Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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Los orígenes de este mercado o suq se remontaban al año 1382, cuando el emir Djaharks el-Jalili construyó un gran caravanserai, una especie de albergue para comerciantes y, por lo general, el punto de referencia para la actividad comercial en la ciudad. El gran bazar egipcio era uno de los mercados orientales más originales, junto con el de Estambul, Marraquech y Jerusalén. Sin duda, un gran laberinto donde perderse, entre el aire que olía a esencias de Al Fayum y a especias de Nubia.

Para Afdera, al igual que antes lo había sido para sus abuelos, aquel lugar se convertía en un placer para los cinco sentidos, casi en algo sensual. En sus estrechas callejuelas repletas de pequeñas tiendas exponían en sus escaparates magníficas joyas de oro y artículos de plata, madera, marfil, pieles, vestidos bordados, especias y toda la riqueza oriental de esencias y perfumes.

Por los talleres artesanos deambulaban turistas a la caza de recuerdos, regateando el precio de una alfombra o bisutería, adolescentes egipcios en busca de algún toqueteo accidental con alguna turista rubia, carteristas, policías sacados de una aventura de Tint í n y los pícaros y comerciantes de supuestas antigüedades de dos mil años que en realidad no tenían más de uno. En pleno centro del bazar se encontraba el Café El Fishawy, abierto ininterrumpidamente día y noche desde 1773 y lugar de reunión de intelectuales. Allí debía encontrarse con Rezek Badani, con quien se había citado gracias a su relación con su abuela.

Antes de acudir a su cita, Afdera leyó en el diario la opinión de su abuela sobre Badani:

Bajo su custodia, el libro sufri ó el mayor deterioro. Badani trasladaba el evangelio envuelto en papel de peri ó dico como si de un bocadillo se tratase. Badani es un maestro de la mentira y el enga ñ o. Estaba claro que hab í a adquirido el libro a Abdel Gabriel Sayed o directamente al excavador Hany Jabet. Badani cuenta varias historias sobre c ó mo hab í a encontrado el c ó dice. Una de ellas, la menos cre í ble, era que hab í a pasado durante generaciones de padres a hijos. Ni siquiera Rezek Badani sab í a qui é n hab í a sido el primer propietario de su familia. Esta teor í a es bastante est ú pida cuando muchos sabemos que el libro fue encontrado en Gebel Qarara hace pocos a ñ os, en 1955. Nadie se cree esta historia. A otros coleccionistas suizos, Badani les cont ó que cuando dos granjeros estaban arando un campo cerca de Maghagha, el suelo se hundi ó bajo sus pies y cayeron en una gruta. En el interior encontraron una tinaja con el libro. Los suizos no se lo creyeron, debido a que fue as í como se encontraron los famosos c ó dices de Nag Hammadi en 1945. Otra versi ó n contada por Badani a un profesor italiano era que el libro apareci ó en una tumba, no en Gebel Qarara, sino en Heli ó polis. Por supuesto, esto era tambi é n falso.

Los comentarios aparecían ilustrados por una fotografía en la que aparecía el propio Badani con su abuela y Liliana Ransom junto a uno de los espejos del Café El Fishawy.

Mientras daba un pequeño sorbo a su café, Afdera levantó la vista al ver a un hombre acercarse a ella.

– ¿Señorita Afdera Brooks? – preguntó el extraño-. Soy Rezek Badani.

– Es un placer conocerle. He oído hablar mucho de usted.

– No dé crédito a todo lo que oiga. Mucho de lo que se dice en este negocio no es del todo cierto -le advirtió Badani, acercándose al oído de la joven como para que el comentario quedase en una confidencia. A Afdera le molestó que el hombre apoyase su gorda y sudorosa mano sobre su muslo, dejando la punta de sus dedos bajo el dobladillo de su falda. Retiró la pierna instintivamente.

– ¿Qué le ha pasado en la cara? -preguntó.

