– ¿Cómo, es que está esperando a alguien? -preguntó Brian.
Madden volvió a apagar la luz y se levantó. Vio manchas anaranjadas bailotear ante sí. Brian también las vería. Madden se permitió el lujo de cogerlo por el hueco del brazo y lo condujo a través de las cortinas, al interior del otro cuarto.
– Es solo que no quiero que nos interrumpan, si vamos a hablar de negocios. Allí nadie nos molestará. No te importa, ¿verdad?
Encendió las luces y quedaron el uno enfrente del otro. Brian Spivey paseó la mirada por la habitación pintada en tonos reconfortantes, todo en ella de madera oscura y manchada, casi del mismo estilo que cuando Madden empezó a trabajar allí. A lo largo de los años solo había habido alteraciones menores y todo se había integrado tan bien que Madden había olvidado hacía mucho tiempo qué aditamentos y arreglos se habían hecho en fecha posterior y cuáles no. Levantó la mirada hacia Brian.
– Bueno, querías hablar -dijo cruzando los brazos.
Brian sonrió y se rascó el pelo rojo, cortado casi al cero. Llevaba la misma cazadora de aviador y tenía la cara cubierta de minúsculos alfilerazos.
– Sí. Para hablar, para eso he venido. -Le guiñó un ojo y al mismo tiempo dobló el índice y el pulgar de la mano izquierda y le apuntó como si empuñara una pistola.
– No tengo nada que hablar contigo -dijo Madden-. Ya te dije anoche todo lo que tenía que decir.
Brian sacudió la cabeza.
– Vamos, señor Madden, usted no tiene que decir una palabra. Ya hablo yo por los dos. ¿No lo prefiere?
– Depende mucho de lo que vayas a decir.
– ¿No tiene nada de beber por aquí? -preguntó Brian-. Me vendría bien un trago, si lo hay. ¿Lo hay? -Se acomodó en el sillón en el que con frecuencia Madden se quedaba dormido escuchando la radio. Madden intentó mantener la calma. Aquella sensación de inflexibilidad se iba extendiendo por su cuerpo. Respiró despacio y profundamente por las fosas nasales. Sacó la botella y un par de tazas de café de la zona de recepción y sirvió a Brian un par de dedos de whisky.
– Tú dirás cuánto.
– Ya -dijo Brian, arrebatándole la botella. Se bebió de un trago una taza llena de whisky y volvió a llenarla. Madden bebía de la suya a sorbos comedidos. No quería pasarse de la raya y acabar borracho perdido.
Brian se recostó en su sillón. Observaba a Madden con frialdad. Madden luchó por no devolverle una mirada demasiado enérgica. No quería provocarlo.
El silencio se aposentó en la habitación y Brian se sirvió otro trago. Por lo visto, no tenía prisa por discutir ni aquel asunto ni ninguna otra cosa. Al cabo de un rato se inclinó hacia delante y dijo simplemente:
– Necesito dinero. -Luego volvió a reclinarse y se quedó mirando a Madden.
– Todos necesitamos dinero -dijo Madden-. Es uno de los hechos inmutables de la vida.
Brian rompió a reír bruscamente.
– ¿De dónde saca esas palabrejas, Madden? Inmu… ¿qué? Hay que joderse. Eso sí que es tener clase. -Se rascó la cabeza-. Bueno, lo que tú digas, tío. El caso es que necesito pasta y tú vas a conseguírmela. Tienes una casa muy bonita. Y aquí ganas una pasta gansa, ¿eh? Rellenando muertos o lo que coño hagas con ellos. Muertos siempre ahí, ¿no? Ingresos regulares y tal. Es de locos, tío. Ya te digo.
Madden respiró otra vez.
– Brido… Brian… no sé cuánto dinero necesitas, pero no puedo dártelo. No me queda nada. Mi mujer necesita ayuda profesional. Eso cuesta dinero. Y yo tengo que trabajar aquí para conseguirlo. Eso requiere tiempo. No tengo más que…
– ¿Alguna vez habéis tenido aquí una estrangulación, Madden? -dijo Brian. Bebía de su whisky y lo miraba fijamente-. ¿No os han traído nunca un tío estrangulado? ¿No?
Madden guardó silencio. Brian bebió de nuevo.
– Son curiosos, los estrangulamientos. Bueno, tú ya lo sabes, ¿no? Has visto alguno. Seguro que has tenido unos cuantos desde que estás aquí. ¿Sabes lo que te digo? Lo he estado mirando. Es horrible, tío, de verdad. Tan descoloridos, tío. Es muy feo. Aunque creo que tú sabes un poco de eso. Asfixia, lo llaman. Se dice así, ¿no?
