Carmen Gaite - Los parentescos

Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Gaite - Los parentescos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los parentescos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los parentescos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Baltasar, un niño que atravesará varias edades a lo largo de la novela, trata de hacerse un hueco, su propio hueco en la casa familiar, allí donde conviven su madre, sus tres medio hermanos, su padre cuando aparece, la criada Fuencisla que busca con desesperación una vida propia y, en el piso de arriba adonde se llega a través de una puerta disimulada por un tapiz, los abuelos de sus hermanos. Baltasar, Baltita, guardará silencio hasta los cuatro años.

Los parentescos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los parentescos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No. Se ha ido unos meses a una academia de Bonn a aprender alemán. Tiene una cabeza privilegiada.

– ¿Y cómo le ha dado permiso su madre?

Bajó los ojos.

– No lo sabe. A mi hermana, la pobre, la hemos internado en una clínica, a ver si se mejora de los nervios. Perdona, ¿quieres algo más? Es que tengo mucho que hacer.

Miré hacia el techo. La trampilla por donde subía mister Hyde estaba condenada.

– No, nada más. Mucho gusto en conocerle.

– Lo mismo digo. Puedes pasar por caja.

Tenía una voz que acobardaba. Por Nieves no me atreví a preguntarle, aunque tampoco la vi, porque ni siquiera estaba seguro de que siguiera saliendo con mi hermano.

Pagué el cuaderno y me volví a casa muy triste, sin preguntar las señas de mi amigo ni dar recuerdos para él. ¿Mi amigo? ¿Es que lo fue alguna vez? En todo caso, tuve la corazonada de que Isidoro y yo habíamos emprendido viajes divergentes, o sea que los trenes donde te has montado no van a encontrarse nunca. «Divergente» viene cerca de «diáspora». Con la de empiezan algunas palabras de las que más me dan que pensar.

Aquella misma noche empecé el cuaderno. Decidí escribir todo lo que se me ocurriera, pero llevando un orden, no a lo loco. La letra y la ortografía son buenas y apunté muchas cosas de las que ahora me están sirviendo para recordar la etapa de Segovia. Lo primero que pone es: «La provincia navega hacia el mar», y sigue una tira de dibujos donde aparece Segovia en amarillo, con quilla de barco, según se va despegando de su sitio en el mapa. En los últimos recuadros se hunde en una mancha de tinta, y a lo lejos se ve la isla de Robinson.

Cada vez le tenía más cariño al pupitre que heredé de Daniel y lo cuidaba mucho. Los cajones los forré con papel estampado sujeto con chinchetas. Y como el hule de arriba estaba seco y tenía algunas calvas se me ocurrió untarlo con betún. Creo que me pasé en la cantidad, y por más que luego estuve varios días frotándolo fuerte con una bayeta, tardó en dejar de pringar.

Camino, al poco tiempo, reanudó sus visitas. Si me veía escribiendo o leyendo, me traía la jarra de agua y se iba. Pero cuando me pillaba ya metido en la cama, se arrodillaba en la alfombra y apoyaba la cabeza contra la colcha. El pelo no se lo debía de lavar casi nunca, creo que se echaba brillantina y lo llevaba como a pegotitos, crucificado de horquillas. Cada vez hablaba menos. Sólo me decía que yo era la persona más buena que había conocido, que su ilusión sería vivir nada más que para cuidarme. Otras veces me preguntaba que por qué comía tan poco. Ella hacía muy bien el arroz con leche. Y las torrijas. Era como un animalito servil y empezó a agobiarme. Sobre todo porque noté que mi silencio le daba pie a unos mimos incómodos pero que tampoco me atrevía a rechazar.

Una noche metió la mano debajo de la sábana, me desabrochó la chaqueta del pijama y me empezó a acariciar el pecho con los dedos hábiles.

– Te late el corazón muy fuerte -dijo-. ¿Por qué no me dejas que me quede un ratito acostada contigo? Los dos tenemos miedo.

Yo aquella perturbación ya no la podía soportar. Salté de la cama, la agarré por el codo.

– Yo no tengo ningún miedo. Levántate del suelo.

Me obedeció y me miraba con ojos como de fiebre. Nos quedamos de pie uno frente a otro.

– No quiero líos, ¿sabes? Y dímelo claro, con la boca. A ti el miedo, ¿de dónde te viene, de la parte aquella de atrás?

Dudó un poco.

– Sí, no la aguanto. Tengo pesadillas. Salen bichos.

La cogí de la mano y me dirigí con ella a la puerta. Se resistía.

– ¿Qué me vas a hacer? -preguntó asustada.

