John Norman - Los nómadas de Gor

Здесь есть возможность читать онлайн «John Norman - Los nómadas de Gor» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los nómadas de Gor: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los nómadas de Gor»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El terráqueo Tarl Cabot, ahora guerrero de la Contratierra, se aleja de los Montes Sardos llevando la misión de recuperar un misterioso objeto, fundamental para los destinos de los reyes sacerdotes. Los nómadas de Gor, los salvajes y peligrosos pueblos de las Carretas, conservan ese objeto.
Tarl Cabot, solo, intentará rescatarlo.

Los nómadas de Gor — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los nómadas de Gor», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—No te metas en esto, chico —dijo Kamchak con mucha tranquilidad. En este lugar estamos tratando de cosas serias, no de chiquilladas.

—¡Atrás, tuchuk! —gritó el muchacho con la espada preparada delante de él.

Kamchak hizo una señal para que le pasaran una bolsa de oro. Empujaron hacia delante a Phanius Turmus, y del cazo que transportaba Kamchak tomó un saco de oro que lanzó hacia el joven. Pero éste no se movió de su sitio, sino que se preparó para enfrentarse a solas a la carga de los tuchuks.

Kamchak lanzó otro saco de oro a sus pies, y luego otro más.

—Soy un guerrero —dijo con orgullo el joven.

Kamchak hizo una señal a sus arqueros, y éstos se adelantaron, con sus flechas apuntadas sobre el joven. Inmediatamente, Kamchak le arrojó, una tras otra, una docena de sacos a los pies.

—¡Ahórrate tu dinero, eslín tuchuk! Soy un guerrero, y conozco mi código.

—Como quieras —dijo Kamchak levantando su mano para hacerles la señal a sus arqueros.

—¡No lo hagas! —grité.

Entonces, lanzando el grito de guerra turiano, el joven se lanzó hacia delante con su espada. Iba a caer sobre Kamchak cuando doce flechas volaron al mismo tiempo, y se clavaron todas sobre su cuerpo. El chico dio dos vueltas sobre sí mismo, pero luego intentó seguir para alcanzar a Kamchak, y otra flecha, y luego otra, hicieron impacto en su cuerpo, hasta que cayó a los pies del Ubar de los tuchuks.

Con sorpresa vi que ninguna de las flechas había penetrado en su torso, ni en su cabeza, ni en el abdomen, sino que interesaban solamente a brazos y piernas.

No había sido ninguna casualidad.

Kamchak le dio la vuelta sobre el suelo con su bota.

—¡Sé un tuchuk!

—¡Nunca! —susurró el joven, aturdido por el dolor, con los dientes apretados—. ¡Nunca, eslín tuchuk, nunca!

Kamchak se volvió para hablar con algunos de sus guerreros.

—Curadle las heridas —dijo—, y haced que sobreviva. Cuando pueda montar, enseñadle a cabalgar en la silla de la kaiila, y a manejar la quiva, el arco y la lanza. Vestidle con el cuero de los tuchuks. Necesitamos hombres como él entre los carros.

Vi los ojos asombrados del joven, que contemplaba a Kamchak sin entender lo que decía. Finalmente, se lo llevaron de la estancia.

—Con el tiempo —dijo Kamchak—, este chico será el comandante de un millar.

Nuestro Ubar levantó la cabeza para contemplar a los otros tres hombres: Ha-Keel, que seguía sentado con su espada en actitud muy reposada, el desesperado Saphrar y el alto paravaci, con su quiva.

—¡El paravaci es mío! —gritó Harold.

El hombre se volvió, furioso, para encararse con él, pero no dio ni un paso ni lanzó su quiva.

—¡Luchemos! —gritó Harold saltando hacia delante.

Obedeciendo al gesto de Kamchak, Harold retrocedió con expresión de enfado, y la quiva en su mano.

Los dos eslines rugían y tiraban de sus cadenas. El pelo rojizo que colgaba de sus fauces estaba salpicado por la espuma de su agitación. Los ojos les brillaban. Las garras emergían y se retraían una y otra vez, desgarrando la alfombra.

—¡No os acerquéis! —gritó Saphrar—. ¡No os acerquéis, si no queréis que destruya la esfera dorada!

Apartó la tela púrpura que había cubierto la esfera, y luego levantó ésta por encima de su cabeza. Mi corazón se detuvo durante un momento. Agarré de la manga a Kamchak.

—¡Que no lo haga! ¡Sobre todo! ¡Que no lo haga!

—¿Por qué no? —preguntó Kamchak—. ¡Esa esfera es un objeto inútil!

—¡Atrás! —gritó Saphrar.

—¡No lo entiendes, Kamchak! —exclamé.

