Boris Izaguirre
Dos monstruos juntos
Para Pedro, por el naranjo siempre en flor
«Hallo, Spaceboy, este caos nos está matando. Por eso, adiós, adiós amor.»
Hallo Spaceboy, David Bowie y Brian Eno
(«Outside», 1995)
LOS HAMPTONS NUNCA JAMÁS
Patricia siempre ha escrito rápido. Y con pésima caligrafía. Su hermana, Manuela, debe llamarla por teléfono para que «traduzcas lo que has escrito». A pesar de ese defecto, trauma casi, Patricia le escribe, con una pluma que convierte sus letras en anárquicos dibujos, una carta antes de facturar en el vuelo de British Airways a Londres desde Nueva York.
Esta ser á la ú ltima vez que [ilegible] en los Hamptons, Manuela. Me he aburrido como una ostra yendo de casa en casa, sonri é ndole a gente que promete que invertir á n su dinero en el restaurante y a los que tienes que llamar al d í a siguiente para recordarles lo que te han prometido borrachos de martinis, cosmopolitans y gin tonics aguados por el hielo derretido. Lloro, s í , aunque no lo creas, cuando te imagino en las mismas fiestas suplicando sponsors para tus proyectos puntocom. ¡ Voy a coger la agenda de los Hamptons y lanzarla desde el avi ó n al fondo del oc é ano! Solo conservar é los tel é fonos de John y Debbie, sobre todo el de Debbie, tan rubia como yo pero m á s escandinava, como se supone que yo deber í a haber sido, ja, ja [ilegible] no te escribo m á s porque no recordar é tampoco la mitad de lo que garabateo con esta pluma. Te quiero. Londres ser á magn í fico. Y los Hamptons una l í nea de playa con gente fastidiosa deteni é ndose sobre la arena, asustados, acaso, de vernos alejarnos sobre las olas.
Patricia sobrevuela la carta; no se entiende nada y seguramente por eso no pasará nada si deja el recuerdo de la mala experiencia de su hermana con las empresas puntocom. Un pésimo, pésimo recuerdo para Manuela. Vamos, estuvo a punto de quedarse en la calle a principios de 2000. Pero no hay nada peor en una carta escrita con estilográfica, y encima con tinta verde, que tachar una palabra. «Suplicar» es muy fuerte, una palabra que distingue profundamente a Patricia de Manuela. Patricia jamás suplicaría, ni siquiera por perdón. Patricia siempre ofrece y luego dispone. Entre «suplicar» y «sponsors» ha dejado algo de espacio para agregar una palabra que resuelva el entuerto. Falta poco tiempo para embarcar, hace calor, el fast track, ese invento post 11 de septiembre para, supuestamente, acelerar la inmigración de los que viajan en business, está, como siempre, colapsado. Y esa es la palabra que dibuja, cuidadosamente, sobre las letras donde antes escribió «suplicar». Mira la frase nueva: «Lloro, sí, aunque no lo creas… colapsada con sponsors para tus proyectos puntocom.»
Sella el sobre con sus labios. Lo entrega a la funcionaría negra de gesto avinagrado. Comprensible, acepta Patricia en su pensamiento veloz, porque ha esperado a que escribiera la carta a Manuela y luego efectuara estos cambios de última hora con una paciencia más bien inquietante. Si ella fuera la negra funcionaría, algo absolutamente improbable pero formaba parte de un juego silencioso que Patricia adoraba practicar, sería no solo más amable, sino también ocurrente. Por ejemplo, ella es la única persona en la ajetreada tarde que ha aparecido delante de ese mostrador para enviar unas cartas. La gente ya no escribe cartas, envía sms, llama, se proyecta en ordenadores adoptando su velocidad pero olvidando que todos los movimientos de ordenador dejan rastros. Enviar una carta sigue siendo algo íntimo, de mano a mano. Y que solamente puede ser entregada mediante orden judicial en caso de que sus palabras necesiten demostrar algún crimen.
– Es para mi hermana mayor, es muy tiquismiquis con las palabras -se excusa Patricia. La negra no dice nada. Ni siquiera con Obama, si llega a ganar, que para Patricia es totalmente probable, cambiará ese gesto, piensa. La negra pone el sello y de nuevo la fecha, 14 de septiembre de 2008. Mañana estarán en Londres y además de fiesta. La negra se queda mirándola, esperando que le entregue el grupo de sobres que también esperan un sello. Qué mirada más triste, piensa Patricia cuidadosa de que su propia mirada no desate un juicio por racismo. Obama ganará, está segura, porque demasiada gente es negra en el mundo. Y aun siendo tanta todavía se les denomina minoría. Cuando naces y creces como una minoría lo único que atesoras son resentimientos. Los resentimientos erradican el sentido del humor hasta que alguien aparece y tiene la gestualidad física exacta como para devolverte la risa. Cuando empiezas a reírte de ti mismo es cuando dejas de ser minoría. Y es cuando surge un negro como Obama, que no es completamente negro sino bastante chocolate con leche, que te provoca admiración, interés y encima habla fenomenal, con muchísimo vocabulario. Se ha embalado, Patricia tiene la habilidad de embalarse en una idea y estirarla hasta el hastío; en todo caso, el triunfo de Obama les pillará, a ella y a Alfredo, en otro país, de blancos, Europa otra vez, pero en inglés.
– ¿Quiere sellar esos también? -le pregunta la negra en español. Patricia no esconde el disgusto en su mirada. ¿Cómo con estas facciones, siendo absolutamente rubia, ojos verdes y bastante saltones para su gusto, labios carnosos aunque medio rotos por el inclemente calor, puede la negra asumir que es española? No es que le moleste, sino que un instante como este serviría idóneamente para explicarle a Manuela por qué abandonaban Nueva York: nadie habla en inglés. Y hay tantos españoles y latinoamericanos compitiendo por hacerse con el control de la ciudad que, primero, ya no es novedad ser de Barcelona, mucho menos de Madrid, y todo el mundo te observa como si fueras un cruce entre Penélope Cruz y Jennifer López.
– Le he preguntado por los sobres -continúa la negra con indudable acento neoyorquino pero en castellano-. ¿Enviará esos también?
Los sobres son cinco. Las direcciones son más bien siglas, pero los países no pueden disimularse. No se puede escribir Aruba de otra forma. Ni Liechtenstein de otra. Pero, gracias a que Patricia piensa muy bien estas cosas, en esos sobres no figuran direcciones de bancos, sino de personas, aunque el destino final sean los primeros.
– Se me ha ido el santo al cielo -dice, muy castiza-. Rezo para que no se pierdan.
– US Postal Service jamás extravía. Enviaba cartas a mi padre todos los días a Colombia en los años noventa -sentencia la negra.
Patricia asiente y muestra su famosa sonrisa Patricia, dientes tan blancos y limpios que parecieran que jamás han probado carne alguna. Con la mirada sin emociones de la negra puesta en ella, Patricia revisa también la caligrafía y las direcciones de esos cinco sobres. Graziella van der Garde, que aunque lleve el mismo apellido, no es ella, en el sobre de Liechtenstein. Patricia v.d.G. en el de Aruba y tan solo un código postal. Las otras direcciones son menos evidentes: Río de Janeiro a nombre de María Jesús Cobo y una dirección en el barrio de Lagoa; la dirección de un banco en Londres y debajo de un nombre novelesco, «2monstersgether», una dirección más, de un barrio de Newtown, en Edimburgo.
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