Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto
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– ¡No! -exclamó la crédula Miss Marple.
– Es una manera de hablar, mujer -le dijo en un aparte el padre Brown, a quien no le gustaba que se abusara del candor de los inocentes.
– De todos modos -intervino Poe- el número de asesinatos sin resolver es hoy seguramente el mismo que hace doscientos años. Los adelantos científicos sirven de poco, cuando se trata de la perfección. En esto es como el arte: hemos llegado a la Luna, pero nadie puede pintar como Velázquez, y andan sueltos tantos asesinos como en tiempo de De Quincey, si acaso no más, porque hoy hay mucha más afición al asunto, y seguramente más razones para la afición. La gente tiene una desesperación que hace doscientos años no sentía, y si mata más es porque sufre más.
– Tengo que intervenir, Poe -dijo el padre Brown-. No puedes justificar de ese modo a los asesinos.
– Yo no justifico nada, padre -se defendió Poe-. Trato únicamente de comprender lo que entendemos todos por un crimen perfecto.
– Y a la perfección de un crimen que se halla directamente ligada a la precariedad de los medios para descubrir al asesino, yo no lo llamaría perfección -añadió un Marlowe que parecía compenetrado con Poe-. Es más bien una chapuza. Me refería a fabricar un Crimen Perfecto de 1982 para la policía de 1982 y para los ACP de 1982, un crimen distinguido y cruel.
– ¡Hurra! -exclamó Miss Marple, que encontraba en ese proyecto algo muy divertido y excitante.
– Lo decía el filósofo -dijo Cortés con sorna-: «La crueldad en literatura es signo de distinción».
– ¿Qué filósofo? -preguntó alguien.
– Sam Spade -reveló Cortés-. Porque hablamos de un crimen literario, ¿no, Poe?
– Eso no hay ni que preguntarlo, Spade -dijo el padre Brown, a quien no le gustaba que se jugase ni con las cosas santas ni con las que no lo eran en absoluto.
– Bien -intervino Nero, en un momento en que pudo dejar de anotar en su libro de actas las cosas que cada cual iba diciendo.
– Lo primero de todo -dijo de pronto Mike- es elegir bien un escenario. Yo llevo haciendo un inventario de todos los escenarios de crímenes cometidos en España desde 1900 en adelante hasta nuestros días.
Mike Delan era una mujer de edad indeterminada, lo mismo que de sexo. El trabajo le impedía aparecer por los ACP tanto como querría. Podría tener lo mismo cuarenta años que sesenta, y lo mismo hubiera podido ser mujer que un agregado de embajada. Vestía como un hombre, con traje de chaqueta y corbata, permitiéndose incluso la fantasía de unos chalecos floreados muy balzacquianos. Fumaba igualmente en pipa, de boquilla larga y recta, que manejaba como una batuta, y llevaba el pelo corto. Estaba casada con un periodista que hubiera hecho un magnífico Mefistófeles en Fausto, quien la venía a recoger algunas tardes a la puerta del Comercial, como el galanteador de una primadonna de teatro. Mike solía hablar como los novelistas policiacos, lo cual no contribuía en absoluto a que se entendiese lo que decía.
– En primer lugar -dijo frunciendo las cejas en un gesto que se le figuraba de suma astucia y muy novelesco- hay que descartar como escenario los domicilios de las víctimas, a menos que se trate de mansiones o casas con un cierto carácter. Nada de crímenes en el pasillo, en la cocina o en un cuarto de baño. La degradante ignominia de un crimen ha de encontrar la infamia apropiada del medio, la naturaleza humillada busca sacudirse el infierno en el que vive…
Los ACP, siempre respetuosos, pudiendo parodiar el modo de hablar de Mike, así apodada por el inolvidable personaje de Helen Queen de Chester Himes, se cuidaban mucho de hacerlo, porque sus aportaciones, una vez despojadas de esos perendengues retóricos, estaban bien.