Madden asintió con la cabeza.
– Mira, Madden, sé lo tuyo. Y sería una lástima que se corriera la voz, ¿no crees? Sería una vergüenza que se enterara tu mujer. Una putada, ¿eh? ¿Qué crees que pensaría? No creo que se pusiera muy contenta. No, no se pondría muy contenta… Y luego está la policía.
Madden sintió que la rigidez se extendía lentamente hacia su tórax, sintió que el frío descendía sobre él. Su boca no funcionaba como debía. Temía hablar, temía que la rigidez lo delatara, lo condenara. Tenía la cara entumecida. Apuró la taza de café y flexionó la mano izquierda. Tenía los dedos dormidos.
– Bah, no importa -dijo Brian alegremente-. Es uno de los hechos inmateriales de la vida, ¿eh? Siempre hay cosas que es mejor que la parienta no sepa. Ni nadie más. Así son las cosas y punto. ¿No tengo razón? Claro que tengo razón, joder.
Recostado en la silla con las piernas cruzadas, levantó la taza hacia Madden y la apuró de un trago.
– Así que creo que querrás echarme un cable, ¿eh, Madden? Querrás echarme una mano como puedas.
Madden sonrió y dijo:
– Si me lo pones así, supongo que no tengo otro remedio, ¿no?
– No, en eso tiene razón. Ha dado en el clavo. ¿No tiene nada más de beber? Esta botella está punto de acabarse.
Madden se levantó y levantó la botella vacía de la mesa.
– Creo que hay otra abajo, en el cuarto frío -dijo mientras se alisaba la bata-. Una ración de emergencia, por decirlo así. Solo para uso medicinal.
– Conque para uso medicinal, ¿eh?
– Sí -dijo Madden-. Se supone que no podemos tener alcohol en el establecimiento, pero de todas formas abajo hay un poco. En una botella.
Brian palideció. Casi imperceptiblemente, pero palideció. Lo justo.
– ¿Alcohol? ¿Bajando las escaleras?
– ¿Dónde va a ser, si no? En el cuarto frío. Allí es donde trabajo. Allí es donde guardamos los licores. ¿No estarás… nervioso?
Brian se levantó del sillón y se irguió en toda su estatura. Debía de medir un metro noventa y dos o noventa y cuatro. En todo caso, se cernía como una torre por encima de Madden.
– Estás de coña, ¿no? Ve tú delante.
Madden lo condujo con una mano apoyada en el hueco de su codo, como había hecho antes.
– Nada de eso -dijo-. Tú primero. Cuidado con esos escalones. Ojo con la cabeza al bajar. La escalera no fue diseñada pensando en hombres de tu estatura. -Madden reunió las fuerzas que el alcohol había inducido en él, dio un paso atrás y golpeó con la botella vacía la parte trasera de la cabeza de Brian Spivey. La cabeza cayó hacia delante bruscamente y golpeó contra el techo bajo. Brian dejó escapar un ruido semejante a un gruñido y se tambaleó ligeramente, en pie sobre el escalón de arriba. Madden le asestó otro golpe. Esta vez, la botella se rompió.
Brido se volvió y le sonrió.
– ¿Sabes?, mi madre me contó lo tuyo, Madden -dijo-. Tenía razón, ¿verdad?
Madden se quedó inmóvil, paralizado y lleno de espanto, mientras la sangre comenzaba a manar por detrás de la oreja izquierda de Brian Spivey. Tocó la sangre y se miró los dedos. Había mucha. La cara de Brian Spivey se volvió del color de la ceniza fría y Madden comprendió que, si no se hubiera caído de espaldas por las escaleras, habría muerto desangrado en cuestión de diez minutos.
Brian quedó tumbado al pie de las escaleras, con la cabeza torcida. Todavía sonreía. Madden se inclinó sobre él, acercó la mano a su cuello para buscarle el pulso y solo por la familiaridad de aquel gesto comprendió que Brian Spivey nunca había sabido nada del hallazgo del cuerpo de Catherine en el largo Ardinning. Brian -menudo imbécil- se había creído lo mismo que había pensado su madre: que esta lo había sorprendido a punto de estrangular a Rose, su propia esposa. ¡Pobre Brian! Un error, un malentendido. Por eso estaba ahora muerto, todavía caliente, sobre las baldosas de la funeraria.
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