Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto
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De joven don Luis había sido, incluso, un hombre atractivo. Como las fotografías no daban la estatura, parecía hasta apuesto en aquellos documentos de identidad, de conducir, de policía, del economato… Había también otras cosas, interesantes, por ejemplo, un recorte viejo de un periódico, con el traslado de los restos de José Antonio a Madrid, aquella cabalgata fúnebre con hachones y crespúsculos llenos de luceros por todas partes y lontananzas épicas; en él una flecha, puesta a mano, tinta ya rancia, señalaba a un joven, entre una masa de ellos, del que podía suponerse que se trataba de Luis Álvarez, no por el parecido, acaso por el uniforme, los correajes, la camisa azul.
Asunción Abril dejó aquella caja a Paco, pero no parecía dispuesta a retomar las confidencias de la primera tarde.
– Hijo, ha pasado ya tanto tiempo, que ya no me acuerdo -era la frase elegida para cambiar de tema.
Se tuvo que conformar con las cosas que le contó la primera y única vez. Toda una vida en común resumida en la hoja de una libreta. En cierto modo las vidas de todo el mundo, pensó, se reducen a eso. A algunas incluso les cuesta trabajo encontrar algo para poner entre las dos fechas de la lápida que cubre sus restos en el cementerio.
– Esto es lo que he logrado averiguar de mi suegro -dijo a sus amigos quince días después de aquella reunión del Comercial-. Nació en Ferrol, en 1918. Su padre era marino, se retiró de comandante y murió en 1936, dos meses después de que empezara la guerra. Estaba enfermo. Su madre vivió en Ferrol, hasta que después de la guerra su hijo se quiso quedar en Madrid. Se la trajo con él. Era el menor de dos hermanos.
A su hermano mayor, falangista, lo mataron en Madrid. La mujer, según mi suegra, era una arpía, una verdadera coronela, acostumbrada a mandar, avinagrada y despótica. Le hizo la vida imposible. Creyó que el asesinato de su hijo mayor le daba derecho a toda clase de excesos en su tiranía sobre el pequeño. Éste estudiaba cuarto de Derecho en Santiago cuando estalló la guerra. Fue voluntario desde noviembre de 1936 en la Tercera Bandera de Falange, y terminó la guerra en Madrid, donde entró con las primeras fuerzas del Cuerpo Jurídico del
Ejército. Todo ese período es muy nebuloso. Y tampoco mi suegra me ha querido contar nada, bien porque ya no se acuerda, bien porque fue antes de que se hicieran novios, bien porque no ha querido.
– Ahí entro yo en acción -dijo Maigret-. Llegó a Madrid el 16 de mayo, y se le adscribió a una llamada Jefatura de Investigación Criminal inmediatamente. Ya como policía.
Debió de terminar la carrera de Derecho, porque en todas partes se hace constar que era Licenciado en Derecho.
– Parece que Derecho va recogiendo toda la basura de todas partes -se lamentó Mason, con aflicción corporativa.
– Tampoco iba a necesitar la carrera, pero sin duda que le ayudó, porque fue inspector muy joven. Lo fue con treinta y dos. Después de la guerra, a la gente le daban los títulos en una rifa. Trabajó los primeros meses en los campos de concentración de Valencia, reconociendo a gente, y luego en un centro de los llamados Especiales de la calle Almagro.
– Mala cosa -sentenció Mason-. Eran los que nutrían los Consejos de Guerra, y la gente salía de ellos con una o más penas de muerte de las que pedía el fiscal.
– Sigo -atajó Maigret-. Pidió el traslado en 1940 a Pontevedra, por estar cerca de su madre. Se lo concedieron, pero a los nueve meses volvió a Madrid con ella. En esa fecha conoció a tu suegra, y a los tres meses se casó con ella. Le hicieron Jefe de Grupo cuando ya estaba casado.
– La guerra metió a todo el mundo muchas prisas, porque en eso de la boda a mis viejos les pasó lo mismo -dijo Marlowe, que se había sumado a la reunión por invitación de Maigret, cosa, dicho sea de paso, que a Paco Spade no le gustó demasiado-. Sólo que lo de mis viejos tuvo más gracia: se casaron y a la semana mi viejo se largó a Rusia, con la División Azul. Estaban locos.
