No termina aún su discurso, cuando al pequeño ángel se le forman un par de lagrimones que se resisten a caer. Tiemblan, mientras hacen resplandecer más aún sus brillantes ojos. Amenazan con abrirse camino, pero solo uno consigue descender por una de las mejillas, tras un leve parpadeo. Y de allí, se precipita abajo, hasta unirse a su raudal de luz líquida.
Zadquiel toma en brazos al pequeño ángel de luz violeta y lo levanta hasta lo más alto, para arrojarlo al vacío y volverlo a recibir, mientras emite otro sonoro:
—¡Jo, jo, jo, jo…!
Lo hace con la firme intención de impedir cualquier dejo de tristeza, nostalgia o incómoda sensación del ángel, que se carcajea por el vacío que el rápido descenso le produce. La pirueta antecede a un estrujador abrazo. Raudal se recuesta en el hombro del Arcángel con ternura, por un instante que no quiere que termine nunca. Cierra los ojos impregnándose de su cariño y del recuerdo de esa estruendosa carcajada que ya no lo sobresalta más. Zadquiel lo entrega a Jofiel y se retira apresurado.
El arcángel de oro toma de la mano a Raudal y lo invita a ir a jugar con los demás ángeles bebé que esperan a prudente distancia. Él no puede creer lo que ve, nunca había imaginado siquiera que pudiera haber tantos ángeles como él y a la vez tan diferentes. Los hay de rayos de todos los colores: blancos, azules, naranjas, rosados, verdes, dorados como Jofiel y violetas como él. Expelen los más deliciosos y variados aromas, como hierba mojada, brisa marina o pan recién horneado. Además, los hay cristalinos y de éter, de algodón y de aluminio; pero lo cierto es que, quizá, ninguno es tan particular como Raudal, con su raudal de luz líquida.
Todos alegres y con muchas ganas de jugar, se acercan curiosos al nuevo para invitarlo. Aún tímido, Raudal se camufla tras la túnica del Arcángel. Jofiel lo saca de debajo de sus enaguas y lo anima, con una sonrisa, a ir con los demás. Con un suspiro de nervios y frotándose las manos, el pequeño ángel va a unírseles, no sin antes mirar hacia atrás, justo al rincón dónde sabe que se oculta Zadquiel. Raudal le agita la mano como despedida.
Al verse descubierto, el Poderoso Arcángel sale de su escondite y responde de vuelta, agitando su enorme mano. El pequeño guarda con cuidado un beso en su puño y lo arroja con fuerza a Zadquiel Arcángel, que lo atrapa en el aire para depositarlo en su corazón, completamente enamorado de su ángel violeta.
—Hay muchos más ángeles ahora, Jofiel, ¿o es solo mi impresión? —pregunta Zadquiel, cuando se acerca a su compañero.
—Sí, cada vez son más y más, es parte del Nuevo Plan Divino.
—¿Y esto sí te permite prestarles la atención debida?
Jofiel se ríe con ternura, sin poder evitarlo, ante el gesto grave de su compañero.
—No es que dude de tus capacidades —aclara Zadquiel—, solo quiero cerciorarme de que va a estar bien.
El Arcángel dorado sabe que, sin importar la infinidad de veces que cualquiera de los arcángeles tenga que despedirse de uno de sus pupilos, siempre va a ser así.
—Aquí hay amor de sobra para todos, Zadquiel. El amor no se agota por la cantidad de ángeles en que tenga que ser divido, sino todo lo contrario… ¡se multiplica!
—Yo sé, pero igual, cuídalo bien, por favor. ¡Raudal es único y especial!
—¡Todos dicen siempre lo mismo! —comenta Jofiel, con un suspiro de fingida resignación y en tono de broma.
—¡Y siempre es y será verdad! —afirma categórico el Arcángel del Rayo Violeta.
Los dos Súper Poderosos Arcángeles se ríen y retumba entero el firmamento de alegría.
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