Las dudas de León, como plantea en su introducción a la antología, también se dirigían a ciertos movimientos estratégicos en la propuesta y tratamiento de algunos temas, que se desplazaban desde el presente a la historia del cine, desde el análisis particular de un filme o un cineasta hacia la larga deriva de algunas cuestiones que atravesaban una trayectoria de más de un siglo. En algún caso, como en su evocación de Lumière y Edison junto al streaming , la mirada del autor conectaba al siglo XIX con el XXI. Digamos que el prologuista estaba advertido. Pero enfrentado a la lectura en conjunto, resultó que las correspondencias comenzaron a surgir, el hilvanado oculto de algunas líneas de pensamiento, la elección de ciertas cuestiones frente a otras posibilidades, incluso en los textos que responden a una temática prevista para un dossier o número monográfico, asomaron nítidamente en Desde la ventana indiscreta. Por esto el título es, además de evocativo, emblemático: remite también a esa función de ventana que es una de las cualidades decisivas de la pantalla cinematográfica, que por un lado hereda y por otro refina aquella vocación de la pintura renacentista alabada por Leone Battista Alberti: la de ser una ventana al mundo donde se desarrolla la historia.
Desde la ventana no solo se ve el mundo, sino que, dependiendo del punto de vista, también se asoman algunos sujetos que, mediante su escritura a lo largo del tiempo, van trazando algo así como una autobiografía, y pueden avistarse sus singulares siluetas. El mundo visto por el cine, en contrapartida, también deja ver al crítico en tanto parte de ese mundo, y algo inherente a la lógica del autorretrato surge en textos que parecen ocuparse de cuestiones diversas, para ir delineando un modo personal de relación entre el cine y el espectador, un vínculo vital del que queda constancia por escrito. Nadie debería confundirse por el carácter presuntamente variopinto de sus secciones y artículos, ya que la trama que asoma en las páginas de este volumen, si no da cuenta de un eje temático central o la pertenencia a un proyecto particular, sí revela el entramado que demuestra algunas líneas de fuerza de un pensamiento sobre el cine, o más bien a partir del cine, desarrollado en plena marcha.
Los artículos compilados en el volumen abren un interesante juego temporal entre el momento de su enunciación y la forma en que extienden su mirada a la historia del cine y la cultura que ha acompañado al medio durante su ya prolongado recorrido. Es curioso: no hace tanto tiempo que se consideraba al cine como un arte joven, y hoy tienta considerarlo con el perfil propio de los sobrevivientes. Sin duda, se trata de una temporalidad en riesgo, aunque hayamos descartado saludablemente los anuncios de defunción que hace medio siglo proliferaban respecto del cine. El tono jovial de los textos de León, por una parte, descarta toda tendencia a ser capturado por la melancolía, y suele lanzarse con energía al descubrimiento del cine como arte en tiempo presente, incluso crecientemente involucrado en las transformaciones vividas en la era digital. Estos textos escritos en el siglo XXI se orientan no solamente a detectar algunos rasgos resaltantes de lo nuevo en el cine, sino a elaborar cartografías en construcción, que no por provisorias resultan menos operativas. Por cierto, el autor reconoce que hace tiempo no resulta un sistema seguro la identificación y el ordenamiento del campo por medio de ciertas categorías colectivas que en otras épocas parecían claramente estables y definidas: vanguardias y escuelas, cines nacionales, en fin, aquellas entrañables identidades fuertes. Hasta la misma idea de movimiento resulta problemática, salvo que se la entienda en su apelación a una cierta inestabilidad constitutiva (como cuanto nos referimos a olas). Fronteras lábiles, olas y reflujos, con cierta fluidez escurridiza como marca de época, llevan a León a recuperar la instancia autoral como punto válido de reconocimiento y avance en el territorio a mapear.
