Nick Brooks - La buena muerte

Здесь есть возможность читать онлайн «Nick Brooks - La buena muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La buena muerte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La buena muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Sobre La buena muerte: Hugh Madden trabaja como embalsamador y le encanta su trabajo: vive para sus «bellezas durmientes». Cuando su antiguo profesor de medicina aparece en el depósito de cadáveres, Madden recuerda sus años como estudiante en la universidad de Glasgow; en especial su amistad con un colega poseedor de un carisma peligroso, y de cómo acabó trabajando con muertos en lugar de salvar vidas…
Atrapado desde hace cuarenta años en un matrimonio insatisfactorio con una mujer hipocondríaca, en la vida cuidadosamente ordenada de Madden surge el caos cuando despide a la persona encargada del cuidado de su mujer y alguien descubre un cuerpo en un lago cercano. Los secretos enterrados de Madden empiezan a salir a la luz.
Nick Brooks se ha revelado como una de las voces más audaces y renovadoras de la narrativa británica. La buena muerte es un relato deslumbrante y oscuro teñido de elegante perversidad, acerca de esqueletos en el armario y cadáveres en la mesa mortuoria.

La buena muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La buena muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Obviamente, nada.

7

Fue una época extraña, recordaba Madden. Podrían haber sido los años treinta o los veinte, a juzgar por el impacto que tuvieron sobre él. Sencillamente, no se había sentido partícipe de aquella época, no pertenecía a ninguna generación. Sabía que la noche que vieron Todas las pistolas no tuvo que esperar a que pasaran los créditos del final para leer los nombres de todos los extras porque, por entonces, las películas llevaban los créditos al principio, antes de empezar. Una vez acabadas, solo aparecía en pantalla un letrero en el que ponía «The end», y se bajaba el telón. En todo caso, en aquella época no había desarrollado aún su obsesión por examinar el nombre de cada actor que aparecía en la pantalla, para estudiar detenidamente la nómina de nombres en busca de alguno que luego se hubiera convertido en una estrella, en un protagonista, en un secundario de prestigio. Hasta en un típico pestiño del estilo de Todas las pistolas podía haber una o dos caras que hubieran hecho de «indio con cicatriz número tres» y más tarde hubieran disfrutado de una larga carrera en las películas de serie B, en papeles más variados y exigentes.

Matón con puño americano número diecisiete.

Cadáver de aspecto lúgubre, número veintiuno.

Su memoria no siempre era exacta. ¿De verdad se llamaba Todas las pistolas aquella película? No estaba del todo convencido. Podía muy bien llamarse Seis pistolas. Aunque posiblemente no. Seis pistolas no parecían un contingente como para enfrentarse a la marea cruel del imperialismo apache. Hasta los Siete Magníficos tenían un hombre de refuerzo: Steve McQueen, que se apoderaba del espectáculo y más tarde se convertiría en una gran estrella por derecho propio.

Últimamente le daba que pensar el significado de esas vidas de la nómina de reparto, los don nadies que quizá se convirtieran en alguien, los alguien que volvían a ser don nadies. Los que triunfaban a lo grande; los que se quedaban al pie de la escalera y nunca se movían de allí. Los que vivían y morían en pantalla, y luego volvían a vivir y a morir en pantalla una y otra vez, hasta que simplemente morían. ¿Dónde estaba la cámara? Mirando a otro. Solamente otros don nadies recordaban su paso por allí, otros don nadies que olvidaban muy pronto, del mismo modo que eran olvidados. Eran lápidas funerarias, en realidad, aquellos créditos de reparto. Listas de difuntos. Madden se sentía en cierto modo emparentado con ellos: él también había sido un don nadie, y seguiría siéndolo pasara lo que pasase. Su potencial había permanecido siempre incumplido; había sido cercenado en agraz y desde entonces yacía insepulto. Sonrió al pensarlo.

En aquel momento no prestó mucha atención a Todas las pistolas, a los vericuetos de la trama y los personajes. Ocurrieron en el cine demasiadas cosas que ejercían sobre él una fascinación difusa, muchas de ellas en el reducto de su butaca de tapicería gruesa y, más tarde, sobre su propio cuerpo. Al principio, solo lo molestó la incomodidad de sentarse desmañadamente en la estrecha butaca. Los ángulos y los muelles se le clavaban, las nalgas se le hundían en el asiento. Los clavos pinchaban. Encontró en los brazos de la butaca trozos de tela que pellizcar, retazos de cenefas ajadas cuyo contorno seguía con el dedo, prendas raídas de alguna muchacha que había rondado por allí más de una vez. La pantalla que miraba se abombaba y se vencía con el peso de la película que proyectaba; en la imagen parecían chisporrotear un millón de pelos sueltos, fragmentos de pelusa y trozos de carne muerta. Por momentos los actores aparecían desfigurados por aquel sinfín de interferencias polvorientas y los acontecimientos de la trama pasaban a ocupar un segundo plano ante la interacción de aquellas minucias, el sedimento dejado por las muchas manos que habrían manipulado el rollo previamente, que lo habrían insertado en el proyector y lo habrían enrollado en el carrete en un centenar de sesiones o más.

