Ana Luisa Guerrero Guerrero - Filosofía política y derechos humanos

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¿Cuál es el origen filosófico de los derechos humanos? ¿Son hoy en día sostenibles sus demandas occidentales de universalidad, igualdad y libertad individual ante la diversidad cultural y ética de los pueblos del mundo?Para responder estas importantísimas preguntas Ana Luisa Guerrero desentraña las bases ideológicas de los derechos del hombre en Filosofía política y derechos humanos, y ofrece una explicación sucinta del pensamiento político de santo Tomás de Aquino, Juan Calvino

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Esta corriente no pretendió abolir la religión, sino sanarla con una renovada involución a las sagradas escrituras y a los Padres de la Iglesia. Los mundos históricos degeneran: la apelación a pensar la Biblia acabó en una imposición férrea, en fanáticos debates y en la encarnizada batalla entre reformistas y contrarreformistas. Cuando los protestantes izaron la bandera de la tolerancia, Calvino dormía en su tumba ideológica. La guerrera Ana Luisa afirma que Calvino no construyó los derechos del hombre porque su Dios y los elegidos de éste indujeron a pensar en el hombre caído como lobo del hombre, incapaz de vivir sin autoridad y sí en la desconfianza hacia sus congéneres.

Abro un paréntesis. Y yo que creía que los lobos son sociales y que si están en peligro de extinción es por culpa del hombre. Ana Luisa, al hombre-Dios lo mataron Galileo, Newton y Darwin, y lo pusieron en pie los racionalistas cientificistas para quienes la ciencia es el dominio, que no cuidado, de la naturaleza. Esperamos un libro tan bueno como éste sobre los derechos de los animales.

En las páginas dedicadas el jesuita Francisco Suárez, las alabanzas abundan más y los reproches pierden un tanto su disimulada virulencia en la escritura de la diplomática, justicialista y liberadora Ana Luisa. También para Suárez, la causa última de todo es Dios; empero, nos dio libre albedrío con el mito del paraíso: desde que salimos de la matriz, esto es, desde que nacimos, Dios pone y el homo dispone, mente y afectos nos reúnen para que nos protejamos recíprocamente. Bajo el trono cruel a la divinidad decretada: no tienen más preeminencia que los demás habitantes de cada poblado. En potencia, Suárez plantea la tolerancia que enfrentaba de alguna manera política a trabajadores manuales contra la nobleza feudal. “¿Quién mató al gobernador? Todos a una, señor” (¿recuerdas Fuenteovejuna? ). Suárez recoge la baza de los derechos humanos que influyeron en John Locke, a saber, no acepta una religión única. Pero sí había que resolver el encuentro frontal con la Iglesia, el Estado, el gobierno y el gobernador del feudo. La soberanía, para Suárez, legitima el poder estatal. El Estado se elige por plebiscito. Sin embargo, ya se había afianzado el poder monárquico absoluto. Este filósofo concede que los súbditos únicamente reunidos en comunidad, no en solitario, pueden reclamar. No obstante, acepta, defiende y reivindica la composición económico-social jerárquica tomista, ya en franca descomposición.

Ana Luisa atenúa este señalamiento: la aportación de Suárez es la justicia conmutativa o facultad de cada persona sobre sus propiedades, porque tal es la capacidad moral subjetiva que anuncia entre brumas que el derecho de gentes sobre la propiedad privada puede cambiar de manos sin que viole el derecho natural. Si cada quien está inmerso en relaciones jurídicas objetivas, también lo está en las subjetivas.

Con Occam, Suárez asegura que el hombre tiene el derecho a conservar su herencia o no, pero siempre hay obligación de salvarse en esta vida y la vida (llamémosla así) que le sigue después.

