La historia y la política le dan al escritor chileno Jorge Edwards los materiales necesarios para producir una escritura inscripta en un campo siempre presente en su obra: la memoria. Sus últimos libros apelan a ella de modo privilegiado, constituyéndose en un núcleo medular. La consideración de un grupo de cartas de Edwards, dirigidas a escritores y críticos, permite indagar en cuestiones autobiográficas que son centrales en su proyecto narrativo.
María del Pilar Vilaes doctora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Fue profesora regular en la Universidad Nacional del Comahue, sede Viedma (CURZA) hasta su retiro. Su actividad como investigadora está focalizada en literatura latinoamericana, en especial chilena. Es autora de Las máscaras de la decadencia. Jorge Edwards y el medio siglo chileno (2006) y coeditora de Travesías del ensayo latinoamericano del siglo XX (2008). Publicó diversos artículos en libros colectivos y revistas especializadas.
MARÍA DEL PILAR VILA
JORGE EDWARDS
Custodio de la memoria
A Vera, por el impulso que le dio a mi vida.
Desde el año 2000 estoy abocada al estudio de la obra de Jorge Edwards. La investigación que inicié entonces se constituyó, poco después, en el eje de mi tesis de doctorado, trabajo que dio como resultado la publicación de Las máscaras de la decadencia: la obra de Jorge Edwards y el medio siglo chileno en 2006. Durante un tiempo me alejé de la producción de este escritor chileno pero, ante la aparición de cada libro nuevo, Edwards y su obra volvían a ocupar mi atención. Por otra parte, contaba con una serie de documentos y cartas que habían quedado casi abandonados durante la escritura de mi tesis, pero a los que pensaba volver en algún momento. Susana Zanetti, quien dirigió mi tesis doctoral, siempre me reclamaba la continuación del trabajo con aquellos materiales. Hasta los últimos días de su vida y cada vez que nos comunicábamos o nos encontrábamos me pedía que siguiera con lo que tantas veces habíamos hablado. Susana Zanetti murió en agosto de 2013 sin que yo hubiese empezado lo que ella reclamaba. Como tantos que abrazamos la literatura latinoamericana, conocí la orfandad intelectual y supe que para siempre me faltaría la maestra. Y casi olvidé su pedido. Sin embargo, un día decidí que se lo debía. El resultado es este libro. Durante su escritura extrañé a Susana y sus agudos comentarios. Sin embargo, esa soledad que genera la escritura fue compensada con la lectura generosa de colegas y amigos: Silvina Fazio hizo una temprana lectura cuando esto era apenas un borrador de borradores. Su mirada atenta con respecto a la escritura me permitió realizar muchas correcciones. José Amícola leyó el primer borrador e hizo interesantes sugerencias y aportes; María Celia Vázquez lo hizo con el manuscrito que se aproximaba a la versión final y sus lúcidas observaciones me ayudaron a mejorar tramos del trabajo. A ellos les agradezco profundamente no solo los comentarios sino el tiempo que con gran generosidad destinaron para la lectura. Mi reconocimiento, también, para Alfredo Saldaña de la Universidad de Zaragoza, España, por el envío de un artículo casi inhallable.
Un agradecimiento especial para el Dr. Roberto Hozven Valenzuela, investigador chileno, por haber leído el manuscrito cuando tenía el formato de libro y por compartir el interés por la obra de Jorge Edwards de la que él es un profundo conocedor. Sus atinadas observaciones, sugerencias y advertencias fueron de gran utilidad, al tiempo que generaron un estimulante diálogo que espero continúe por largo tiempo. El Dr. Patricio Lizama Amestica, colega y amigo, me proporcionó importantes datos para poder comunicarme con el escritor Jorge Edwards. Mi reconocimiento por tanta generosidad.
Finalmente, agradezco a Jorge Edwards por haberme autorizado a utilizar y transcribir algunas cartas y por haber tenido la deferencia de llamarme para dar curso a mi solicitud y, a partir de allí, intercambiar comentarios sobre su obra. De igual modo, quiero señalar que su hija, Ximena Edwards, ayudó a resolver inconvenientes informáticos y posibilitó una comunicación fluida con su padre.
El libro gira en torno al valor que Edwards le da a la memoria. Haber trabajado con este concepto y teniendo en cuenta que, como dice Silvia Molloy, la memoria es “fuente de vida”, Susana Zanetti siempre estará presente en mis recorridos por la literatura latinoamericana.
CD La casa de Dostoievsky
CI Crónicas infiltradas
CM Los círculos morados
DP El descubrimiento de la pintura
DT Diálogos en un tejado
EC Esclavos de la consigna
IF El inútil de la familia
MM La muerte de Montaigne
OC La otra casa: ensayos sobre escritores chilenos
PI Prosas infiltradas
UH La última hermana
Roberto Hozven
Pontificia Universidad Católica de Chile
El libro se va solo en la lectura. Lo tomé con reluctancia, y no lo pude soltar. Reluctancia no al manuscrito sino al género epidíctico. La admiración implícita por la literatura de Edwards no la obnubila. Gocé –como buen chileno– el descorrer de tupidos velos con que la autora relee los sentidos atenuados hasta su blanqueamiento; nuestra cortesía. Como Edwards, María del Pilar Vila ensaya la escritura recursiva del buen ensayista: ir del enunciado a los múltiples ángulos implícitos en la enunciación replegada. Y allí rever, reescribir con todas sus letras las obscenidades del libro colectivo enmudecido por la doxa de la tortuosa familia chilena. Nombra las cuestiones escabrosas ante las cuales “la familia en pleno, en armas, en pie de guerra, erigida en tribunal del crimen” castra la literatura y, en ella, nuestro pensar cotidiano. Vila descorre los tupidos velos de la impotencia comprensiva o de las conveniencias coyunturales (dar la puntada, pero con hilo) en que, por cobardía moral, se complace la inteligencia civil del mundo narrado por Edwards.
Un buen texto crítico como este se autoriza por él mismo. Irrumpe sin Sr. Corales o heraldos legitimadores.
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