Caryl Férey - Zulú

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Tras una infancia traumática en la que asistió al asesinato de su padre y de su hermano por el mero hecho de ser negros en la Sudáfrica del apartheid, Ali Neuman ha conseguido superar todos los obstáculos hasta convertirse en jefe del Departamento de Policía Criminal de Ciudad del Cabo. Pero si la segregación racial ha desaparecido, se impone otro tipo de apartheid, basado en la miseria, la violencia indiscriminada y el contagio del Sida a gran escala. Tras la aparición del cuerpo sin vida de Nicole Wiese, hija de un famoso jugador de rugby local, Ali Neuman deberá introducirse en el mundo de las bandas mafiosas dedicadas al tráfico de drogas.

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– ¡¿Ha recibido mi mensaje?!

Epkeen retrocedió para hacer balance de la situación:

– No.

– He identificado un vehículo que podría corresponder a lo que busca -anunció la agente de información-: un 4x4 de marca Pinzgauer Steyr Puch, modelo 712K, filmado por la cámara de vigilancia de una gasolinera la noche del drama.

La muerte de Fletcher. Los ojos redondos de Janet estaban rojos de dormir poco y mal, pero la tristeza había dejado paso a una suerte de excitación. La siguió hasta el despacho vecino.

– La gasolinera en cuestión se encuentra en Baden Powell, la carretera que bordea False Bay hasta Pelikan Park -explicó, tecleando en su ordenador-. A las tres y doce de la madrugada… No se distingue la cara del conductor detrás de las lunas tintadas, y la matrícula resulta ilegible.

Epkeen se inclinó hacia las franjas grises de la pantalla. La carrocería era oscura. No se distinguían más que las manos del conductor, un blanco, o un mestizo…

– He investigado un poco -prosiguió Janet-: últimamente no se ha denunciado el robo de ningún Pinzgauer de ese modelo. He encontrado un 4x4 robado en la provincia del Natal hace dos meses, y otro en Johannesburgo a finales de año, pero ambos fueron quemados después de utilizarse en atracos a furgones de dinero. Así que he elaborado una lista de todos los Pinzgauer que están en circulación…

Badén Powell estaba apenas a dos kilómetros de la casa, y se podía llegar desde la pista.

– ¿En qué dirección iba el 4x4 cuando fue filmado? -preguntó Epkeen.

– Hacia el oeste. Es decir hacia Ciudad del Cabo.

O lo que es lo mismo, el camino opuesto al de los townships.

– ¿Alguno de los propietarios es de origen zulú?

– No, ya lo he comprobado. En lo que al color se refiere -prosiguió-, sólo tres vehículos coinciden con la descripción. He llamado a las agencias de alquiler, pero ninguna alquiló ese modelo el día del asesinato de Dan. En cuanto a las compañías privadas, sólo hay tres que lo utilicen: una agencia de turismo especializada en safaris, pero el vehículo no estuvo disponible durante toda la semana en cuestión. Queda un viñedo en el valle cerca de Franschoek, con el que no consigo ponerme en contacto, y ATD, una empresa de seguridad y policía privada. Quizá valga la pena ir a echar un vistazo…

Epkeen asintió. Janet Helms olía a lila.

***

Neuman no sabía quién le había filtrado la información a los medios de comunicación (según el forense, la mitad del equipo vendería hasta a su madre al primero que pasara, y la otra mitad al que pusiera un cero más en el cheque), pero, en plena campaña anticrimen, las revelaciones acerca del asesinato de Kate tuvieron un efecto desastroso. El salvajismo en la ejecución, la violación, el mechón de cabello y las uñas fetiche, la reivindicación tribal grabada en letras de sangre sobre el cuerpo de una joven blanca: el mito del «zulú» se cultivaba ya en todas las redacciones.

Primera etnia del subcontinente africano, los zulúes habían traumatizado a toda una época al aniquilar a un regimiento inglés [40]-antes de que éstos los aniquilaran a ellos-. Encargados de desbrozar los territorios hostiles, los pioneros bóers habían combatido a los zulúes con la misma saña, antes de hacinarlos en los bantustán del apartheid.

Ololo, «os matamos», se interpretaba como una advertencia y una amenaza contra la población blanca, la reminiscencia de una forma de etnocidio surgida de la mente enferma del asesino.