Todas las pistolas. No era una película nueva. No tenía, desde luego, menos años que él. Madden se preguntaba por qué iba la gente a ver filmes (flicks) como aquel, un pestiño, para empezar, y encima protagonizado por un actor que debía su fama principalmente a su parecido con un huevo duro.

Miraba ociosamente la película, sin meterse en ella, consciente de que Rose masticaba los cacahuetes salados que él había comprado a la acomodadora. En aquel cine todavía había foso para la orquesta. No había, en cambio, orquesta que lo ocupara, y un altavoz de desagradable sonido metálico colocado en alguna parte vomitaba los diálogos, ahogados con frecuencia por el estallido repentino de una música que acentuaba con dramatismo pasado de rosca cada línea del insulso guión. Hasta el color era chillón a más no poder, pero apropiado para una película tan vieja y desaborida.

El olor del cine lo molestaba: habría fregado el local entero con desinfectante. Era completamente apestoso. Sentía que aquel olor se le metía en los poros, dejándolo manchado y sucio. De cuando en cuando cambiaba de asiento, Rose cogida de su mano con la boca llena de panchitos. El sentido común le aconsejaba que no se moviera. Ese día ya había recibido una buena tunda. Seguramente no se le tolerarían nuevas faltas de etiqueta. Suponía que Rose era capaz de arrancarle la cabellera, de levantarle la tapa del cráneo y dejar al descubierto su dúctil contenido. La yema del huevo.

«Baja ese tomahawk.»

«Tomahawk debe probar sangre de hombre blanco cuando se levanta.»

«¡Bájalo, te digo!».

«¡Pum, pum!»

Ya era inútil intentar salvarlo. Estaba en las últimas.

Madden notaba picazón en la piel; no sabía si eran imaginaciones suyas o si las butacas estaban infestadas de bichos. Miró a Rose y volvió a mirar la pantalla mientras se preguntaba si no sería ella la que estaba infestada. Pero no, no era probable. Rose era enfermera y él no había notado que fuera amiga de piojos, a pesar del gran número de extremidades, perfectamente adecuadas para su función, que presentaban aquellos bichos. Tenía que ser el cine mismo, la tapicería vieja de terciopelo rojo, terreno abonado para todo tipo de fauna mordedora. Debería haber llevado a Rose al Río Locarno el primer día, en vez de ir al zoológico.

Hombres a caballo cruzaban una y otra vez el mismo breñal. Unas veces eran vaqueros, otras indios. De niño prefería a los vaqueros, pero en aquella tragedia los indios resultaban más atractivos. Parecían un hatajo de barrigones con papada, no muy dados a abandonar precipitadamente sus tiendas, suponía Madden. Con el rostro algo pálido también. Tenían el aspecto desconcertante de hombres blancos de mediana edad pintarrajeados. ¿Acaso no quedaban indios de verdad?

Rose le puso una mano en la pierna y apoyó la cabeza sobre su hombro. Su pelo húmedo le rozaba la mejilla. Olía a polvos de talco y a cacahuetes.

– ¿Te gusta? -preguntó él en voz baja, aunque no parecía que hiciera falta susurrar. Unas filas más allá se oían murmullos y réplicas cortantes. Eran voces conocidas, pero Madden no lograba situarlas. Seguramente algún otro estudiante al que conocía y que intentaba ampliar sus horizontes culturales, o bien resguardarse de la lluvia.

Rose asintió con la cabeza sobre su hombro y siguió masticando.

– Dentro de un momento voy a tener que ir a hacer pis -dijo-. ¿Sabes dónde está el aseo de señoras?

Él masculló que claro que no y le dijo que se callara. Estaba viendo la película, añadió, y lo bueno estaba a punto de empezar. Pero se la imaginaba ya agachada con las medias de nailon alrededor de las rodillas. Se movió para que no le arrimara tanto las piernas.

En el foso de la orquesta había cierto trasiego: formas humanas bajaban hacia allí cada cierto tiempo y volvían luego, regresaban a sus asientos o se marchaban definitivamente. Estaba demasiado oscuro para ver en qué consistía la atracción. Madden solo distinguía un movimiento de vez en cuando, la silueta reconocible de una cabeza o un tronco. Paseó la mirada por las otras filas de butacas, en ninguna de las cuales había más de dos o tres personas. Será por la época del año, pensó. Un hombre solitario, sentado en la fila de delante, unos cuantos asientos a mano izquierda, se volvió y clavó la mirada en él; luego miró a Rose y rápidamente volvió a fijar la vista en la película. La luz vacilante de la pantalla se reflejó fugazmente en su rostro. A Madden le sonaba su cara, pero tampoco pudo identificarlo. Estaba demasiado oscuro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La buena muerte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La buena muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La buena muerte»

Обсуждение, отзывы о книге «La buena muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x