– Un cine en el que se reponen películas mudas -sugirió-, es un buen escenario; el carromato de un domador de circo, también; la caja fuerte de un banco; el confesonario de una catedral; la sala de espera de una estación de tren; las atarazanas y los silos. Hace dos años apareció un ingeniero del Forpa en un silo de trigo. Lo llevaban buscando ocho meses, todos creían que se habría fugado y cuando vaciaron el silo, apareció, como recién muerto, incólume como una de las momias de Egipto; dijeron que el grano había actuado de secante y que la propia fermentación natural del cereal había consumido el oxígeno, por lo cual fue como si el cadáver hubiese estado conservado al vacío y en el medio más propicio: completamente seco y curtido.
Los aspavientos de asombro de Miss Marple animaron a Milke a adornarse en los detalles.
Aunque nadie tenía una idea clara de cómo fabricar un Crimen Perfecto, y mucho menos delante del padre Brown, que los condenaba todos, o delante de Miss Marple, a quien todos asustaban por igual, Milke siguió enumerando escenarios ideales para crímenes perfectos durante media hora.
Todos ellos están consignados en el libro de actas correspondiente que llevaba tan al día Nero Wolfe.
SE trata de media docena de álbumes, confeccionados especialmente para ese cometido.
Dado lo aparatoso de su tamaño y su peso, pues hablamos de verdaderos mamotretos de unos cuarenta centímetros de alto por veinticuatro de ancho, y más de doscientas hojas, raramente los llevaba Nero Wolfe a la tertulia de los ACP, salvo cuando quería mostrar algún trabajo especial, en el que se hubiese esmerado. Otras veces, se quedaban en el Comercial bajo la custodia de Tomás, Thomas, el camarero.
Bien por pereza, bien porque la sesión no resultara interesante o porque la escasez de material nuevo no tuviera más que reseñar, no pocas entradas de tal contabilidad criminosa se limitaban a dejar constancia de los asistentes a la reunión. Otras de esas páginas, en cambio, son un verdadero mosaico de los horrores, con fotografías de asesinos, entierros, víctimas, armas homicidas y crónicas que se acomodaban en las páginas de los libros de asiento como verdaderos mausoleos en un aseado cementerio y por las que hoy cualquier artista conceptual pagaría su peso en oro, para convertirlas en una atractiva instalación de arte moderno.
La preparación de un Crimen Perfecto les llevó al menos todas y cada una de las sesiones de los meses que quedaban hasta agosto.
El último jueves de julio Nero Wolfe resumió, en su peculiar estilo taquigráfico, las conclusiones a las que los ACP habían llegado, tras arduas discusiones:
«Víctima: joven, futuro prometedor, buena familia. Así más pena. Varón, no hembra. Razones obvias: público no gusta víctimas sean mujeres. Público mucho en Crimen Perfecto; público con su imaginación y capacidad fabuladora hace perfecto crimen. Público considera pérdida menor, si mujer. Cuando víctima mujer, ocho de cada diez lectores varones piensan que parte culpa es mujer. Sociedad así, y crímenes se producen en sociedad, no quieren transformarla. Sería primera vez que sociedad cambia a base crímenes. También importante: de diez lectores, siete mujeres, pero de diez lectores novelas policiacas, ocho hombres, y mujeres prefieren novelas policiacas escritas mujeres, Agatha Christie, P. D. James, Patricia Highsmith, más que Conan Doyle, Poe o Chesterton. Todo esto científico, estadísticas. Asesino: malvado de cine: cruel, no escrúpulos, más edad que víctima. Móviles descartados: celos o dinero… Esos son móvil de setenta y dos por ciento de crímenes. No móviles puros: sólo por amor, sólo por dinero. Habría que oscurecerlos: celos y humillación y complejo clase; dinero y rencor y orgullo. Mucha ignominia, mucha infamia, ignominia de infamia e infamia de ignominia. Humillación también y sentimientos degradados o degradación sentimientos. A Crimen Perfecto da lo mismo. Escenario: ninguno habitual para víctima. No su casa, no lugar de trabajo, no su coche. Sí, en cambio, noria de parque de atracciones, boda amigo, salida de un restaurante o cuarto baño de restaurante, también antesala notario, día en que sólo víctima sabe; también bueno escenario, misa de Gallo. Nada redención criminal. Criminal muy criminal y cuanto peor mejor».
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