La resistencia y productividad de la noción de autoría, en tanto categoría orientativa para navegar en el cine contemporáneo, al menos la mayor parte del que se transita en estas páginas, se hace patente en los textos de Desde la ventana indiscreta . Ya no se trata, por cierto, y desde hace unas cuantas décadas, de aquella figura del auteurisme original, concebida como una personalidad cuya conciencia de sí permitía la congruencia integral de sus constantes temáticas y formales. Aquella entidad heredada de la mitología romántica del genio creador, minuciosamente cuestionada por la tantas veces citada noción de muerte del autor, ha dado paso a un sujeto problemático, una construcción hipotética y fundada en los filmes, cuyos signos intermitentes son inscriptos en pantalla, a veces como parte de una vocación programática o en otras oportunidades más allá de sus propios saberes sobre lo realizado. Pero la apuesta por avistar un cine provisto de sujetos se sostiene, medido en un cotejo o comunicación posible con ese otro que lo encuentra a través de una película: algo de lo que hace posible hablar del cine como arte se juega en ello. La resistencia de la autoría convoca, además, a la autoría como resistencia frente a la acechanza de conversión del cine en un espectáculo megacorporativo, ofrecido como mercancía de consumo audiovisual para sujetos cuyo deseo es crecientemente calculado y modelado por el poder del algoritmo. Incluso esa misma autoría está acechada por su conversión en valor de marca de ese mercado audiovisual que aspira a devorar al cine convirtiéndolo, en todo caso, en una oferta de nicho para consumidores gourmet . Pero esa capacidad de reconocimiento es la que permite a León que su puesta a prueba sea ejercida como un principio organizativo, al examinar el cine de las últimas décadas a partir de figuras como la de Abbas Kiarostami, Naomi Kawase, Abel Ferrara, Pedro Costa o Apichatpong Weerasethakul, extendiéndola a casos que la tensan particularmente, como los de Guillermo del Toro o Sion Siono.
Conspicuo cultor de aquel cine llamado clásico que modeló su cinefilia desde la más temprana infancia y del que pueden evidenciarse las marcas en los textos dedicados a extensos recorridos históricos, León no ha dejado de ser interrogado permanentemente por los desafíos de la modernidad cinematográfica. Al abordar las figuras de Luis Buñuel, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Pier Paolo Pasolini, Agnès Varda, Jonas Mekas o Manoel de Oliveira (ese portugués inaudito cuya filmografía se extiende desde el cine mudo hasta el de la era digital) recorre las diversas implicaciones de lo moderno en cine. Su propuesta de una neomodernidad como concepto orientado a comprender algunos cineastas contemporáneos, apelando a los legados de cineastas como Antonioni o Bresson, supera las reiteradas y ya desgastadas alusiones a una posmodernidad cuyo sentido se ha convertido hace rato en algo inevitablemente impreciso y hasta vaporoso. Resulta especialmente convincente su estrategia de destacar corrientes (otra apelación a la fluidez necesaria en las categorías) si no predominantes sí claramente detectables, en las primeras décadas del nuevo siglo del cine, como ese efecto de refundación que detecta en el reencuentro entre cámara y mundo registrado como evento fundamental, que asocia a cierto minimalismo o sustracción narrativa, y una apuesta por nuevas densificaciones de los relatos en la segunda década. Por supuesto, son intentos de orientación a lo largo de un camino en curso, y así son planteados.
Hay también en León el permanente sustrato de una verdadera pedagogía del cine, en el sentido más enaltecedor del término. No se trata de la tendencia profesoral a explicarlo todo a partir de la posesión de un saber, sino de la voluntad de participar en eso que Alain Bergala ha caracterizado como la transmisión. Lo que el autor busca transmitir a lo largo de sus artículos no es solamente información (que la hay en abundancia y altamente precisa) sino cierta vocación de esclarecimiento de un campo a menudo particularmente enmarañado. Por eso mismo se hacen importantes en estas páginas sus indagaciones sobre las filias y fobias de la crítica, o sus dilucidaciones sobre términos muy frecuentes como polisémicos, como el de la condición de independiente en cine. El tono cordial y comunicativo en el lenguaje instala a León en un perfil de analista preciso, más que de polemista, si bien en ningún momento se priva de la toma de posición crítica. Uno de los rasgos destacados de los textos recogidos en Desde la ventana indiscreta es la fluidez con que circulan desde la historia del cine al análisis cinematográfico, desde la crítica a la teoría, sin ceder a la tendencia de la hiperespecialización que concibe a estos sitios de enunciación como opciones compartimentadas. Son textos a la vez académicos y abiertos a un diálogo más allá de los claustros y los cenáculos de la investigación cinematográfica institucional (en ese sentido, cabe destacar, es un mérito compartido con el espíritu de la publicación periódica que los ha albergado originalmente). No se percibe en ellos la típica endogamia o los alardes del discurso orientado a los pares, que se reserva lo sustancial para la discusión de iniciados y condesciende a una versión deslavada o atenuada a la esfera de la divulgación. A la vez, es particularmente estimulante el modo en que a veces en un mismo texto se encuentran la crítica y la teoría, o el análisis del filme y la historia del cine.
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