Rebekah Lewis - Monstruos En La Oscuridad

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Cinco cuentos seductores de deseo paranormal... Cada Halloween, se abre una puerta entre nuestro mundo y Svartalfheim para que los mortales puedan atravesarla. ¿La trampa? Hay que emparejarse con alguna de las criaturas que allí viven y son insaciables.  
El monstruo bajo la cama. Maddy tiene un secreto inconfesable: hay un monstruo bajo su cama. Por alguna razón, siempre la ha seguido de casa en casa, aunque nunca ha permitido que lo vea. Ella ha aprendido a vivir con él, pero algo ha cambiado. Ha puesto sus ojos en ella y su lujuria muy bien podría ser su perdición.  
El monstruo en el armario. Cuando la bella Phoebe se va temprano de una fiesta temática de Halloween sobre cuentos de hadas, se encuentra cara a cara con una bestia escondida en su armario. Aunque ella no puede verle, sabe que está allí. Afirma ser el rey de una raza de criaturas que solo existen en los cuentos y su objetivo es llevarla a su reino para procrear.
El monstruo en el sótano. Tara no sabe qué sucede cuando en varias ocasiones se despierta desnuda en el sótano. Para intentar averiguar si es sonámbula o se trata de algún otro problema, instala cámaras con la finalidad de estudiar si pedir ayuda profesional —o llamar a la policía. No obstante, la verdad es mucho más atractiva de lo que jamás hubiera podido imaginar.    
El monstruo en el ático. Cuando Ayla Swan descubre una roca misteriosa en el ático, comienzan a suceder cosas extrañas. Al principio percibe que alguien —o algo— la acompaña en casa por las noches. Luego se presenta un hombre misterio en su puerta a hacerle todo tipo de preguntas insólitas. Pero cuando llega a... conocerle, ya nada volverá a ser lo mismo.   
El monstruo en el espejo. Todo acaba. Brynjar de los Dökkálfar es el asesino del Rey Eerikki. Cuando un elfo desterrado ha tenido una relación prohibida este es enviado para hacerse cargo del problema. Tal y como ha querido el destino, los Ljósáfar también se han dado cuenta... y la evolución tiene una manera curiosa de darse a conocer.

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En lo más remoto de su mente se decía a sí misma que no debía hacer promesas mientras el placer estuviera en medio. En lugar de contestar, gimió cuando le retiró el pelo de la nuca para besársela y pellizcársela. Ni siquiera sabía su nombre.

Aumentó el ritmo, frotando el clítoris con firmeza y cada vez más fuerte al compás de sus movimientos.

—Dime que te vendrás conmigo. Podemos estar haciendo esto durante días sin cesar. Abandona tu mundo. Vente al mío.

Le empezaron a temblar las piernas. Ella estaba tan cerca.

—Dilo, Maddy —insistía con sensualidad en su oído. Su cuerpo estaba rígido, a punto de correrse y tan en sincronía con el suyo.

No debería, la verdad es que no debería decir nada.

Finalmente empezó a hacer movimientos rápidos dentro de ella, presionando el clítoris con la palma de su mano. Así estuvo un rato. Era tan posesivo, pero otra vez la había puesto al límite.

—¿Quieres llevarme contigo? ¡Hazlo! —clamó invadida por el éxtasis. No estaba segura de si lo había dicho en serio o como resultado de sentirse bendecida. Lo cierto es que, en ese momento, no le importó. El placer la invadía. Dios, su cuerpo estaba vivo, caliente y pleno de satisfacción.

Entonces, con la misma rapidez del orgasmo, el elfo oscuro salió de ella y la rodeó con sus brazos. Se sentía tan extasiada, que ni siquiera tuvo tiempo de pensar o de plantearse las consecuencias antes de que él saltara al suelo, abandonándola para deslizarse debajo de la cama, desapareciendo así ante sus ojos en la oscuridad. Cuando hubo recobrado la consciencia, el elfo sacó las manos y tiró de sus tobillos, arrastrándola también debajo de la cama hasta Svartalfheim con él.

VOLUMEN II

EL

MONSTRUO

EN EL

ARMARIO

Capítulo 1

—¡Llego tarde! —exclamó Phoebe mirando la pantalla de su teléfono. Había pensado que podría maquillarse sola, pero se había equivocado. Había tenido que limpiar todo el maquillaje tres veces y volver a empezar. Un simple tutorial en internet no era suficiente para aprender. En su lugar, terminó aplicándose una sombra de ojos sencilla en color dorado y máscara de pestañas, prescindiendo del delineador de ojos. Algunas mujeres tienen el don del maquillaje, pero su único talento era pifiarla. Ahora llegaba tarde a su fiesta preferida del año, una de las pocas a las que había asistido.

Cada noche de Halloween, su antigua hermandad organizaba una fiesta de disfraces temática sobre los cuentos de hadas y a ella la habían invitado en calidad de antigua alumna. Este año se centraba en La bella y la bestia , donde a las mujeres se les animaba a disfrazarse de princesa y a los hombres de monstruo. Naturalmente, cada uno podía llevar el disfraz que quisiera, pero la mayoría de los asistentes solía respetar la temática. Phoebe llevaba semanas deseando que llegase este día. No obstante, su novio, con el que llevaba saliendo tres meses, no estaba tan convencido de querer ir. Adam odiaba los disfraces, entre otras muchas cosas más.

