AMIGOS DEL ALMA
I. Un ángel en gestación
MAPI & MAGIO
María del Pilar Sánchez A.
Mauricio Rozo y Giovana Moreno
© María del Pilar Sánchez A., Mauricio Rozo, Giovana Moreno
© Amigos del alma · I. Un ángel en gestación
Septiembre, 2020
Contacto: universoamigosdelalma@gmail.com
Ilustración de cubierta: Javier Salas
ISBN papel: 978-84-685-4621-6
ISBN ePub: 978-84-685-4625-4
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A Germán y Laura, mis padres,
gracias a su amor, apoyo y acogida, esto se hace posible.
Índice
1 El origen
2 Jardín del Edén
3 C.I.E.L.I.T.O.
4 Academia Magnánima de Ángeles para Custodios
5 Los poderes angelicales
6 C.I.E.L.I.T.O.
7 El accesorio del guardián
1 El origen
En algún muy denso y lejano lugar de este universo, algo sorprendente está por suceder. Allá, más allá de los más distantes supercúmulos, rociados en toda su inmensidad por millones de coloridas y multiformes galaxias aún en expansión. Mucho más allá de todo lo concebido hasta ahora, donde prevalece el silencio, antes del silencio mismo, porque no hay energía, no hay movimiento y no hay vibración. Entonces, tampoco puede haber luz, por lo que reina una profunda oscuridad.
Es una especie de vacío cósmico, donde antes todo era quietud y calma, pero ahora late una alegre expectativa. Es la potencia de todo aquello que es posible, de todo lo que puede llegar a ser y a existir en este universo que, por eso mismo, no tiene fin. Es el mágico estado fundamental en el que, como de un sombrero de mago, de la nada se sacan continuamente maravillas.
Pero, ¿qué se necesita para que ocurra? Pues, es necesario ese asombroso primer acto del entendimiento, es decir, una idea. Una pequeñísima idea que progresa en la inteligencia ilimitada de Dios, hasta hacerse grande. Y de seguro es una idea única, oportuna, ingeniosa y sabia. Aunque no se basta a sí misma, necesita de un plan y de la disposición para imaginar todos y cada uno de sus detalles. La intención de darle la forma más adecuada y el deseo constante, que no está dispuesto a rendirse ni a renunciar. La emoción y la pasión para impregnarla de la mejor energía. También amor, generoso e intenso, para llenarla con el aliento capaz de darle vida. Ah, y por supuesto… ¡creer en ella! Porque lo que se cree, se crea. Así es el comienzo de cada cosa que existe de aquí al infinito.
¡Todo está dispuesto!
El silencio es quebrantado por un silbido de viento, como cuando atraviesa por una rendija. El sonido se propaga hasta hacerse cada vez más y más intenso, más y más estridente. Una fuerte sacudida anticipa la enorme explosión de luz que sobrecoge las tinieblas y anuncia un nuevo comienzo. Es así como, aparentemente de la nada, surge una nebulosa de luminosos tintes violeta y brillos multicolor. La nube de gases y polvo de estrellas, empieza a agitarse en ondas circulares que llegan una tras otra y tras otra. Van acompañadas por un rumor como el del mar que, como espuma, acaricia la playa en su vaivén.
Justo en medio del agitado borboteo, una gota de este océano cósmico se esfuerza por desprenderse del todo. Trepita por la tensión que genera en la superficie cuando hala con ímpetu hacia arriba. Consigue formar un remolino, como un trompo invertido, que retumba cual torrente al girar en dirección contraria a las manecillas del reloj. Salpica, un poco aquí y un poco allá, chispas de color púrpura, mientras se eleva, se eleva y se eleva. Hasta que logra desprenderse de su fuente luminosa, tras un estrepitoso chapoteo.
Un pequeño ser resplandeciente ha cobrado vida. Aturdido y mareado de dar tantas vueltas, intenta detenerse y mantener el equilibrio. Cuando lo consigue, se yergue satisfecho como queriendo mostrarse ante quien lo ha imaginado y levanta los brazos triunfante. Tiene brillantes y traviesos ojos color café, su tez es puramente blanca y sus mejillas encendidas. Un par de diminutas y refulgentes alas, también blancas, adornan su espalda. Está cubierto por una túnica de visos nacarados y en su cabeza un mechón ensortijado de pelo, de un intenso morado, desafía la fuerza de la gravedad…
¡Es un ángel de luz violeta!
Una imponente voz celebra su anhelada existencia y resuena amorosa muy dentro de él y hasta la eternidad:
—¡BIENVENIDO!
Es el Creador de Todas las Cosas que le ha conferido consciencia a su criatura, para que comience a experimentarse y de esta forma, pueda hacerlo él por medio suyo. Lo acompaña el eco de un coro celestial que se une al festejo.
Una sonrisa pícara ilumina la carita del ángel. Colmado de afecto y plenamente feliz, observa alucinado los destellos de luz que irradian sus pequeñas manos. Las acerca curioso a su nariz cuando descubre el dulce y refrescante olor a chicle que emanan. Aspira tan profundo como puede, deleitado con su propio aroma. Luego, palpa su rostro con las yemas de los dedos, ensimismado en su suavidad y detectando todos los detalles. Se acaricia la frente y su aún escaso, pero rebelde pelo. Entonces, mira de reojo hacia arriba y algo que flota por encima de su cabeza le llama poderosamente la atención. Es su incipiente aureola, que más parece un aro de humo a punto de esfumarse, pero él la encuentra estupenda.
De repente, como quien recuerda algo importante que había pasado por alto, se gira sobre sí mismo a toda prisa. Emocionado, por encima del hombro, trata de ver las alas a su espalda. Son tan pequeñitas que, por más vueltas que da, difícilmente puede conseguirlo. ¡Se marea de nuevo! Cuando se restablece y logra recuperar su postura, descubre con asombro un centelleante y cristalino raudal de luz líquida que ocupa el lugar de sus pies. Bueno, por ahora es apenas un tierno manantial del superfluido, pero promete exuberancia a medida que crezca. El ángel violeta lo celebra con un grito eufórico de alegría, como si fuera lo más extraordinario que ha visto en toda su vida. Y sí, por su breve existencia, en realidad… ¡así es!
Este suceso es contemplado con admiración a años luz de distancia y aunque parece pequeño para quien lo observa, no deja de ser un hermoso espectáculo. En la cima de un cerro, iluminado por una sombría luz violeta, hay un observatorio astronómico. Está ubicado sobre un fragmento de tierra que flota entre nubes en medio del espacio, como una isla en medio del mar. Desde allí, un ojo gris verdoso, acrecentado de manera exorbitante por efecto de los múltiples lentes del telescopio, se llena de lágrimas de alegría. Un momento único, sin duda. Y el observador expresa todo su júbilo con un grave y profundo:
—¡Jo, jo, jo, jo…!
Es un hombre mayor, de facciones angulosas, alto, muy alto y corpulento; de larga barba lila pálido, como pálido lila es su largo pelo también. Sigue atento a la bóveda celeste, esta vez no lo hace con el gran telescopio, sino con un catalejo que saca bajo las anchas mangas de su túnica púrpura, salpicada de estrellas.
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