Carmen Gaite - Los parentescos

Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Gaite - Los parentescos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los parentescos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los parentescos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Baltasar, un niño que atravesará varias edades a lo largo de la novela, trata de hacerse un hueco, su propio hueco en la casa familiar, allí donde conviven su madre, sus tres medio hermanos, su padre cuando aparece, la criada Fuencisla que busca con desesperación una vida propia y, en el piso de arriba adonde se llega a través de una puerta disimulada por un tapiz, los abuelos de sus hermanos. Baltasar, Baltita, guardará silencio hasta los cuatro años.

Los parentescos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los parentescos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El día 21 de septiembre nos mudamos a Madrid, a la casa del pasillo con alfombra de rombos. El mueble de caoba conteniendo todo el saber del mundo hubo que ponerlo en la entrada, porque en mi cuarto no cabía. A mamá sé que no le gustó ni un pelo, pero no dijo nada. Desde la bofetada se había vuelto otra.

IV. DE TERREMOTOS

Desde que vivimos en Madrid -y no hace ni diez años-, hemos cambiado de casa tres veces. Y a mejor barrio. No es algo extraño entre gente a quien los negocios le van viento en popa, un detalle estadístico sin interés. Si no fuera porque también nosotros nos hemos convertido en una familia de poco interés. De futuro bastante previsible, en general. El mío incierto, claro, como el de todos los hijos de papá de mi edad, aunque en la Selectividad hayamos sacado una nota alta; yo un nueve, que es mucho. En eso no me diferencio de los miembros del grupo que suelo frecuentar. Nos enfrentamos al dilema light de decidir por dónde se tira y qué opción promete mejor salida económica, atentos a los decretos ministeriales que rigen la elección de posibles másters, becas, concursos y otros cepos para competir. Sabemos mucho de eso los adolescentes. Y de casi todo. Nos pasamos continuamente información, y abruma convertirse en un banco de datos. A veces ponemos cara de rebeldía, y hasta de asco. Pero la grandeza de Hamlet o de Gary Coo- per en Solo ante el peligro , eso es de otros tiempos. Ninguno de mis conocidos se va a ver vendiendo La Farola ni tiene la más leve intención de discutir con espectros acerca de la consistencia del ser. Lo importante es estar al día de todo, uncirse al carro del progreso. Llegamos a estar mucho más enterados de lo que hay que hacer para conseguir algo que de la naturaleza de ese «algo». Y bajo tanta avalancha de información se van sepultando los sueños.

Pero bueno, quería hablar de las casas de Madrid, buscarles un motivo. Y no es fácil.

La primera la habían tomado por medio de una agencia, y desde el principio se declaró que era «provi». A mi padre no le gustaba nada por ser alquilada y tener pasillo largo, que él eso lo ve como cosa antigua. No puede disimular lo que odia los pasillos. Hasta llega a apagar la televisión cuando sale uno y alguien avanza por él sigilosamente. Es la casa donde conocí a Olalla y duraríamos allí poco más de dos años.

De la siguiente papá destacó que entrábamos a estrenarla, que era nuestra y que él había discutido uno por uno con el arquitecto los detalles de distribución. Mi cuarto era enorme y entró con facilidad el mueble de caoba que alberga la enciclopedia. Durante la época en que vivimos allí, en mí se operó una transformación que no fue casual, pero sí galopante, de eso que te conviertes en otro. Ahora me aburre acordarme de aquel joven de conducta irreprochable, totalmente volcado en los saberes de tipo práctico, interesado por la economía, incapaz de inventar un disparate lingüístico. Alguna secuela ha dejado, no cabe duda. Pero los peldaños de ese proceso, que se inició con la segunda mudanza de domicilio, ya los contaré. Ahora no toca.

La casa de ahora se llama así: «La casa de ahora», llevamos en ella cinco años y es la más lujosa de todas: una pasada. Dos pisos antiguos en la calle de Velázquez, se tiraron los tabiques que unían derecha e izquierda y se remozó todo por dentro, una obra de cientos de millones. Portero de uniforme, ascensor de cristal con letras grabadas y banquito de terciopelo para sentarse, seis balcones magníficos a la calle. Para mí lo más absurdo es que le hayan metido siete cuartos de baño. Ya en la segunda casa, raras veces se quedaban mis hermanos a dormir, pero ahora ni de milagro, porque cada cual lleva su vida. Huéspedes nunca tenemos. O sea que se ha ido agrandando el espacio cuanto menos nos parecemos a la familia de antes. Un detalle nada banal: en esta casa, desde el principio, mis padres duermen en habitaciones separadas.

