Manuel Vicent - Balada De Caín
Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Vicent - Balada De Caín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Balada De Caín
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Balada De Caín: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Balada De Caín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Balada De Caín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Balada De Caín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Algunos campos de verdura se divisaban ya y los cipreses se alternaban con las palmeras, las manchas de viñedo con oscuros huertos de aguacates, y por distintos caminos, entre frutales, discurrían jumentos pensativos montados por seres también silenciosos que se dirigían a la ciudad. Desde la falda de una loma donde crecían naranjos y limoneros vi las primeras piedras de Biblos. Eran almenas dentadas. Luego apareció el lienzo sur de la muralla que la luz de la tarde amasaba con canela bajo un cielo color albaricoque enmarañado de golondrinas. La puesta de sol encendía de un lado todas las cosas, todos los rostros. Nunca olvidaré la suavidad de aquella brisa ni el ruido de metales y alaridos humanos, el enjambre de buhoneros, saltimbanquis, mendigos y magnates que me inundó en las calles. La caravana del príncipe Elfi, con todo el séquito, entró por la puerta principal de Biblos y un gentío dispar en raza y color de la piel nos saludó levantando los brazos con alborozo. El príncipe era reconocido por todos los artesanos y alarifes que trabajaban bajo los dinteles de sus casas y ellos también elevaron una sonrisa a nuestro paso. El punto de destino era la explanada del puerto y los camellos sabían cómo llegar hasta allí. Troncos de cedro perfumado se almacenaban en los muelles y la visión de los barcos pintados de rojo, el pequeño bosque de palos, gavias, masteleros, trinquetes y algunas velas hinchadas que en ese momento entraban por la bocana me llenó el corazón de júbilo. Por fin, Abel, la mona y yo estábamos en Biblos.
A las once de la mañana me ha llamado por teléfono la voz más fastuosa de Helen. Creí que el auricular me iba a reventar en la patilla.
– ¡Estás en todas las paredes! -gritó.
– Repite eso -le dije.
– ¿No oyes el ruido de las copas? Lo estamos celebrando. Han empapelado con tu rostro varias estaciones de suburbano.
– ¿Qué estáis celebrando?
– Hay pasquines de tu figura en Times Square. Tu retrato también adorna las comisarías y todos los puestos de control. Has triunfado, chico. Lo sabía. Lo sabía.
– ¿Que sabías tú, maldita mona?
– Que tu nombre saldría por la boca de los predicadores, periodistas, teólogos, políticos, moralistas de todo el mundo. Sabía que mi novio un día sería proclamado rey del saxofón y santo patrón de todos los asesinos.
– Helen. Oh, ni querida negrita de nalgas de almendra.
– Qué.
– Me quieres demasiado. Yo no he matado a Abel.
– ¿Qué dices, bellaco?
– No he matado a Abel todavía.
Nueva York exhibía el color de otoño, el hedor de siempre: delicados amarillos y púrpuras en Central Park, rojos sangre de perro en los carteles de salchichas, rosas desvaídas en el rostro de los héroes de las pancartas y el dulce olor de gas penetrado por la putrefacción de un millón de tartas de fresa. Me eché a la calle sonriendo a todos los mendigos y por delante de mis ojos desfilaban negros en cadillacs blancos con sombreros de copa fosforescentes, ancianas vestidas con trajes de ballet, viejos de ochenta años que hacían footing, heroinómanos transparentes, limusinas blindadas como sarcófagos con un prodigioso carnicero en su interior, y yo los amaba a todos. ¿Era exactamente mi alma la que estaba pegada en las paredes de la 42? Había un estercolero de carne en aquella esquina con la Octava Avenida y por la acera fluctuaban camellos que predicaban la mandanga en voz baja y algunos seres mutantes dormían en posición fetal en los cubos de basura y a las once de la mañana las bombillas que orlaban los paneles encendían y apagaban grandes tetas e inmensos culos que parecían puertos de mar donde iban a caer deseos de cuarenta dólares. Al pasar por esa esquina, algunos extraterrestres me saludaron como a un emperador. Salve, Caín. Diestro con la quijada de asno, invicto