Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Sin duda alguna, querida. Sin duda alguna. El Griego lo sabe todo.

– ¿Podría tener el suficiente poder como para ordenar asesinatos de personas relacionadas con el libro?

– No creo que Kalamatiano llegase hasta ese punto, pero quién sabe si los hombres que le pagan estarían dispuestos a matar con tal de conseguir ese libro.

– ¿Cree usted que el Vaticano podría ordenar esos asesinatos? No me lo puedo imaginar siquiera.

– Pues a mí no me extrañaría. Déjeme relatarle algo que muy pocos saben. En el mundo de las antigüedades se cuenta que hace unos años mucha gente relacionada con un extraño y antiguo libro que no había conseguido ser descifrado fueron muriendo uno a uno. Se rumoreó que el Vaticano, o alguien del Vaticano, podrían estar detrás de aquellas muertes, pero misteriosamente nadie llegó a investigar lo suficiente. Incluso se sabe que el libro estaba en la biblioteca de una universidad de Estados Unidos y que poco después desapareció sin dejar el menor rastro. La universidad en cuestión nunca llegó a investigar el tema. Lo más curioso de toda esta historia es que los muertos fueron encontrados con un octógono de tela sobre ellos, iguales a los que encontraron sobre Liliana Ransom y en la boca de mi antiguo socio, Boutros Reyko, pero no se altere. Tal vez sólo sean leyendas. Simples leyendas.

– Yo no creo en leyendas, señor Badani, a no ser que estén documentadas. Soy arqueóloga e historiadora. Si no lo leo, no lo creo. Muchas gracias por todo, señor Badani, pero debo irme. Buenas noches.

– Buenas noches, señorita Brooks. Llámeme cuando quiera y recuerde mi proposición -dijo el marchante acompañando a Afdera hasta la puerta sin dejar de admirar por detrás las formas de la joven.

Eran las dos de la mañana cuando Afdera salió del ruinoso edificio y se encaminó hacia el paseo del Nilo para intentar conseguir un taxi que la llevara al Mena House, en Giza. Siguió caminando hacia el puente el-Sahel, en donde decenas de jóvenes cairotas se reunían a esa hora. Tres muchachos se acercaron a ella con intención de entablar conversación, pero Afdera, con una sonrisa, declinó la invitación de uno de ellos.

– Sólo necesito un taxi -dijo.

Uno de los tres jóvenes dio un fuerte silbido, levantando la mano para atraer la atención de un taxi que en ese momento giraba en dirección contraria a la que estaban ellos.

– Su taxi, señorita -dijeron los tres a coro abriéndole la puerta del vehículo, sin perder ninguno de ellos la esperanza de conseguir una cita con aquella bella occidental.

En ese mismo momento, vestido completamente de negro, el padre Lauretta entraba en el edificio donde residía Badani. El asesino del Octogonus permaneció en absoluto silencio bajo la oscuridad de la escalera hasta no detectar movimiento alguno.

– Hermano Lauretta, éste es el momento para su iniciación en nuestro Círculo. Su hora ha llegado. Debe acabar con la vida de ese falso cristiano que adora más el dinero que a Dios -le había dicho el padre Reyes.

Lauretta apretó el botón del ascensor de hierro, que comenzó a bajar con un fuerte chirrido, casi como si fuera a caer desde lo alto. Al entrar, cerró las puertas y pulsó el número cinco.

Mientras regresaba en taxi a su hotel en Giza, Afdera Brooks se dio cuenta de que se le había olvidado el diario de su abuela en casa de Rezek Badani. Nerviosa, dio instrucciones al taxista para que diese la vuelta y la llevase nuevamente al punto de partida. Tenía que recuperarlo a toda costa.

– Necesito que me deje usted en un edificio de la calle Ramsis. Se lo pagaré, y le pagaré también si me espera unos minutos para llevarme otra vez a Giza -propuso Afdera.

– No se preocupe. La esperaré -respondió el conductor dando un volantazo para cambiar de sentido.

