Monstruos en la oscuridad
I: EL MONSTRUO BAJO LA CAMA VOLUMEN I EL MONSTRUO BAJO LA CAMA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
II: EL MONSTRUO EN EL ARMARIO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
III: EL MONSTRUO EN EL SÓTANO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
IV: EL MONSTRUO EN EL ÁTICO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
V: EL MONSTRUO EN EL ESPEJO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Sobre la autora
Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las actividades comerciales, los sucesos e incidentes relatados son fruto de la imaginación de la autora o están usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales son pura coincidencia.
Copyright © 2019 por Rebekah Lewis
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida en su totalidad o en parte en ninguna forma sin el consentimiento expreso y por escrito de la autora a excepción de aquellos casos en los que se cite brevemente en una reseña.
Impreso en los Estados Unidos de América
www.Rebekah-Lewis.com
Creado con Vellum
Dedicado a todo aquello que nos asusta en la noche y nos intriga.
VOLUMEN I
EL
MONSTRUO
BAJO LA
CAMA
¿Cómo podríamos definir el término «monstruo»? Se trata de un sustantivo con varias acepciones, pero la connotación es siempre la misma: negativa. Es una palabra que se utiliza para describir lo más depravado de la humanidad. Mucho más que eso, la literatura y el cine se han encargado de describir al monstruo como a una criatura que no pertenece al mundo civilizado. Debe ser, por tanto, feo, violento o antinatural —los hay bellos, aunque son demasiado diferentes para ser aceptados. De cualquier forma, todo monstruo es sinónimo de miedo así que su propósito es siempre el de asustar.
¿O acaso me equivoco? Los monstruos pueden ser malinterpretados o falsamente etiquetados. Si a cualquier ser poco corriente se le puede denominar monstruo, con lo que pasaría a convertirse en algo normal, ¿puede seguir llevando esa etiqueta?
Maddy guardó los cambios antes de apagar y cerrar su portátil. Luego, se quedó mirando fijamente a la superficie plateada del dispositivo. Le habían pedido que escribiera un especial para la edición de Halloween que se publicaría en La gaceta de Espectro . Naturalmente que en un lugar llamado Espectro, la celebración de Halloween supone una gran expectación. No obstante, siendo la encargada de la columna de consejos, Madison Wright no disfrutaba especialmente escribiendo sobre fantasmas y monstruos. Sobre todo, desde que descubriera uno bajo su cama.
Cerró los ojos y sintió vergüenza. El mero hecho de pensarlo la hacía parecer ridícula, pero ¿qué otra explicación podía haber? Desde que iba a la universidad había estado escuchando ruidos debajo de su cama por las noches. Cuando aún vivía con sus padres podría haber asegurado que se trataba del gato. Después, cuando se mudó, achacaba esos ruidos a sus vecinos del piso de abajo. Hoy en día, en su apartamento alquilado en un vecindario tranquilo de un barrio de Nueva Inglaterra no tenía a nadie a quien culpar.
Exterminadores habían buscado, sin éxito, la presencia de ratas, serpientes y cualquier otra plaga. Fontaneros y electricistas tampoco habían sido capaces de encontrar una explicación a los ruidos. Por tanto, una de dos: o eran imaginaciones suyas, lo cual es lo que ella esperaba que fuera; o se había instalado bajo su cama un monstruo que la llevaba siguiendo más de diez años. Justo a partir de su decimotercer cumpleaños la había visitado casi todas las noches. Maddy nunca hubiera imaginado que su vida a los 30 consistiría en evitar continuamente que sus manos y sus pies se salieran por fuera de la cama de matrimonio. Por no decir que tampoco podía invitar a ningún hombre a pasar la noche en casa. ¿Cómo iba a explicar que jamás podría dormir con alguien porque el hombre del saco, envuelto en sábanas, la cogería del tobillo si no ocupaba el centro de la cama? El monstruo nunca la había tocado, al menos ella no había sido consciente de ello, y le gustaría que así siguiera siendo.
Condenada a una vida en soledad, solía romper con sus parejas en cuanto surgía el tema de dormir juntos. Tenía un máster en asustar a los hombres con multitud de excusas. Era, cuanto menos irónico, que se encargara de asesorar a la gente sobre relaciones en pareja cuando ella actuaba de una forma tan demencial.
Maddy se quejó cuando el reloj de pared dio las doce. Si continuaba despierta, no lograría despertarse a tiempo para ir a trabajar. Cada noche posponía la hora de irse a la cama, evitaba a toda costa el dormitorio. Esa cosa, fuera lo que fuera, la seguía de casa en casa. No lograba deshacerse de ella.
Colocó el portátil en la encimera de la cocina, lo puso cargar y se aseguró de que la puerta principal estaba cerrada con llave. Luego, cogió el mando a distancia de las luces de la casa. Le había costado lo suyo la instalación, pero valía la pena poder encender la luz de las habitaciones antes de entrar en ellas o apagarlas una vez había salido. Se metió en la cama a toda prisa y apagó todo excepto la hilera de luces navideñas que adornaba el tocador e iluminaba el dormitorio con un suave resplandor.
Tengo treinta años y sigo necesitando dejar una luz encendida por las noches, murmuró mientras se metía debajo de las sábanas. Es ridículo
De algún modo, la tensión que le esperaba al día siguiente la empujó a dormirse. Apurar la hora del sueño hasta que apareciera la fatiga la ayudaba a asegurarse de que dormiría de un tirón toda la noche. No obstante, a los monstruos no les gusta pasar desapercibidos...
El fresco aire otoñal hacía que el aire acondicionado sobrara. Sin embargo, por alguna extraña razón, en la habitación hacía más frío de lo normal. Se removió en la cama buscando a tientas, con los ojos aún cerrados, las mantas, que no pudo encontrar. Este hecho le hizo recobrar la conciencia. Maddy había debido de sacarlas literalmente a patadas de la cama. La segunda cosa que le llamó la atención fue la falta de luz.
El miedo la invadió y a punto estuvo de ponerse a llorar. Su dormitorio estaba envuelto en oscuridad y las mantas se encontraban tiradas en el suelo. Tenía dos opciones: pasar frío toda la noche o enfrentarse cara a cara con el miedo.
Los monstruos no existen. No son reales. No hay nada debajo de la cama.
Con cuidado deslizó una mano debajo de la almohada, buscando el mando a distancia de la luz. Pero, ¿dónde estaba?
—Maddy —el sonido se expandió a través del silencio como si de un trueno se tratara.
Su corazón empezó a latir aceleradamente y los ojos se le abrieron de golpe. ¡Nunca hubiera imaginado que alguien la llamara por su nombre!
Justo allí, a los pies de su cama había una figura en penumbra, más oscura que la oscuridad que la inundaba, flotando en el aire. Pudo distinguirla a pesar de la falta de luz en la estancia.
—Por favor, no me hagas daño —tenía los ojos anegados en lágrimas. El miedo siempre hacía que se le llenasen los ojos de lágrimas. El monstruo nunca se había dejado ver. ¿Por qué ahora? ¿Qué es lo que quería?
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