Ignacio Pisón - Carreteras secundarias

Здесь есть возможность читать онлайн «Ignacio Pisón - Carreteras secundarias» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Carreteras secundarias: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Carreteras secundarias»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un adolescente y su padre viajan por la España de 1974. El coche, un Citroën Tiburón, es lo único que poseen. Su vida es una continua mudanza, pero todos los apartamentos por los que pasan tienen al menos una cosa en común: el estar situados en urbanizaciones costeras, desoladas e inhóspitas en los meses de temporada baja. Bien pronto, sin embargo, tendrán que alejarse del mar y eso impondrá a sus vidas un radical cambio de rumbo. «Antes», comentará el propio Felipe «no´sabíamos hacia dónde íbamos pero al menos sabíamos por dónde.».A veces conmovedora y a veces amarga Carreteras secundarias es también una novela de humor cuyas páginas destilan un sobrio lirismo, en la que Ignacio Martínez de Pisón se ratifica coo uno de los mejores narradores de su generación.

Carreteras secundarias — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Carreteras secundarias», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Esperé un rato más y finalmente me decidí a iniciar la búsqueda. Ya os he dicho que vivíamos al otro lado del Ebro. Hay, o al menos había, en esa ribera una carreterita que discurre paralela al río. Yo la conocía muy bien porque era un buen sitio para coger caracoles, tanto si llovía como si no, y lo primero que pensé fue que, si yo hubiera escapado de casa en una Mobylette con el propósito de encontrar una muerte rápida y segura, me habría encaminado sin dudarlo hacia esa carretera y me habría arrojado al agua desde una cualquiera de sus suaves curvas. Esa parte del río dicen que es mortal, de manera que, si hubiera conseguido sobrevivir al golpe, seguro que habría sido arrastrado al fondo por alguno de los numerosos remolinos.

Anduve, pues, por aquella carretera, escuchando a ambos lados el croar de las ranas escondidas, asomándome de vez en cuando a las aguas del río por entre las altas paredes de maleza y de juncos. Vi dos o tres piragüistas que remaban con los ojos entrecerrados y una familia de gitanos empujando una furgoneta sin puertas y unos chicos que disparaban a los pájaros con una escopeta de perdigones. Vi también a un hombrecito cuidando de su pequeño huerto y una rata gordísima que rebuscaba entre los restos de un vertedero y una chica joven que arrastraba un carrito lleno de barras de pan. Y vi luego casas y más casas y uno de los puentes de la ciudad y los otros puentes, y esa carreterita se había convertido ya en una calle normal, en la que a nadie nunca se le ocurriría tratar de suicidarse.

Volví por el mismo camino, más deprisa ahora, casi corriendo. Tenía la esperanza de que hubiera regresado. Llegar y encontrármelo. ¿Qué le diría si así fuera? No, no le hablaría de mi búsqueda. No le diría que llevaba dos horas buscando su cadáver entre los juncos de la orilla. Él no sabía que yo había visto la póliza de su seguro y que había deducido todo lo demás. Le diría simplemente que todo había cambiado de repente, que había muerto su madre, su detestada madre, y que no le había excluido de su testamento. Le diría que ahora era un hombre rico.

Pero mi padre no estaba.

– No -me dijo el del taller-. Por aquí no ha vuelto.

Me acordé del canal. Ya en una ocasión había pensado en tirarse al canal, no sería extraño que volviera al mismo sitio. Corrí hasta la parada de autobús. Cogí el primero que pasó y luego, en la plaza de España, me cambié a otro que llevaba al barrio de Torrero. Bajé junto al puente del canal y me detuve un momento a descansar. Era curioso. No había notado el cansancio mientras andaba o corría, pero nada más sentarme en el asiento del autobús me había sentido a punto de desfallecer. Eché a andar. Caminaba despacio entre los árboles que bordean el canal y miraba a uno y otro lado sin saber muy bien qué era lo que pretendía encontrar. ¿Los restos destrozados de la Mobylette al pie de uno de esos árboles? ¿El cadáver de mi padre arrastrado por la corriente? ¿Acaso sólo su frágil figura sobre la Mobylette, después de haberse pasado toda aquella mañana dando vueltas y más vueltas por esa carretera, asustado y lloroso, incapaz de cumplir esa determinación última que él mismo había adoptado?

– ¿Qué pasa, chico? ¿Te has perdido?

El que me dijo eso fue un taxista que se había detenido a mi lado. Para entonces yo debía de haber recorrido cuatro o cinco kilómetros, tal vez más, y me encontraba en una zona alejada de toda edificación. Hice una seña con la mano y me metí en el taxi.

– Estás helado -dijo el hombre-. ¿Cómo se te ocurre salir de paseo con un frío como éste?

Le dije que avanzara pero despacio. Le dije que estaba buscando a una persona. El taxista trató de iniciar una conversación en torno a los resultados del fútbol o algo así y, aunque a mí aquello me traía sin cuidado, al mismo tiempo notaba que el sonido de su voz me tranquilizaba.

– Sí, sí -decía yo para que aquel hombre no se callara, y mientras tanto no dejaba de mirar por mi ventanilla.

