Oscar Pacheco - Modernidades, legitimidad y sentido en América Latina. Indagaciones sobre la obra de Gustavo Ortiz

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Este libro recoge ensayos y estudios sobre diferentes aspectos y momentos de la obra del filósofo cordobés Gustavo Ortiz (1941-2014), realizados por profesores-investigadores de la Universidad Católica de Córdoba, que tuvieron diversos vínculos con Ortiz.Los estudios agudizan indagaciones críticas sobre su legado filosófico, que van desde la cuestión del sentido y la religión hasta la política y el liberacionismo latinoamericano en nuestra modernidad.

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Hasta aquí, Ortiz parece saldar cuentas con la metafísica y con el eurocentrismo hegeliano y heideggeriano. Pero su crítica parte del mismo análisis que Heidegger hace del ser y su olvido en la modernidad. Como suele afirmarse, con Heidegger; esto es marca de época. Pero más allá de Heidegger; esto es la marca de algunos filósofos de la liberación. (20)

2.2 La interpretación de la “historia nacional” y el problema de las mediaciones ideológicas

2.2. a. Las mediaciones ideológicas

Este es el eje de la segunda parte de su trabajo. Se trata de una crítica al método utilizado por escuelas “histórico-sociológicas” que, al sujetarse a la mera descripción desde una visión fragmentada, terminan justificando el orden establecido. La crítica también recae sobre las visiones universalistas y abstractas “falsa universalidad nacida en los países metropolitanos”; y sobre las variantes que recaen en un “empirismo ciego”. Queda de manifiesto lo afirmado anteriormente: el problema del método “científico” es un problema ideológico. No hay referencias explícitas a tal o cual teoría, pero suponemos que Ortiz está pensando en la interpretación hegeliana de la historia y en el positivismo. Ambos ocultan la realidad:

…aparecen como instrumentos de dominio, al quedarse en la sola descripción o canonización del hecho histórico y del fenómeno social. Aislándolos de su contexto económico-político, los transforman en ‘esqueletos’ a-históricos; y al imponer categorías de análisis legítimas tal vez en los países dominadores, pero ineficaces en los dominados, se convierten en ideologías encubridoras de la realidad (Ortiz, 1972: 31). (21)

Se exige entonces asumir un análisis histórico y sociológico estructural donde se dé cuenta de la división y las relaciones entre centro-periferia. La interpretación asume aquí, rápidamente, los postulados de la teoría de la dependencia y la crítica al imperialismo: “La estrategia imperialista se efectiviza sutilmente, creando una falsa conciencia en los pueblos sometidos. El imperialismo domina al ‘hombre concreto’, pero ensalza la defensa del ‘hombre abstracto’” (Ortiz, 1972: 32). Está presente también el tema de la autoconciencia histórica de “los pueblos dominados” que se descubren sujetos históricos en la “lucha”. Lo que conceptualmente sea el pueblo debe dilucidárselo a partir del propio proceso histórico cuyo único criterio es “el de la dominación”. Con este criterio hay que explorar el pasado. Ortiz aclara que estas afirmaciones son deudoras de las “Cátedras Nacionales” que se llevaron a cabo en la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Como sabemos, su tendencia era peronista, tercermundista y dependentista. (22) Su órgano de difusión fue la Revista Antropología del Tercer Mundo. Entre sus referentes se encontraban Gonzalo Cárdenas, Justino O’Farrell, Roberto Carri, Pablo Franco, Alcira Argumedo, Guillermo Gutiérrez y Horacio González entre otros. Aparecen citados además pensadores nacionales, a saber: José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Milcíades Peña y José María Rosa. El enfrentamiento intelectual, ya estudiado por Cerutti, entre peronismo y marxismo está presente en la conceptualización y estilo de Ortiz.

Una exigencia: la “autoconciencia del pueblo” necesita de mediaciones que la expliciten. Estas mediaciones son los múltiples contenidos y formas por las cuales los pueblos “realizan, conciben o interpretan la trama de relaciones mutuas que los vinculan” (Ortiz, 1972: 33) y las ideologías vehiculan dichos contenidos. De lo dicho podríamos interpretar que las ideologías formatean los contenidos de las mediaciones con que los pueblos se autoconciben. De allí las “desviaciones” y las disputas por la interpretación “verdadera”, por quiénes interpretan y con qué metodología la llevan a cabo.

