Ignacio Pisón - Carreteras secundarias

Здесь есть возможность читать онлайн «Ignacio Pisón - Carreteras secundarias» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Carreteras secundarias: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Carreteras secundarias»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un adolescente y su padre viajan por la España de 1974. El coche, un Citroën Tiburón, es lo único que poseen. Su vida es una continua mudanza, pero todos los apartamentos por los que pasan tienen al menos una cosa en común: el estar situados en urbanizaciones costeras, desoladas e inhóspitas en los meses de temporada baja. Bien pronto, sin embargo, tendrán que alejarse del mar y eso impondrá a sus vidas un radical cambio de rumbo. «Antes», comentará el propio Felipe «no´sabíamos hacia dónde íbamos pero al menos sabíamos por dónde.».A veces conmovedora y a veces amarga Carreteras secundarias es también una novela de humor cuyas páginas destilan un sobrio lirismo, en la que Ignacio Martínez de Pisón se ratifica coo uno de los mejores narradores de su generación.

Carreteras secundarias — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Carreteras secundarias», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

¿No os decía que era imposible? ¿Habéis intentado alguna vez dormir en un coche con alguien al lado cantando a voz en grito la canción de El padrino?

Mi álbum de recortes de Patricia Hearst había quedado interrumpido unos días antes del recital de Estrella en Valls. La última noticia hablaba de un nuevo mensaje magnetofónico en el que Patricia declaraba haber participado voluntariamente en el atraco, «con el arma cargada y dispuesta a usarla». Desde entonces no había habido novedades (o al menos no las había habido en las páginas de «Información del extranjero» de La Vanguardia Española, que era el periódico que mi padre compraba), y eso quería decir que seguía escondida junto a los suyos, perseguidos todo por la policía de los Estados Unidos. Era apasionante, o eso me parecía a mí, y de hecho puedo aseguraros que no pasaba un día sin que acudiera al periódico en busca de nuevas noticias. ¿Cómo podía ser que ya nunca dijera nada, absolutamente nada, sobre el caso? ¿Cómo es que ni siquiera le dedicaba un par de líneas para decir si había habido o no nuevos atracos, si había mandado más mensajes, si existía alguna sospecha sobre su paradero? No sé. Habría bastado con que cada dos o tres días dijeran algo así como: «La policía carece de pistas sobre Patricia Hearst.» O como: «Patricia Hearst se ha convertido en la mujer más buscada del planeta.» O también: «Patricia Hearst vuelve a burlar el cerco policial.»

Pero no. Durante varias semanas no se hizo la menor alusión a su existencia, y luego un día, de golpe, me encontré con una noticia larguísima que recapitulaba todo lo que había ocurrido en ese período de silencio. Los titulares decían:

NUEVA YORK: PATRICIA HEARST SIGUE CON VIDA

Los padres de la conversa revolucionaria pudieron ver desde la televisión de su casa el enfrentamiento entre el F.B.I. y el Ejército Simbiótico de Liberación.

El resultado de la refriega fue de 6 muertos.

Por lo visto, la policía los tenía prácticamente localizados desde que habían asaltado una tienda de artículos deportivos y secuestrado a un joven para huir en su automóvil. «Antes morir que volver a mi casa», dicen que dijo Patricia, y entonces se ocultaron en un edificio de Los Ángeles y varios cientos de policías lo rodearon y no pararon | de pegar tiros y lanzar granadas hasta que consiguieron reducirlo a escombros. Sólo tres personas lograron escapar, la propia Patricia y una pareja de antiguos estudiantes de la Universidad de Indiana, y su situación ahora debía de ser auténticamente desesperada: esa misma noche habían ofrecido quinientos dólares a una mujer a cambio de cobijo por unas pocas horas. ¿Cuánto tardarían en detenerles? ¿Habría también entonces un tiroteo? ¿Matarían a Patricia Hearst como habían matado a la mayoría de sus compañeros?

Yo aquel día cogí mi navaja suiza y sobre la puerta del gimnasio grabé las iniciales del Ejército Simbiótico de Libe- liberación junto al dibujo de una serpiente.

– ¿Eso qué es? -me preguntó Marañón-. ¿Un espárrago?

Me volví hacia él indignado:

– ¿Cuándo has visto tú un espárrago con boca y ojos?

Marañón sacó su propia navaja y me la enseñó como in- interrogándome con la mirada. Marañón siempre me copiaba: yo hacía una cosa, él también la hacía; si yo tenía una navaja de ocho usos, él también.

– ¿A qué esperas? -le dije.

En apenas un par de horas las puertas de todas las aulas mostraban el emblema de la organización. Pensaréis que fue una tontería o una simple gamberrada. A mí entonces no me lo pareció, y ni siquiera me arrepentí cuando el hermano Ramón nos descubrió.

¡Así que erais vosotros…! -nos gritó, con la cara roja de furia.

Sin darnos tiempo a reaccionar se puso a repartir bofetadas, primero a mí, luego a Marañón, después otra vez a mí, y yo creo que si finalmente dejó de pegarnos fue sólo por cansancio.

– Pero ¿se puede saber qué coño significan esas letras? nos preguntó, casi sin resuello.

– Está bien claro -contesté yo, frotándome la mejilla-.

Ejército Simbiótico de Liberación. Marañón y yo somos los primeros simbióticos españoles…

– ¡Te voy a dar yo a ti simbióticos…!

El hermano Ramón volvió a levantar la mano y cuando yo ya me había preparado para recibir una nueva ración de bofetadas, él bajó la mano y llamó:

– ¡Suárez! ¡Ven aquí!

