Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Y bien, querido secretario, ahora que estamos solos, puede usted informarme de lo acontecido con los científicos que osaron desentrañar el libro hereje de Judas.

– Sus órdenes fueron cumplidas al pie de la letra. Werner Hoffman, experto en papiros, Burt Herman, experto en cristianismo, John Fessner, experto en análisis de radiocarbono, Sabine Hubert, la científica responsable de la restauración y, por último, ese judío llamado Efraim Shemel, el experto en lengua copta, han pasado a mejor vida.

– ¿Y la esposa de Delmer Wu?

– El hermano Pontius se ocupó del asunto. Al parecer, hemos recibido una información que asegura que el avión privado de Wu salió del aeropuerto de Hong Kong rumbo a Viena. En el avión volaba la esposa de Wu para ser internada en una clínica de cirugía estética. Eso demostraría que el hermano Pontius hizo su trabajo con precisión quirúrgica -informó Mahoney-. ¿Cree que Delmer Wu estará dispuesto ahora a devolvernos el libro viendo lo que hemos hecho con su esposa?

– Querido Mahoney, la paciencia es la mejor de las virtudes. Cada fracaso, cada golpe nos enseña algo que el hombre necesita aprender. Yo creo que el señor Wu habrá aprendido tras el golpe recibido; si no es así, deberemos volver a golpearle hasta que consigamos que nos entregue el libro. Se pondrá usted en contacto con él y se lo volverá a pedir. Si se niega de nuevo a entregárnoslo, enviaremos al padre Alvarado a esa clínica de Viena en donde se recupera su esposa. Tal vez Wu entre en razón antes de que el hermano Alvarado salga para su destino. De cualquier forma, no dé ninguna pista a Delmer Wu de lo que sabemos sobre el traslado de su esposa a Viena. No queremos llevarnos ninguna sorpresa. ¿No le parece?

– El padre Alvarado está ahora en Venecia. Está recluido orando en la capilla del Casino degli Spiriti. Le informaré de su nueva misión esta misma tarde.

– No envíe todavía al hermano Alvarado a Viena. Primero pida el libro a Wu, y si continúa negándose, entonces dígale al hermano Al-varado que se prepare.

La conversación quedó nuevamente interrumpida por la entrada de las dos camareras en el comedor para retirar los primeros platos y servir el principal: pato silvestre al apio tierno.

– ¿Sabe usted que este mismo plato fue servido en la coronación del papa Honorio III en el año de Nuestro Señor de 1216? Aquélla sí que fue una buena elección. Los cardenales de entonces decidieron delegar su voto en tan sólo dos cardenales. Curiosamente, eligieron a Cencío Savelli, un anciano enfermizo, obispo de Albano, que creían que no duraría mucho en el Trono de Pedro. Pero se equivocaron. El bueno de Honorio duró cerca de una década. Tal vez uno de sus milagros fuese este pato silvestre al apio tierno -explicó Lienart.

– Es exquisito.

– Dígame, querido secretario, ¿qué ha sido de la joven Brooks, la antigua propietaria del libro hereje?

– Se nos ha informado de que, tras dejar el libro de Judas en manos de Renard Aguilar, se reunió con un misterioso griego llamado Vasilis Kalamatiano…

– Le conozco. Es un pirata. El Vaticano le ha contratado en alguna ocasión para buscar reliquias que nos habían robado. Recuerdo que el comisario Biletti, de la Gendarmería Vaticana, se reunió con él varias veces. Tendrá que pedir a Biletti que me pase un informe de ese griego. ¿Y qué deseaba esa joven de Kalamatiano?

– No hemos podido descubrirlo aún, pero lo que sí puedo decirle es que estuvo reunida, junto a un sacerdote, con un profesor de historia medieval llamado Leonardo Colaiani que había trabajado para Kalamatiano. Al parecer, colaboraron en un proyecto para encontrar un documento relacionado con el evangelio de Judas, pero pasado algún tiempo, desistieron de su búsqueda.

– Tal vez esa joven ha encontrado esa pista que necesitaban… Por cierto, ¿quién es ese sacerdote del que habla?

