Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto
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– Es verdad -admitió el ex novelista-. Y podía haber accedido por dos razones: dinero o amor. Poe me dijo que de haberlo hecho él, lo habría hecho por amor. O, puesto que para entonces estaba ya metida de nuevo en la droga necesitaba dinero. Pero cualquiera que sepa de crímenes perfectos sabe que no se debe confiar en nadie por dinero para cometer un crimen. Ese es el eslabón por donde antes se rompe esa cadena. Por amor pudo hacerlo, pero no es probable. Por entonces estaba ya regularmente con su marido y además no tenía la menor experiencia criminal, ni antecedentes. Los criminales no se improvisan. Sigamos. Descartemos al padre Brown…
– No es lógico -dijo decepcionado Masón.
– Un cura puede recoger y encubrir, de momento, a un criminal, pero no creo que esté dispuesto él mismo a cometer un crimen.
– La pobre Miss Marple… Por cierto, me llamó hace un mes. Me preguntaba si ya no íbamos nunca más a volver a nuestras reuniones. Le dije que le avisaría en el caso de que volviéramos a vernos. Si llegase a saber que estamos barajando su nombre como encubridora de un asesinato real, huiría despavorida y no volvería a vernos en lo que le queda de vida. Pobre Miss Marple… Sherlock habría sido capaz de eso y de mucho más. Es un hombre calculador, pero interesado, tanto, que le habría delatado el móvil. En este caso, no tenía ninguno para matar a alguien que no conocía. Hemos de descartar también a los ACP que ni Poe ni Marlowe conocían, porque los trataban poco…
– Milagros también tiene coche -recordó Maigret.
– Y Milagros hubiera sido capaz no sólo de ayudarles a cometer ese crimen, sino a cometerlo ella personalmente. Por novelera. Pero ni Poe ni Marlowe tenían ninguna relación con ella, aparte de la que mantenían cuando se veían aquí, que era ninguna, porque sabéis de sobra que Milagros y la Esfinge son hermanas. Dejemos aparte a Nero y a los demás. Sólo quedamos nosotros tres. Tú, Masón, no te lo tomes a mal, eres un inútil para el negocio asesino.
– Tampoco es eso -protestó su amigo.
Paco giró los hombros para dirigirse a Maigret, dando a enteder que aquello iba a ser sólo una cuestión que dirimirían entre ellos dos.
– Te sigo -dijo el policía muy solícito-. Estoy muerto de curiosidad.
– Pude ser yo -admitió Paco-. De hecho es lo que al principio creyeron en la policía. Pero hubiese sido absurdo que pudiendo haberlo cometido yo solo, quisiese cometerlo con otros, a los que en principio no podía imaginar en qué les iba a beneficiar. Para entonces yo no conocía la relación que existía entre Poe y mi suegro, así que difícilmente podría haberle propuesto que entrara en la combinación. Respecto a Marlowe habría sido la última persona a la que hubiese confiado un secreto de esa naturaleza. Yo conduzco, es verdad, pero daba la casualidad de que el único coche del que hubiera podido disponer lo conducía en ese momento mi suegro, al que es difícil que convenciera para irnos de picos pardos esa tarde. Sólo quedas tú, Lorenzo. Y tú sí tienes coche.
– En Madrid hay un millón de coches. Paco -le dijo Maigret de magnífico humor-, y no hay un millón de sospechosos de haber matado a tu suegro, sin embargo.
– Pero tú, en cambio, sí hubieras podido tener una buena razón para matarlo. Era tu jefe e iba a hacer que te destinaran a otra parte.
– ¿Cómo sabes tú eso?
La expresión alegre de Maigret se mudó en sorpresa y extrañeza. Masón miró significativamente a su amigo Paco. Como broma no le parecía acertada, pero no se atrevió tampoco a intervenir.
