DESAPARECIDO, MEMORIAS DE UN CAUTIVERIO
El físico Mario Villani enseñó en la Universidad de La Plata y trabajó en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Tenía treinta y ocho años cuando un grupo armado lo secuestró en noviembre de 1977 en plena ciudad de Buenos Aires. A partir de entonces y hasta agosto de 1981 estuvo desaparecido, trabajando como mano de obra esclava en cinco centros clandestinos de detención y tortura: Club Atlético, Banco, Olimpo, Pozo de Quilmes y ESMA. Durante tres años y ocho meses debió mentir, simular y ocultar sus verdaderos sentimientos mientras reparaba aparatos electrónicos para que no lo mataran. Tras su liberación testimonió ante la CONADEP, en el juicio a las Juntas de 1985, así como en Francia, España e Italia, y en 2010 en los juicios conocidos como ABO (Atlético-Banco-Olimpo) y ESMA. En 2003 se mudó a Miami, donde vive actualmente.
Tras años de dar testimonio, creció en él la necesidad de hacer públicas sus memorias del paso por los campos y su dura lucha por la supervivencia. Entre 2008 y 2010 Fernando Reati lo entrevistó en Miami y juntos dieron forma a esta historia a partir de largas horas de charlas grabadas, conversaciones telefónicas y correos electrónicos. El objetivo fue dar forma literaria a su traumática experiencia individual como síntesis de una época, y el resultado es este libro.
A mitad de camino entre la memoria, la biografía y el testimonio, éste es el relato de su paso por el infierno. Villani se ha preguntado mil veces por qué él sobrevivió y otros no, y en este libro sólo alcanza a responder: “¿Por qué hoy estoy vivo? No lo sé, no soy yo quien lo decidió”. Con la introspección que sólo tres décadas de reflexión pueden otorgar, hoy ofrece sus memorias no como una respuesta sino como una invitación al debate: “No me considero el dueño de la verdad y no le temo a la discusión. De ella podemos aprender todos; la discusión ayuda a que se mantenga viva la memoria”.
Mario Villani. Profesíon. Físico. Enseñó en la Universidad de La Plata y trabajó en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Tenía treinta y ocho años cuando un grupo armado lo secuestró en noviembre de 1977 en plena ciudad de Buenos Aires. A partir de entonces y hasta agosto de 1981 estuvo desaparecido, trabajando como mano de obra esclava en cinco centros clandestinos de detención y tortura: Club Atlético, Banco, Olimpo, Pozo de Quilmes y ESMA. Durante tres años y ocho meses debió mentir, simular y ocultar sus verdaderos sentimientos mientras reparaba aparatos electrónicos para que no lo mataran. Tras su liberación testimonió ante la CONADEP, en el juicio a las Juntas de 1985, así como en Francia, España e Italia, y en 2010 en los juicios conocidos como “ABO” (Atlético-Banco-Olimpo) y “ESMA”. En 2003 se mudó a Miami, donde vive actualmente.
Fernando Reati. Nació en Córdoba (Argentina) y se doctoró en Letras en Washington University, St. Louis (Estados Unidos). Actualmente enseña literatura latinoamericana en Georgia State University, Atlanta (Estados Unidos). Es autor de Nombrar lo innombrable: violencia política y novela argentina, 1975-1985 (1992). Con Adriana Bergero compiló Memoria colectiva y políticas de olvido: Argentina y Uruguay, 1970-1990 (1997), y con Mirian Pino, De centros y periferias en la literatura de Córdoba (2001).
MARIO VILLANI
FERNANDO REATI
DESAPARECIDO, MEMORIAS DE UN CAUTIVERIO
Club Atlético, el Banco, el Olimpo, Pozo de Quilmes y ESMA
A Jorge Gorfinkiel, querido compañero de militancia y de profesión, amigo entrañable, secuestrado en una cita conmigo, prisionero en el Club Atlético y el Banco.
A Juana Armelín, prisionera en el Banco. Fue mi inolvidable oasis afectivo.
Los dos están desaparecidos, pero siguen vivos en los que los queremos y en los lugares donde dejaron su huella solidaria.