Los asesinatos reavivaban un pasado turbio, voluntariamente ocultado en nombre de la reconciliación nacional. La caída del Muro, el carácter ineluctable de la globalización y la personalidad tan especial de Mandela habían vencido al apartheid y a las guerras intestinas -todo el mundo recordaba la llegada al poder del líder del ANC, cuando el xhosa había levantado los brazos de sus peores adversarios, De Klerk, el afrikáner, y Buthelezi, el zulú, en señal de victoria. Nicole Wiese y Kate Montgomery eran las hijas de dos símbolos nacionales, el campeón del mundo del primer equipo multirracial y la voz de la nación arco iris: atacar esos dos símbolos era sencillamente inaceptable. En las redacciones más conservadoras, se leía entre líneas la mancha histórica de la violación de una blanca por un negro, esa vieja idea de promiscuidad en la que se mezclaban biología y política. Y para empeorar aún más las cosas, a todo ello venían a añadirse las sospechas de violación y de corrupción que pesaban sobre Zuma, el líder más populista del ANC…

Neuman salía de una entrevista difícil con el jefe de la policía cuando recibió el informe detallado de Tembo: el arma que había matado a Kate Montgomery era el mango de una azada, un bastón o una suerte de maza (la víctima tenía astillas de madera incrustadas en el cráneo). No se habían encontrado restos de esperma, pero sí de la droga que circulaba últimamente, que había dejado a la joven en un profundo estado de estupor. Había sido atada y amordazada con cinta adhesiva. El crimen era similar al de Nicole Wiese, salvo por la extraña mezcla que Kate tenía pegada en el pelo: un mejunje de hierbas.

No se trataba de una pócima de iboga, como había creído el forense en un primer momento, sino de una mezcla elaborada con dos plantas y una raíz, la uphindamshaye, la uphind'umuva y la mazwende. Mezcladas en forma de polvo, constituían la base del intelezi, un ritual zulú previo al combate.

El intelezi podía insertarse bajo la piel en forma de polvo, o se podía dejar macerar en la boca antes de escupírselo al enemigo en la cara. Era lo que le había ocurrido a Kate…

En la mirada de Neuman brilló una chispa malévola: al escupir sobre su víctima, ese loco les había desvelado su ADN.

***

La sala eléctrica, los altavoces rugiendo en el escenario lleno de humo, el acople de los micrófonos, que sonaba como el grito de una sirena, imágenes de matanzas proyectadas sobre placas de metal, Soweto 76, las revueltas del 85, las del 86, rostros de ahorcados, de torturados, Zina en trance bajo el redoble de los tambores, su gran cuerpo humeante y sus ojos de loca que lo perseguían todas las noches…

– Tenga cuidado -le dijo al verlo ante la puerta de su camerino, o le pasará como a la pobre Nicole…

El 366 era el local de Long Street donde el grupo actuaba aquella noche. Zina sabía que Ali volvería. Todos volvían.

– Ya no se trata de Nicole sino de Kate -le dijo él-: Kate Montgomery… ¿Está al corriente?

Zina suspiró, exasperada, abrió la puerta de su camerino y la cerró tras él.

– ¿Por qué viene a hablarme de esa chica?

La bailarina cogió una toalla que había sobre el tocador y se secó los brazos empapados en sudor. Neuman extrajo un papel doblado de su bolsillo.

– Me gustaría que le echara un vistazo a esto -le dijo.

– ¿Qué es, una declaración de amor?

– No. El resumen del informe de la autopsia.

– No ha cambiado, sigue siendo un experto en cómo hablar con las mujeres.

– Uno no se encuentra todos los días con alguien como usted.

– ¿Cómo debo tomarme eso?

– Depende mucho de usted -dijo, tendiéndole la hoja de papel.

La bailarina la leyó con aire desenvuelto.

– Uñas cortadas, mechones de pelo -comentó-, es el kit básico para un remedio de charlatán. Un muti que querrá elaborar… ¡Vaya!, veo que también hay plantas raras, uphindamshaye, uphind'umuva, mazwende… ¿Es que no tienen botánicos en la policía?

– Lo que no tenemos sobre todo son culpables.

– Pues no faltan en Sudáfrica.

– Es usted una inyanga, ¿verdad?: una herbolaria…

– Y yo que creía que usted pensaba que lo mío era elaborar pócimas para jovencitas frívolas.

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