Masón, cabizbajo, buscó una respuesta, sin hallarla.
– Eso no va a ocurrir nunca. Y lo que no puede ocurrir es de tontos pensarlo, así que no está bien ni siquiera que lo plantees. Eso es demagogia policiaca, no un problema moral. ¿Le contarás todo esto a Dora? -interrogó a su amigo Cortés.
– Sí, más adelante. Cuando le sirva la verdad para algo más que para la desesperación.
Se hacía de noche. Aquella reunión había durado más tiempo de lo normal.
– Es curioso -concluyó Paco Cortés-. En las novelas el Crimen Perfecto no es posible. Atentaría contra la norma de las propias novelas policiacas, porque sobrarían en primer lugar los detectives y los policías. Los crímenes perfectos sólo pasan en la vida, y es en la vida donde cumplen su función. En las novelas de Crimen Perfecto, todo suele empezar por un cadáver que aparece como por casualidad, y hay que averiguar de quién se trata y quién es el asesino. A nosotros nos ha pasado al revés. Nos hemos tropezado con uno al final de los ACP, y además era de alguien que todos conocíamos. Llevábamos un montón de años buscando como los alquimistas un crimen verdaderamente perfecto. Y no lo encontrábamos. Y ahora que tenemos uno, no nos sirve de nada, porque ni siquiera podemos participar a los demás nuestro descubrimiento. Ya digo, como los alquimistas: hemos hallado la piedra filosofal, pero no podemos confiar a nadie nuestro secreto.
– ¿Quiere decir eso que no va a pasar nada, que nada ha ocurrido? -preguntó Masón.
– Nada ha ocurrido, y ha ocurrido todo. La vida -dijo Paco- no se acaba nunca, y cuando parece que va a hacerlo, se abre para otros. Los mecanismos tienden a la mecánica. Los organismos a la vida, y la vida da vueltas. Se parece a un mecanismo, pero no lo es.
– O sea -concluyó el abogado Modesto Masón-: que hemos perdido todos estos años.
– Si lo expresas así, tal vez -asintió ex Sam Spade- Pero míralo también de esta otra manera: lo que la vida te quita por un lado, te lo da por otro, lo que no resuelve en un rincón, lo resuelve en otro; el crimen que no era perfecto, la vida lo hace perfecto, y el que lo era, deja de serlo por una casualidad. Había dejado de escribir novelas, y se me presenta por fin un Crimen Perfecto; lo resuelvo, y el caso desaparece como desaparece un puño cuando se abre la mano. Pero siempre quedará la mano.
– Siempre nos quedará París -ironizó Maigret.
Y tras aquella leve parodia la vida se puso de nuevo en marcha, con su renqueante y alegre música de tiovivo.
Madrid, primavera de 2002
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