Susana Fortes - Fronteras de arena

Здесь есть возможность читать онлайн «Susana Fortes - Fronteras de arena» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Fronteras de arena: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Fronteras de arena»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una novela ambientada en el Marruecos y el Sáhara durante el año 1935, meses antes del estallido de la Guerra Civil. Una novela cuya trama tiene todos los atractivos de una aventura de ambiente exótico, amor apasionado y un levantamiento militar en España a punto de estallar. Una novela muy cinematográfica por las imágenes que sugiere y la descripción de los paisajes, en la que se recrean los escenarios y los diálogos. Una novela realmente entretenida por la historia que cuenta, bastante emotiva, realista, melancólica y de fácil lectura.

Fronteras de arena — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Fronteras de arena», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Todo empieza a encajar -dice dirigiéndose a Elsa Quintana que lo está observando con una mirada reflexiva y un poco desconcertada-. Lástima que no podamos contar con Garcés.

– Creo que no le entiendo.

Está sentada en un taburete bajo junto a la mesa moruna con las piernas cruzadas. Tiene la espalda apoyada contra la pared, bajo la lámina que representa a una ninfa con los ojos vendados. Va vestida con pantalones y una camisa blanca remangada por encima de los codos y desabrochada en el cuello. Kerrigan puede ver el comienzo del escote en el vértice del triángulo entreabierto ascendiendo y descendiendo al ritmo de la respiración.

– Nos faltaba un líder y ya lo tenemos. Llevamos varias semanas detrás de esto -replica el periodista dando un trago largo al vaso de bourbon que sostiene en la mano derecha-, y cuando las cosas empiezan a aclararse, nuestro amigo se esfuma sin despedirse siquiera.

– De mí sí que se despidió -objeta ella, alzando los ojos. Lo dice sin presunción, con naturalidad, y Kerrigan puede adivinar un vago reflejo melancólico rozándole los labios-. Pero me gustaría que me explicara qué ocurre exactamente.

El corresponsal del London Times se inclina hacia adelante para ofrecerle fuego protegiendo la llama en el hueco de las manos, después se vuelve contra el respaldo de la silla y aplica la llama del mechero a la punta de su propio cigarrillo frunciendo los ojos como si le molestara el humo.

– Ocurre que su país está al borde de una guerra civil. Ocurre que el hombre que la ha estado extorsionando, el capitán Ramírez, es el intermediario entre los militares golpistas y la empresa alemana H &W para el suministro de armamento y que la operación evidentemente no es un simple negocio entre particulares, sino un acuerdo entre el Alto Estado Mayor nazi y los fascistas españoles. Ocurre que durante los últimos meses han llegado al puerto de Tánger más de doscientas toneladas de bombas, municiones y explosivos. Y ocurre finalmente que el gobierno de mi país no sólo está al tanto de todo, sino que incomprensiblemente acepta que la situación política en España derive hacia una dictadura.

Kerrigan alza los hombros y señala el cablegrama que está encima de la mesa.

– Todo son alabanzas a los méritos profesionales, al posibilismo y el protagonismo antirrevolucionario del joven general. Apostaría doble contra sencillo a que, llegado el caso, el gobierno británico cerraría los puertos de Gibraltar y Tánger a la flota de tropas republicanas en el Estrecho.

Elsa Quintana permanece inmóvil, los ojos quietos. No parece excesivamente sorprendida. Si experimenta alguna inquietud interior, se guarda de manifestarla. A Kerrigan le desconcierta esa especie de serenidad algo altiva por la que ella parece regirse en ocasiones.

– ¿Qué podemos hacer? -pregunta finalmente con voz resuelta.

– De momento será mejor que deje el hotel y se traslade a mi apartamento. Puede ocupar el cuarto de Ismail. Nadie la molestará aquí.

Ella se queda un momento pensativa mirando hacia la ventana, como si estuviera dándole vueltas a alguna idea.

– Gracias -dice al fin bajando la cabeza y acariciando la piedra roja del anillo que luce de nuevo sobre su dedo anular-. Gracias, de verdad -repite, ahora en voz muy baja y suave-. Aunque creo que, después de todo, esta sortija no merecía tantos esfuerzos.

