Señala también el desprecio por lo criollo, aunque lo indio no parece tener el mismo lugar analítico en su lectura de la historia, cercana al revisionismo de José María Rosa y Jorge Abelardo Ramos. Parece que hay que “volver al pueblo” porque hay algo allí incontaminado. En ese pueblo de Ortiz la lucha de clases está supeditada al análisis de la dependencia. A diferencia de las minorías, el alma del pueblo permanece incontaminada:
en el pueblo pues, el europeísmo cultural encuentra su refutación. La cultura popular no está en Europa; tampoco la historia. Está en las masas nativas. Y si Europa o los Estados Unidos han conseguido asentar su dominación política y económica y también cultural sobre las minorías ilustradas, no han podido penetrar en el alma del pueblo latinoamericano, en el subsuelo histórico…Ese pueblo analfabeto, pero de cultura europea, permanece incontaminado. Y por eso, es libre en su pobreza, no sometido ni alienado; sabio, con la sabiduría de la experiencia y de la vida. Al intelectual no le queda sino despojarse de sus categorías, todas adquiridas en Europa. Y sumergirse en la historia de su pueblo. Que no es una historia color de rosa. Está hecha de luchas y muertes, porque es la historia de un pueblo dominado (Ortiz, 1972: 106).
Está claro, el texto supone la existencia de una modernidad capitalista, imperialista, colonialista, eurocéntrica que se desplegó en la historia de los pueblos latinoamericanos. Aunque esta modernidad no logró horadar a las mayorías populares. Expresión de esta incontaminación lo será el poema “Martín Fierro”. Tal concepción contrastará con las ulteriores interpretaciones sobre “las múltiples modernidades” en América Latina.
2.3 El “Martín Fierro” como conciencia socio-cultural de los oprimidos
La “cultura nacional” entendida como autoconciencia histórica, supone un ethos, un modo de habitar referido a un sentido, expresado y objetivado en obras, símbolos, mitos y estructuras. El “Martín Fierro” sería la expresión de un logos que ha sido silenciado. Según su lectura, el “pensar latinoamericano” debe tematizar la praxis histórica “de los pueblos en contra de la dominación”. Pensar la historia es pensar también sus modos de expresar el ethos y su porvenir:
la historia de América, vista desde Europa, es una historia de dominación; vista desde América misma, es una historia de liberación. La liberación de América podría ser absoluta novedad: arrastraría consigo la liberación de Europa. América se liberaría si se niega a inaugurar una nueva relación de dominio; si reconoce como término de una posible relación, no lo ‘otro’ sino ‘el otro’. Ese sería su futuro, su por-venir… Mientras tanto, el pensar presente de América recoge la praxis histórica dialéctica y es él también dialéctico. El pensar piensa desde la opresión y desde la resistencia, desde la muerte y desde el no-ser. Piensa desde el pueblo (Ortiz, 1972: 108-109) (las palabras en cursivas aparecen subrayadas en el original).
El último Ortiz reaccionaría con ceño fruncido ante esta afirmación… ¿pensar “desde el pueblo”? Ambigüedad ya señalada por la crítica ceruttiana y por el mismo Ortiz años después. Decir pueblo era decir cultura; por eso la crítica se lanza contra las ideologías que reducen lo cultural a lo político. Al despreciar la veta cultural, los movimientos “revolucionarios” terminan justificando un “desarrollismo apéndice del sistema impugnado” (Ortiz, 1972: 109). Lo que está en la mira de Ortiz son los desvaríos de ideologías europeizantes. ¿Es posible pensar en un Ortiz populista? Veamos la siguiente afirmación:
los “despistes” de los intelectuales liberales o marxistas se deben en parte a que siempre habitaron un mundo cultural que no era el de las masas latinoamericanas. La única vía de acceso a la interpretación auténtica de nuestra cultura es la identificación previa con su sujeto portador: el pueblo. Y solo el pueblo es el tribunal que juzga acerca de la autenticidad de una obra cultural. Cuando se siente viviendo en ella, la acepta y la hace suya (Ortiz, 1972: 110) (las palabras en cursivas aparecen subrayadas en el original).
