Carmen Gaite - Los parentescos
Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Gaite - Los parentescos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los parentescos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los parentescos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los parentescos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los parentescos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los parentescos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Lola ni se enfadó ni se rió. Estaba seria. Me dejó desahogarme y luego, cuando la miré, vi que me estaba señalando un sitio en el sofá junto a ella.
– Ven, acá, anda, hombre. Por favor.
La obedecí. En la televisión estaban pasando los títulos de crédito y al fondo se veía a los aguiluchos haciendo círculos contra el cielo sobre aquellas ruinas del castillo donde estaba el nido. Lo miraban desde arriba. Pronto se alejarían de él. Le di al botón de apagar y la pantalla quedó negra.
– Es que, Baltasar -dijo Lola-, ¡a ti te ponen tan nervioso los asuntos de los parientes! Reconócelo. Y, al fin y al cabo, Olalla no te toca nada. Pero tienes toda la razón del mundo. Ahora te cuento lo que quieras. ¿Me vas a perdonar?
– Perdóname tú también. A veces se me cruzan los cables. ¿Por qué has dicho que es mala?
– Bueno, sale a su madre. Ella no tiene la culpa.
– Pero es muy lista y muy graciosa -la defendí yo.
– Sí, en eso desde luego no sale a su madre, esa vena locatis es nuestra.
Me pareció que lo decía con orgullo, y en aquel «nuestra» me empecé a embarullar, porque yo sentía estar metido en esa madeja, quería estar metido. ¿Por qué no estaba?
Entonces Lola, despacito y por orden, me fue contando la historia de la niña de las coletas que, para mi sorpresa, resultó ser dos años mayor que yo. Gabriel se fue de Segovia porque había dejado embarazada a una azafata, que luego se desentendió enseguida de la cría; era una comehombres, calculadora, mentirosa, burra, sinvergüenza. Y encima le pegaba. No sé, la puso verde y dijo que a Gabriel le había arruinado la vida. Pero él seguía ciego. Hasta ahora, que casi no se veían.
– Los hombres son como las gallinas -dijo Lola-, les echas trigo y pican la mierda.
Olalla estaba muy apegada a su padre, y luego a los abuelos, cuando se trasladaron a Italia. Se iba haciendo la luz en mi cabeza. O sea, que el sabio de la tribu, el que daba los bebedizos, era Bruno, el titiritero, el que me había dejado de herencia los muebles de Gabriel y me había advertido que las cosas tarda uno en entenderlas. Me enteré también de que no habían venido a visitarnos por lo de la boda, sino por pura casualidad. Estaban de paso para Segovia, donde Bruno tenía que recoger un dinero de la casa y firmar no sé qué papeles. Por eso no los vi en el restaurante.
– Y luego que mamá -añadió Lola- ya la conoces, cuando recibe a alguien con cara de perro, sólo le falta ladrar.
De pronto me daba todo igual, no quería preguntar más cosas. Escuchaba la voz de Lola y miraba fijamente la puerta. Al otro lado estaba el pasillo con alfombra de rombos por donde vi desaparecer corriendo a la hija pequeña de Gabriel y de aquella madre tan mala. Comprendí lo principal: que yo la iba a querer hasta que me muriera. No le dije nada a Lola, claro, pero esa misma tarde empecé a hacerle sitio a Olalla en una especie de altar dentro de mi cuerpo, donde sigue viviendo, a espaldas de todo el mundo.
– ¡Qué callado te has quedado, hombre! -me dijo Lola al final.
– Bueno, es que estos meses en Madrid han sido muy raros. Tengo ganas de que vuelvan papá y mamá. ¿A ti te gusta Madrid? ¿Te has acostumbrado?
– Bastante, sí -contestó Lola, mirándose las uñas-. Tampoco del todo.
– Pues estabas deseando venir.
– Ya. Pero las cosas se ven siempre más ideales cuando todavía no las tienes.
– ¿Y la casa, Lola? ¿Te gusta esta casa?
Ahí ya me miró abiertamente.
– Nada. Pronto quieren comprar otra mejor. Ésta es de alquiler. Pero da igual.
»Exactamente. ¡Sí, igual! -estalló Lola, alterada-, aunque nos fuéramos a vivir a un castillo con mayordomos, no cambiaría ni la uña de este dedo meñique. Casa, lo que se dice casa, desde que se fue Fuencisla no volveremos a tener ninguna. Nunca jamás. Y tú lo sabes igual que yo, Baltasar.
