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Anna Gavalda: La sal de la vida

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Anna Gavalda La sal de la vida

La sal de la vida: краткое содержание, описание и аннотация

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«La sal de la vida es un relato alegre, lleno de sonrisas, de juegos, de reyes, reinas y ases, que nos recuerda que todo es posible todavía», ANNA GAVALDA. Simone, Garance y Lola, tres hermanos que se han hecho ya mayores, huyen de una boda familiar que promete ser aburridísima para ir a encontrarse en un viejo castillo con Vincent, el hermano pequeño. Olvidándose de maridos y esposas, hijos, divorcios, preocupaciones y tristezas, vivirán un último día de infancia robado a su vida de adultos. La sal de la vida es un homenaje a los hermanos, compañeros imborrables de nuestra niñez. Una novela con todos los ingredientes que han hecho de Gavalda una de las autoras más leídas y admiradas de la literatura europea: alegría, ternura, nostalgia y humor.

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Ése es justo el momento que elijo para volverme hacia mi hermana y preguntarle:

– ¿La llevas en el bolso?

– ¿El qué?

– Pues qué va a ser, la crema esta…

– No, no creo… ¡Ah, sí, a lo mejor sí…! Espera, que voy a mirar.

Vuelve con su frasco y se lo tiende a la experta.

Ésta se calza sus gafillas e inspecciona el cuerpo del delito de arriba abajo. La miramos en silencio, prendidas de sus labios y algo angustiadas.

– ¿Y bien, doctora? -se aventura a preguntar Lola.

– Ah, pues sí, sí que es de Estée Lauder… Reconozco el olor… Y la textura… Los productos de Estée Lauder tienen una textura muy especial. Es increíble… ¿Y cuánto dices que te ha costado? ¿Veinte euros? Es increíble -suspira, guardando las gafas en su funda, la funda en el pequeño neceser de Biotherm y el pequeño neceser de Biotherm en su bolso de Tod's-. Es increíble… A ese precio no pueden sacar beneficios. ¿Cómo queréis que salgamos adelante si esta gente desbarata el mercado de esta manera? Es competencia desleal. Ni más, ni menos. Es… Así ya no hay margen… Esta gente… Es absurdo lo que hace esta gente. O sea, qué depresión…

Y, sumida en un abismo de perplejidad, se consuela removiendo largo rato su azucarillo sin azúcar en el fondo de su café sin cafeína.

En estos casos lo más difícil es conservar la calma hasta la cocina, pero una vez allí, estallamos en carcajadas. Si nuestra madre pasa por ahí en ese momento, se lamenta: «Mira que sois malas las dos…», y Lola responde, ofuscada: «¡Oye, que me ha costado setenta y dos eurazos el botecito. de las narices!», y nos volvemos a partir de risa mientras llenamos el lavaplatos.

– Qué bien, con todo lo que has ganado esta noche por una vez vas a poder poner para la gasolina…

– Para la gasolina y para el peaje -precisé, frotándome la nariz.

No podía verlas, pero adivinaba su sonrisita satisfecha y sus manos bien estiradas, apoyadas sobre sus rodillas juntas y apretadas.

Levanté la cadera para sacarme un billetón del bolsillo del vaquero.

– Deja, no hace falta -dijo mi hermano.

A Carine le faltó tiempo para quejarse, con su voz de rata:

– Pero… hombre, Simon, no veo por qué n…

– He dicho que no hace falta -repitió mi hermano, sin levantar la voz.

Carine abrió la boca, la volvió a cerrar, se retorció nerviosa en el asiento, abrió otra vez la boca, se alisó el vestido, se tocó el pedrolo de la sortija, lo colocó como es debido, se miró las uñas, estuvo a punto de decir alg… pero al final optó por callarse.

El ambiente estaba tormentoso… Si Carine cerraba el pico significaba que habían discutido antes. Si Carine cerraba el pico significaba que mi hermano había levantado la voz.

Y eso ocurre tan pocas veces…

Mi hermano no se irrita nunca, nunca habla mal de nadie, no tiene malicia ni juzga a sus semejantes. Mi hermano es de otro planeta. De Venus, quizá…

Lo adoramos. A menudo le preguntamos: «Pero ¿cómo haces para ser tan tranquilo?» Él se encoge de hombros. «No lo sé.» Insistimos: «¿Nunca te apetece perder los nervios? ¿Decir alguna vez cosas desagradables, cosas feas?»

«¿Para qué? Si para eso ya estáis vosotras, preciosas…», contesta con una sonrisa angelical.

Sí, lo adoramos. Y, de hecho, no somos las únicas, todo el mundo lo adora. Las niñeras que nos cuidaron de pequeños, las maestras del colegio, los profes del instituto, sus compañeros de trabajo, sus vecinos… Todo el mundo.