Siguiendo el curso del canal dejamos atrás los árboles del parque, cruzamos un barrio entero y nos metimos en una zona de huertas, lejos ya de la ciudad.

– ¿Sigo? -preguntó él.

– Adelante, adelante…

Tenía el presentimiento de que me estaba acercando, de que muy pronto encontraría a mi padre o su cadáver o lo que fuera.

– ¿Sigo? -volvió a decir el taxista, confundido.

Fue muy poco después cuando, al salir de una curva, nos topamos con dos policías que desviaban el escaso tráfico hacia el carril contrario. Uno de ellos nos hizo señas para que siguiéramos pero yo exclamé:

– ¡Alto! ¡Pare aquí!

Junto a las motos de los policías había una grúa del depósito municipal. Un hombre con unas altas botas de plástico, como de pescador, se asomaba a la orilla del canal sujetando con una mano el gancho de la grúa. Luego le vi acuclillarse y sacudir la cabeza en dirección al conductor. Salí del taxi justo a tiempo de ver cómo la Mobylette, cubierta de lodo pero aparentemente entera y sin roturas, era izada por aquel cable y quedaba suspendida en el aire. Me detuve un instante a mirarla. Daba vueltas sobre sí misma como el auricular de un teléfono cuando tratas de desenredar el cordón. Luego me acerqué a uno de los policías.

– Es mi padre -dije-. ¿Qué le ha pasado?

Me temía lo peor. Me temía que aquel hombre me dijera que habían encontrado la moto pero no al motorista. Me temía que el cuerpo sucio e hinchado de mi padre pudiera estar ahí cerca, atrapado por el barro del fondo del canal. El policía, sin embargo, me dijo que había visto cómo se llevaban a alguien en una ambulancia.

– Un hombre bajito -dijo-, parecido a Frank Sinatra.

– Pero ¿está vivo? ¿Se fijó en cómo estaba? ¿Dónde se lo han llevado?

El policía estuvo un rato hablando por la radio de su moto y luego me dijo el nombre de un hospital. Corrí al taxi. Tenía una sensación extraña, como si todo estuviera ocurriendo a la vez muy deprisa y muy despacio. Tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo desde lo de aquella mañana, lo del agente judicial y la huida de mi padre y todo lo demás, pero también me parecía que el tiempo en realidad no pasaba para nada ni para nadie, como si la vida se hubiera detenido a mi alrededor y fuera yo el único que seguía en movimiento.

Llegamos al hospital. No llevaba dinero suficiente para pagar la carrera del taxi pero al taxista no le importó.

– Déjalo, chico -dijo-. Que haya suerte.

En el hospital pregunté por mi padre y una monja anotó mi nombre. Apareció después otra monja, que me acompañó a una salita y me pidió que esperara.

– Dígame al menos si está vivo…-rogué.

Aquella monja no sabía nada. Me senté. Una mujer a mi lado no paraba de llorar. «Aquí todos tienen su propia desgracia», pensé. Salí al cabo de un rato al pasillo a estirar las piernas. Tenía otra vez la impresión de que el tiempo pasaba muy despacio, y sin embargo eran ya cerca de las cinco. Me di cuenta, además, de que no había comido nada en todo el día. Pero la verdad era que tampoco tenía hambre. Pensaba en mi padre y en la Mobylette manchada de barro, dando vueltas y más vueltas sobre sí misma.

Cuando por fin me dejaron pasar a verle, acababan de encender las luces porque ya estaba anocheciendo. A mi padre lo habían metido en una habitación junto a otros tres hombres. Él ocupaba la cama del fondo, al lado de la ventana. Tenía la cabeza vendada y la mitad de la cara tapada con grandes esparadrapos y con gasas. Le habían cubierto también la nariz, y uno de sus ojos asomaba enrojecido y deforme entre las vendas blancas. Mi padre volvió levemente la cabeza para mirarme. Su leve sonrisa acabó convirtiéndose en una mueca de dolor.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Carreteras secundarias»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Carreteras secundarias» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Renē Gijo - Baltkrēpis
Renē Gijo
Alberto Ignacio Vargas Pérez - En busca del cuerpo personal
Alberto Ignacio Vargas Pérez
Ignacio Walker Prieto - Cambio sin ruptura
Ignacio Walker Prieto
Ignacio Olaviaga Wulff - Hace mucho
Ignacio Olaviaga Wulff
José Ignacio Cruz Orozco - Prietas las filas
José Ignacio Cruz Orozco
Juan Ignacio Correa Amunátegui - Cohesión social y Convención Constituyente 2021
Juan Ignacio Correa Amunátegui
Ernesto Ignacio Cáceres - Sin héroes ni medallas
Ernesto Ignacio Cáceres
Ignacio Di Bártolo - La palabra del médico
Ignacio Di Bártolo
Juan Ignacio Colil Abricot - Un abismo sin música ni luz
Juan Ignacio Colil Abricot
Ignacio Serrano del Pozo - Después del 31 de mayo
Ignacio Serrano del Pozo
Отзывы о книге «Carreteras secundarias»

Обсуждение, отзывы о книге «Carreteras secundarias» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x