AGUSTÍN DE ITURBIDE
Memorias escritas desde Liorna
Presentación de
Camilo Ayala Ochoa
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
2012
Tabla de Contenidos
PRESENTACIÓN
AGUSTÍN DE ITURBIDE MEMORIAS ESCRITAS DESDE LIORNA
APOSTILLAS DE ITURBIDE
CRONOLOGÍA
INFORMACIÓN SOBRE LA PUBLICACIÓN
AVISO LEGAL
DATOS DE LA COLECCIÓN
Los pliegos que aquí se exhiben fueron escritos por Agustín de Iturbide en su exilio europeo. Son la evocación y el alegato que ubican la conducta política de un hombre escorzado. Desde una encrucijada incierta, Iturbide mandó este opúsculo en el interior de una botella encorchada al océano de la historia. Continúa indeleble pero a la deriva pues no ha recibido la debida valoración de los historiadores. En él su autor, el mismo al que se le ha negado la paternidad de la Independencia mexicana, se muestra con la sinceridad de la desolación y el ensimismamiento.
Iturbide tituló a su texto Manifiesto y ha sido llamado Memorias escritas desde Liorna. Lo fechó el 27 de septiembre de 1823, día de su cuadragésimo cumpleaños, y la ciudad de Florencia no permitió su edición. Por eso lo mandó traducir al inglés, labor que concluyó el mes de febrero de 1824; sin embargo, no quiso publicarlo, pues había a la vista signos de una invasión europea a México, y trataba de evitar que el documento fuera tomado, en sus palabras que varios repitieron, como “una nueva tea de discordia”; dejó entonces el asunto a la discreción de sus amigos europeos al embarcarse en su deletéreo regreso a tierras mexicanas en mayo de 1824. El 3 de junio de ese año apareció el manifiesto por primera vez en lengua inglesa, traducido por John Murria Albemarle e impreso en Londres por Miguel José Quin; y al poco, J. T. Parisots entregó en París la versión en francés. Fue en 1827 cuando se presentó en México, traducido del inglés y editado por la Imprenta de la Testamentaría de Ontiveros como Breve diseño crítico de la emancipación y libertad de la nación mexicana y délas causas que influyeron en sus más ruidosos sucesos, acaecidos desde el grito de Iguala hasta la espantosa muerte del libertador en la villa de Padüla. Rufino Blanco-Fombona lo incluyó en 1919 en la colección Biblioteca Ayacucho de Editorial América como Memorias de Agustín de Iturbide junto con la Vida de Agustín de Iturbide de Carlos Navarro y Rodrigo, biografía que entró a las prensas madrileñas en 1869 y que utilizó como fuente la versión francesa del manifiesto.
En las memorias, sus constantes apostillas y la nota final se advierte una pluma acostumbrada al análisis deductivo y a la locución directa. Al igual que en las escrituras iturbidistas citadas en esta introducción, para la colección Pequeños Grandes Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, tanto la ortografía como la puntuación se han modificado en aras de una lectura sin tropiezos.
De lo que trata el documento
La cuestión nodal del escrito es qué tan cierto resulta lo que Iturbide dice de lo que fue y lo que hizo. La respuesta requiere atender los eventos políticos que la pluma del autor llama a cuente, pero podemos adelantar que línea por línea la argumentación es impecable.
La Revolución francesa rescindió la legitimidad social de la monarquía y el quebrantamiento que desencadenó provocó en los españoles una fuerte oposición a cualquier tentativa de innovación social, económica y política, lo cual se fue reforzando con el expansionismo napoleónico. Francia invadió la península ibérica y obligó a la abdicación de Carlos IV y de su hijo Femando para plantar la corona en José Bonaparte. En los reinos americanos se sembraron y cosecharon conspiraciones y movimientos autonomistas; y el caso más saliente fue la junta de la Nueva España de agosto de 1808, que intentó nombrar al virrey José de Iturrigaray como autoridad suprema ante el cautiverio del rey Femando VII, y donde Francisco Primo de Verdad y Ramos alegó que el pueblo era fuente y origen de la soberanía y, por ello, se le encontró ahorcado en su calabozo. La sublevación terminó con la prisión de Iturrigaray por parte de Gabriel Joaquín de Yermo y con el infructuoso intento de imponer como su sustituto al mariscal Pedro Garibay.
En septiembre de 1810 la conjura organizada en Querétaro fue descubierta y quien la precedía, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, precipitó un levantamiento en el pueblo de Dolores cuya violencia horrorizó a la sociedad. La sangre que corrió en la Alhóndiga de Granaditas de la muy noble y leal ciudad de Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato, que también provino de mujeres y niños, y la profanación de cadáveres como el del intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena, que estuvo expuesto desnudo dos días a las burlas del populacho, así como los saqueos del propio Guanajuato y de Valladolid, fueron las razones por las que criollos como Agustín de Iturbide combatieron la insurgencia.
Iturbide, a la sazón oficial del ejército novohispano del que no cobraba remuneración, tenía fama de poseer una excelsa habilidad hípica y se le apodaba el Dragón de Fierro. De hecho, Hidalgo era su pariente y le ofreció el cargo de teniente general si se le unía; pero Iturbide desaprobó el obtener una reforma por la vía del desacuerdo, la venganza y el odio. Entonces se le prometió respetar a su familia y sus posesiones si se mantenía neutral en la lucha independentista, lo que no consintió; en consecuencia su hacienda de Apeo, por el rumbo de Maravatío, fue saqueada Prefirió combatir el desorden. Lo hizo de manera firme y enérgica batiendo lo mismo rebeldes que bandoleros y subiendo grados militares hasta alcanzar el de coronel. Su acción de guerra más insólita ocurrió en las lomas de Santa María en Valladolid la tarde del 24 de diciembre de 1813, cuando al mando de 190 jinetes y 170 infantes a las grupas despedazó al hasta ese momento invicto ejército del generalísimo José María Morelos y Pavón, formado por miles de hombres fuertemente armados, con extensa montura, 30 piezas de artillería y numerosos pertrechos.
Una década después del grito de Dolores el panorama era otro. Ya en 1811 había sido declarada la independencia de Venezuela, en 1813 de Colombia, en 1816 de Argentina y en 1818 de Chile. El levantamiento en enero de 1820 del batallón de Asturias que estaba acantonado en el pueblo de Cabezas de San Juan, para su transporte a la reconquista de las Américas, bajo el mando del coronel Rafael del Riego, restableció en España la constitución dictada por las Cortes de Cádiz en 1812, a la que llamaban “La Pepa”, que había sido derogada en 1814 por Fernando VII, quien debió jurarla públicamente el 9 de marzo de 1820. El sexagésimo primer virrey, Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito, según las disposiciones españolas, debía pasar al cargo de jefe superior político y capitán general. Los comerciantes veracruzanos obligaron a su gobernador a reconocer la constitución y Apodaca tuvo que hacer lo mismo.
En la sociedad novohispana, hacía tiempo políticamente sosegada, el juramento constitucionalista puso a concurso nuevamente el afán independentista por diferentes motivaciones: la participación social en la implantación de ayuntamientos constitucionales, la reacción al liberalismo de los grupos conservadores, la inconformidad con la desaparición del fuero eclesiástico, la protesta contra la supresión de monasterios y órdenes monacales por parte de las Cortes de Madrid, las opiniones y polémicas políticas escanciadas con el restablecimiento de la libertad de imprenta, así como el interés de los comerciantes por ejercer un control total sobre el mercado interno y los puertos de estiba La discusión desveló varias perspectivas respecto del modo de realizar la liberación y de la forma de gobierno que se habría de adoptar.
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