Boris Izaguirre - Dos monstruos juntos

Здесь есть возможность читать онлайн «Boris Izaguirre - Dos monstruos juntos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Dos monstruos juntos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Dos monstruos juntos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Alfredo y Patricia siempre han vivido en medio del éxito y el privilegio. Alfredo es considerado una de las nuevas estrellas de la cocina española y Patricia, ay Patricia, es una mujer toda aristas. A los dos se les conoce como «Los infalibles bellos». Las circunstancias, el derrumbe de la sociedad del lujo, los cambios a los que se enfrentarán en su nueva vida en el Londres más actual pueden convertirlos en dos monstruos juntos.
Desde su gran capacidad crítica y con su elegante humor, Izaguirre retrata el fin de una época donde todo parecía fácil, tanto el éxito como la impunidad absoluta. Dos monstruos juntos es una novela intrigante que desnuda todos los misterios de la pareja y se adentra con agilidad e ironía en las recámaras que siempre anhelamos conocer.

Dos monstruos juntos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Dos monstruos juntos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En la sala Patricia revisaba las mesas y que los manteles que las cubrían cayeran bien, que no faltara ningún cubierto, que cada servilleta estuviera bien doblada y cada plato a una distancia cómoda del siguiente.

La puerta se abrió a las ocho en punto, los dos al unísono recibieron una fila muy ordenada, muy británica, de invitados.

Alfredo se encontró en la cocina con Lucía Higgins. Totalmente disfrazada de señora británica que conserva un palco en la ópera.

– Sabes que soy una de tus acérrimas, bello Alfredo. Qué maravilla de sitio, qué estupenda decoración…

– Viniendo de ti, Lucía, que has decorado las mejores embajadas españolas…

– Oh, pero sin ningún talento, Alfredo. Con muy buenos presupuestos, sin duda, pero es ahora cuando todos tenemos que demostrar si de verdad tenemos talento, ¿no te parece?

– Hay que saber aprovechar los momentos que nos exigen soluciones -observó él.

– No me hables como un político, que conozco muchos, Alfredo -contestó Lucía.

Tenía la voz más ronca, cincuenta camino a sesenta supervisados magistralmente, ni una arruga fuera de lugar. Higgins, Higgins la Pepito Grillo, la sombra perseguidora. Alfredo no la quería tan cerca allí en la cocina, no le gustaba que la gente le espiara ni mucho menos hacer presentaciones. Pero en esto Higgins no necesitaba segundos, lo hacía divinamente ella misma. Famosa por ser cercana a los famosos, Lucía Higgins comenzó su carrera social en una fiesta en el Instituto Hispano de Nueva York a la que acudió invitada por una biblia del corazón y con el encargo de cubrir la fiesta aprovechando que en breve tiempo sería la cónsul. Eran los últimos ochenta, muchas cosas se explican con decir esa frase. Delante de un número indeterminado de millonarios y pseudo millonarios latinoamericanos exclamó: «¡En esta fiesta no hay nadie!», lo que pasó a convertirse en la frase con la cual era señalada en cualquier celebración en la que estuviera. Patricia la imitaba muy bien: «¡En esta fiesta no hay nadie!» -Patricia, por cierto -decía ahora Lucía-, está divina, como siempre, claro. Pero ¿qué es toda esta chorrada de haber dejado Nueva York porque estaba lleno de españoles si esta noche, de los sesenta que estamos aquí, cincuenta lo somos?

– Los españoles hemos recuperado nuestro espíritu conquistador -dijo alguien que parecía el embajador. Patricia intentaba acercarse a Higgins para que no siguiera importunando a Alfredo.

– No hemos parado de viajar en los últimos veinte años -dijo un caballero corpulento, voz grave, Patricia no alcanzaba a verlo bien. Estaba bastante ocupada en que Alfredo pudiera cocinar tranquilamente-. Tanto viajar y tan poco construir en el propio país -continuaba el caballero corpulento, quizá gordo-. Si pusiéramos todo el dinero que nos hemos gastado en viajes en una cuenta de ahorro, sorteábamos la crisis -concluyó.

Higgins se plantó frente a Patricia.

– Vamos a disfrutar mucho las dos, los tres, de este portentoso éxito. Yo nunca me equivoco, Patricia y este restaurante tiene el éxito escrito en cada rincón.

Patricia agradeció como pudo el cumplido.

– ¿Sabes qué pienso? Gente como tú y Alfredo, Patricia, gente como vosotros, habéis nacido en el siglo equivocado. Vosotros erais para nacer en el Renacimiento, no en esta debacle sin soluciones. No hay sensibilidad. No hay nada, vivimos en la nada. -Por fin se alejaba, como si acabara de cantar el aria de La Reina de la Noche en La flauta m á gica y necesitara cambiarse de traje para otra función. Patricia mantuvo su sonrisa de anfitriona hasta verla acomodarse en su mesa, donde todos se levantaron para recibirla. Eran los amigos valencianos de David. Caballeros jóvenes pero vestidos como señores de algún país sin nombre, gemelos que estrujaban los puños de sus camisas, corbatas que les dejaban sin aire. Rayas diplomáticas muy marcadas. Zapatos italianos muy brillantes. Eran los que habían enviado los platos. Y la Higgins allí, en medio de todo, como el lazo gigante en la caja ídem del regalo más equivocado.

