Otro elemento relevante y de cambio en las instituciones educativas es la forma de evaluar el desempeño y la gestión docente. La evaluación tiene tres elementos que la distinguen: es de carácter formativo, es sumativa y apunta a la mejora. En el caso de los profesores podríamos, además, adicionar un cuarto componente, como lo plantea Díaz (2006):
La finalidad primordial de todo proceso evaluativo es su función formativa en tanto que posibilita al profesorado tomar conciencia sobre sus fortalezas y debilidades profesionales —tanto en el ámbito individual como institucional— y planificar estrategias que incidan en la mejora de su actividad docente y sobre su desarrollo como profesional. (p. 69).
Al respecto de estos cambios, Preciado et al. (2008), en su texto Ser y quehacer docente en la última década, citando a Boyer, muestran la paradoja de la universidad en la actualidad: por un lado, se vuelve más abierta e incluyente en términos de la recepción de estudiantes y la diversidad en las actividades académicas; pero por otro, se vuelve jerárquica y restrictiva en relación con la gestión docente. Estos son riesgos a los cuales la evaluación docente debe anticiparse para no caer en la aplicación de modelos evaluativos profesorales que no puedan responder a la forma real de gestionar el ejercicio docente y que, por ende, no puedan evaluar de forma efectiva la competencia que debe desarrollar un profesor universitario. Lo que sí es determinante respecto a la evaluación del profesorado, es que se trata de un proceso que debe orientarse fundamentalmente a la estimación del nivel de calidad de la enseñanza, a fin de contribuir progresivamente a su mejora. Por ello, el concepto de evaluación del desempeño docente debe estar asociado a la toma de decisiones y a la implementación de los cambios para la mejora en el cuerpo profesoral. Al respecto, Murillo (citado por Tejedor, 2012), considera que, en el último decenio, los sistemas educativos latinoamericanos han privilegiado los esfuerzos encaminados al mejoramiento de la calidad de la educación y, en este empeño, se ha identificado a la variable “desempeño profesional del maestro” como muy influyente y determinante para el logro del salto cualitativo de la gestión escolar.
En consideración a lo anterior, señala Díaz (2006) que, respecto a los procedimientos para la evaluación de las competencias aún no han sido definidas por la mayor parte de las instituciones de educación superior, tarea que debe realizarse cuanto antes. En especial, trabajar los objetivos de aprendizaje centrados en el logro de las competencias exige al profesorado estar preparado de forma que potencie el aprendizaje del estudiante, trabaje en la innovación como medio para alcanzar la calidad y desarrolle o fortalezca de igual manera sus competencias. Al respecto, también señala Tejedor (2012) que:
Evaluar el desempeño docente es un proceso por medio del cual se busca emitir juicios valorativos sobre el cumplimiento de las responsabilidades del docente en la enseñanza, aprendizaje y desarrollo de sus estudiantes a partir de información válida, objetiva y fiable relacionada con los logros de sus estudiantes y el desarrollo de sus áreas de trabajo. (p. 320).
En esta evaluación, es necesario tener en cuenta las funciones específicas que desarrolla el profesor. Considera Tejedor que estas pueden agruparse en dos categorías —el saber y el hacer—, que recogen los saberes, habilidades, actitudes y valores inherentes a la función docente.
Aunque es necesario tener presente que la evaluación de la docencia es una práctica compleja —porque involucra aspectos académicos, políticos y técnicos, entre otros—, también corresponde, en sí misma, a un contexto específico determinado que la moldea. En este sentido, Elizalde y Reyes (2008) señalan que al implementar un proceso de evaluación es conveniente identificar las políticas nacionales o internacionales que se atienden y la forma en que estas, en combinación con las características particulares de cada institución, orientan el proceso de evaluación docente (p. 3). Por otra parte, es fundamental relacionar la evaluación del desempeño docente con la universidad en general y con su proyecto institucional tomando en cuenta sus normativas, su plan estratégico y sus principios, así como también es relevante tener criterios adecuados para establecer un control efectivo y lograr los impactos deseados en la calidad de la educación.
Con todos estos componentes, será necesaria la definición de cuáles son las fuentes de las que se obtiene la información para evaluar el desempeño del profesor, así como los indicadores más adecuados para este fin, los cuales deberán ser congruentes con la finalidad que persiga la evaluación en cada institución. Los instrumentos deben construirse con base en las tareas, criterios y descriptores que se hayan fijado para la realización de la evaluación, generalmente, fruto de un consenso entre las autoridades y los representantes de los profesores (Tejedor, 2012). Adicionalmente, Elizalde y Reyes (2008) consideran que es necesario integrar al proceso de valoración del desempeño la opinión de estudiantes y pares, y la misma autoevaluación por parte del profesor. Finalmente, Tejedor (2012) dice que, al evaluar el desempeño del profesor,
debe tenerse en cuenta qué tan importantes son los procesos como los resultados; qué tan importante es la información cuantificable y “objetiva” como la información subjetiva; qué tan importante es que quien evalúe se coloque fuera del proceso evaluado, como que quien está dentro e involucrado pueda participar en la evaluación; qué tan importante es que se evalúe desde aquello que se ha asumido como social deseable como que se haga desde lo que es deseable y valioso para cada sujeto particular. (p. 322).
La evaluación del desempeño del docente es un proceso sistemático de obtención de datos válidos y fiables, cuyo propósito es comprobar y valorar cómo el proceso de aprendizaje del estudiante es influenciado por las capacidades pedagógicas, profesionales, interpersonales y comunicativas del profesor. De esta manera, está ligada a la calidad educativa, pues es una necesidad que coadyuva a mejorarla.
Por otra parte, errores en el proceso o en el diseño de la evaluación pueden traer complicaciones a las instituciones educativas. Murillo (2006, citado por Tejedor, 2012) señala algunos riesgos que pueden presentarse:
Es altamente costosa si se hace con criterios mínimos de calidad.
Determina la forma de actuar de los docentes, para bien y para mal, de tal forma que el docente puede caer en la tentación no de desarrollar bien su trabajo, sino de cumplir con los elementos que son reconocidos en la evaluación.
Si no es consensuada, puede derivar en problemas en su aplicación.
Si no es transparente y técnicamente impecable, puede generar problemas de falta de credibilidad.
La evaluación del desempeño docente debe mirarse como un proceso inacabado, que debe ser revisado de manera sistémica y periódica siempre con miras a posibilitar la reflexión y la mejora, y a posibilitar el avance profesional de los docentes.
Rúbrica
La evaluación, como ya se ha planteado, es un instrumento que permite valorar el nivel alcanzado por un estudiante en las diferentes competencias. Para ello se requieren distintos procedimientos y técnicas según el objeto que se desea evaluar. Lo fundamental es que estos procedimientos y técnicas permitan la recolección de la información, los indicadores y evidencias que darán fe de que el estudiante o el evaluado han alcanzado su competencia. Algunos de estos instrumentos y técnicas son: los mapas conceptuales, las rúbricas, el portafolio, las entrevistas, los paneles, los foros, los problemas de casos, los experimentos, las pruebas de respuesta larga y las pruebas de respuesta corta. En la medida que las metodologías o técnicas empleadas potencien el trabajo del estudiante o de quien se evalúa, se logrará el objetivo del proceso de enseñanza y aprendizaje en contexto.
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