Por eso El Martín Fierro es también una actitud del pueblo frente a la civilización europea, “monumento imperecedero de la cultura popular” (Ortiz, 1972: 111). Son claras las influencias de la interpretación del grupo congregado en la Revista Antropología del Tercer Mundo, especialmente de Guillermo Gutiérrez. (30)
Justificada la necesidad del estudio de la cultura, Ortiz se refiere a la interpretación liberal del poema. Para nuestro autor, dicha lectura lo deforma al reducirlo a su estructura literaria o directamente lo defenestra comparándolo con la regla europea. Allí están Mitre, Borges, Martínez Estrada… “el bloqueo mental le impide a nuestros pensadores sospechar siquiera la existencia de una cultura nativa” (Ortiz, 1972: 112).
A continuación ubica al autor en su tiempo, tomando la interpretación de Luis Alberto Rodríguez en su Vida Política del Federal José Hernández. El enfrentamiento entre los herederos del unitarismo y los “populistas” “Chupandines”, la represión por parte de Mitre, el “guerrero que ‘nunca sabía qué hacer en el campo de batalla’”, la traición de Urquiza, son momentos ineludibles para una correcta interpretación. Ortiz describe el periodismo militante de Hernández, quien en 1863 pregunta desde el diario El Argentino de Paraná “¿no se puede ser liberal sin matar?”.
Del autor y su época se pasa ahora a ubicar el marco histórico-social de la obra. Ortiz critica las interpretaciones del poema que olvidan el contexto social del autor y la obra. Este olvido en realidad oculta intereses de clase. Por eso las interpretaciones terminan creando mundos fantásticos, oníricos o metafísicos (Ortiz, 1972: 120). Para reconstruir dicho marco se hace uso de variantes dependentistas: existe una contradicción “fundamental y estructural”, imperio-nación, expresada también en la antinomia “oligarquía portuaria-interior del país”. De modo que a nivel político, se trata de la antinomia “unitarios-federales”; económicamente opera la oposición entre librecambio o desarrollo nacional autónomo y culturalmente se trata de la contradicción entre civilización o barbarie (Ortiz, 1972: 121).
No se olvida pasar revista a los estudios sobre el poema gaucho; las hay serias y meritorias (Leuman, Lugones, Martínez Estrada, Borges, Astrada, entre otros), “algunas verdaderamente insulsas, apenas entusiastas; el resto, lamentables” (Ortiz, 1972: 121). Lugones se equivoca al afirmar que el “gaucho se fue”. No se fue, lo echaron. Astrada, a pesar de su metafísica europea, “muestra entre otras cosas que es posible ser filósofo en serio y pensar y ayudar a formar la conciencia histórica argentina” (Ortiz, 1972: 123). La interpretación de Julio Mafud “no alcanza a superar el nivel de la mediocridad” (Ortiz, 1972: 123).
Luego de este largo derrotero Ortiz nos anoticia de su intención: interpretar al Martin Fierro “desde la óptica del pueblo” porque “el pueblo es el único sujeto de la cultura nacional”. Y el pueblo para interpretar tiene una categoría excluyente: la dominación. Ese es el lugar donde irrumpe “el ser latinoamericano”; “ese es el modo de ser, de habitar su mundo el hombre latinoamericano: la opresión” (Ortiz, 1972: 124). Siguiendo otra vez a Heidegger y a Hölderlin afirmará que “el poeta se anticipa al pensador”.
Lejos de las interpretaciones románticas y melancólicas, Ortiz propone una lectura donde prima la acción. Lo hace señalando las categorías de esta lectura popular del poema: la dicha, la pena, el despojo, la violencia, los condenados, el ethos de la libertad, la palabra y la protesta social. Aquí su interpretación “tropieza” con el indio: “En el payador, la palabra se hace canto, vehicula sentimientos y estados anímicos. Sobre todo, sirve para la comunicación. A diferencia del indio que lanza alaridos y gruñe (sonidos), el ‘cristiano’ posee el don de la palabra” (Ortiz, 1972: 134). La prisión, la resistencia, el desprecio de los poderosos son también analizados a partir del poema. Categorías que describen las vicisitudes del gaucho, que siempre es pobre y que para Ortiz es el pueblo. El indio parece ser lo totalmente otro, “[e]l indio y su mundo respiran amenaza y hostilidad: es el mundo de la naturaleza indomada” (Ortiz, 1972: 141). No entra como sujeto portador de una supuesta cultura nacional. Compartiendo con el gaucho el ethos de la dominación, Ortiz no lo incluye en su lectura “desde el pueblo”. Respecto al viejo Vizcacha afirma:
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