El tal Suárez apareció por un pasillo cercano. Debía de ser de sexto, yo no lo había visto nunca. Llegó hasta donde estábamos y el hermano Ramón le dijo:

– ¡Venga! ¡Ahora dales tú!

– ¿Por qué? -protesté-, ¿Por qué tiene que pegarnos él? Péguenos usted, que para eso es cura.

– ¡Dales, te he dicho!

Ya lo creo que nos dio aquel cabrón. A mí me dio unas bofetadas tan fuertes que se me escapaban lágrimas de dolor. Y a Marañón lo mismo.

– ¿Querías saber por qué? -me preguntó el hermano Ramón.

Se acercó a la puerta y con un dedo señaló las iniciales: -E. S. L. -dijo.

Luego se volvió hacia el otro y le señaló.

– Emilio Suárez Lozano -dijo.

Ahora empezaba a entender. Marañón y yo estábamos todavía frotándonos la mejilla, y también Suárez se la frotó, | El hermano Ramón añadió:

– El chico no ha hecho más que devolveros algo que os pertenecía.

Lo del negocio de mi padre lo descubrí gracias a la colección de recortes. Después del tiroteo y los seis muertos, yo me temía que Patricia Hearst y sus dos compañeros no tardarían mucho en ser detenidos, o acaso asesinados, y estaba ansioso por conocer el desenlace de la historia. Los dos días siguientes al de aquella noticia no hubo novedades. El tercer día, creo que era un viernes, busqué el periódico en el cuarto de estar y no lo encontré, así que entré en el dormitorio de mi padre para ver si estaba por ahí: ya sabéis que a mi padre le gustaba encerrarse a leer el periódico y escuchar la radio-despertador.

Digo que entré en su dormitorio y, en efecto, mi padre se había quedado dormido con el periódico desplegado sobre su pecho como una tienda de campaña. Se lo quité con suavidad, tratando de no despertarle, y lo sostuve en alto mientras buscaba las páginas de «Información del extranjero». Aquel día aparecía una columna que decía: «Uno de los miembros del Ejército Simbiótico de Liberación estuvo en España recientemente.» No es que fuera gran cosa, la verdad: entre los escombros de la casa de Los Ángeles habían encontrado varias pertenencias de los activistas simbióticos, y una de ellas era un pasaporte, el de uno de los compañeros de fuga de Patricia, con un sello de una aduana española. Bueno, lo importante era que ella todavía no había sido atrapada, y eso bastaba para hacerle un sitio en mi álbum.

Me acerqué sin hacer ruido a la mesilla y busqué el pequeño neceser que mi padre solía guardar en el cajón. Unas tijeritas: eso era todo lo que yo quería. Abrí, pues, el cajón y eché una rápida ojeada a su contenido: dos juegos de llaves, una caja de aspirinas, unas gafas de sol, su reloj Omega chapado en oro, un mapa de carreteras. Debajo del mapa es- taba el neceser y debajo del neceser una cosa que me llamó la atención: un manojo de quinielas, selladas todas ellas y unidas por una goma. Las cogí. Demasiados boletos. Mi padre solía rellenar uno por semana y ahí podía haber treinta o cuarenta. Miré la fecha: la del domingo siguiente. Miré también el valor de los sellos: los había de diferentes colores, y cada color correspondía a un precio distinto. Hice un rápido cálculo mental: aquello era una auténtica fortuna.

Mi padre seguía dormido, con la boca entreabierta, y de vez en cuando emitía un sonido parecido a un gorgoteo, como si tratara de tragar saliva pero tuviera la garganta seca. Así que en eso consistía el negocio: en jugárselo todo a las quinielas. Por un momento sentí deseos de zarandearle y gritar: «¿Pero tú sabes lo que estás haciendo? ¡Estás engañando a mis tíos! ¡Te estás aprovechando de su buena voluntad! ¡Les estás llevando a la ruina!» Pero no. No valí la pena. Seguro que mi padre me habría reñido por rebuscar sin permiso entre sus cosas. Seguro que me habría salido con alguna de sus teorías sobre la riqueza y el dinero. Ahora que lo pensaba, ¿no me había hablado en alguna ocasión de un matemático que se había hecho millonario gracias a no sé qué sistema que había inventado para acertar en las quinielas?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Carreteras secundarias»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Carreteras secundarias» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Renē Gijo - Baltkrēpis
Renē Gijo
Alberto Ignacio Vargas Pérez - En busca del cuerpo personal
Alberto Ignacio Vargas Pérez
Ignacio Walker Prieto - Cambio sin ruptura
Ignacio Walker Prieto
Ignacio Olaviaga Wulff - Hace mucho
Ignacio Olaviaga Wulff
José Ignacio Cruz Orozco - Prietas las filas
José Ignacio Cruz Orozco
Juan Ignacio Correa Amunátegui - Cohesión social y Convención Constituyente 2021
Juan Ignacio Correa Amunátegui
Ernesto Ignacio Cáceres - Sin héroes ni medallas
Ernesto Ignacio Cáceres
Ignacio Di Bártolo - La palabra del médico
Ignacio Di Bártolo
Juan Ignacio Colil Abricot - Un abismo sin música ni luz
Juan Ignacio Colil Abricot
Ignacio Serrano del Pozo - Después del 31 de mayo
Ignacio Serrano del Pozo
Отзывы о книге «Carreteras secundarias»

Обсуждение, отзывы о книге «Carreteras secundarias» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x