– Estas últimas tardes tratamos de poner en orden los papeles de mi suegra. Va a dejar esa casa. Se le echa encima. Se muda a una residencia. En una carpeta me apareció a mí un borrador de expediente disciplinario en el que figura tu nombre. Llevaba fecha de un mes antes de su muerte. No sé cuáles eran vuestras diferencias. Pero antes quiero decirte que aunque tú ayudaras a Poe y a Marlowe, no cambiarán las cosas. No me importa demasiado. Aunque tus razones no fueran tan nobles como las de Poe, incluso como las de Marlowe, no lo haría, ni siquiera me tomaría la molestia de reabrir este caso. Puedo encontrar razonable que alguien quiera hacer justicia allá donde la justicia no comparece. Entiendo que alguien como Marlowe, por amistad, se preste también a ayudar. Ahora, que alguien quiera vendimiarle la vida al jefe porque éste no se porta bien con él, me parece indigno, peor aún, mezquino. Por otro lado según parece, la tarde del crimen vieron por la Fuenclara un Peugeot blanco, y tú tenías entonces un Peugeot blanco.
Maigret le había dejado hablar. Sostenía el vaso de whisky en la mano, pero desde que empezó Paco su alegato, el policía se había olvidado incluso de la bebida, y sus labios estaban secos. A Paco no se le escapó este detalle, porque de los detalles es de donde salen siempre las deducciones irrebatibles.
– Bebe, Loren, se te va a calentar el whisky.
Paco Cortés pensó en ese momento: si Loren no bebe y deja el vaso en la mesa, me va a costar sacarle nada. Ahora, si bebe, acabará contándome lo que pasó.
Maigret apuró distraído de un largo trago lo que quedaba de whisky, incluso se metió en la boca uno de los trozos de hielo, y dejó a continuación el vaso sobre la mesa. Como cualquier sospechoso, quería tomarse unos segundos para meditar la respuesta. En términos policiacos, aquel trozo de hielo en su boca era una tregua para tomarse su tiempo antes de hablar.
– Peugeot blancos como el mío debía de haber entonces en Madrid lo menos mil…
– Ya hemos bajado de un millón de sospechosos a mil… -dijo sarcástico Cortés.
– Sin embargo te equivocas con lo de ese expediente. Es la primera noticia que tengo de él, y puedes o no creerme. Unas semanas antes yo había tenido una discusión muy violenta con don Luis. Todos los que habían trabajado con él habían tenido alguna vez una o más. Una de las vías de investigación fue por ese lado. También nos investigaron. Tu suegro estaba convencido de que había sido yo el declarante contra él en una información de régimen interno que se había realizado antes sobre la noche del 23 F Nunca me tragó y a mí no me caía simpático. No sabía que estuviera preparando un informe sobre mí. Esto no tiene nada que ver con lo que pasó.
Maigret levantó la mano para atraer la atención del camarero. Paco corroboró hasta qué punto la mecánica de los sospechosos es elemental.
– Cuéntanoslo tú, Lorenzo. ¿Cómo ocurrió?
Se tomó unos momentos antes de contestar. Le sudaban las manos. En su interior se estaba librando una batalla que lo torturaba moralmente. Miró a Paco y miró a Modesto, consciente de la gravedad del momento.
– Un día -dijo por fin el policía-, después de una de las tertulias de los ACP nos quedamos Poe y yo solos. Nos fuimos a cenar juntos. Solíamos hacerlo algunas veces. Me dijo, oye, Lorenzo, tú tienes coche y te voy a pedir un favor. Me dijo, ¿puedes esperarme en tal sitio a tal hora? Era donde compraba la droga Hanna, dijo también. Es un sitio muy raro, muy solitario, da cierto miedo, me explicó. Hanna me ha contado, me dijo Poe, que allí está el tipo que le robó un dinero que yo le presté a ella y que no se lo quiere devolver y me ha dicho que si yo voy, quizá consiga algo. Pero no me fío ni siquiera de Hanna, porque ella está tan pillada, que no hace más que mentir. Es bastante dinero. Son doscientas mil pesetas. Yo creí a Poe. ¿Por qué iba a engañarme? Nunca mentía, no lanzaba faroles, no exageraba, no era Marlowe. Entonces yo le dije que era mejor que fuese con él a esa casa. Me dijo, no, Hanna te conoce; mejor te quedas cerca. Y si tardo en aparecer, te presentas tú. Yo me creí todo lo que me contó. Y eso hicimos, al día siguiente él acudió por su cuenta y yo estaba en el sitio convenido. A la media hora, como habíamos