Carmen Gaite - Los parentescos

Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Gaite - Los parentescos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los parentescos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los parentescos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Baltasar, un niño que atravesará varias edades a lo largo de la novela, trata de hacerse un hueco, su propio hueco en la casa familiar, allí donde conviven su madre, sus tres medio hermanos, su padre cuando aparece, la criada Fuencisla que busca con desesperación una vida propia y, en el piso de arriba adonde se llega a través de una puerta disimulada por un tapiz, los abuelos de sus hermanos. Baltasar, Baltita, guardará silencio hasta los cuatro años.

Los parentescos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los parentescos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En casa donde más. Porque debajo de tantas idas y venidas, comentarios, reparto de espacio y aparente concordia, cada día estaba más claro que mis hermanos vivían allí en régimen provisional y no tardarían en largarse cada uno por su lado. ¿Y ahora qué? ¿Y luego qué? Son preguntas que atraviesan aquellos meses veloces como un tren que no se para en ninguna estación. Compruebo que fueron ocho al encontrarme con un calendario que guardo. Lleva algún circulito o palabra secreta encima de los números. ¿Ocho meses? Me encojo de hombros. Qué más da. Lo absurdo se acepta de puro no entender. Son túneles, y se cierran los ojos.

En ese tiempo, que unas veces me parece tanto y otras tan poco, todos se mueven y dicen frases largas, pero mamá aparece quieta dentro de un cuaderno, con cinco cabezas. Nos pidieron en el colegio que dibujáramos al amigo o persona de la familia que más nos importara. Y yo saqué a mamá con piernas largas, una capelina de guiñol adornada de cascabeles y un cuello casi de jirafa que se dividía en cinco ramas. Bueno, eran más bien como dedos, y cada uno iba rematado por una cabeza distinta. En una mamá se reía, en otra estaba seria con gesto distraído, en otra llorando, en otra sacando la lengua. Y la quinta tenía los pelos de punta como culebrillas y pegaba gritos que casi se oían.

Y poco más. Cuando quieres recordar, se ha acabado el curso. Sentí inquietud aquella noche al subir las escaleras de casa, con mis notas tirando a regulares, que no tuve, por cierto, ni ocasión de enseñarlas. Y mis padres, nada más sentarnos a cenar, dan la noticia de que se casan. Así, sin más; fue él quien nos soltó la bomba, seguro, sonriente. Y mamá mirando para el plato de sopa.

(Bueno, aunque sea tipo paréntesis, tengo que decir que el nivel de mando de papá había subido mucho desde que, a fines del verano anterior, se quedó huérfano y heredó de sopetón una pasta bestial. Lola dice que la muerte repentina de doña Baltasara fue lo que desencadenó el vendaval de otoño. Lo contaré luego en otro sitio.)

Habían esperado a que estuviera Pedro, que ya pocas veces se quedaba a dormir. Fue el único que dijo: «¡Qué bien, enhorabuena! ¿Y el champán dónde lo guardáis?» Frase que se quedó en el aire de puro patosa, sin posarse ni volar, como muchas de las que dice Pedro. Y yo ni alegre ni triste, como si me hubiera equivocado de habitación. Miraba a mamá sorber la sopa, a ver si por lo menos estaba alegre ella, que no lo logré poner en claro.

Total, una cosa detrás de la otra, pim-pam, pim-pam, como noticias de televisión.

Y entre esa cena y la aparición de Olalla hay una raya invisible, seguramente la que ella vio y me prohibió pisar. ¿Cómo no iba a parecerme un prodigio encontrármela metida en mi cuarto, diciendo aquellas cosas disparatadas, mirando el póster de la fonética? Eso sí que fue un acontecimiento glorioso que inyectaba vida y misterio. Que anulaba el futuro. Supe enseguida que era lo más importante que me había pasado desde que llegué a Madrid. Y ahora que han llovido casi diez años y tengo recuerdos -algunos agradables-, sigo pensando lo mismo, que aquello no lo puedo comparar con nada de lo que he visto ni me ha dicho nadie a partir de ese día en que el tiempo se paró por unos instantes. Algo parecido a cuando entré en los títeres. Como notar que vuelas.

