Desde muy joven, Fuster había sentido una profunda preocupación por la situación cultural, lingüística, económica y política del País Valenciano, un interés constante que él mismo denominó «pasión» y «obsesión» y que se muestra en buena parte de sus escritos y de las actividades en las que tomaba parte. Entre los aspectos que merecieron su atención tiene un lugar destacado la adscripción nacional del pueblo valenciano, que para él era inequívocamente catalana. Esta opción la sirvió siempre con una alta dignidad, pero también advirtiendo que su nacionalismo solo era un gesto mantenido de resistencia, una reacción defensiva democrática, frente a nacionalismos agresivos y destructores. Durante la Transición explicaba su postura en frases que traduzco: «Más de una vez lo he dicho: como mucho, soy “nacionalista” en la medida en que me obligan a serlo, lo indispensable y basta. Porque, bien mirado, nadie es nacionalista sino frente a otro nacionalista, en beligerancia sorda o corrosiva, para evitar sencillamente el oprobio o la sumisión». 10
Todo esto, más su definición personal y pública, nítidamente favorable a un régimen democrático, le valió todo tipo de ataques en algunos periódicos –particularmente miserable fue el que se le dedicó en 1963, ya aludido–, pintadas en la fachada de su casa, injurias e incluso dos atentados con explosivos contra su domicilio. El primero, en 17 de noviembre de 1978; el segundo, en septiembre de 1981, meses después del golpe de estado fracasado de Tejero, Armada, Milans del Bosch y otros, muchos de cuyos cómplices nunca fueron juzgados. Tampoco los culpables de los atentados contra Fuster fueron detenidos ni castigados, como analizó Francesc Bayarri en Matar Joan Fuster (i altres històries) (2018). Manuel Vicent dedicó al intento criminal un artículo: «A Joan Fuster, ileso» ( El País , 2 de octubre de 1981). Vale la pena citarlo con alguna extensión, porque contiene un retrato de la víctima muy agudo e intencionado: «Joan Fuster es el caso más genuino del poder de la inteligencia. He aquí cómo el trabajo de un investigador, la simple labor de esta especie de monje laico y erudito […] se abre paso a través de las cuartillas, repercute en las cabezas de una minoría de jóvenes intelectuales y se expande por círculos universitarios, penetra en la guitarra de algunos cantantes y salta lenta pero forzosamente a la calle. Los partidarios de Joan Fuster se mueven por las ideas. Los enemigos de Joan Fuster han comenzado a trabajar con Goma 2». 11
Con los últimos años de la dictadura y los primeros del régimen democrático, especialmente los de la «Transición», el compromiso civil de Fuster se hizo más declarado que antes, a favor de las posibilidades que el cambio de régimen previsiblemente tenía que abrir. Así, impulsó la redacción de un proyecto de Estatuto de Autonomía para el País Valenciano –simbólicamente datado en Elx y que recibe el nombre de aquella ciudad– y participó en aplecs y otros actos. En colaboraciones periodísticas y a través de algunos folletos, manifestó opiniones y dudas con una particular contundencia expresiva, especialmente ácida cuando trataba cuestiones valencianas, en medio de una campaña de intoxicación informativa y de violencia física que, con un propósito de falsificación se ha denominado, en el ámbito local, la Batalla de València , y que no fue más que una demostración de cómo la derecha supo asegurarse la prolongación de su predominio social en medio de las bambalinas de la Transición, un viaje rápido y gratis, desde la adhesión inquebrantable, provechosa e interesada a la dictadura hasta la pureza democrática más acrisolada e indiscutible. Un periodo turbio y lleno de equívocos. De aquel tiempo y de esa orientación temática, son los escritos recogidos en Destinat (sobretot) a valencians (1979), El blau en la Senyera (1977), Notes d’un desficiós (1980), Ara o mai (1981), País Valencià, per què? (1982) y Punts de meditació (1985).
Su posición, abiertamente crítica con el franquismo, no fue especialmente favorable a la nueva situación política creada después de 1975. Publicó, en aquellos años del cambio de cuadrante en la política estatal y valenciana, escritos de gran dureza y, a favor de las posibilidades que se abrían para la libertad de expresión, de una contundente claridad. Repetidas veces declaró que lo único que le interesaba de la Constitución promulgada en 1978 era la previsión legal de derogarla. Pero había tal vez más que eso: como un repliegue o un desistimiento frente a un panorama decepcionante, al ver cómo los entonces habitualmente denominados poderes fácticos mantenían en gran medida su plena capacidad limitadora, opresiva. De ahí su reacción inmediata en un artículo ante los hechos del 23 de febrero de 1981, o, cuando ya había dejado de colaborar en los periódicos, la ausencia de su nombre al pie de escritos en favor o en contra de episodios de una cierta trascendencia, ya con el PSOE en el poder. No he podido encontrarla en documentos semejantes relacionados con el referéndum sobre la permanencia en la OTAN, en marzo de 1986, por ejemplo, o la gran huelga general de diciembre de 1988. Por un azar, puedo aportar a ello un testimonio personal, ya que, en mayo de 1989, en relación con un manifiesto de apoyo a la candidatura de Izquierda de los Pueblos a las elecciones para el Parlamento Europeo convocadas para el mes siguiente, me escribía esto que traduzco del catalán: «He decidido no firmar ya nada. Tal vez el testamento». Decisión clara, a pesar de que el tercero de la lista era Vicent Ventura, uno de sus mejores amigos. Por esos derroteros podría explicarse también su presencia sorprendentemente muda en las sesiones del Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas celebrado en València en 1987, cuya convocatoria había firmado junto a Octavio Paz, Juan Cueto, Juan Goytisolo, Ricardo Muñoz Suay, Fernando Savater, Jorge Semprún y Manuel Vázquez Montalbán.
VOLVER A LA UNIVERSIDAD (1983)
Los artículos seleccionados por Salvador Ortells en este volumen pertenecen a una etapa en la actividad intelectual de Fuster que él mismo cerró unos cuantos años antes de morir para dedicarse a otras tareas, ya que nunca llegó a jubilarse en el sentido pleno de la palabra, ni mucho menos dejó de trabajar. El último de los escritos aquí recogidos es de 1983. El ámbito temporal en que podrían haberse extraído otros posteriores no era en todo caso muy amplio, puesto que el autor abandonó las colaboraciones periodísticas regulares en 1985 para emprender una última etapa laboral que venía a coincidir, en los temas, con un interés en él antiguo y permanente hacia estudios de historia cultural y literaria más o menos alejados de la actualidad inmediata.
Pasada la Transición política, Fuster, con unos sesenta años, fue dejando de lado la actividad periodística y fue reclamado para la vida universitaria, porque parecía claro que había llegado el momento de aprovechar su saber en la formación de nuevas generaciones.
Un proyecto de Ley de Autonomía Universitaria que no llegó a aprobarse planteó, a principios de 1980, la posibilidad de nombrar como catedráticos extraordinarios, por petición de las propias universidades, a personalidades a las que las circunstancias políticas –dicho de uno u otro modo– habían impedido aportar sus méritos culturales y científicos a la docencia académica española. En la prensa apareció el nombre de Fuster, junto a los de Julio Caro Baroja, Juan Marichal, Manuel Sacristán, Salvador Giner, José Vidal Beneyto, Ignacio Sotelo, Carlos Castilla del Pino, Manuel Tuñón de Lara, entre otros. 12Sintomáticamente, Camilo José Cela fue uno de los pocos favorecidos por aquella vía de acceso a la cátedra. En el mismo 1980.
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