convenido, por fin vi aparecer a Poe. Pero le acompañaba Marlowe. El día anterior no había mencionado a Marlowe. Se metieron en el coche y Poe me dijo, Lorenzo, acabo de matar a Luis Alvarez. Yo miré a Marlowe. Si me lo hubiese dicho Marlowe habría creído que era una broma, porque siempre está con bromas de ésas, ya lo conocéis, pero lo dijo Poe, que nunca se reía por nada, siempre tan serio. Quise saber lo que había pasado. Poe se disculpó conmigo, estaba tranquilo. A Marlowe, en cambio se le veía descompuesto, silencioso. Poe me dijo, don Luis Álvarez mató a mi padre. Yo nunca había hablado de su padre con él ni sabía nada de su familia, salvo cuando hablamos la primera vez. Entonces no me contó muchas cosas. Yo le pregunté, ¿lo trajisteis aquí para matarlo? No, contestó Poe. Tendré que dar parte, dije yo. Bueno, dijo Poe, es natural. No estaba nervioso, pero quiero que sepas, añadió, que yo sólo quería hablar con él. Y yo le repliqué que para hablar con él no tenía que habérselo llevado a Vallecas. Al lado de la comisaría hay doscientas cafeterías donde hacerlo. Y Poe me dijo que para lo que tenía que decirle, sí; quería tener la seguridad de que no se marchaba, porque tenía que oírle y quería hacerle sentir aunque fuese un momento todo el miedo que él hizo sentir a tanta gente, que hizo sentir a su padre. Y por eso iba armado. Hacerle un juicio, el juicio que no tuvo su padre. Y me contó no sé qué de un sueño que tenía siempre, y que en ese sueño le miraba a los ojos al asesino de su padre. Estábamos en el coche, arranqué y nos marchamos de allí. Por suerte no nos vio nadie… De todos modos a mí seguían sin cuadrarme muchas cosas de las que Poe contaba. Nos fuimos a mi casa. Poe le había pedido a Marlowe que le acompañara, porque tenía miedo de que tu suegro fuese incluso capaz de matarle a él. Fue a ver a don Luis y le dijo, ¿se acuerda de mí? Soy el primo de Maigret, y le contó una milonga sobre ti, Paco. Como en aquel tiempo don Luis estaba obsesionado contigo, que fue, acuérdate, cuando subió a la academia y te organizó aquel escándalo, le fue a ver y le dijo, don Luis, su yerno está metido en cosa de drogas. Le dijo también para picarle, su hija creo que también anda metida en eso, don Luis; la ha metido su yerno. Estaba todo calculado, eso es lo que creo. Cuando tu suegro había tragado el anzuelo, más por ansias de que fuese verdad que porque estuviese bien urdido, le dijo, y yo sé dónde le puede usted pillar. Como a mí, le contó un cuento parecido, que tú, Paco, le debías mucho dinero a él, que te lo había prestado cuando estabas separado de Dora, que no se lo habías devuelto, porque decía que lo tenía un camello de Vallecas, y que le habías dicho que ese camello iba a tener dinero al día siguiente. Poe le dijo: sólo quiero recuperar mi dinero; lo demás me da igual. Tu suegro lo primero que quería era meter a toda la brigada en el piso donde Poe aseguró que operaba o vivía el camello y a donde se suponía que ibas a ir tú, y pillaros a los dos. Pero Poe le dijo, no, no haga usted eso, porque es muy probable que allí esté también Dora, pinchándose, y no querrá que detengan también a su hija. Lo que resulta increíble es que se tragara una historia como ésa siendo policía. Quizá se la tragó porque lo era; hemos visto tanto que no nos sorprende ya nada. Don Luis se puso como loco, ciego de ira. Hubiera podido telefonear a su hija y hablar con ella. Pero no, prefirió creer a un desconocido, porque creerle venía a confirmar todo lo que siempre había dicho de su yerno. En caso de que hubiera telefoneado a Dora, y hablado con ella, quizá tu suegro estuviese vivo. El destino quiso que no lo hiciera, fue a reunirse con el suyo propio. Como tú dices, Paco, cuando el destino anda por medio no hay mucho que hacer. Tu suegro llamó a tu suegra y le dijo que no iba a ir a casa a comer. El plan era llevarle a ese descampado. Llegaron a la Fuenclara y allí les esperaba Marlowe, que se coló en el coche. Poe quería hablar con él, interrogarle delante de un testigo, meterle miedo, decirle, tú mataste a mi padre, tú le torturaste, tú torturaste a media provincia de Albacete, y luego dejarle allí. Y para eso me llamó a mí.
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