En la opinión de Orián Jiménez (2004), estos esclavos conformaban una estructura invisible que permitía el desarrollo de la vida material y espiritual en los Reales de Minas y, específicamente, en Yurumanguí. Por ejemplo, los herreros fabricaban las herramientas que se utilizaban para la extracción del material aurífero: “Actualmente está aquí Sabogal calzando la herramienta y asistiéndome a mí la que tengo que hacer nueva” (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 63A-65R, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744. signatura 41, folio 91V, Raposo, 3 de agosto 1743).
Los curanderos, por su parte, ayudaban a tratar las enfermedades físicas por medio de recetas heredadas de su tradición africana, en diálogo con los conocimientos indígenas y siempre utilizando los materiales que estaban a su disposición. Por otra parte, los canoeros eran quienes conocían el territorio y podían llegar fácilmente a cualquier lugar por retirado e inhóspito que fuese. Otro oficio era el de las parteras, cuya función principal consistía en ayudar a las mujeres durante el alumbramiento, al tiempo que dar los primeros cuidados a los recién nacidos. Ellas preparaban remedios e infusiones para sus pacientes, contaban con la experiencia y los conocimientos sobre las hierbas que se empleaban para aliviar el dolor en el parto, poner remedio a enfermedades propias de la mujer o aconsejar sobre medidas abortivas o anticonceptivas. De esta forma, las parteras suplían y reforzaban el sentimiento de comunidad 3. El oficio de vaquero en una mina no era frecuente, pero en el Real de Minas de Yurumanguí había ganado porcino y vacuno, por lo que era necesario un vaquero que ejerciera este oficio.
Entre los muchos acontecimientos narrados por Rodríguez a Valencia, se observan las relaciones interpersonales en el ámbito laboral. En cartas enviadas por don Joseph Manuel Rodríguez, quien vivía en la mina y era el minero y administrador del Real de Minas de Yurumanguí, a don Pedro Agustín de Valencia, dueño de esta y residente de Popayán, se lee en la fechada el 24 de octubre de 1747:
El día 15 de este se acabó el entable de la mina nueva en donde se hallan ya mis negros, y con tres canelones han dado en los que parecen sus oritos de echar tierra. Es el mejor entable que he hecho desde que soy minero; tiene la acequia en verano y su corte de agua y una pila vaciada, que llena dura dos días para cuatro cortes; ha costado mucho trabajo, hízose sobre una eminencia quebrando un estado de cachasa [...] se lavó el orito que remito; 3 pesos más que sacó un negro libre, este oro es para el Señor San Antonio, digo la parte que a mí me toca; vuestra merced hágase cargo de todo, estaba corriente ya la acequia. Dejó Don Sebastián a quien le ayudé 4 días, con toda nuestra gente, y 3 días metí a mí acequia 24 piezas de dicho señor, tiene ya una buena pila vaciada, ya para tapar, y fio en Dios el empeño de todos. (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 49, folio 103V)
Es así como, a partir de las relaciones laborales entre libres, esclavos y amos, negros, indios y blancos, clérigos y laicos, y administradores y señores propietarios, se regulaba y mantenía la estructura social del entable minero.
Entre la resistencia pasiva y la sublevación
Habiendo referido a la división de los trabajos en el Real de Minas de Yurumanguí, que tenían como característica principal una especialización en los oficios y una jerarquización muy bien determinada pero no siempre tan estricta, ahora nos referimos a las formas de resistencia pasiva y, posteriormente, exponemos algunos casos de cómo la población esclava no acataba las órdenes y se sublevaba.
