Eric Frattini - El Laberinto de Agua
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- Название:El Laberinto de Agua
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– No será necesario, eminencia -masculló Reyes-, cumpliré con mi deber hacia Su Santidad, hacia Dios y hacia mis hermanos del Círculo.
– Que así sea, hermano Reyes.
Antes de colgar, Lienart pronunció las palabras del Octogonus:
– Fructum pro fructo.
– Silentium pro silentio.
El poderoso cardenal se percató en ese momento de que una grieta de tamaño considerable se acababa de abrir en el monolítico Círculo Octogonus y eso podría ser ciertamente peligroso.
Cuando la tarde caía ya sobre Maghagha, Afdera se despertó en una habitación a oscuras. El olor a pan le abrió el apetito, pero su boca aún permanecía entumecida por los golpes de sus atacantes.
Se incorporó en el camastro y se sujetó la cabeza. «Daría un año de mi vida por dos aspirinas», pensó. En ese momento, Binnaz entró en la habitación con un cuenco de sopa en una mano y regiff árabe embadurnado con samma baladi, la mantequilla clara, en la otra.
– Tienes que comer algo para recuperarte -le ordenó Binnaz.
– No puedo ni mover la mandíbula sin que me duela hasta la espalda.
– Debes reponer fuerzas. Come algo. Inténtalo. Mi marido está preparando todo para el viaje hasta Gebel Qarara.
Una hora después, cuando el sol se acercaba a su ocaso, Afdera se despedía de la familia del excavador.
– Vamos, niña. Debemos irnos ya -gritaba Abdel Gabriel desde el interior de su destartalado vehículo.
El trayecto hasta el embarcadero era más bien corto. Cruzaron el Nilo en falúa. El barquero era un navegante experimentado, así que con mano firme consiguió guiar el barco por las fuertes corrientes de aguas poco profundas hacia una laguna al otro lado del río, en la margen oriental. Binnaz había preparado un gran zenbil, una cesta repleta de comida. Abdel Gabriel cogió un vaso de ella y lo llenó de agua del Nilo.
– Debes bebería. Debes beber el maya assleya, el agua verdadera -le dijo el excavador.
La joven se negó en un principio, acordándose de la bilharzia, la enfermedad parasitaria que ataca el intestino, muy habitual entre los habitantes de las riberas del Nilo.
– Debes probarla para que los dioses del Nilo nos guíen en este viaje -insistió el excavador.
El agua era bastante dulce, con un sabor muy agradable, así que la joven apuró todo el líquido transparente. Con el sonido del milenario río y las estrellas como única iluminación, Afdera Brooks se adentró en un mundo nuevo, apoderándose de ella una sensación de eternidad. Era un mundo sin prisas, sin estrés, sin ningún signo de la civilización moderna. Tan sólo estaban ella y el río Nilo, como si no hubiesen transcurrido siglos de historia.
Tras desembarcar, Afdera siguió a Abdel Gabriel por un montículo de arena. Al final de un camino vio un edificio parecido a una fortaleza, con unos gruesos muros de barro. Cuando llegaron, el excavador saludó a los dos hombres y a la mujer que había en el interior.
– Son primos míos -le dijo, antes de acomodarse en un rincón lleno de cojines-. Ponte cómoda. Vamos a descansar un rato antes de salir hacia la cueva.
Afdera dejó su mochila apoyada contra una pared y se sentó junto a Abdel. Durante unos minutos permanecieron en silencio. A veces, el excavador volvía la cabeza para observar apenado el rostro amoratado de la joven.
– No se preocupe, Abdel, en poco tiempo se volverá amarillo y finalmente desaparecerá cualquier rastro del incidente -dijo para tranquilizarle.
– Este lugar es sagrado para nosotros. Toda esta región es sagrada para nosotros los cristianos.
– ¿Por qué es tan sagrado este lugar?