Mario Villani
A César Passamonte (“Beto” o “Gringo”) y José Honorio Fernández (“Santi”). El 2 de septiembre de 1976 el destino nos reunió a los tres, por primera y única vez, cuando la policía allanó el departamento de Córdoba donde yo vivía con mis padres.
Ellos no sobrevivieron, yo sí. Hoy sus cuerpos no están pero su memoria sigue viva en quienes los quieren y recuerdan.
Fernando Reati
A mi querida esposa, Rosita Lerner, no sólo por el marco de amor que me brindó para desarrollar mi nueva vida, sino también por sus sutiles y agudas observaciones y su infinita paciencia. Al doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, por el honor de prologar este libro y por su invalorable aliento. Muy especialmente a Ana María Careaga por el tiempo que dedicó a analizar el manuscrito, por sus atinados consejos y por su apoyo. Fundamentalmente, a Nora Strejilevich por su atenta lectura, inteligentes señalamientos y correcciones de estilo. A Carlos Slepoy, por su crítica acertada y vigoroso estímulo. A mi querida amiga Susana Poch por su cuidadosa lectura, adecuadas sugerencias y su afecto incondicional. A Roberto Ramírez, Jorge Allega, Juan Carlos Guarino, con quienes compartí cautiverio, reflexiones y apoyo mutuo en momentos difíciles. A todos aquellos sobrevivientes, muchos para nombrarlos aquí sin correr el riesgo de omisiones, con quienes discutí, acordando o no, diversas cuestiones que nuestra común experiencia nos suscitó. A Mariela y Néstor, en cuya comprensión y afecto siempre encontré y encuentro apoyo. A los miembros de mi familia y amigos, que han sabido soportarme y apuntalarme. Y, finalmente, a mis tres nietos que, sin sospecharlo, constituyen el refugio al que llego en busca de alivio, cada vez que vuelvo de mis duros viajes al pasado para la escritura de estas memorias.
MARIO VILLANI
Son muchas las personas a las que debo agradecer por su aliento y sus intervenciones (grandes o pequeñas, presentes o pasadas) que me posibilitaron encontrar el tiempo y el deseo de colaborar en la escritura de este libro. Mi agradecimiento va en primer término a Yvette, mi esposa, por su paciencia, apoyo y comprensión durante las interminables horas que pasé transcribiendo al papel las entrevistas grabadas. También a Nora Strejilevich, por su lectura atenta del manuscrito y las correcciones y sugerencias que sólo una persona como ella, con su experiencia de escritora y de sobreviviente, podría hacer. A Ana María Careaga, por las charlas que tuvimos sobre este proyecto en medio de su ajetreada tarea en el Instituto Espacio para la Memoria de Buenos Aires. A Rosita, la esposa de Mario, por su jovial amistad y sobre todo por ser el pilar que sostuvo a Mario en tantos años de lucha por la memoria. A mi sobrina Antonella, de Miami, por alegrarme la vida con sus juegos cada vez que venía de entrevistar a Mario, y a su mamá Albita por ser tan buena anfitriona cuando me alojé en su departamento. También a mis sobrinos de Argentina (Vicente, Carolina, Gastón, Estefanía, Carla y ahora Margarita) que me inspiran a continuar esta tarea: a ellos pertenece el futuro y su generación decidirá qué hacer con estas historias. A mi hermano Gustavo, a quien en 1976 le tocó en suerte el papel menos reconocido y tal vez más difícil durante la represión: cuidar de toda la familia cuando mis padres se exiliaron y mi hermano Eugenio (de apenas diecisiete años) y yo fuimos a la cárcel; a mi prima Inés que a riesgo de su vida escondió a mis padres mientras buscaban cómo escapar, y a mi prima Graciela, que también sufrió por la familia. A Alba y sus hijas Luciana y Virginia en Buenos Aires, que me permitieron asomarme al mundo doloroso de HIJOS. Al doctor Avrum Weiss, el extraordinario terapeuta de Atlanta que me enseñó a hablar sobre el trauma y a aprender de él. A Ralph y Evelyn Lehman, mis “padres” norteamericanos, que me recibieron hace años en su hogar de St. Louis cuando salí de la Argentina y hoy continúan siendo parte de mi familia.
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