La esclavitud configuraba, en esencia, un mundo de múltiples confrontaciones, amenazas, controles y castigos. Es válido suponer que las relaciones y las disputas se dirimían mediante actitudes y estrategias por parte de los esclavos, que iban desde el enfrentamiento público hasta las más sutiles, soterradas y evasivas prácticas de alejamiento o extrañamiento. La resistencia pasiva 4no implicaba una confrontación directa. Por ejemplo, en la Colonia, algunos esclavos se resistían de muchas maneras: se hacían pasar por enfermos, dañaban las herramientas o, simplemente, trabajaban menos de lo necesario o robaban el material extraído:
El negro Pedro estaba enfermo, luego este confiesa que ha robado oro dos veces cuando Joseph Manuel Rodríguez fue a Iscuandé, que también se robó una arroba de acero, que vendió y las ganancias las repartió a todos los negros, por estos motivos se vendió por 500 pesos de oro a él y a su mujer, a un cura que necesitaba negros, aunque él costo 600 patacones, es bien vendido. (Fondo Arroyo, signatura 13, folios 63A, 63V, 64A, 64V, 65A y 65V, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744)
En el ejemplo anterior se denota una forma de sublevación pasiva, basada en acciones concretas como robos con complicidad entre todos los esclavos, engaño e inconstancia en el trabajo. En otro ejemplo, el negro Pedro, con sus actos, demuestra que guardaba una inconformidad latente, aunque no quería rebelarse contra sus amos:
García no tiene nada; habrá 6 meses que no se ha hecho más que curarlo, y si vuestra merced le hiciera dar 100 azotes sería bueno, desde que me llevé a esa negrita Melchora se ha hecho en la cama, y disque le dijo él ya no quería vivir porque se habían llevado a la negrita y debía de comer algo para esto porque harto se curó canalla, vil son estos. (Fondo Arroyo, signatura 13, folios 63A, 63V, 64A, 64V, 65A Y 65V, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744)
Este tipo de comportamientos, para la visión económica del esclavista, eran una pérdida, ya que tenía un esclavo menos en la extracción del oro, al tiempo que le implicaba un gasto adicional, sin contar las curanderas que atendían al esclavo, ya que era el deber del amo intentar sanarlo. En las fuentes se hace evidente que el esclavo García utilizó una estrategia de resistencia pasiva para rechazar y rebelarse por la venta de la esclava de Melchora, que le funcionó al menos durante seis meses.
Los esclavos no debían trabajar los domingos ni en Semana Santa, ni en algunos días especiales de fiestas o ceremonias religiosas. Estas disposiciones, que chocaban con las prerrogativas de los amos, establecieron una relación definitiva entre la esclavitud y las ceremonias religiosas. Los esclavos pudieron crear instrumentos y ejecutar danzas originarias, cantos y juegos gracias a que se podían escapar hacia lugares enmontados con la complicidad de la noche. Estos lugares no se circunscribían a espacios controlados. Es por medio de la fiesta que se visibiliza cómo el esclavo rompía con las normas o reglas establecidas, en gran medida, por la tradición, lo que evidencia las fisuras o los problemas en el sistema esclavista que no nos permiten concebir tales sociedades como totalidades integradas o armónicas.
Las fiestas que se hacían en estos espacios eran censuradas y criminalizadas por las élites regionales, pues declaraban que esto solo llevaba a la relajación y al estrago de las costumbres. Según el fraile franciscano Antonio Gutiérrez, las fiestas de las cuadrillas se reducían a bailar y beber. En muchas zonas, las fiestas, sobre todo las religiosas, se celebraban sin mayor respeto o consideración por la fe y las buenas costumbres. En algunos casos solo participaban esclavos, pero la mayoría de veces también lo hacían libres, españoles, mestizos e indios (Díaz Díaz, 2011, p. 235).
La evasión y la confrontación también fueron dinámicas en las que se desarrolló la cotidianidad de las relaciones esclavistas. En la provincia del Raposo y en el Real de Minas de Yurumanguí no todas las revueltas eran pacíficas, como se muestra en la carta del 4 de julio de 1754:
Las novedades que por la provincia hay son que el día 2 de marzo a las 9 de la noche se levantó la cuadrilla de Dionisio Quintero y del padre Thomás y mataron al minero Christóbal de Sarria, el que llamaban el sobrino; luego degollaron a 2 niños, uno el hijo de este y el otro del herrero Bonilla, éste amaneció vivo y lo enterraron medio vivo y luego mataron al otro minero, con pausas, sirviéndole de receso los movimientos del pobre mártir, y coronaron rey [a un esclavo], discurriendo caer Anaya, y conquistar esto, y luego a Yurumanguí; más dios atajó esto, porque hallándome yo allí de paso para [ir a] Iscuandé animé a la presa que se hizo con facilidad, quedando al tiempo del asalto que se les dio muertos a balazos el Rey y su General; pero nada castigada la maldad respecto a que estos no fueron los principales movedores, y los que lo fueron quedaron sin castigo porque vale más el interés que la razón y justicia. (Fondo Arroyo, signatura 54, signatura 26, folio 76V, 76A, Popayán, 24 de octubre de 1741)
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