Kerrigan desde su posición la mira con curiosidad y su boca adopta una momentánea expresión jovial que transforma su rostro. Es una sonrisa dulce e incluso soñadora. Hubiera querido conocer uno por uno todos los lugares e instantes de la vida de Elsa Quintana, no sólo los momentos dramáticos que ella había accedido finalmente a relatarle, al verse descubierta, cuando la encontró llorando y encogida junto al terraplén que limita el barrio de Sidi Bu Knadel, un montículo de basura hedionda por donde deambulan los perros y los mendigos y los traficantes. Kerrigan había acudido a aquel lugar siguiendo los pasos de Ramírez, pero cuando llegó sólo la encontró a ella, aunque al principio casi no la reconoció, así, tan demacrada, con el rostro descompuesto, el pelo desmadejado y un brillo sucio de lágrimas bajo los párpados pintados. Tal vez fue necesario ese momento de fealdad para que su desconfianza se relajara. La belleza intacta es como el éxito, no deja lugar para la comprensión humana. Las luces de la ciudad aún no se habían encendido y las únicas que se veían eran las de las pequeñas hogueras al pie de las chozas donde se hacinaban los indigentes. A Kerrigan le pareció milagroso que las llamas desguarnecidas en medio de aquel secarral rodeado de maleza no llegaran a provocar un incendio. Observó a la mujer en la penumbra durante unos minutos y esperó a que sus sollozos se fueran espaciando antes de ofrecerle un pañuelo. Escuchó su relato sin interrumpirla, creyéndola esta vez, a pesar de que la forma en la que ella hablaba le parecía en algunos momentos exaltada e incongruente. De la naturaleza humana había aprendido que la mentira nunca se expresa en términos tan crudos y contestables. Sólo la incoherencia es patrimonio de la verdad. El modo en que describió la muerte de los dos falangistas, por ejemplo, le recordó a Kerrigan la versión de uno de esos crímenes que se cometen en sueños. Su huida, la extrañeza de llegar a Tánger y dejar transcurrir los días como a la espera de una desgracia imaginada hasta que efectivamente ésta se hace real y se convierte en la voz que amenaza y extorsiona, en la mano acusadora, en los ojos fríos que exigen, chantajean, coaccionan, acechan. La voz, la mano, los ojos del capitán Ramírez. Elsa Quintana hablaba para sí misma, impúdicamente, como si no necesitara ser creída, sin importarle ya lo que él pudiera pensar o decir. Y en efecto, él no pensó nada, no dijo nada, sólo miró al descampado, la puerta de la carpa donde una muchacha amamantaba a un niño enrojecido por el llanto, el aire que empezaba a mecerse en el crepúsculo centelleando entre los restos de latas esparcidas sobre la dureza de la tierra. Después le ofreció su brazo para salir de allí.

Kerrigan la observa de refilón. Se fija en el gesto casi masculino con el que ella aplasta el cigarrillo contra el cenicero que hay sobre la mesa moruna, el pómulo en punta alzado obstinadamente junto al cuello de la camisa. Es una mujer fuerte, piensa, puede tener algún momento de debilidad, pero por dentro debe de estar templada a acero. Si no, no hubiera podido soportar sola toda la presión a la que se ha visto sometida, ni tendría esa mirada desafiante que a veces le asoma a los ojos, ni apagaría los cigarrillos de ese modo.

La apreciación que el periodista hace para sus adentros, le lleva de nuevo al tema principal. Los constantes viajes del capitán Ramírez a la capital del protectorado español, sus negocios particulares con Wilmer, los contactos de éste con la cúpula del partido nazi para la puesta en marcha de la operación de suministros, todo eso era algo que se había ido desvelando poco a poco, como el desarrollo de una trama cuyo ensayo general, según todos los indicios, tendría lugar en España. Pero su representación definitiva quizá estuviese aguardando un escenario más amplio. Eso, al menos, es lo que opina Kerrigan. Sus pensamientos le hacen regresar siempre al mismo lugar, al territorio sangriento en el que la historia salda implacablemente sus cuentas, como la fría mañana de febrero de 1916 cuando los cañones alemanes abrieron fuego sin previo aviso sobre las posiciones francesas en torno al frente de Verdún, del mismo modo que los ejércitos medievales se lanzaron siempre sobre ciudades fortificadas y aldeas y campos de cultivo en los que, si se excavaba bajo los surcos dejados por los tanques, se encontrarían hachas de obsidiana o cuchillos de sílex y restos arqueológicos de otras contiendas que empezaron mucho tiempo atrás, en la medianoche de la horda cuando los hombres aún a cuatro patas comían raíces y se devoraban unos a otros, aullando de pavor bajo la luna. Nada es nuevo y todo se perpetúa, aunque parezca haber cambiado a un ritmo vertiginoso, porque siempre hay un momento en que se despierta otra vez la gran hidra de la locura colectiva, la civilización sucumbe y los países se estremecen dentro de sus fronteras. Tiempos de cólera y fuego. Se llenan los estadios donde el Führer congrega a sus adeptos. Por las calles desfilan bárbaros escuadrones que expurgan museos y bibliotecas y cualquier vendedor de artilugios eléctricos como Wilmer acaba adscrito a un importante organismo, trastocando su maletín de viajante por la espada de Sigfrido.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Fronteras de arena»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Fronteras de arena» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Fronteras de arena»

Обсуждение, отзывы о книге «Fronteras de arena» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x