuntura sociopolítica concreta, no son estáticas ni eternas sino que pueden cambiar o desaparecer.
Resulta significativa la tibia recepción fernandina del Dos de Mayo, que había sido ensalzado por los liberales como el símbolo del despertar de la nación contra la tiranía. 56Sabemos que los liberales eran fernandinos, pero muchas de las obras firmadas por ellos ofrecían una imagen incómoda para un monarca absoluto, 57y la visión liberal de la resistencia antifrancesa no era una excepción. Los liberales cargaron las tintas en el carácter popular y nacional de la guerra contra Napoleón, mientras que a los absolutistas les interesaba personificar la lucha en la figura de Fernando VII, ídolo victorioso que habría luchado junto a ellos como si de Santiago se tratase. Los dos famosos cuadros de Goya sobre el levantamiento del Dos de Mayo y sus consecuencias ( La carga de los mamelucos y Los fusilamientos ), ofrecen una imagen popular que no sería continuada por los encargos oficiales durante los años siguientes. 58El mismo Goya haría en 1814 varios retratos de Fernando con evidentes alusiones a su «victoria» en la guerra. 59
Fernando VII no se olvidó por completo de la conmemoración del Dos de Mayo, pero la adaptó a sus intereses políticos, modificando el trasfondo que le habían dado los liberales, y restándole importancia y alcance. En 1814, el aniversario había sido celebrado por las Cortes, así que el monarca absoluto pudo aparcar el problema hasta 1815. El 18 de abril de ese año, el ministerio de Gracia y Justicia estipuló cómo se había de recordar el siguiente Dos de Mayo, dejando claro que el levantamiento había sido una manifestación del amor del pueblo por su rey, y circunscribiendo la modesta celebración a la ciudad de Madrid:
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