Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto

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Los amigos del crimen perfecto es una novela coral vertebrada en torno a un grupo de amantes de la novela negra que persiguen, desde hace años, tanto el estudio como la quimera de un crimen perfecto, hasta que la realidad acaba envolviéndoles en uno que, siendo un crimen perfecto, acaso ni es crimen ni perfecto.

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– A eso voy -dijo Paco Cortés-Y cuando hablamos en la tertulia de ese asunto, Poe dijo que la mitad de un caso se resuelve averiguando en el pasado de la víctima y el pasado del sospechoso. Yo no sé quién puede ser el sospechoso de la muerte de mi suegro. Pero sí sé que la víctima, en ese caso, puede ser a la vez el sospechoso.

– ¿Cómo? ¿Insinúas que a tu suegro le asesinó alguien y que ese alguien era tu suegro? Paco -dijo Lorenzo Maigret- la verdad es que ya no eres el que eras.

– Quiero decir que a mi suegro le mató su pasado. Mi suegro fue otra víctima más de la guerra civil, o sea, víctima de sí mismo.

– Por favor, deja ese rollo de la guerra civil -suplicó el policía-. Estoy harto de la guerra civil. No aguanto ni un gramo más de guerra civil. Una película más de la guerra civil, y nos vamos a suicidar todos. Basta de batallitas, ni una historia más del maquis, ni de las Brigadas Internacionales, ni de los que la perdieron ni de los que la ganaron. La perdieron ellos o la ganaron ellos. No nosotros. Estoy hasta el propio gorro de los cuarenta años de franquismo y de Franco. No aguanto oír hablar de los vencidos otros cuarenta años después de habernos tragado cuarenta oyendo la matraca de los que ganaron. Y todavía aguanto menos a los ingeniosos que dicen eso de que la guerra civil no fue civil sino incivil y que esa guerra no la ganó nadie, sino que la perdió España. ¿Es que en España no hay nada más que guerra civil y Eta? En el caso de aquel viejo de la calle del Pez, de acuerdo. Pero tenía que estar loco para matarse. Cuando alguien se suicida, es porque ya estaba muerto mucho antes. A ese viejo le mataron en la guerra y durante muchos años ni siquiera lo supo. También de acuerdo. En ese sentido Poe acertó. Pero no todo el mundo es como ese viejo. ¿Qué tenía que ver ese viejo con don Luis? Don Luis era un bicho, y eso lo sabes tú, Paco, lo sabíamos todos los compañeros y lo sabía el mundo entero, y estaba encantado de haber hecho la guerra, de haberla ganado y de volverla a hacer. Pero como cien mil más. No creo que pensase en la guerra civil cuando lo mataron. Cuando lo mataron estaba incluso más tranquilo, porque al final le dejaron fuera de las tramas del golpe del 23 F, estando metido en el ajo hasta el bigote, como sabíamos todos. Así que tú me dirás qué tiene que ver una cosa con otra.

– Tiene que ver -dijo Paco-. No digo que tenga que ver con el pasado remoto. Puede tener que ver con un pasado reciente.

– Investigaron -dijo Maigret- los casos más importantes en los que había intervenido en los últimos cinco años.

– ¿Por qué sólo los de los cinco últimos años?

– Porque ése es el tiempo en el que todos olvidamos las cosas.

– Si no se está loco.

– En ese caso, da lo mismo cualquier cosa. Si vamos a hablar de locos lo mejor es llamar a los loqueros, no a la policía -dijo Maigret-. Había casos comprometidos, de droga, una banda que se dedicaba a robar joyerías, que él desarticuló, otra que se especializó en la falsificación de documentos y otra que estafaba a la gente, vendiéndoles apartamentos en Torremolinos. Pero no conseguimos nada. Ninguno de esos casos llevaba hasta la Fuenclara.

– No, lo que decía Poe era más preciso. La mitad de la solución está en el pasado.

– Valiente deducción -dijo Mason-. Eso lo sabemos todos.

– Sí, pero la gente se cansa de buscar -dijo Paco-. A la gente el pasado no le gusta, ni el de las catedrales. Se cansan pronto. A la gente el pasado le da miedo. Prefiere comerse unas gambas actuales. Busca en lo que está más cerca, pero alejarse unos pasos más, le da pereza, porque a medida que te alejas más, más te pierdes. Mientras vas ampliando el círculo, más difícil es todo, más medios te hacen falta y, sobre todo, más tiempo. Y si a la policía le falta algo son esas dos cosas: medios y tiempo. Pero ésa es una labor de un solo hombre. Un investigador privado.