derramador de sangre de perro, amor de los apestados, ¿quieres un pico de heroína? Verás las palmeras de Biblos con el humo de tu adolescencia dormido sobre sus murallas. Yo caminaba por las calles de Manhattan entre hirientes imágenes de panasonic, calientes vallas con chicas abiertas de piernas que anunciaban bragas o salchichones y reatas de adolescentes con cresta de gallo pintada de carmesí, y recordaba un pasado en el desierto lleno de salmos y escorpiones, de preceptos y reptiles. A pesar de todo, había sido un niño feliz. Mi padre me había enseñado a rezar y a través de su mirada me inoculó el terror a lo desconocido, el miedo a Dios. Su propia inseguridad la vertía sobre mí ejerciendo el papel de patrón duro de cerviz y, a la vez, dubitativo. De él heredé la pasión por la duda, el placer íntimo de la desgracia. Mi padre había elevado el sufrimiento a la categoría de refinado arte del espíritu, pero el desierto tenía momentos de una suavidad carnal tan profunda que los perfumes de algunas flores en el oasis llegaban a confundirse con los latidos interiores del alma. Atravesando diversos túneles de suburbano yo llevaba en el cogote ciertas visiones: los dientes de oro de mi padre, la luz color tortilla de aquel nido de ametralladoras donde me inicié en el sexo con Abel, los gritos de Jehová cuando me llamaba a su presencia, la cara rubicunda de la divinidad con aquellos pelos de oro que le salían de las orejas y de las fosas nasales, las alambradas sucesivas que marcaban una tierra de nadie, la explosión de aquella mina y la figura de Adán saltando por los aires como un pelele dentro de un cono de arena luminosa. Y ahora los golpes del convoy en la oscuridad de los raíles me martilleaban el cráneo, y al ver la chapa del vagón pintada con signos y garabatos volví a imaginar la tapia circular del paraíso donde otros seres también habían grabado sus aspiraciones o habían definido el mundo con breves sentencias nerviosas. Qué extraño. En el vagón del suburbano había una frase idéntica a aquella que el príncipe me hizo leer en el muro del edén e incluso pensé que se debía a la misma mano. El rabo de la mona es la esencia. Junto a este adagio había otros. Toda la filosofía moderna estaba escrita con spray en esta caja de chapa que iba atravesando las entrañas de Manhattan. Sólo pienso en el culo de mi chica. Amén. Al final de la mente hay un cuchillo. El sexo ruge. Ay de la tierra, címbalo alado. Confundidos están vuestros sabios porque desecharon la palabra del Señor. Cariño, te amo, acércame la escupidera. Yo llevaba la cabeza llena de gloria al comprobar que todos los pasajeros me miraban. Unos directamente a la cara con ojos pasmados, otros con un esguince furtivo por la pata de gallo. Me miraban como se hace con los artistas, no con los asesinos. ¿Es usted Caín, ese chico que está en los carteles? Soy Caín, hijo de Adán el llorón y de Eva la sultana. ¿Es usted Caín, el primer espada de la historia? Soy Caín, el que echó un pulso con Jehová con los codos puestos en el ara del sacrificio. Voy a una fiesta a conmemorar un asesinato con los amigos. Durante el trayecto, en el suburbano, sucedió algo que está más allá de la ficción. El convoy en el que yo viajaba se detuvo en una estación y allí un tren igualmente parado, que iba en sentido contrario, se veía al otro lado del andén. Miré por la ventanilla. En el vagón paralelo había una muchacha rubia sentada junto a un asiático extremadamente viejo y dormido. Ella también miró por su ventanilla. Al verme sonrió. Ambos cruzamos los ojos con una profundidad de medio minuto. La muchacha reaccionó con rapidez. Empañó el cristal con el aliento y sobre el vaho escribió del revés para que yo leyera un número de teléfono. Añadió esta palabra. Llámame. Y a continuación su convoy partió, pero yo llevaba aquella cifra en la memoria y sin perder tiempo la anoté en la agenda. Muchacha azul desconocida que pasó como una ráfaga por los intestinos de Manhattan: 212.2276519.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Balada De Caín»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Balada De Caín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Balada De Caín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.