1 ...7 8 9 11 12 13 ...18 Finalmente, el edicto se cierra con la anulación de la Constitución, la clausura de las Cortes y la proscripción de quienes osasen oponerse. La anulación de la obra legislativa gaditana «como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo» da título a este trabajo porque refleja con nitidez el espíritu fernandino a partir de 1814. 24Con este acto reaccionario, Fernando VII cerraba el paréntesis abierto en el último sexenio y pretendía gobernar como si no hubiera perdido el trono en 1808. Su consiguiente política –con el reestablecimiento de la Inquisición 25y la restitución, junto a sus bienes, de las órdenes religiosas, como si las más progresistas medidas liberales y josefinas no se hubieran aplicado– así lo demuestra. Más difícil era combatir la memoria histórica; ya que no era posible borrar una historia tan reciente, se podía al menos reescribir una versión oficial que se acabase imponiendo con el paso de los años.
b) El fin del «escoiquismo»
En 1814 y 1815, los dos primeros años del segundo reinado, no encontramos todavía un modelo ni un mensaje consolidado. Aunque se publicaron muchas obras firmadas por autores cercanos al rey y por muchos otros que querían hacer méritos siguiendo la línea oficial, hallamos todavía retazos del modelo que había imperado en la Guerra de la Independencia: obras cortas y con un tono polémico y revanchista. 26Es el caso de la visceral obra contra los afrancesados: Los famosos traidores , a la que volveremos más adelante.
Prueba del interés de Fernando VII en explicar al público los motivos de su desplazamiento a Bayona es la publicación de tres obras sobre el asunto, las firmadas por tres autores tan cercanos a él como Ayerbe, Cevallos y Escoiquiz. Resulta excepcional dentro del tradicional hermetismo absolutista –que aleja del público cualquier atisbo de debate político– la polémica entre Cevallos y Escoiquiz sobre el viaje hacia las fauces de Napoleón. 27Muy pronto, la Monarquía optaría por vender de nuevo un mensaje de tono sosegado y sin fisuras. Ese mismo año se publicaron las cartas del Marqués de Ayerbe, hombre al servicio de Fernando en Valençay. Al final del texto hay una nota impresa de Escoiquiz lamentándose de no tener permiso para poder responder a Cevallos:
Un precepto superior, fundado en lo indecoroso que sería para personas de la clase del Sr. Cevallos y de la mía, el dar pábulo a las conversaciones del público con semejantes discusiones, me ha obligado a ceñirme a la estrechez de esta nota, que será mi última contestación, no solo a dicho Sr. Cevallos, sino a cuantos pretendan ofenderme con iguales acusaciones injustas. 28
El rey ya no quería polémicas, el intrigante Escoiquiz –más útil para tiempos de guerra que para los de paz– acabó perdiendo su confianza y fue expulsado de la Corte en 1817. De hecho, la obra de Ayerbe (a cargo del Impresor de Cámara del rey), lo responsabilizaba casi oficialmente del error de Bayona:
En esta situación no quedaba ya a S.M. otro partido que la fuga, a que por consejo de todos nosotros se hubiera indudablemente decidido (...) si Don Juan Escoiquiz, que temiendo demasiado el poder de Napoleón jamás pudo figurarse la genera y enérgica oposición de los españoles, no se hubiese valido de todo su ascendiente sobre el amo para disuadirle de la empresa. 29
Este no es el único asunto polémico que envolvía a Escoquiz. Si, para llegar al trono, Fernando VII había iniciado una campaña contra Godoy y su madre, una vez alcanzado no le interesaba ser el hijo de una libertina, lo que –como ya le había advertido Napoleón en 1808– 30podía comprometer su corona. Es normal, por tanto, que el que había sido la mano derecha de Fernando no pudiera publicar sus Memorias en vida, ni siquiera cuando gozaba de todo el favor real.
