Joan Fuster - Joan Fuster - escritos de crítica cultural

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Joan Fuster (Sueca, 1922-1992) ejerció la crítica cultural de manera continuada a lo largo de su intensa trayectoria literaria, y en ella desplegó su gran sagacidad y su pensamiento «hipercrítico» –en palabras de J. M. Castellet– para opinar y reflexionar sobre cuestiones relacionadas con la literatura, las artes plásticas, la música, la filosofía, la historia… Este volumen recoge una selección representativa de estos escritos de «estética cultural» –en los que destacan su prosa incisiva, su perspicacia para observar la realidad y su amplio bagaje cultural–, que hasta ahora se encontraban dispersos en revistas o periódicos publicados entre la segunda parte de la década de 1940 y la primera de 1980, etapas clave en el panorama cultural contemporáneo, tanto en España como en el resto del mundo occidental. En este sentido, la presente antología es una auténtica operación de rescate intelectual hecha a partir de los fondos documentales, hemerográficos y bibliográficos del escritor.

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Los más resabiados –y no sé si sabios– intelectuales del viejo continente han denunciado el hecho con sus mejores aspavientos verbales: las masas, he ahí al enemigo. Y, desde cierto punto de vista, este fenómeno que, para entendernos, llamaríamos «masificación», fatal y característico en el mundo de hoy, no deja de ofrecer una faceta más bien siniestra. El «hombre masa» de los sociólogos y pseudosociólogos se dibuja como un tipo humano y cultural «regresivo», si se le compara con ciertas sutiles creaciones minoritarias propias de la sociedad aristocrática o de la edad de oro de la burguesía. Eso es cierto (Fuster, 1962 a : s. p.).

Como ya hiciese en «Las masas sin rebelar», incidía en la idea de que, para extensos núcleos de población que vivían en condiciones deplorables, ser «hombre-masa» constituía en sí mismo una victoria sin precedentes, pero valorando debidamente las consecuencias del desarrollo técnico, que, al condicionar los medios de producción y de distribución, favorecía la aparición de «una nueva y extraña especie zoológica, a la cual todos pertenecemos, que recibe el nombre de “consumidor”» (Fuster, 1962 a : s. p.). Esta estandarización del consumidor ya fue expuesta por Adorno a través del concepto de «pseudoindividualización». En este sentido, Fuster, como el pensador alemán, no ignoraba que las opciones del consumidor están sometidas a las leyes del mercado. También en el ámbito cultural, aunque tales opciones queden encubiertas bajo el aura de una obra personal aparentemente inspirada, y por más que se revista a la producción cultural de un halo de libre elección y de mercado abierto. No en vano, las masas «quieren bienes estandarizados y pseudoindividualización porque su tiempo de ocio es un escape del trabajo moldeado a la imagen de las actitudes psicológicas a las que los tiene acostumbrados de manera exclusiva su trabajo cotidiano» y, por tanto, «demandan lo que de todas formas van a recibir» (Adorno, 2012: 247). Ante tal tesitura, Fuster sopesaba los pros y los contras, teniendo en cuenta que, a pesar de que las bondades del progreso implicaban el reverso siniestro de una mentalidad uniformizada, la masificación cultural suponía un estadio superior al analfabetismo o a la inopia intelectual para gran parte de la sociedad. Es decir, no descuidaba que la mayoría de la población civil, subyugada con salarios escuálidos e interminables jornadas laborales en épocas anteriores, no pudo participar de las amabilidades más básicas de la civilización. En cambio, Fuster también constataría que, por más paradójico que resultase, fueron las exigencias del capitalismo las que llevaron a democratizar estos beneficios, destinados inicialmente a la clase dominante:

No interviene en ello ninguna veleidad «condescendiente» o «caritativa», por parte del capitalismo, ni éste cambia lo más mínimo en su complexión clasista. Ocurre, simplemente, que por una inflexible fatalidad del desarrollo «técnico» –los medios de producción–, su industria se ve obligada a ensanchar su mercado: el «consumo», por tanto, se convierte en un problema de masas, por decirlo así –y decirlo mal– (Fuster, 1964 a : s. p.). 26

Por otra parte, Fuster denunció que la consecuencia más perjudicial del consumo capitalista era la anestesia del impulso «revolucionario» de la ciudadanía, con la consiguiente invalidación de cualquier intento de acción transformadora por parte de las masas:

La estampa clásica del obrero sacrificado y consciente, luchador y explotado, que ilustra el santoral del socialismo y del anarquismo, se desvanece, y es sustituida por otra mucho menos «heroica»: la del «prolo» que dispone de automóvil y de electrodomésticos más o menos eficaces, y que vota a De Gaulle o a Erhard. No hay ni una pizca de idilismo en todo esto. La capacidad adquisitiva del proletario, que se traduce en los pertrechos de su hogar y de sus días de asueto –vacaciones pagadas incluso–, no proceden de un obsequio o de una justicia: su esfuerzo le cuesta. Pero ello le «distrae».