– ¡Oh, no es nada! Me caí por una escalera -contestó, poniéndose de nuevo las gafas de sol.

– Dígame, ¿qué le trae por El Cairo?

– El diario de mi abuela, a quien creo que usted conocía.

– Sí, así es. Era una mujer fascinante a la que todo el mundo respetaba en este negocio, algo que no siempre resulta fácil. La verdad es que su abuela sabía cómo tratar con un ministro o con un traficante, con un policía o con un millonario coleccionista. No sé cómo lo hacía, pero se le daba muy bien, y por eso se ganó el respeto de todo este negocio. Era una gran mujer.

– Sí que lo era.

Rezek Badani era gordo, bajito y sudaba profusamente. El sudor incluso manchaba el traje gris mal cortado y poco elegante que llevaba. Sus dedos gordos aparecían amarillentos, indicaban que era fumador compulsivo. Afdera observaba cómo el comerciante fumaba un cigarrillo tras otro, de la marca Cleopatra, mientras sus dedos jugaban con un tasbih, una especie de rosario musulmán, de treinta y tres cuentas. Los musulmanes daban tres vueltas al rosario para citar los noventa y nueve nombres de Alá. Los egipcios no musulmanes solían llevarlos colgando entre sus dedos, más como un juguete antiestrés que como un objeto religioso.

Badani era un copto devoto que asistía a la iglesia asiduamente junto a su familia. También era un «joyero» famoso, lo que en el idioma del Jan el-Jalili significa la capacidad de alguien para comprar cualquier objeto de cierto valor. Era el contacto de muchos campesinos como Abdel Gabriel Sayed o Hany Jabet para poner en circulación muchas de las piezas que encontraban en las excavaciones clandestinas.

– ¿Y en qué puedo ayudarla?

– Deseo saber cómo llegó el libro de Judas a sus manos y por qué mi abuela decidió esconderlo durante décadas.

– Pues, sinceramente, he de decirle que el libro llegó a mis manos después de una tragedia.

– ¿Qué tragedia? ¿A qué se refiere?

– Yo no tuve contacto directo con Sayed, sino con un antiguo socio mío llamado Boutros Reyko, un intermediario dé Sandafa el-Far, muy cerca de Maghagha. Él fue quien hizo de intermediario entre Sayed y yo.

– ¿A qué tragedia se refiere? -volvió a preguntar Afdera.

– Boutros tenía una boca muy grande y fue diciendo por ahí que tenía un libro muy valioso sobre un personaje bíblico. Al parecer, el libro estaba escrito en copto, y aunque él casi no sabía ni leer ni escribir, se las arregló para llevarlo al monasterio de Deir el-Abiad, el Convento Blanco. Allí, al parecer, algún padre experto en escritura y textos coptos antiguos consiguió leer algo que no debía.

– ¿Por qué? ¿Qué leyó?

– Algo sobre un discípulo de Jesucristo o sobre un discípulo de Judas, pero yo no indagué más, o por lo menos preferí no buscar una respuesta sabiendo lo que le pasó a Boutros y al religioso.

– ¿Qué les pasó?

– A Boutros lo encontraron muerto en su cama. Alguien le había cortado el cuello -dijo Badani haciendo un movimiento con el dedo de lado a lado de su garganta-. El religioso fue asaltado y crucificado en el monasterio.

– ¿Usted cree que sus muertes están relacionadas con el libro de Judas?

– La policía se negó siempre a relacionar las dos muertes. Decían que tanto uno como otro habían sido asesinados por delincuentes comunes, gentuza que intentaba robar algo de valor en el monasterio y en casa de Reyko, pero yo no lo creo.

– ¿Y por qué no lo cree?

– Un amigo en la policía de El Cairo me dijo que a ambos les habían colocado una extraña tela en el interior de la boca y eso me parece demasiada casualidad, aunque la policía de mi país no lo creyera así.

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