– ¿No saldrás ahora otra vez con lo de la agencia de detectives? -preguntó Mason.

– No, éste es un trabajo personal. Digamos que lo voy a resolver por interés familiar.

No les fue difícil reconstruir, entre los tres amigos, la biografía de don Luis.

Había nacido en el Ferrol, como el Caudillo, en 1918. Esa circunstancia hizo que muchos creyeran que Franco en persona había tutelado la carrera de su paisano, demasiado vertiginosa y ascendente, al menos en los primeros tiempos, velando por ella en dos o tres momentos en los que sin un padrino poderoso esa misma carrera se habría estancado, como la de tantos. También el paisanaje con Franco, y su protección, explicaría el amor que sentía don Luis por él.

Sin embargo a Paco no le constaba que entre su suegro y Franco hubiera habido otra relación que la del paisanaje. Si como decían las habladurías, don Luis había tenido alguna relación con Franco, lo hubiera sabido, porque esas cosas se saben en las familias. No obstante, volvió a preguntárselo a su suegra.

– Luis le conocía, porque era de Ferrol, y conocía a sus padres, y a sus hermanos -le explicó su suegra-. Ahora, nada más. Una vez, al acabar la guerra, coincidió en un servicio con él. Y le dijeron, Excelencia, este chico es de su pueblo. No estábamos todavía casados, todavía no le conocía yo. Y Franco le preguntó, cómo se llama usted. Franco era muy estirado, hablaba a todo el mundo de usted. Y Luis le contestó, y él dijo, conocí a su padre y a su abuelo de usted. Y se dio la vuelta, y ya no hubo más palabras.

No obstante muchos compañeros, sabiendo que era de Ferrol, lo suponían más o menos relacionado con el militar, cosa de la que don Luis, no desmintiéndola, se beneficiaba a menudo.

Aquellos recuerdos trajeron otros.

– Los rojos habían matado también a un hermano suyo que era falangista -siguió diciendo Asunción-, y de verdad, vosotros no podéis haceros una idea de lo que era Madrid en la guerra, las cosas que vimos…

Que era como decir que si no hubiese sido por Franco, hubieran acabado con todos ellos, no hubiesen dejado a nadie vivo, a nadie que no fuese de los suyos.

A Paco eso ya le daba igual. Le dijo también a su suegra:

– Estoy ambientando una novela sobre esa época. ¿Puedes enseñarme los papeles de Luis?

– Pero, hijo, ¿tú no ponías todas tus novelas en el extranjero?

– Sí, Asunción. Pero los tiempos han cambiado.

Fue sólo una treta para volver a aquella carpeta de fotografías que había visto la tarde que llegó a recoger a su hija Violeta.

A escondidas, y sin contarle nada a Dora, aprovechando que recogía a la pequeña de casa de su suegra, Paco menudeó las visitas y se demoró en mirar esos papeles, en muchos casos con la excusa de ayudar a su suegra a ponerlos en orden.

Por primera vez en su vida empezó a ver a su suegro de otra manera. Su presencia física era tan poderosa mientras vivía, él mismo era tan desagradable, de aspecto tan ruin y desmedrado, aquel rostro color vino, congestionado por el alcohol, las puntas de los dedos manchadas de nicotina, el bigote paródico, recortadito como los chistes que se hacían de los fascistas, sus gafas oscuras, caricatura de sí mismo, el modo que tenía de relacionarse, buscando siempre la palabra que más pudiera herir a la persona con la que hablaba, eligiendo con cuidado la más venenosa, la más hiriente, el modo en que se dirigía a los extraños, tan ceremonioso, con tanta hipocresía, con amabilidad que jamás empleaba para los más próximos, su buen humor, que podía confundir a cualquiera y hacerle pasar por alguien incluso divertido, todo aquello que condicionaba cualquier juicio sobre él, fue desapareciendo poco a poco. Su método era más científico.

Paco, mientras miraba aquellas fotografías, parecía tener a alguien al que podía acercarse sin peligro. Como a una alimaña muerta.

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