No obstante, no hay que deducir que durante ese año Stauffenberg desconfiaba ya de la capacidad de Hitler para reconducir la dirección que estaba tomando la contienda. Todavía en abril de 1942, comentó a su antiguo comandante de división, Von Loepner, que aprobaba la decisión de Hitler de intentar tomar Moscú a las puertas del crudo invierno ruso, pues “debía jugarse todo a una carta para alcanzar un objetivo definitivo, y la conquista de la capital enemiga era ese objetivo”. Pero en esa misma conversación, Stauffenberg se mostró crítico con las últimas decisiones políticas de Hitler, que suponían la entronización de la justicia arbitraria, por encima de las leyes.
Pese a que se intuye que en la primavera de 1942 Stauffenberg aún confiaba en la capacidad militar de Hitler, es difícil creer que esa opinión se mantuviese después del verano de ese año. La campaña iniciada el 28 de junio con el objetivo de avanzar, en el sur, hacia el Cáucaso, y en el norte hacia Leningrado, no comenzó con los mejores augurios. Stauffenberg, desde su puesto, tuvo que ser testigo de primera línea de la falta de medios con la que ésta se inició, pues las necesidades sólo pudieron ser cubiertas en parte; un experto en aprovisionamiento como él tuvo que advertir de inmediato que la campaña estaba condenada al fracaso.
El 13 de septiembre de 1942, Stauffenberg manifestó abiertamente su oposición al modo como se estaba llevando a cabo la guerra contra la Unión Soviética. Entre sus amistades afirmaba que se debía renunciar a la concepción nacionalsocialista de que los hombres del Este eran inferiores. Esta crítica la hizo llegar al Estado Mayor en un documento en el que exponía que el trato a la población civil representaba una “provocación irresponsable”.
De forma significativa, esta crítica de Stauffenberg no significó su defenestración, como solía suceder con los oficiales que mostraban algún tipo de disidencia, sino que le supuso el encargo de organizar un servicio especial para las unidades de voluntarios, integradas por armenios, georgianos o cosacos. Sin embargo, los abusos y crímenes contra la población civil continuaron produciéndose, lo que no pudo pasar desapercibido para Stauffenberg.
Stauffenberg con dos de sus hijos.
Sería precisamente durante esa segunda mitad de 1942 cuando Stauffenberg llegó a la conclusión de que era necesario el desplazamiento de Hitler del poder. De esa época contamos ya con manifestaciones inequívocas en ese sentido. En una conversación con su jefe, Burkhart Müller-Hillebrand, exclamó:
– ¿Es que en el Cuartel General del Führer no se encuentra ningún oficial capaz de dispararle?
En otra ocasión, en mitad de una charla en la que uno de los asistentes propuso que lo que era necesario era decir la verdad a Hitler, Stauffenberg le respondió:
– No se trata de decirle ninguna verdad, sino de derrocarle y para eso estoy yo dispuesto.
Los compañeros de Stauffenberg no tuvieron entonces la impresión de que estuviera hablando seriamente de organizar un atentado contra Hitler. Pero Stauffenberg comenzó durante los últimos meses de 1942 a averiguar si existían oficiales influyentes dispuestos a derrocar al dictador.
Conversó con varios generales y mariscales, pero sus tanteos no dieron ningún resultado. Todos le decían que comprendían que las cosas no podían continuar de ese modo, pero ninguno se ofrecía a tomar la iniciativa.
Por ejemplo, el mariscal Von Manstein relataría así su entrevista con Stauffenberg: “Acudió a mí como representante de la sección de organización para hablar de la cuestión del aprovisionamiento de nuestro ejército. Me rogó entonces que tuviéramos una conversación privada. En ella me manifestó su disconformidad con la dirección errónea de la guerra, es decir con Hitler. No pude más que darle la razón, y le dije además que también me daba cuenta de los errores de Hitler y era de desear un cambio en la dirección militar. Yo era partidario del nombramiento de un jefe responsable del Estado Mayor de la Wehrmacht, que era la que debía tener en sus manos la dirección. Yo prometí procurar de Hitler conseguir eso. De sus expresiones no pude colegir de que Stauffenberg actuara contra Hitler, más bien tuve la impresión de que él dudaba acerca de si en el Estado Mayor se podía conseguir algo”.
De estas palabras se desprende claramente que Von Manstein no quiso entender el mensaje que, sin duda, Stauffenberg quiso transmitirle en esa conversación sin testigos. La prueba es que Stauffenberg aseguraría después a su mujer, Nina, que “ésa no es la respuesta que puede esperarse de un mariscal”.
El 1 de enero de 1943, Stauffenberg fue ascendido a teniente coronel. Inmediatamente después fue destinado a África, sin que él lo hubiera solicitado. La guerra en el desierto ya no ofrecía el halo de emoción y romanticismo que habían creado los éxitos de Rommel al frente del Afrika Korps. Los tiempos en los que las divisiones alemanas habían amenazado el Canal de Suez ya quedaban lejos, y los alemanes, arrinconados en tierras tunecinas tras sucesivas retiradas, intentaban únicamente aplazar el momento en el que se verían forzados a abandonar el continente. De todos modos, parece ser que Stauffenberg no acogió este traslado con disgusto.
Stauffenberg (derecha) conversando con el barón von Broich durante la campaña de Túnez, en la primavera de 1943.
Una vez en Túnez tomó posesión de su nuevo puesto como primer oficial del Estado Mayor de la 10ª División Panzer. Visitó a su antecesor, el mayor Bürklin, que estaba gravemente herido. De manera premonitoria, Bürklin le aconsejó que tuviera cuidado con los aviones enemigos.
Stauffenberg se vio sorprendido por el tipo de guerra que se desarrollaba en el teatro africano, pues las tácticas cambiaban continuamente. Ataques, defensas, retiradas, contraataques, se sucedían un día tras otro, pero él supo adaptarse bien a ese cambio. La tropa tuvo siempre la impresión de que estaba bien dirigida, pues Stauffenberg sabía captar de inmediato la complejidad de la situación que se presentaba. Allí se ganó la amistad y el reconocimiento de los soldados. El coronel Heinz Schmidt subrayó su excelente relación con la tropa: “Al poco tiempo era querido por la División a causa de sus cualidades: su lealtad y capacidad de trabajo, así como también su espíritu solidario y su cordialidad. Pese a las muchas tareas que en su puesto tenía, hallaba siempre tiempo para relacionarse con los soldados. Con frecuencia visitaba los regimientos y batallones para hablar con sus comandantes sobre cuestiones de servicio o personales. Tenía gran habilidad y tacto para el trato humano y todo el mundo se sentía de inmediato atraído por él”.
Un joven oficial, Friedrich Zipfel, también señalaría la especial aptitud de Stauffenberg para las habilidades sociales: “Quedé profundamente impresionado por el conde Stauffenberg. Me pareció el ideal de un oficial. Ante él se sentía total confianza y en pocos minutos había logrado romper el hielo de la diferencia de grado. Por otra parte, la justeza y exactitud con que hablaba inspiraban respeto a la autoridad que su comportamiento imponía. Lo característico era que parecía interesado en que todos aprendieran rápidamente cómo debía ejercerse el mando. Esto naturalmente no era habitual entre los jefes. El contacto con los inferiores muchas veces adolecía de rigidez y frialdad”.
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