Mientras no me empeño en sacar las cuentas del tiempo que ocupó cada una ni perseguir los cambios veloces que iban teniendo lugar por fuera de sus paredes, consigo recomponer su espacio y entenderlas a ratos por separado. Pero las veo expuestas a terremoto, como todo lo edificado sobre terreno volcánico, y acabo imaginando esos cimientos como un plano de Pompeya, antes de que el Vesubio, en agosto del año 79 (era cristiana), cubriera la ciudad y la hiciera desaparecer bajo un alud repentino de lava y ceniza. Nunca he visto las ruinas de Pompeya más que en grabados y algún documental. Pero su geografía para mí es la de la casa zurriburri.

Y cuando pienso eso, me duermo con miedo, porque todo lo construido encima está pegado con cemento de mala calidad. O sea que las tres casas de Madrid bailan una dentro de otra, víctimas de pequeñas sacudidas y a punto de desplome cuanto más quiero afirmar los pies en ellas. No hay manera, me vomitan de sí, y la memoria para anidar y echar raíces necesita no salirse de cauce.

A Loreto, una chica que va a estudiar medicina, rama psicología, y que me ama algo, se lo he tratado de explicar la semana pasado al salir de ver San Francisco en la filmoteca, mientras nos tomábamos una copa en un bar de Atocha. Empezamos a hablar de los terremotos y de lo alterado que me pone a mí pensar en ellos. Y luego, estimulado por su interés, al tercer gin tónic salió esto de las casas.

– Yo no sé si será un virus -le dije-, pero me sube la fiebre. Es exactamente igual que cuando la comida no se asienta y entran ganas de vomitar.

Ella insiste en sospechar que pueda ser algo neurovegetativo. Me informa, además, de que por culpa de la capa de ozono se están declarando padecimientos con síntomas atípicos.

– ¿Has tenido gripe este invierno?

– No, estoy vacunado. Debe ser un virus raro, como el que ataca a los ordenadores sin ton ni son. En mí, no cabe duda, guarda relación con las casas. Van asentadas en calles que recuerdo, pero también existen dentro de mi cuerpo presionando masa blanda que rechaza los elementos injertados. Da grima imaginar que van a despegarse y yo a salir disparado por los aires o por conductos subterráneos de un barrio a otro.

– ¿Eres poeta? -me pregunta extrañada.

– No, que yo sepa. De niño, ahora que lo pienso, sí era un poco poeta. Sobre todo cuando pensaba en lo raro que es hablar. Ahora lo que me gusta es leer cosas diferentes, aunque no sirvan para nada. Llevo dos días obsesionado con la historia de Pompeya, repentes que me dan. Hubo un superviviente, ¿sabes?, el que lo contó luego.

Loreto me miraba alucinada. Se puso de codos en la mesa.

– No me digas, ¿quién era?

– Plinio el Joven. Le escribió una carta a Tácito. Pero tengo miedo de ponerme un poco rollo.

– Que no, Baltasar, que no. Estoy harta de gente clónica. Tú nunca se sabe por dónde vas a salir.

– Eso dice mi padre. Menos mal que he vuelto a mi ser, me estaba convirtiendo en otro. Pero es una historia larga. Perdona, cuando tomo tres copas todo se me revuelve.

– No importa. Pero cuéntame antes lo de Plinio, no se te vaya a olvidar.

Había empezado a entrar mucha gente y el ruido era bastante inaguantable. Le propuse salir a la calle. El aire de la noche me sentó bien, y también me gustó, antes de salir, ver nuestra imagen reflejada en un espejo. Hacemos buena pareja y el gesto de ella era de total novia. Anduvimos sin hablar hasta donde tenía aparcado su coche. Entramos.

– ¿Adonde te apetece ir? -preguntó.

– Yo a la filmo a recoger mi moto. Ya no tengo más ganas de trasnochar. Me duele la cabeza.

No puso la llave de contacto.

– Pero antes cuéntame lo de Plinio, por favor. Saqué del bolsillo un cuadernito verde, pequeño. -Mejor te lo leo, es tan preciosa la carta que ayer la estuve copiando. Es que, ¿sabes?, tengo en mi cuarto la Enciclopedia Espasa, una herencia de mi abuela, es fantástico lo que se aprende.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los parentescos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los parentescos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los parentescos»

Обсуждение, отзывы о книге «Los parentescos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x