– Nada malo, Camino. Desde esta noche dormirás en el sofá del gabinete y se acabaron los problemas. Coge ese almohadón, que ahora te llevo una manta ligera.

– ¡No, por Dios, qué locura! -protestaba-. ¿Qué van a decir tus padres? Me echan seguro.

Cada vez me daba más pena de ella, pero el trastorno que me había metido en el cuerpo se mudaba por dentro en una descarga de mando. Habíamos llegado al gabinete, le quité las sandalias, la ayudé a tumbarse en el sofá, y se dejó hacer.

– No te preocupes. Peor sería que te encontraran metiéndome mano en mi cuarto. Tengo ocho años.

Me miró con ojos relucientes, mientras le echaba encima la manta.

– ¿Y nunca te tocas el cuerpo? -preguntó-. Pues da mucho gustito.

– ¡Déjame en paz, chica, no seas plasta! -la corté-. Yo a ti no te pregunto por tu vida, así que empatados, ¿vale? Y duérmete de una vez.

Ella se tapó los ojos con el brazo. Se removía debajo de la manta y le asomaban unos pies estrechos. Yo estaba mucho más alterado de lo que parecía.

– Buenas noches. ¿Te apago la luz?

Se incorporó bruscamente en el sofá.

– ¿Te vas? ¿Me piensas dejar aquí sola?

– Claro. ¿O es que esta habitación también te da miedo?

Paseó sus ojos cobardes por los cuadros, los libros, los objetos dispersos, cada uno de los cuales encerraban una historia para mí. Había una fotografía de papá y mamá abrazados delante de unas montañas. Otra mía, de cuando todavía no hablaba, en el parque de atracciones del monte Igueldo. Era muy rubio. Creo que fuimos mamá y yo solos a ese viaje. ¿Qué edad tendría yo? ¿Por qué no vino nadie con nosotros? Me detuve en la sensación de plenitud de aquel verano en San Sebastián, la apreté fuerte contra mí para que durara mucho. Me había olvidado completamente de Camino hasta que la oí decir, como desorientada:

– No, miedo no. Es muy bonita. Nunca he dormido en un sitio tan bonito. Pero ¿y tus padres?

– ¿Mis padres qué?

– Que quién se encarga de decírselo.

– No le des más vueltas a eso. Yo me encargo.

Me miró como alguien que está a punto de ahogarse y le echan una lancha desde un barco grande.

– ¿Sí? ¿Y cuándo?

– Pues ahora mismo, si están despiertos. Y si no, igual. Tú quieta, olvídate de todo y a dormir.

Salí decidido al pasillo. Me invadió una especie de locura que se imponía al desfallecimiento. Cuando me entran prontos así -que es pocas veces-, antes de oír los truenos ya tengo encima la tormenta, y además me gusta, porque no queda tiempo de andarse encomendando a Dios ni al diablo. O sea que llamé a la puerta del dormitorio de mis padres con tres golpes fuertes, sin haber mirado la hora, ni saber lo que les iba a decir ni nada.

– ¿Qué pasa? ¿Quién es? -se oyó preguntar a papá con alarma.

– Soy yo, Baltasar.

– Espera, hijo, un momento -sonó más débil la voz de ella.

Pero no esperé. Y cuando la oí decir: «Pasa», ya estaba dentro.

Se habían sentado en la cama grande, acababan de encender la luz de la mesilla, y me miraban con una mezcla de susto y curiosidad, porque, ahora que lo pienso, debía de tener pinta de fugado de un manicomio. Me agarré a la barandilla de la cama y empecé a soltarles sin más rodeos una perorata sobre el egoísmo y la injusticia. No se podía ir por la vida atropellando a la gente, pensando sólo en lo que le pasa a uno, como si los demás no existieran. Veía desenfocadas aquellas dos caras de pasmo surgiendo detrás de la sábana que sujetaban a modo de telón. Papá alargó un brazo desnudo y se puso las gafas, como si no pudiera dar crédito a los altibajos de aquel discurso que tiraba para adelante en tono ascendente de sermón. En casa llevaba varias semanas viviendo un ser humano y para ellos nada, igual que un perro o peor, no les importaba saber si estaba a gusto o no, cómo se las apañaba para hacerse un hueco y orientarse en medio de tanto lío. Y si se moría de miedo por las noches, allá ella; me estaba refiriendo a la chica nueva, sí. Que, por cierto, se llamaba Camino, ¿o es que no se habían enterado?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los parentescos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los parentescos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los parentescos»

Обсуждение, отзывы о книге «Los parentescos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x