– No creo que ni Dora sepa que su madre y su padre se casaron sólo cuando llevaban tres meses de novios -dijo Paco-. Me lo habría comentado alguna vez.
– Se casarían de penalty, como era lo normal. Mis viejos también se casaron de penalty -argüyó Marlowe-. Entonces todo el mundo se ve que se casaba a la carrera.
– Quizá se conocieran de antes -matizó Maigret-, pero se casaron después de que volvió a Madrid. Si fueron novios, durante ese tiempo no se vieron o se vieron poco. Y ahí vino su segundo traslado, ya ascendido, con un buen sueldo. Era muy joven. Tenía veinticuatro años. Se llevaron consigo a la madre de él.
– El traslado, ¿adonde? -preguntó Paco Spade-. A Albacete, ¿no es eso?
– Atiza, ¿cómo coño lo sabes? -respondió Maigret.
– ¿Quién es de Albacete? -preguntó Paco, para responderle.
Mason y Maigret se miraron sin comprender la pregunta.
Se pararon unos instantes a pensar. No conocían a nadie que fuese de Albacete.
– Poe es de Albacete -dijo Marlowe.
– Yo creía que era de un pueblo -corrigió Maigret.
– Sí, de La Almunia, pero su familia venía de Albacete -informó Marlowe.
– ¿Y qué tiene que ver eso con tu suegro? -preguntó Mason.
– Es sólo una intuición -dijo Paco-. ¿Cómo apareció Poe por esta tertulia?
Ninguno de los tres amigos recordaba los detalles. Paco lo hizo.
– Dijo que estudiaba en la academia que está aquí arriba. Nos dijo también que preparaba el acceso a la universidad. ¿No es cierto?
Mason y Maigret empezaban a recordar. Marlowe asintió.
– He estado en el Rectorado de la Universidad. Conseguí ver el expediente académico de Poe. El año pasado, cuando mataron a mi suegro, Poe estaba matriculado en la Universidad, en el turno de tarde, pero en tercer curso de Derecho. Lo que quiere decir que el ingreso lo había hecho dos años antes. ¿Por qué mentía en algo tan inocente?
– ¿Adonde quieres ir a parar?
– La represión en Albacete, cuando terminó la guerra, fue horrible. Murieron cientos de personas. Lo sabe todo el mundo.
– ¿Otra vez la guerra civil? -protestó Maigret-. Espera,
Paco. A tu suegro le trasladan de nuevo a Madrid en 1949.
Consultó Maigret la chuleta en la que había copiado el expediente laboral de don Luis.
– Además -añadió Maigret- el padre de Poe debió de morir ya en los años sesenta.
– En el año sesenta, exactamente -confirmó Paco Spade-. Poe nació en el año sesenta. Tiene ahora veintidós o los cumple este año.
– ¿No estarás insinuando que Poe es sospechoso de algo? No es lógico -dijo un Mason a quien la lógica volvía a preocupar.
– La lógica en estos asuntos de la guerra civil no tiene la menor intervención. Las cosas que pasaron tampoco tuvieron lógica. Habría que saber únicamente si entre el padre de Poe y mi suegro hay un vínculo.
– Imaginemos que lo hubo, que la vida les juntó a los dos. De ahí a que el hijo de uno matara al otro es tan inverosímil como una novela de Agatha Christie.
– No te metas con Agatha Christie, Loren -advirtió Mason muy dolido.
– Es una corazonada.
– ¿Corazonada?
– La mayor parte de las novelas de Chandler están hechas con corazonadas. Allí todo el mundo tiene una, y los casos se resuelven porque tienen corazonadas. No se sabe por qué los americanos pueden tener corazonadas, y los españoles, no. Quiero decir -continuó Paco- que Poe era un tipo especial. Introvertido, serio, atento. Y muy inteligente. Jamás se confió a nadie…
– A Marlowe -dijo Maigret-. Y a mí mismo. Hemos estado viéndonos hasta que se marchó a Castellón. No era tan introvertido. Conmigo hablaba.
Marlowe miró a Maigret, pero no dijo nada.
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