Le «distrae» –le aparta– de su «revolución». Actualmente, las reivindicaciones «revolucionarias» de la clase obrera, en las «sociedades de consumo», se han evaporado. Nadie reivindica nada, excepto un aumento de jornales. Pedir un aumento de jornal no es –creo– pedir la «revolución». El proletariado «seducido» por el «consumo» –el televisor, la nevera, el coche…– ya no piensa en «revoluciones». […] Todos «vivimos» alucinados por la inagotable y amena variedad de las «comodidades» que nos ofrecen los escaparates de las tiendas. Pensando en ellas, la «despolitización» es un hecho (Fuster, 1964 a : s. p.).

No pudo ser más certero en el diagnóstico: los ciudadanos se habían acomodado a la «sociedad de consumo». 27Pero establecido el dictamen, no rehuyó la responsabilidad – passez le mot – de llevar a cabo una continuada denuncia social a través de numerosos artículos sobre el trabajo y el ocio, la tecnificación del mercado laboral y la reducción de la jornada laboral o el avance de los derechos laborales… 28Siempre escépticamente comprometido –valga el oxímoron– con el papel de la cultura en el consumo de la cuota de tiempo libre de que disponen los ciudadanos.

2. UNA INTENSA ACTIVIDAD COMO CRÍTICO

Habiendo explorado, aunque de manera muy sucinta, cómo se incardinan la «cultura satélite» y la «cultura de masas» en Fuster, creo haber determinado las coordenadas espaciotemporales que circunscribieron buena parte de su actividad intelectual. Mucho más complejo, si no imposible, sería dilucidar con precisión cronológica el itinerario de lecturas que llevó a cabo para establecer su particular concepción de la crítica cultural. Y lo sería, principalmente, porque, como él mismo reconoció en diversas ocasiones, sus lecturas tendieron a ser caóticas y aleatorias. No podía ser de otra manera. Hubiese sido imposible programarlas y llevarlas a cabo de manera sistemática, teniendo en cuenta las limitaciones del mercado bibliográfico español durante la mayor parte de la vida del escritor, las de su misma economía particular y las que pesaban sobre las bibliotecas públicas de su tiempo, por ejemplo, en València, que era la capital más próxima para él. Devoró todo cuanto cayó en sus manos, sin un plan preestablecido, pero con un apetito insaciable. Por suerte, lo hizo guiado por su inteligencia intuitiva y exquisito olfato lector, descreído de métodos académicos que imponen teorías infalibles e inflexibles. Como tantos autores coetáneos suyos, dedicó una cantidad nada despreciable de páginas a reflexionar sobre la función de la crítica. Su ejemplo ratifica la observación del crítico Gaëtan Picon (1965: 359-360) sobre la evolución de la estética, que dejó de ser paulatinamente un simple capítulo de los sistemas, como en siglos pasados, para convertirse en una disciplina independiente.

2.1 Sobre la función de la crítica cultural

En verdad, nunca como en el siglo XX, y en el XXI, ha reflexionado más el artista sobre sí mismo ni ha sido tan abundante la literatura dedicada al arte. Fuster, reitero, es un fiel ejemplo de ello. Ya en los años cincuenta había leído y asimilado obras de referencia como Función de la poesía y función de la crítica , de Eliot, y La imaginación liberal , de Trilling. Y cito ambos autores, no tanto con la finalidad de contrastar maneras opuestas de concebir o de ejercer la crítica literaria –con la referencia interpuesta del New Criticism – como por su papel preeminente en las décadas de 1950 y 1960; es decir, como muestra del afán por mantenerse conectado a los pensadores más influyentes del momento. Junto a Eliot y Trilling, cabría incluir muchos autores más, tanto o más decisivos. No ocupan un lugar secundario Paul Valéry y Eugenio d’Ors, dos pensadores por los que sentía una auténtica admiración que no quedaba menguada, en absoluto, por algunas boutades que les dedicó. Bastará con recordar que de Valéry dijo que su poesía diamantina no era comestible, y al desertor lingüístico que fue D’Ors, lo calificó de viejo intelectual francés de derechas. Tanto da, pues a ambos consagró lecturas exhaustivas que, en mayor o menor medida, se proyectaron en sus escritos: de Eugenio d’Ors ya he apuntado algunos títulos, y de Valéry podría citar su producción entera, en bloque, sin incurrir en una exageración, aunque obras como Política del espíritu y Las quintaesencias –tan poco citadas, en comparación con Teoría estética y poética o Cuadernos – tienen un peso considerable en la literatura de Fuster y, en concreto, en su producción aforística, que también constituye una fuente importante de conocimiento sobre su visión general del mundo de la cultura. No sería improductivo ampliar la inacabable nómina de obras que Fuster leyó con fruición al respecto: los Extractos de un diario , de Charles Du Bos; los Estudios literarios que André Maurois dedicó a Valéry, Gide, Proust, Bergson, Claudel y Péguy; el Panorama de las ideas contemporáneas que editó Gaëtan Picon; la Historia social de la literatura y el arte , de Arnold Hauser; los Ensayos críticos acerca de literatura europea , de Ernst R. Curtius; Contrapunto de Aldous Huxley, que le llevó al descubrimiento de los cuartetos de Beethoven; los Ismos de Gómez de la Serna; El hombre y la técnica , de Oswald Spengler; la descomunal Historia del arte en tres volúmenes de Josep Pijoan…

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