—¡Escuchad al korobano! —gritó Saphrar con ojos brillantes—. ¡Él lo sabe! ¡Él lo sabe!

—¿De verdad crees que es tan importante que no destruya la esfera?

—¡Sí! —respondí—. ¡No hay nada tan valioso en todo Gor! ¡De ella depende el futuro del planeta!

—¡Escuchadle! —gritó Saphrar—. ¡Si os acercáis, la destruiré!

—Es imprescindible que no sufra ningún daño —le dije a Kamchak.

—Pero, ¿por qué?

No respondí a su pregunta porque no sabía cómo decir lo que debía explicar.

—¿Qué es eso que sostienes? —le preguntó Kamchak a Saphrar.

—¡La esfera dorada! —gritó Saphrar.

—Pero, ¿qué es la esfera dorada?

—No lo sé —respondió Saphrar—. Todo lo que sé es que algunos hombres ofrecerían la mitad de las riquezas de Gor por ella.

—Pues yo no daría ni un discotarn de cobre por ella.

—¡Escucha al korobano! —gritó Saphrar.

—¡No debe destruirla! ¡Es muy importante! —dije yo.

—¿Por qué? —volvió a preguntar Kamchak.

—Porque..., es la última semilla de los Reyes Sacerdotes —dije al fín—. Es un huevo, un niño..., es la esperanza de los Reyes Sacerdotes, de todos ellos..., lo significa todo, el mundo, el universo...

Los hombres murmuraban alrededor de mí. Estaban sorprendidos. Los ojos de Saphrar parecían a punto de estallar. Ha-Keel también me miraba, olvidándose momentáneamente de su espada y del aceite para limpiarla. El paravaci miraba a Saphrar.

—Yo no lo creo —dijo Kamchak—. A mí me parece que es un objeto inútil, y basta.

—No, Kamchak. Por favor.

—¿Es éste el motivo por el que viniste a los Pueblos del Carro? ¿Por la esfera dorada?

—Sí —respondí—, ése era el motivo.

Recordaba nuestra conversación en el carro de Kutaituchik.

Los hombres que nos rodeaban se agitaron. En algunos era visible la irritación.

—¿Habrías robado esta esfera? —preguntó Kamchak.

—Sí, lo habría hecho.

—¿De la misma manera que Saphrar?

—No, yo no habría matado a Kutaituchik.

—¿Y por qué razón la habrías robado?

—Para devolverla a las Sardar.

—¿No la querías para guardártela, para tu propia riqueza?

—No, no la quería para eso.

—Te creo —dijo Kamchak, para luego alzar la vista y mirarme mientras decía—: Sabíamos que un día u otro vendría alguien desde las Sardar. Lo que no sabíamos era que tú fueses ese alguien.

—Yo tampoco lo sabía.

—¿Tienes la intención de comprar tu vida con la esfera dorada? —dijo Kamchak mirando al mercader.

—¡Si es necesario, sí! —gritó Saphrar.

—Pero yo no quiero esa esfera, yo sólo quiero atraparte a ti.

Saphrar palideció, y volvió a colocar la esfera por encima de la cabeza.

Me alivió ver que Kamchak hacía un gesto a sus hombres indicándoles que no dispararan. Agitó la mano y todos los demás, a excepción de Harold, el cuidador de los eslines y yo mismo, se retiraron unos metros.

—Así está mejor —dijo Saphrar.

—Enfundad vuestras armas —ordenó el paravaci.

Le obedecimos.

—¡Retroceded con vuestros hombres! —gritó Saphrar subiendo un escalón—. ¡Si no lo hacéis, destrozaré la esfera dorada!

Kamchak, Harold, el cuidador de los eslines y yo retrocedimos lentamente, arrastrando a los dos animales que no dejaban de tirar de las cadenas y parecían enloquecidos al ver que les alejaban de su presa, Saphrar.

El paravaci se volvió a Ha-Keel, que había enfundado su espada y permanecía en pie, después de haberse desperezado y guiñado un ojo.

—Tienes un tarn —dijo el paravaci—. ¡Llévame contigo! ¡En mi mano está el ofrecerte la mitad de las riquezas de los paravaci! ¡Boskos, y oro, y mujeres, y carros! ¡Todo eso puede ser tuyo!

—Supongo —dijo Ha-Keel— que todo cuanto tienes no es suficiente para comprar la esfera dorada. Y te recuerdo que esa esfera está en manos de Saphrar.

—¡No podéis abandonarme aquí! —gritó el paravaci.

—No pujas lo suficiente para obtener mis servicios, eso es todo —dijo bostezando Ha-Keel.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los nómadas de Gor»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los nómadas de Gor» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los nómadas de Gor»

Обсуждение, отзывы о книге «Los nómadas de Gor» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x