Por ejemplo, odiaba que no fuera maquillada en público. Por eso había estado intentado con todas sus fuerzas maquillarse bien. No debería hacerlo, lo sabía, pero ahí estaba ella. Intentando complacer a un hombre al que, por norma general, no solía gustarle nada. Suspirando, recogió los cosméticos del lavabo y los metió en el neceser. Luego, se apresuró para terminar de vestirse en su dormitorio.

Se había puesto lencería sexy con la esperanza de que Adam quisiera disfrutar quitándosela cuando volvieran a casa. Unas tangas de encaje de color crema, unas medias hasta el muslo con su liguero a juego y un top bandeau que se ataba a la espalda como un corsé. Parecía sacada de un catálogo. O de una película porno. ¡Eso iba a depender de cómo se presentara la fiesta!

Tiró de la enagua para darle forma a su vestido y se calzó unos zapatos dorados de tacón con purpurina. Su vestido tenía dos partes: una era blanca y la otra era una capa dorada que brillaba y resplandecía con la luz. El pelo negro le caía suelto sobre la espalda. Estaba deseando ver la cara que pondría Adam cuando la viera.

Phoebe le dio al interruptor de la luz del vestidor, salió y cuando empezó a cerrar la puerta, se detuvo. En el fondo del vestidor percibió una silueta que destacaba entre la oscuridad. La había visto en un par de ocasiones desde que se había mudado a este apartamento unos meses atrás. Si volvía a encender la luz, no había nada y no tenía ni idea de lo que provocaba que se produjera esa sombra. Se estremeció y cerró la puerta, comprobando después que se quedaba bien cerrada. Esa maldita cosa lograba abrirla algunas veces y ella se estremecía con solo pensar que algo pudiera estar observándola.

—Es solo la mente que te juega malas pasadas —murmuró mientras cogía su bolso y su móvil.

Le envió un mensaje a Adam para recordarle que dejara de trabajar y fuera a la fiesta. El pobrecillo estaba más pendiente de las cuentas y finanzas de su empresa que de la diversión.

Pero dónde diablos estaba Adam Phoebe se ponía de puntillas alternando de pie - фото 4

¿Pero dónde diablos estaba Adam? Phoebe se ponía de puntillas alternando de pie para intentar ver por encima de las cabezas de docenas de personas disfrazadas. Los zapatos que llevaba se veían divinos en la tienda, pero no lucían de la misma manera en sus pies. Ahora mismo mataría por unas zapatillas de andar por casa. Adam aún no había llegado y ella se estaba aburriendo de tanta socialización. Le dolían los pies y además se había puesto toda esa lencería sexy porque pensaba que tendría algo de acción esa noche vestida de princesa, pero al parecer no sería así.

Lanzó un suspiro y se dirigió a una de las habitaciones de la segunda planta, que hacía las veces de guardarropa, para estar un rato a solas. Cerró la puerta y se dirigió tranquilamente hacia la cama para sentarse. Una vez allí, sacó el móvil de su bolso. Una vez la presión hubo abandonado sus pies, lanzó un clamor de satisfacción. No obstante, Phoebe no se atrevió a quitarse los zapatos. Volver a ponérselos después sería diez veces peor. En su lugar, llamó a Adam, pero saltó el contestador automático de inmediato.

—¿Dónde estás? —fue todo lo que dijo antes de colgar. Luego comprobó los mensajes y vio con estupefacción que no había recibido ninguno.

Le llegó el chirrido de una puerta por su lado derecho y lanzó un grito. El armario se abrió y ella se quedó mirando, tratando de averiguar si había alguien allí. ¿Acaso había pillado a alguien intimando o, lo que es peor, robando las carteras que se habían dejado en los bolsillos de los abrigos?

Cuando la calefacción se activó, se rio de sí misma. Eran solo los ruidos propios de una casa vieja. No había ningún monstruo acechando ni en este armario ni en el de su apartamento. Los monstruos no existían. Sintiéndose estúpida, Phoebe se recuperó y salió de la habitación. Era agradable estar sola y tener tiempo para una misma, pero no iba a continuar fingiendo que estaba feliz cuando no tenía ni idea de si Adam pensaba aparecer en la fiesta. Definitivamente, ese rechazo había terminado por arruinarle la velada.

¿Por qué no era capaz de encontrar a alguien que la apreciara? ¿Que quisiera acompañarla a sitios y hacer cosas con ella? ¿Que contestara a sus llamadas? No era demasiado pedir que la quisieran, que la desearan. Tener la sensación de que el mundo de alguien no estaría completo sin ella a su lado.

A Phoebe se le llenaron los ojos de lágrimas, recogió su abrigo y se dirigió a las escaleras rumbo a la puerta principal. Se despidió rápidamente y se fue directamente hasta su coche. Una vez dentro, dejó que las lágrimas que se había estado aguantando fluyeran libremente y le envió un mensaje de texto a Adam. En él ponía punto y final a toda esta mierda. Ahora le tocaba vivir solamente para ella. Si no la quería, qué hacía esperando a que cambiara de idea. Todo se había terminado entre ellos. Tenía la esperanza de que se volviera loco cuando leyera el mensaje.

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