– Como le digo, eminencia, ignoramos si la joven ha encontrado alguna pista. Respecto al sacerdote que la acompañaba, se trata de Maximilian Kronauer. Fue identificado por nuestros agentes de la En tidad. Es sobrino de su eminencia el cardenal Ulrich Kronauer.

– Vaya, vaya. Convendría que el hermano Cornelius siguiera de cerca a esa jovencita y que nos mantuviera informados de lo que descubra. No quiero sorpresas de ningún tipo en las próximas semanas. Como le he dicho, deseo entrar en el próximo cónclave con todos los cabos atados y ésa será su misión. Nada debe quedar suelto. Yo me ocuparé de vigilar al cardenal Kronauer.

– ¿Qué sucedería si el hermano Cornelius descubre que esa joven continúa indagando en lo que no debe?

– Si fuera así, no tendríamos más remedio que aplicarle una severa sanción. La Iglesia no necesita un nuevo escándalo. La imagen de la Santa Sede debe permanecer virginal, impoluta ante cualquier escándalo. Si esa joven descubre algo que pueda alterar el inexorable curso de la historia de nuestra Iglesia, no nos quedará más remedio, como sus vigilantes, que tomar cartas en el asunto. ¿Me ha entendido?

– Le he entendido, eminencia.

Las dos camareras volvieron a entrar en el salón con un carrito que portaba los postres: queso gorgonzola, mostaccioli y struffoli o pestiños, regados con vino dulce y café.

– Ahora que volvemos a estar solos, querido monseñor Mahoney, quería decirle, y por eso le he invitado a compartir conmigo estos humildes alimentos, que si el Espíritu Santo decidiese que fuese yo el elegido para regir los destinos de nuestra Iglesia en la última parte del siglo XX, tenga por seguro que cuento con usted para que me acompañe en la dura labor que voy a tener que llevar a cabo.

– Eminencia, ya sabe que soy su fiel servidor, así como el de Su Santidad, para con Dios Nuestro Señor.

– Lo sé, querido Mahoney, lo sé, y para usted he reservado una tarea de más responsabilidad. Mi idea, siempre y cuando el Espíritu Santo elija como debe, es concentrar todas las fuerzas de seguridad y espionaje en un gran comité de seguridad, bajo un mando único, el suyo. La Guardia Suiza, la Gendarmería, la Entidad y el contraespionaje, el SP, quedarán unidos bajo una sola voz que informará de todo una vez a la semana al Sumo Pontífice de Roma, es decir, a mí y únicamente a mí.

– Como le he dicho, eminencia, será un honor servirle, como he hecho siempre.

– Lo sé, querido Mahoney, y ahora, después de este delicioso almuerzo, sólo me queda recordarle la misión del padre Alvarado de recuperar el libro hereje y la del padre Cornelius de vigilar a esa joven llamada Afdera Brooks. No quiero sorpresas de ningún tipo y menos que salten cuando los miembros del colegio cardenalicio nos encontremos en cónclave para elegir un nuevo sucesor de Pedro.

– No le defraudaré, eminencia. Mi lealtad está probada. Rezaré a Dios por usted para que escuche mis plegarias. La plegaria de los justos.

– Ya sabe lo que dicen los cuáqueros, querido Mahoney: no reces para que Dios te escuche, reza para escucharlo tú. Recuérdelo siempre -sentenció el cardenal Lienart mientras despedía a su secretario en la puerta de sus aposentos privados.

De regreso a sus dependencias, a monseñor Mahoney sólo le rondaba en la cabeza lo que le había dicho Lienart. «Si él es elegido Papa, yo concentraré entre mis manos el mayor poder nunca reunido en toda la historia de los aparatos de seguridad de la Santa Sede».

Con gran ánimo, Mahoney se sentó en su mesa y levantó el teléfono para llamar al Casino degli Spiriti e informar de sus nuevas misiones a los hermanos Alvarado y Cornelius.

– Buenas tardes, señora Müller. Soy monseñor Mahoney.

– Buenas tardes, monseñor.

– Querría hablar con el padre Alvarado.

– Está en estos momentos con sus oraciones y no sé si molestarle.

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