– La montaña de Gabal Qusqam, donde actualmente está el monasterio de Al-Moharrak, es una de las paradas más importantes en el viaje de la Sagrada Familia por Egipto. Es tan sagrada que incluso se la denomina el segundo Belén. Este monasterio se encuentra al pie de la montaña occidental conocida como El Qusqam, nombre que se atribuye al pueblo que quedó en ruinas. La Sagrada Familia permaneció seis meses y diez días en la cueva, que se convertiría después en el altar de la iglesia antigua de la Virgen en la parte occidental del monasterio -relató Abdel Gabriel-. El altar de esta iglesia, el más antiguo de la historia, es una gran roca en la que se sentaba Nuestro Señor Jesucristo a orar. En este monasterio se apareció el ángel de Dios a José en sueños y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».
– Mateo, capítulo 2, versículos 20, 21 -dijo Afdera entre dientes.
– Así es, niña. Conoces muy bien las Sagradas Escrituras -afirmó el excavador con cierta admiración-. A su vuelta, la Sagrada Familia tomó un camino distinto, un poco hacia el sur hasta la montaña de Asiut, conocida como montaña de Dronka, Gabal Dronka, que fue bendecida por la Sagrada Familia y donde se levantó un monasterio en nombre de la Virgen. José, María y Jesús llegaron a El Cairo Viejo, después a Matariah, luego a Al Mahamma, de allí al Sinaí y, a continuación, hacia Palestina, instalándose en el pueblo de Nazaret, en Galilea.
– Y así acabó su viaje. Un viaje de sufrimiento que duró más de tres años entre la ida y la vuelta y en el que recorrieron más de dos mil kilómetros, teniendo como único medio de transporte una mula y una barca para cruzar el Nilo -completó la joven.
– Así fue, y por eso esta tierra que pisamos es sagrada para los cristianos.
– Tal vez por eso quisieron llegar hasta aquí los cruzados -reflexionó Afdera.
– No lo sé, pero dentro de unas horas, cuando entremos en la cueva, tal vez sepamos algo más -precisó Abdel Gabriel, dándose ya la vuelta para intentar dormir.
Unas horas después, la joven sintió que alguien la zarandeaba por el brazo tratando de sacarla de un profundo sueño. Aquello le recordó el ataque sufrido y reaccionó intentando golpear al hombre que la sujetaba. Era Abdel Gabriel, que la despertaba para ponerse en camino hacia la cueva.
– Perdóneme, Abdel, estaba soñando, y al despertarme pensé que me atacaban.
– No te disculpes, niña, lo entiendo. Yialla al Fel gabal, al magara, vamos a la montaña, a la cueva -dijo el excavador.
Afdera y Abdel caminaron por un largo valle inundado de catacumbas naturales, esculpidas durante siglos en las laderas de la montaña por los elementos climatológicos. Unas grandes columnas parecían sostener unos techos abovedados. De repente apareció ante ellos una roca lisa, tallada posiblemente por la mano del hombre.
El excavador agarró un azadón y comenzó a extraer la arena y las piedras que taponaban la entrada de la cueva. Con el acceso ya despejado, Abdel Gabriel introdujo la pala y consiguió mover la piedra, dejando salir un fétido olor del interior. Antes de entrar, Afdera tomó una bocanada de aire fresco y se introdujo por el estrecho pasillo siguiendo la luz de la linterna de Abdel, que había entrado primero.
Unos metros más y la joven notó la mano del excavador.
– Cuidado, niña. Hay un gran desnivel. Aquí fue donde supuestamente cayó Mohamed y pisó uno de los sarcófagos por accidente -la alertó Abdel.
Afdera vio tres ataúdes. Uno de ellos con la tapa hundida. En el interior podía verse una tela descolorida sobre lo que parecía un cuerpo momificado por el paso del tiempo. El cadáver tenía sobre cada uno de los ojos y la boca un doblón de plata con el escudo del rey Luis de Francia. Cogió una de las monedas y la introdujo en una bolsita de cuero; seguidamente, apartó la tapa rota del ataúd y extendió la tela arrugada que envolvía el cuerpo. Enseguida pudo identificar el escudo de armas del rey Luis. Nerviosa ante el descubrimiento, Afdera sacó un cuaderno y comenzó a copiar el símbolo y a dibujar la cueva y el sarcófago.
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