Se le quebró la voz, me abrazó y yo me acurruqué contra su pecho. Los dos estábamos llorando.
II. LOS ESTERTORES DE LA PROVINCIA
Yo no sé la edad que tendría aquella chica, Camino, cuando entró en la breve etapa final de la casa zurriburri a echar una mano, porque allí nadie daba un palo al agua y el follón era total.
Se la contrató como ayuda provisional, dijeron. Provisional es la palabra que más se repetía, y Max la convirtió en «provi». Yo tiré de diccionario y lo entendí enseguida, claro: remedios de los de «pan para hoy y hambre para mañana». Todo lo «provi» servía para lo mismo, para tratar de disimular las boqueadas de una asfixia. El diccionario que usaba entonces, y que lo tenía sobadísimo, era pequeño, de tapas amarillas. Me lo había prestado Pedro, nunca me lo volvió a pedir, y se quedó viviendo en los repliegues de mi casita de papel. Luego en la mudanza se debió de perder, porque no he vuelto a verlo. Pero aquel verano aprendí muchas palabras.
Segovia entera llevaba el letrero de «provisional». Por las noches, antes de dormirme, veía toda la provincia despegarse del mapa despacito y arrastrarse hasta las costas de Portugal. Luego empezaba a navegar en plan ensayo por un mar oscuro, y cada vez se estrechaba más el istmo que la unía al continente, puente de tablas primero y luego cordón que se iría mudando en hilo. En el sitio donde estuvo quedaba una laguna tipo pozo. Me tenía que sentar en la cama, respirar muchas veces seguido y beber un vaso de agua.
Camino se dio cuenta y me ponía en la mesilla una jarra tapada con un pañito. Al principio creí que habría sido idea de mamá, mejor dicho, me hice esa ilusión, pero no.
Camino, además de provisional, era pálida, muy flaca, casi una niña, pero a ratos se volvía mayor. De un minuto a otro. Y entonces daba algo de grima. Una mañana me desperté muy temprano, aunque ya entraba un poco de amanecer, y al volver del baño me la encontré de espaldas, quieta, mirando la plaza desierta con la cara pegada al balcón del gabinete. Llevaba un camisón largo y nunca he visto una estampa más triste. Se sobresaltó al oírme, aunque procuré retirarme de puntillas, y empezó a pedirme cantidad de disculpas por estar allí, es que creyó que era más tarde y había que preparar algún desayuno, que por favor a mis padres no se lo dijera, que ella no había venido a fisgar nada, todo bajito, seguido y con las mejillas como tomates. Imposible: no me dejaba meter baza. Le tuve que poner una mano en la boca para cortar aquel ataque de verborrea sin control, más anormal todavía en alguien que casi nunca hablaba.
– Por favor, Camino, tranqui. Puedes andar por la casa todo lo que quieras y a la hora que te dé la gana, no faltaba más. Vives aquí, ¿no?
Asintió y, ante mi sorpresa, se agachó a besarme una mano.
– ¡Eres tan bueno, eres tan bueno!
– Venga ya. No digas tonterías. Y vete a dormir que son las seis y media. ¿Vale?
Fue la primera vez que me fijé en que tenía los dientes saltones. No quise esperar a que llorara, pero me fui a la cama muy incómodo y ya no volví a conciliar el sueño.
La verdad es que no sé de dónde la habían sacado, ni oí decir que viniera recomendada por nadie. En fin, la trajeron y allí estaba, aguantando mecha en los dominios traseros de la casa zurriburri, que alguien, por cierto, se había encargado de desinfectar y encalar. El trasiego de obreros seguía, aunque algo más flojo, o sea que ver caras extrañas, azulejos y sacos de cemento era normal. Quién controlaba semejantes negocios ni lo sé ni me importa. Yo creo que en aquel desmadre de «sálvese quien pueda» de lo que se trataba era de no tropezar con el bulto de objetos ni personas. Y Camino era un bulto que a nadie le producía curiosidad más que a mí.
Hay que reconocer que las tareas de casa las cumplía pasablemente, guisaba tirando a bien, iba despertando a algunos dormidos por la mañana, cuando los había, y ponía en orden lo que veía revuelto, o sea todo. Pero en aquel caos donde nadie mandaba cosa de fuste, el mayor mérito es que tomara algunas iniciativas, como la que he dicho de la jarra de agua, y otras por el estilo; llamaba la atención su sed de agradar. Andaba con pasos que no sonaban y sólo salía a recados, nunca ponía la radio y a veces incluso sonreía.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los parentescos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los parentescos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los parentescos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.