En los periódicos
Ya se ha dicho que Fuster no parecía muy dispuesto a ser oficinista o abogado. Un hecho que en principio podría no haber tenido gran trascendencia en su vida profesional le serviría justamente para reorientarla por muchos años: en abril de 1952, Levante –diario matutino del Movimiento en València– le premió en concurso un poema de tema religioso y, a continuación, le abrió la posibilidad de publicar algún artículo. La anécdota parecerá seguramente extrañísima a una persona joven ahora mismo: ¿un concurso de poesía religiosa en un diario? y ¿Fuster presentándose a él, con casi treinta años de edad? Las cosas eran así entonces. Ganó el premio, aceptó la invitación de continuar enviando originales y se convirtió en colaborador más o menos habitual del periódico. Y así, poco después, se le abrieron las puertas del vespertino Jornada , que pertenecía también a la cadena de medios de comunicación creada por FET y de las JONS, a menudo incautando bienes de personas u organizaciones partidarias de la vencida República. Las dos cabeceras acogieron escritos fusterianos –firmados o con seudónimos diversos– durante prácticamente un decenio, sobre todo o casi exclusivamente de tema cultural. La sección semanal «Jornada de las artes y las letras», aparecida en diciembre de 1957, debía de ser en parte responsabilidad suya.
Estos y otros trabajos, ya desde las páginas de Verbo , le relacionaban de continuo con la vida literaria del momento en España. Así, en 1954 formó parte de la delegación catalana, encabezada por Carles Riba, en el III Congreso de Poesía, celebrado en Santiago de Compostela. Y, cuando en 1956 Guillermo Díaz-Plaja, Dámaso Santos, Felipe Sordo y Juan Ramón Masoliver crearon unos Premios de la Crítica que aún se celebran hoy, fue llamado enseguida al jurado, como Josep Maria Castellet, José Luis Cano, Antoni Vila nova y otros periodistas, editores o profesores. En el certamen se trataba de distinguir una obra publicada el año anterior, inicialmente de poesía o narrativa y en castellano, aunque después se iría ampliando la convocatoria. Entre los primeros galardonados se contaban Camilo J. Cela, Rafael Sánchez Ferlosio, Gabriel Celaya, Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, José Hierro y Blas de Otero.
Por razones semejantes, y en coincidencia con su debut como crítico en la sección «Libros catalanes» del semanario barcelonés Destino , asistió al I Coloquio Internacional de Novela, en Formentor, impulsado sobre todo por el editor Carlos Barral y el novelista Camilo José Cela, en el que intervinieron Robbe-Grillet, Juan y Luis Goytisolo, Italo Calvino, Jordi Petit, Mercedes Salisachs, Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Michel Butor, Castellet, Celaya y José María Valverde.
En definitiva, su prestigio como crítico y ensayista le hizo miembro de numerosos jurados, en los Premios Valencia, de literatura, Sant Jordi, de novela, o Lletra d’Or. En el del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, instituido en 1969, y que él mismo recibiría en 1975, trató sin éxito de que fuese concedido a Josep Pla. Mejores resultados obtuvo al conseguir que la exiliada Mercè Rodoreda publicase su novela más conocida, La plaça del Diamant (1962).
Incidentalmente, por su trabajo en Verbo , que tenía intercambio con otras revistas de las que él seleccionaba textos para insertar en la suya, descubrió la existencia de publicaciones mantenidas por catalanes exiliados en América desde 1939. Estableció contacto epistolar con alguno de ellos y en 1950 comenzó así su colaboración en periódicos como La Nostra Revista y Pont Blau una vinculación a distancia que le ayudaría a relacionarse, más directamente, con el mundo literario en catalán que con dificultades sobrevivía en la España dominada por el franquismo. En las revistas del exilio pudo escribir además ensayos breves de una cierta importancia, sin cambiar de lengua, y abordar cuestiones que aquí no hubiese podido tratar, como la identidad nacional catalana, incluyendo en ella el País Valenciano o las Baleares.
