Rebekah Lewis - Monstruos En La Oscuridad

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Cinco cuentos seductores de deseo paranormal... Cada Halloween, se abre una puerta entre nuestro mundo y Svartalfheim para que los mortales puedan atravesarla. ¿La trampa? Hay que emparejarse con alguna de las criaturas que allí viven y son insaciables.  
El monstruo bajo la cama. Maddy tiene un secreto inconfesable: hay un monstruo bajo su cama. Por alguna razón, siempre la ha seguido de casa en casa, aunque nunca ha permitido que lo vea. Ella ha aprendido a vivir con él, pero algo ha cambiado. Ha puesto sus ojos en ella y su lujuria muy bien podría ser su perdición.  
El monstruo en el armario. Cuando la bella Phoebe se va temprano de una fiesta temática de Halloween sobre cuentos de hadas, se encuentra cara a cara con una bestia escondida en su armario. Aunque ella no puede verle, sabe que está allí. Afirma ser el rey de una raza de criaturas que solo existen en los cuentos y su objetivo es llevarla a su reino para procrear.
El monstruo en el sótano. Tara no sabe qué sucede cuando en varias ocasiones se despierta desnuda en el sótano. Para intentar averiguar si es sonámbula o se trata de algún otro problema, instala cámaras con la finalidad de estudiar si pedir ayuda profesional —o llamar a la policía. No obstante, la verdad es mucho más atractiva de lo que jamás hubiera podido imaginar.    
El monstruo en el ático. Cuando Ayla Swan descubre una roca misteriosa en el ático, comienzan a suceder cosas extrañas. Al principio percibe que alguien —o algo— la acompaña en casa por las noches. Luego se presenta un hombre misterio en su puerta a hacerle todo tipo de preguntas insólitas. Pero cuando llega a... conocerle, ya nada volverá a ser lo mismo.   
El monstruo en el espejo. Todo acaba. Brynjar de los Dökkálfar es el asesino del Rey Eerikki. Cuando un elfo desterrado ha tenido una relación prohibida este es enviado para hacerse cargo del problema. Tal y como ha querido el destino, los Ljósáfar también se han dado cuenta... y la evolución tiene una manera curiosa de darse a conocer.

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Cuando levantó la cabeza, una sombra en movimiento entre los árboles por el lateral derecho del coche captó su atención. Entonces gritó. Un animal grande estaba de pie, en medio de las sombras, oscureciendo toda la vista. Tenía la forma de un ciervo y casi pudo apreciar sus astas. Ser salvaje y no preocuparse por nada más que lo que la naturaleza quiera . Phoebe arrancó el motor. Las luces iluminaron el área en donde el ciervo había estado.

No quedaba rastro alguno.

Capítulo 2

Hombres. ¿Quién los necesitaba? Phoebe entró en su apartamento y cerró dando un portazo. Nada más gratificante que vivir en la planta baja, en especial cuando su noche había sido un auténtico desastre. Lo primero que haría sería cambiarse de ropa. Luego darse una ducha y comerse un cuarto de helado. Aunque quizás no hiciera las cosas en ese orden. Se quitó todo el maquillaje de la cara. En dos ocasiones tuvo que controlarse para no llorar tanto que la máscara de pestañas le quemaba en los ojos.

Phoebe sorbió por la nariz y se dirigió por el pequeño pasillo hasta el cuarto de baño para terminar de limpiar lo que quedaba de maquillaje. Vio su reflejo en el espejo y empezó a llorar con intensidad. Todo el esfuerzo que había hecho por lucir guapa para ese estúpido y ni siquiera había aparecido en la fiesta. La había dejado plantada. No le hizo ni una llamada para darle alguna explicación. Ni tan siquiera una excusa de mierda. ¿Le estaba siendo infiel o es que simplemente había dejado de desearla? En realidad, siempre había intentado mejorarla. Córtate el pelo. No te comas esa galleta o te pondrás gorda. Deberías maquillarte más a menudo. Blanquéate los dientes. ¿Has pensado en hacerte un aumento de pecho? Phoebe se abrazó y luchó contra un nuevo mar de lágrimas. Adam no la merecía.

Sintió frío al escuchar el ruido de pisadas que venían del otro lado de la pared, entre el cuarto de baño y el dormitorio.

—¿Adam? —se giró, sonándose la nariz con un pañuelo de papel que tiró en la papelera—. ¿Eres tú? —a lo mejor había venido para darle una sorpresa (y, de paso, para que lo echara de su apartamento). Imbécil.

Atravesó el salón hasta llegar a su dormitorio donde le dio al interruptor de la luz. Phoebe echó un vistazo.

—¿Adam? —la habitación estaba vacía y la puerta del armario estaba abierta de par en par, a pesar de que estaba segura de que la había cerrado justo antes de ir a la fiesta. Sin pensarlo dos veces, se fue corriendo al salón y cogió su teléfono y las llaves. No se detuvo en cerrar con llave, sino que se fue directa al coche. Una vez dentro, cerró la puerta y llamó a la policía.