Corrían por tanto nuevos tiempos para la imagen de los destronados y exiliados reyes. A Fernando VII no solo le convenía limpiar la leyenda negra de su madre, sino llevarse bien con sus padres, peligrosos reyes vivos y resentidos a los que interesaba tener de su parte. Para poner fin a las conspiraciones liberales que intentaban devolver a Carlos IV al trono español, 31Fernando –por medio de su embajador Vargas Laguna– alcanzó en 1815 el Convenio ajustado entre el Rey Nuestro Señor y su Augusto Padre . 32Mediante este acuerdo, Carlos IV reconocía a su hijo como rey –olvidándose de la protesta tras el Motín de Aranjuez– a cambio de una subvención económica, el permiso de Godoy para residir en Roma, y otros puntos de los que ya nos hemos ocupado en otro trabajo. 33
Así María Luisa de Parma desapareció de los pasajes de las obras que mencionaban el ascenso de Godoy, y Carlos IV permanecía en un honroso segundo plano. 34En un nuevo gesto hacia su madre, Fernando dio en 1816 unas nuevas constituciones a la Orden de damas de la reina María Luisa , lo que hizo que esta orden no desapareciese y siga viva a día de hoy. 35
Cuando Carlos y María Luisa murieron en 1819, Fernando quiso redimirse públicamente como hijo organizando unos funerales de cierta importancia tanto en Roma como en Madrid. 36Ese mismo año se publicaron numerosos elogios fúnebres de ambos, en los que María Luisa –otrora «madre desnaturalizada»– recuperaba esa imagen de virtud doméstica tan típica de las reinas de finales del XVIII y principios del XIX. 37Entre las obras que inmortalizaron aquellos funerales, resultan llamativos los cuadros encargados por Fernando VII al pintor Pedro Kuntz sobre la Conducción del cadáver de la reina María Luisa de Parma desde el Palacio Barberini a la basílica de Santa María la Mayor (1824) y el Funeral por la reina (1821). 38En el primero, la luna en cuarto menguante, las antorchas del cortejo y, sobre todo, el cuerpo de la reina (vestida de blanco), son la única iluminación en una luctuosa visión nocturna de la llegada a la basílica.
c) Liberales y afrancesados: hijos bastardos de la patria fernandina
La imagen de los supuestos enemigos de Fernando en sus años de príncipe se mantuvo estática durante el resto del reinado: Godoy cargó con toda la culpa y los Reyes Padres permanecieron más o menos absueltos. Pero no se puede decir lo mismo de los dos colectivos que habían amenazado su trono absoluto: afrancesados y liberales, cuya imagen sí se transformó con el tiempo. Creemos que se puede percibir un matiz que diferencia la persecución a ambos grupos. Los afrancesados se llevaron la peor parte en un principio, y los liberales –que, al fin y al cabo, también habían apoyado a Fernando– fueron tratados en la imprenta de forma algo más condescendiente hasta el trienio (lo que no significa que no fueran represaliados antes ni recibieran duras críticas). A partir de 1823, las invectivas contra los liberales arreciaron, mientras que los afrancesados acabaron –previa evidente rehabilitación en la imprenta– siendo amnistiados por el rey que los había expulsado años antes.
Claro ejemplo de ese tono exaltado inicial que se iría perdiendo con los años es el incendiario Los famosos traidores refugiados en Francia , panfleto contra los afrancesados publicado tras el decreto que los expulsaba de España. Nos podemos hacer una idea del contenido visceral del texto (publicado en la Imprenta Real y escrito en un tono muy distinto al decreto) 39leyendo su cita más conocida:
Traidores, sí, traidores os llamaba a boca llena la España toda; traidores os apellidaban en los momentos de reflexión y de calma los mismos conquistadores a quienes servíais; traidores os llaman hoy el francés, el alemán, el inglés, el ruso, el polaco; y, mal que os pese, vuestro nombre transmigrará a la posteridad más remota ennegrecido con el feo dictado de traidores, que de él será inseparable mientras que haya virtudes y justicia sobre la tierra. ¡Virtudes y Justicia! 40
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