Más allá de los artículos circunstanciales, aun cuando a partir de un momento pudiesen ofrecerle ingresos económicos regulares, los intereses de Fuster como escritor se habían orientado hacia el ensayo en dos direcciones paralelas. Por una parte, los estudios y análisis sobre la literatura catalana; por otra, las reflexiones sobre hechos culturales y sociales de alcance mucho más amplio y, si se quiere, universal. En el primer sentido, han tenido una larga vigencia sus escritos sobre la obra y el pensamiento de autores del siglo XV –la poesía de Ausiàs March, la oratoria de san Vicent Ferrer, los sarcásticos versos de Jaume Roig o el encubierto feminismo de sor Isabel de Villena–, editados entre 1954 y 1962 por la Revista Valenciana de Filología , publicación de la Institución Alfonso el Magnánimo, organismo provincial de cultura vinculado con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
También atrajeron el interés hacia su perspicacia como lector e intérprete de la historia sociolingüística valenciana los trabajos recogidos con el título unitario Poetes, moriscos i capellans (1962), publicados después como Poetas, moriscos y curas (1969) por Ciencia Nueva, de Madrid, una de aquellas editoriales que el franquismo no pudo soportar, ya que estaba relacionada con el Partido Comunista de España. El original se había beneficiado de una beca del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), a través de la delegación española del Comité d’Ecrivains et d’Editeurs pour une Entreaide Européenne, en una de las convocatorias en que fueron seleccionados, entre otros, Enrique Tierno Galván, Alfonso C. Comín, Esteban Pinilla de las Heras, Francesc Vallverdú, A. M. Badia i Margarit, José M. Moreno Galván, Javier Muguerza, Daniel Sueiro, José Jiménez Lozano y Luis Felipe Vivanco. 7Conviene recordar aquí, incidentalmente, que Fuster, en relación con el Congreso por la Libertad de la Cultura, y sustituyendo a Jaime Gil de Biedma, tomó parte en el «Seminario sobre realismo y realidad en la literatura contemporánea», celebrado en Madrid en 1963. Otros participantes fueron José Luis L. Aranguren, Alfonso Sastre, Castellet, Celaya, Luis Martín Santos, Nathalie Sarraute o Mary McCarthy. Cela, fiel a sus antiguas funciones de censor, asistía como informante secreto del Ministerio de Información. 8Las intervenciones de Fuster en actividades subvencionadas por el CLC se completan con su colaboración, junto a Joan Perucho, Gonzalo Torrente Ballester, Martín Santos y otros, en el volumen colectivo El amor y el erotismo (1965) y la publicación por la editorial Seminarios y Ediciones, derivación final en España de aquella aventura, de El hombre, medida de todas las cosas (1970), traducción del volumen L’home, mesura de totes les coses (1967) y del prólogo de Joaquim Molas. Por obligaciones filiales no pudo asistir al II Coloquio Cataluña-Castilla, preparado bajo los auspicios del Congreso por la Libertad de la Cultura y celebrado en Toledo en noviembre de 1965, con la participación de Aranguren, Castellet, Ernest Lluch, Vicent Ventura, Rafael Lapesa, Tierno Galván, Jordi Carbonell, Joan Reventós, Maurici Serrahima, Laín Entralgo, Domingo García Sabell, Dionisio Ridruejo y otros.
Al mismo tiempo que se interesaba por la historia cultural de su país, Fuster había centrado su atención crítica en los debates sobre figurativismo y abstracción en las artes plásticas a través del libro El descrèdit de la realitat (1955), que se tradujo pronto al castellano como El descrédito de la realidad (1957), para Seix Barral, o sobre otros debates culturales, en Les originalitats (1956). Esta obra pasó al castellano en el pequeño volumen Las originalidades. Maragall y Unamuno frente a frente (1964), publicado en la colección Renuevos de Cruz y Raya, orientada por José Bergamín con el proyecto de seguir la estela de la conocida revista por él dirigida antes de la guerra, dentro de una editorial fundada por Arturo Soria, también regresado del exilio. De aquel periodo son los escritos ensayísticos que se encuentran en Figures de temps (1957), Indagacions possibles (1958) o Judicis finals (1960, Giudizi finali , 2006).
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