Pero los fogonazos dejan resaca. Y el de Olalla dejó mucha. A la semana de haberse ido mis padres de viaje de novios, yo ya no podía aguantarme a mí mismo. De tanto darle vueltas a si sería verdad o alucinación que entró en casa la niña de las coletas, a ratos sentía que iba a estallar. Lo único parecido a una garantía, aunque poco, es que cuando le dije a mamá: «Ha venido Olalla con su abuelo», su gesto se torció en el espejo y dijo: «No sé por qué la han tenido que traer.» Ahí se perdían los rastros. ¿Me habría inventado ése también? Mejor olvidarlo, pero no podía. Y mamá se había ido. Estaba en las islas Vírgenes.

Total, se echó encima un calor sofocante. Aquella casa estaba orientada a poniente, y yo me había empeñado en no tener amigos, en no pedirle ayuda a nadie, en no salir. Ni ganas de comer tenía.

Una tarde estaba sentado en el cuarto de estar, que daba a un patio, viendo la televisión. Y de repente entró Lola. Desde aquella vez que se largó a Italia con Máximo sin despedirse de mí y al volver suspiró de alivio al ver que me había ido de su cuarto, nuestras relaciones pasaron a ser de otra manera. No me miraba apenas, no me decía cosas cariñosas. La verdad es que con todos tenía un humor de perros. Me puse en guardia y decidí quererla menos, que tampoco fue fácil. El rencor es como una inyección que duele, pero hace efecto, y a mí me inmunizó de esa esperanza infantil de lo perenne, o sea que si alguien te quiere te va a querer siempre igual, aunque se hunda el mundo.

Pues bueno, entró Lola y yo no sabía si era para buscar algo o para quedarse un rato conmigo. Vi de reojo que se sentaba, pero seguí mirando la televisión, un documental de animales. Eran crías de águila y el nido estaba en las ruinas de un castillo. El corazón me latía con angustia, porque el silencio de Lola no lo podía soportar. No sé el tiempo que pasaría -a mí se me hizo muy largo- hasta que los aguiluchos del nido, después de unas cuantas visitas de la madre para traerles comida, empezaron a aletear.

En ese momento Lola se cambió de sitio y se sentó a mi lado en el sofá. La verdad es que se veía mejor que desde la butaca, o sea que aquel cambio podía significar dos cosas: o que le estaba interesando el proceso de crecimiento de los aguiluchos, o que le apetecía tenerme más cerca. No dije nada. Menos mal que habló ella. Y, por cierto, con una voz muy dulce.

– ¡Hay que ver lo que te ha gustado a ti desde siempre la historia natural! -dijo.

Y aquel «siempre» fue como una culebrilla. Se me apareció mi hermana desde muy lejos, asomando por detrás de un tapiz en el pasillo que daba tanto miedo.

Pero reaccioné y volví al presente. Las crías de águila, aguzando los ojos, se lanzaban a un vuelo corto.

– Es que date cuenta -dije- de lo poco que tardan en espabilar y echar a volar ellos solos. Unos ensayitos de nada y ancho es el mundo. A buscarse la vida. Si se cruzan en el aire con sus padres, a saber si los conocerán siquiera.

Bajé los ojos, y allí estaba la sombra entre mis pies.

– Bueno, ¿y qué? Pensando se sufre.

Me puso un dedo en la sien y apretó. Era juego de infancia.

– Por aquí te entra el mal, ¿a que sí?

– Sí.

– A mí también. Es por donde se enreda la novela.

De repente, comprendí que aquél era el momento de indagar lo que me estaba volviendo loco. Traté de que mi voz fuera normal.

– Oye, Lola, el otro día, cuando la boda, ¿viste tú por aquí a una niña muy rara, morena, con coletas?

– ¿Rara? Bueno, algo rara sí es, pero sobre todo más mala que cagada de diablo. Supongo que te refieres a Olalla.

– Así dijo que se llamaba. ¿La conoces tú?

Lola se echo a reír, que fue lo que más me molestó.

– ¿Que si la conozco? Sí, hijo, por desgracia. Es mi hermana.

Yo mismo me extrañé de la reacción tan violenta que tuve. Me puse de pie y empecé a pasear por la habitación como por una jaula.

– ¿Pero cómo que tu hermana? ¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que tu hermana?

– Bueno, a medias, igual que tú. Pero de otra manera. No te sulfures.

– ¿Y yo es que no pinto nada en esta casa? ¿O qué? -grité pegando un puñetazo contra la puerta-. ¡Ya está visto que no, que soy el último mono, que a mí nadie tiene por qué contarme nada! No soy nadie y punto.

Me había salido una vena típica de papá. Hasta la voz y los resoplidos. Y me daba vergüenza.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los parentescos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los parentescos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los parentescos»

Обсуждение, отзывы о книге «Los parentescos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x