El padre Lauretta se encontraba ya ante la puerta de Rezek Badani. Antes de tocar la campanilla extrajo del doble forro de su manga una fina daga de misericordia. Seguidamente llamó. El asesino escuchó unos pasos acercándose al otro lado de la puerta, unas cerraduras que se abrían y una voz que exclamaba:

– Vaya, ¿ha cambiado de opi…? -estaba preguntando Badani cuando el padre Lauretta dio un fuerte empujón a la puerta, golpeando al marchante en mitad del pecho. Badani corrió en la oscuridad hacia la cocina con la intención de coger un cuchillo con el que defenderse de su atacante, pero éste era más rápido.

El intruso estaba ya cerca de él blandiendo la daga cuando Badani le arrojó una pequeña cacerola con agua hirviendo para el té. Durante un momento, el asesino perdió la daga en el resbaladizo suelo de la cocina, pero continuó atacando como si fuese un autómata programado. Tenía que acabar con el objetivo.

Con la misma cacerola en la mano, el comerciante volvió a golpear en la cabeza a su atacante, pero Lauretta no pensaba darse por vencido consiguió nuevamente hacerse con la daga. Era su primera misión para el Círculo Octogonus y no estaba dispuesto a fallar. Se levantó de un salto y se colocó en posición de combate con el arma escondida en su mano derecha.

Badani había conseguido armarse con dos cuchillos y estaba decidido a matar a aquel hijo de perra que intentaba asesinarle.

– No sabes con quién te has metido. Yo corría descalzo por la calle robando comida cuando tú todavía saltabas de un testículo a otro de tu padre. Vas a morir y va a ser muy doloroso -dijo Badani, blandiendo una de las hojas ante los ojos del padre Lauretta.

– Inténtalo, cerdo infiel -le retó el asesino del Octogonus.

Con un ágil movimiento para esquivar el ataque de Badani, Marcus Lauretta hizo un rápido giro con su cuerpo golpeando con el codo la cara de su adversario. El impacto fue tan grande que Badani se tambaleó, golpeándose la cabeza en el horno de hierro.

Lauretta se sentó sobre la espalda de Badani, le levantó la cabeza con la mano izquierda y, cuando ya blandía la daga de misericordia para introducírsela por la nuca, sintió que alguien entraba en la cocina a su espalda. Antes de que pudiese darse cuenta, Afdera le asestó un fuerte golpe en la cabeza con una gran sartén de hierro.

– Vamos, vamos, señor Badani, levántese -le apremió, intentando levantar el peso muerto del egipcio-. Necesito que se levante. No puedo con usted y si no lo hace, este tipo va a despertarse y no va a dejarnos con vida ni a usted ni a mí. Necesito que haga un esfuerzo.

Badani, con la cara manchada de sangre, intentaba abrir los ojos.

– ¿Qué ha pasado? ¿Es que ha cambiado de opinión? -dijo, sonriendo tratando de ponerse en pie.

– No se haga ilusiones. Ha tenido suerte de que me olvidase el diario de mi abuela en su casa. Si no, no habría regresado y usted estaría muerto -aclaró Afdera.

– ¿Cómo ha entrado? -preguntó Badani aún medio aturdido.

– La puerta estaba abierta. He oído el ruido. La verdad es que pensé que estaría entretenido con su criada y no debajo de un tipo a punto de apuñalarle en la nuca.

– Necesito lavarme y ponerme algo de ropa.

– De acuerdo, pero mientras tanto ayúdeme a atar a este tipo. No sé si lo he matado o si lo he dejado inconsciente.

– Déjeme asegurarme -pidió el egipcio, propinando un fuerte puntapié en los riñones del padre Lauretta. Al escuchar un leve gemido, Afdera exclamó aliviada:

– ¡Está vivo! Menos mal, nunca he matado a nadie.

– ¡Yo sí, y no me importaría que este pedazo de mierda fuese el próximo! -exclamó el egipcio.

Badani volvió a la cocina con un cordón de cortina. Con rapidez, sujetó las manos de su atacante por la espalda y se las ató.

– Regístrele mientras me lavo un poco y me pongo algo de ropa. Voy a llamar a un primo mío de la policía de El Cairo para que se haga cargo de este tipo. Cuando pase una noche en una celda de la prisión central de El Cairo, se le van a quitar las ganas de matar a alguien o de ir al baño.

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