La Modelo no había venido sola, en realidad su caravana de colgados aseguraría que la inauguración tendría cierta presencia en las crónicas sociales de los días siguientes. Estaba también la actriz que la acompañara a la fiesta del rascacielos, muy nerviosa, agitada, hablando de un papel que acababan de ofrecerle para empezar a ensayar en enero. Y, asimismo, un fotógrafo vestido con un esmoquin muy entallado. La Modelo le hablaba haciendo poses que él desdeñaba, no tendría más de veinticinco años y Alfredo, ahora otra vez desde la cocina, pensaba que seguramente jamás habría visto Blow Up, o que de haberlo hecho desdeñaría el filme diciendo que «había envejecido mal». Odiaba esa expresión. Para él un plato jamás envejece, simplemente desaparece. La comida puede pudrirse o caducar, pero decir algo así de una película le parecía tan mezquino…

Patricia tomó el iPod y lo llevó hasta la sala. «Lisztomania», de Phoenix, y Alfredo se recordó con Patricia en una fiesta a principios de la pasada primavera, bailando y cantándola. Se puso a hacerlo allí mismo. «Oh, tu feliz fin de semana que termina, un amor tan solo para los caballeros, los ricos, privilegiados caballeros, Lisztomania, arrepentirse de verte crecer, no fácil de ofender.» Le encantaban esos franceses, esas letras tan locas y ese sonido rockero y noventero. Alzó la vista hacia la sala, le estaban contemplando y le afloró esa vena suya exhibicionista. Ya empezaban a circular los platos del menú de inauguración, era el momento de crear esa locura necesaria en todo estreno. Desbocar la fiesta. Remarcó los pasos, actuó un poco para interpretar las palabras. «De la misa a las masas, como un paseo, sin corazón que dejar», iba siguiendo el crescendo de la canción, la percusión ascendiendo por todo el vidrio del local. Comenzaban a aplaudir y algunas mesas a seguir el ritmo del baile feliz, aparentemente feliz de Alfredo. La sala era, sí, un anuncio, pero no de un producto determinado sino de una ciudad que deseaba pasárselo bien. Cierto que a lo mejor por última vez, pero ya llevaban varias últimas veces. Alfredo terminaba el paseo y volvía a protegerse detrás de los vidrios. «Lisztomania, arrepentirte de verte crecer…», empezarían los violines eléctricos y Alfredo se desmelenaría, el pelo sobre los ojos, viendo a Patricia en la sala, entre las mesas, un poco madame, un poco asustada. Era su momento, solo le miraban a él, haciéndose el loco, el loquito genial detrás del vidrio.

Aunque aún estuvieran con los primeros, Joanie y Francisco preparaban los platos para el postre. Joanie y Francisco, ella surafricana y no negra, como Charlize Theron pero menos guapa, para no eclipsar a Patricia. Y Francisco, bajito, simpático, a lo mejor valenciano aunque se empeñaba en hablar con un acento francés en inglés. Iban colocando los platos cuadrados de las falleras en fila. Eran iguales, no había marca ni numeración especial. Todo el tiempo, desde el momento que los desempacaron hasta ahora, Alfredo había estado pensando en esos platos. Ocultaban algo. A lo mejor, siempre a lo mejor, Marrero les estaba gastando una broma a través de esos socios valencianos. La gente disfruta perversamente de enredar la felicidad de una pareja. Tenía que decírselo a Patricia: es mentira, se burlan de nosotros. Pero la fallera desde el fondo del plato parecía guiñarle un ojo. No, Alfredo, no es tal broma. Volvió a mirar a la sala, le hacían señas, de verdad, desde el otro lado del vidrio. El pescado era un hito, hasta los pocos ingleses presentes, en la mesa de la Higgins, lo comentaban. Un triunfo seguido de otro triunfo: la carne se deshacía prácticamente con verla.

Reconoció a dos invitados que buscaban espacio en las mesas. Uno era el hijo de una princesa real de un país europeo que ha cambiado de nombre y se dedicaba desde hace años al negocio de las joyas. Sexualidad indeterminada, fortuna poca pero una buena agenda de publicistas que conseguían que su rostro siempre apareciera en las listas importantes. Los mejor vestidos, los más influyentes, los más prometedores. Alfredo le saludó desde su sitio. Otro era un viejo noble, de título indeterminado, incluso podría ser de Jerez. Terminaron por sentarse a la mesa de la Modelo sin que, al parecer, les importara demasiado ser los más ancianos del grupo. Les recibieron con frialdad pero pronto se dejaron seducir por sus historias de Studio 54. Patricia se acercó solícita con una fuente grande donde había colocado con maestría una pequeña muestra de cada plato del menú. Patricia tenía siempre algo diferente para los de sangre azul.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Dos monstruos juntos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Dos monstruos juntos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Dos monstruos juntos»

Обсуждение, отзывы о книге «Dos monstruos juntos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x