Por esta razón Ortiz distingue dos ideologías en las que se pone en juego la interpretación de la propia historia:

i) La mediación proveniente del “imperialismo capitalista liberal” en la que gravitan el desarrollismo tecnócrata, el populismo reformista y el militarismo. El liberalismo no es más que un “reflejo residual y raquítico de la evolución liberal europea” (Ibíd., 35). Tuvo presencia en la oligarquía terrateniente. Su espíritu penetra de forma “impersonal”, cautiva a la clase media y su paternalismo gana la adhesión de la “peonada”. “Domina la ‘Sociedad Rural’”. Aseguran el puritanismo racial educando a sus hijos en colegios aristocráticos. Escribió su propia historia como si fuera la historia nacional “idealizando la oligarquía agrícola-ganadera”, “la oligarquía argentina es pues, contradictoria: “progresista” y profundamente conservadora, acepta el cambio solo para poder conservar”, incluso ha creado su propia ética, produce sus propios héroes, “desfigura los caudillos populares”. Para Ortiz la historiografía liberal y el liberalismo argentino ya están quebrados (en 1972):

los primeros síntomas de su decadencia se percibieron en el gobierno de Irigoyen, se agudizaron durante la época peronista, parecieron superados después del 55. Desde entonces, la agresividad y la virulencia solo son los últimos estertores de una lenta agonía (Ortiz, 1972: 38).

Además de esta expresión, se encuentra el “nacionalismo burgués” cuyo único aporte a la formación de la conciencia nacional fueron sus estudios de historia, desmitificando a las oligarquías. El nacionalismo de derecha, dirá Ortiz, confundirá a Marx con la izquierda argentina. Por todo ello tampoco caló hondo en “el pueblo”: “Si bien ha contribuido a desenmascarar la historia y los mitos de la clase ganadera, el nacionalismo argentino se reúne con el liberalismo y las izquierdas al ignorar al pueblo” (Ortiz, 1972: 39).

ii) La ideología marxista. Aquí Ortiz analiza genéticamente el proceso de dicha tradición en el que no faltan las referencias al unipersonalismo de Stalin y la cuestión de la “contradicción fundamental” en Mao Tse Tung. Las críticas al pensamiento marxista se dirigen a su imposibilidad para asumir el punto de vista de los países coloniales, su economicismo, la ambigüedad de la tensión entre naturaleza e historia, la no distinción entre religión y fe y la deficiente herencia racionalista hegeliana. Todo ello influye de modo negativo en los intelectuales marxistas latinoamericanos. Ortiz arremeterá una crítica sin concesiones a los marxismos latinoamericanos con argumentos nacional-populares:

con frecuencia, el marxismo latinoamericano hace la revolución “en la cabeza”, retrotrayéndose al más barato idealismo. Y es entonces cuando el marxismo se convierte en ideología encubridora. Mucho más si los presuntos marxistas no han leído a Marx sino a los comunistas soviéticos… (Ortiz, 1972: 42).

Por esta razón las izquierdas terminan coincidiendo con el liberalismo y el nacionalismo burgués, “se asocian en el mismo desprecio por lo popular”. El anti-intelectualismo popular y por qué no basista, se inmiscuye cuando afirma:

pero el socialismo olvidó que una política revolucionaria es tal si se asienta en el “proletariado” como eje fundamental. Pretender vertebrar el proceso revolucionario en la lucidez y clarividencia de los pequeños grupos que han devorado las obras de Marx, es ignorar que el único sujeto de la revolución es el pueblo… La revolución no se hace “en las cabezas”; la revolución la hacen las concretas fuerzas populares. Lo demás es paternalismo político, alienación ideológica, desubicación histórica (Ortiz, 1972: 43).

Haciendo uso de los aportes de Hernández Arregui agrega:

tanto el partido socialista como el Partido Comunista jamás lograron penetrar en el pueblo. Sí en la pequeña burguesía, en la clase media, en los universitarios y en los intelectuales “esclarecidos”. Mezcla “chaguada” de marxismo y liberalismo, la “izquierda” argentina “ama a la humanidad en los libros, pero rechaza en la intimidad de su conciencia al obrero sufriente, que es la sustancia de esa humanidad”, (23) la pulpa de la historia dilacerada por el foco divergente de las ideologías… Pero el pueblo posee un instinto, un olfato. Conoce a los que lo interpretan; acepta a quienes legitiman su liderazgo en las fábricas y en las calles. Y hay que convencerse: solo cuando el intelectual y el dirigente político se despojen de sus condicionamientos de clase, pasando por el duro aprendizaje de la lucha popular, podrán iluminar y orientar el proceso revolucionario (Ortiz, 1972: 43) (las cursivas son nuestras).

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