De pequeñas, tumbadas en la moqueta de su habitación, escuchábamos sus discos y le mangábamos los cigarrillos mientras él nos hacía los deberes. Nos entreteníamos imaginando nuestro futuro, y sobre el suyo predecíamos:

«Tú, como eres un pedazo de pan, seguro que te acabas echando de novia a la típica plasta que se cuelga de ti para siempre y ya no te suelta.» Bingo. Acertamos de lleno.

No me cuesta imaginarme por qué discutieron Por mí lo más seguro Podría - фото 2

No me cuesta imaginarme por qué discutieron. Por mí, lo más seguro. Podría reproducir su conversación tal cual, palabra por palabra.

El día anterior por la tarde le pregunté a mi hermano si podía llevarme él. «Pues claro, qué pregunta…», me dijo al teléfono, medio haciéndose el ofendido, pero de broma, claro. Y entonces la pesada esta debió de cantarle las cuarenta porque por mi culpa tenían que dar un rodeo muy grande. Mi hermano debió de encogerse de hombros, y ella debió de insistir. «Hombre, cariño… es que para ir al Limousin… tener que pasar por la plaza de Clichy no es que sea atajar precisamente…»

Mi hermano debió de hacer un esfuerzo para aparentar firmeza, se fueron a la cama enfadados, y ella durmió en la casa de tócame Roque.

Por la mañana se levantó de mal humor. Y volvió a la carga mientras se tomaba su achicoria de cultivo biológico: «Es que también, la vaga de tu hermana, ¿qué le cuesta madrugar un poco y venir hasta aquí?… Porque vamos, no creo que su trabajo la tenga agotada, ¿o sí?»

Mi hermano no debió de contestarle. Seguramente estaba estudiando el mapa de carreteras.

Y ella se encerró enfadada en su cuarto de baño de diseño (recuerdo nuestra primera visita a su casa… Ella, con una especie de fular malva de muselina al cuello, yendo y viniendo de aquí para allá entre sus plantas de interior, comentando su palacio con voz engolada: «Aquí, la cocina… funcional. Aquí, el comedor… acogedor. Aquí, el salón… modulable. Aquí, el cuarto de Léo… lúdico. Aquí, el lavadero… indispensable. Aquí, el cuarto de baño… doble. Aquí, nuestro dormitorio… luminoso. Aquí, la…» Era como si quisiera vendernos la casa. Simon nos acompañó a la estación, y, cuando ya nos separábamos, volvimos a decirle: «Qué bonita es tu casa…» «Sí, es funcional», repitió él, asintiendo con la cabeza. Ni Lola, ni Vincent ni yo dijimos una sola palabra en todo el camino de vuelta. Un poco tristes los tres, cada uno en su rincón, probablemente estábamos pensando lo mismo. Que habíamos perdido a nuestro hermano mayor y que la vida iba a ser mucho más ardua sin él…), después consultó su reloj unas diez veces por lo menos entre su residencia y mi calle, suspiró en cada semáforo, y cuando por fin tocó la bocina -porque fue ella, estoy segura-, no los oí.

Ayyyyy, qué desgracia, madre, qué desgracia.

Simon de mi alma, cuánto siento hacerte pasar por todo esto…

La próxima vez me organizaré de otra manera, te lo prometo.

Me las apañaré mejor. Me acostaré temprano. No beberé más. No jugaré a las cartas.

La próxima vez sentaré la cabeza… Que sí, que sí, de verdad. Encontraré a un chico. A un buen chico. Blanco. Hijo único. Con carné de conducir y un 4x4 ecológico.

Me voy a pillar uno que trabaje en Correos porque su papá también trabaja en Correos, y que cumpla con sus veintinueve horas semanales sin ponerse nunca malo. Y que no fume. Lo he precisado en mi perfil de Meetic. ¿No me crees? Pues ya verás como sí. ¿De qué te ríes, tonto?

Así ya no te daré la tabarra el sábado por la mañana para que me lleves al campo. Le diré a mi cariñín de Correos: «¡Oye, cariñín, ¿me llevas a la boda de mi primo con tu maravilloso GPS que incluye mapas de Córcega y de todas las antiguas colonias?», y ¡hala, asunto arreglado!

Que por qué te ríes como un tonto, te pregunto. ¿Te crees que no soy lo bastante lista como para hacer como las demás chicas? ¿Como para pillarme un chico bueno y simpático que siempre lleve en el coche su chaleco reflectante y no se salte nunca un semáforo? ¿Un novio al que le compraría calzoncillos en H &M en mi hora de descanso para comer? Oh, sí… Me emociono sólo de pensarlo… Un buen chaval, como Dios manda, sin complicaciones. Que venga con las pilas incorporadas y la libreta de ahorros.

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