No la creyeron No había signos de que la entrada hubiera sido forzada y - фото 5

No la creyeron. No había signos de que la entrada hubiera sido forzada y tampoco habían robado nada, así que aseguraron que si alguien había entrado en la casa y abierto el armario era porque tenía llave. Phoebe había escuchado ruidos de pisadas, pero no podía probarlo. Una agente advirtió que su cara presentaba signos de haber estado llorando, por lo que le preguntó si había vivido alguna experiencia traumática. Ella le habló de Adam, que no había ido a la fiesta, con lo que había roto con él. Obviamente, la conclusión fue que Adam había intentado asustarla. La agente propuso a Phoebe que pasara la noche en casa de alguna amiga y que cambiara la cerradura al día siguiente.

Sabio consejo si es eso lo que había sucedido. Ella descubriría si había sido Adam. Este no tenía problema alguno en gritarle cuando algo no le gustaba. Si le importaba que hubiera terminado con él mediante un mensaje de texto, tendría noticias suyas. No perdería el tiempo deambulando sigilosamente por el apartamento solo por diversión.

Derrotada, Phoebe volvió a su apartamento, se quitó los zapatos y se metió en el dormitorio. Lo único que deseaba era dormir. Echó un vistazo a su móvil cuando lo puso a cargar y vio que tenía un mensaje de Adam. Pulsó en la bandeja de entrada para leerlo y la tristeza le desgarró el corazón. No se había dignado a discutir sobre la ruptura. Ni siquiera había tratado de razonar con ella. Había escrito un simple «Ok». Únicamente dos letras para indicar que estaba de acuerdo, ni siquiera había escrito las palabras enteras. Adam había economizado hasta para terminar su relación.

Sin importarle las luces, comenzó a quitarse la ropa. El top del vestido le costó un poco —más de lo que había invertido en ponérselo—, pero lo consiguió. Luego lo lanzó con rabia al cesto de la ropa sucia que estaba en la esquina. Después de quitarse la falda se quedó en ropa interior, una lencería que se había puesto para nada.

—Debería salir y acostarme con el primer desconocido que me encuentre para fastidiarte, Adam. ¡Capullo!

Se desabrochó el collar y se lo quitó. Seguidamente, los pendientes. Colocó ambos sobre la cómoda, junto a su monedero.

—Soy un desastre y al parecer no soy lo suficientemente atractiva para retener a un hombre a mi lado. ¿Quién me va a querer a mí? —su sombra frunció el ceño o eso parecía si se hubieran distinguido sus rasgos en la oscuridad. Se notaba que la puerta del armario estaba abierta —¿y tú? —preguntó en tono acosador mirándola —¿por qué no te quedas cerrada?

—Porque entonces no podría verte. Voy a dejarte claro que te quiero y que aceptaría de buen grado tu oferta.

Se quedó mirando boquiabierta al espejo, sin estar segura de si lo que habían escuchado sus oídos era real o producto de su imaginación. Se suponía que no debería haber respuesta a sus preguntas. Para empezar, su monólogo le servía tan solo para expulsar su frustración. Era perfectamente normal, incluso un poco tonto. Sin embargo, la voz masculina que ella había escuchado no era normal. De hecho, si la policía había revisado cada centímetro de su apartamento y no había sido capaz de encontrar nada extraño, no debería haber ningún hombre allí.

Los pensamientos lógicos suenan perfectamente razonables. Pero, es que hay alguien en mi armario...

Se giró para mirar hacia el lugar de donde había salido la voz del hombre. Quienquiera que fuese tenía una voz profunda y ronca con un extraño acento. Era extranjero, sin lugar a dudas.

—¿Quién anda ahí? —se estiró hasta el interruptor de la luz que estaba junto a la cómoda y lo accionó. No vio a nadie, pero una parte del armario estaba fuera de su ángulo de visión. Phoebe buscó un arma y cogió un florero con rosas rojas. No serviría de mucho, puesto que eran de plástico, pero si se las arrojaba al atacante le daría ventaja para empezar a correr y así poder escapar.

—Te lo advierto...

Se dirigió sigilosamente hasta el armario, sin saber lo que podría encontrar. La puerta se abría hacia adentro, así que la empujó con el pie hasta que la perilla tocó en la pared. No había nadie allí, a menos que estuviera escondido entre la ropa. Entró toqueteando toda la ropa. De repente, la puerta se cerró tras ella. Dio un grito, se le cayó el florero, haciendo un ruido sordo en la alfombra al caer a sus pies. Phoebe levantó el brazo en busca de la cuerda que encendía la luz y tiró de ella cuando la encontró. Nada sucedió. Volvió a repetir la operación, pero el resultado fue el mismo.

—¿Buscabas esto? —el hombre que estaba en el armario le cogió una mano y le puso algo en ella. La bombilla. Había desenroscado la bombilla y le había tendido una trampa para que entrara. ¿Pero dónde se había escondido?

—¿Qué qué es lo que quieres? —preguntó Phoebe en su lugar.

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