Suárez anhela el unitivo credo medieval y su estructura, aunque aporta los derechos a la vida, a la felicidad, a resistir al hereje, a poseer bienes materiales y a consentir la formación del Estado y su poder. Su defensa suarista de estas fuentes democráticas del guiso filosófico iusnaturalista, si bien propuso la monarquía electiva y limitada que gobernara según la ley natural, cedió al estado orgánico tomista. Ana Luisa respira fuerte una agradable brizna metafótica de optimismo: “Si pensáramos que la obra de Suárez fuera un árbol, la raíz sería medieval y escolástica; el tronco un armazón […] congruente con la escolástica tomista; pero no es ya un tomismo puro, pues cuenta con aportaciones muy importantes que sostienen frutos que van a ser recogidos por autores que sí harán la separación entre teología y derecho natural” (p. 326). La coerción del Estado servía para obedecer las leyes de la convivencia pero era insuficiente para que sobreviniera la paz.

Este derecho natural adquiere validez porque aterriza más; es más realista, empero se escapa hacia la revelación. Aún no es un planteamiento científico cuantificador (si bien no entromete en sus razonamientos la Biblia tanto, o al menos no tanto, como el jesuita Bellarmino) y deja muy en el pasado a las autoridades de la Inquisición.

Siglos XVI a XVIII, nuevos cánones basados en el método geométrico. Con influencia de Suárez, nació el padre del iusnaturalismo moderno: Hugo Grocio, que explicó la necesidad del Estado y sus leyes para que no nos matemos unos a otros, ni cada quien tome la justicia por su parte. Su convención moral la centró una sola Iglesia. Y henos de nuevo ante la protección de la propiedad que Dios incorporó a la naturaleza humana. Pero ahora es una propiedad de capitalismo expandido por el mundo.

El sentido de propiedad es una reacción innata, a la par que las ideas innatas, que ayuda a enlazar el inmutable derecho natural y el mudable o histórico. La propuesta universal, basada en las matemáticas, concluye Grocio, es el derecho natural que enseña la razón indisociable del ser sociabilizado: a cada quien lo suyo.

La existencia de Grocio transcurrió en tiempos de guerra, circunstancia que le hizo concebir que la autoridad era limitada por un ordenamiento que, mediante requerimientos formales y materiales, establecería la paz y la seguridad de la propiedad contra los desatados deseos caóticos y sin sentido que se habían apoderado de la escena. La propiedad connatural, independiente del Estado, y arma defensora o “medida y regla” (p. 331), proporciona, creyó, tranquilidad o paz. Grocio anuncia el pacto en que recayó el cambio de la comunidad rural a la política, aunque no penetra en este proceso histórico. Grocio acepta la igualdad (no la económica ni la política), sí, el derecho que hermana, hecho positivo que nos acerca a esclavos, oficios manuales y presos de guerra. Evidentemente, apoya la dominación política y las posesiones de rapiña que acumuló su protestante holandesa patria, esclavista y colonizadora, es decir, su ideología aceptó esta tendencia apabulladora originalmente católica. Empero, propuso el moderno proyecto estatal: continuar siendo católicos o protestantes, y una secularización absoluta para tal hermandad.

La igualdad que preconiza no es proporcional, sino “formal”, con víctimas fuera de la seguridad y protección. Todavía los derechos no se despojan de las sombras de un secular derecho natural.

En Hobbes, “padre del derecho positivo”, los derechos no son objetivamente naturales, porque no son facultades previas al establecimiento de las sociedades políticas: éste fue el simple camino al derecho positivo. Filósofo del gusto capitalista y también rechazado sin conocerlo, según su perspectiva, la bondad y la maldad son convenciones, no un hecho natural. No existe ley injusta si procede de las decisiones colectivas, porque entonces, piensa Hobbes, contempla el beneficio de la política y de la organización civil. Ninguna ha de violentar el derecho natural de proteger la vida (iusnaturalismo). El soberano tiene una autoridad limitada porque no participó en el contrato que lo llevó al poder. No existe, asegura, una jerarquía social inmóvil ni la igualdad proporcional: el ser humano es impulsos, deseos y pensamientos que determinan su forma de ser.

Como burgués, apoyó al capitalista y a los comerciantes. Sin embargo, el Estado inaugura la propiedad, la distribuye en principio, tesis que lo separa del liberalismo: el uso o venta de la tierra, por ejemplo, depende de quien la recibió. Nunca se percató de que sus contemporáneos, mayoritariamente, no tuvieron los mismos intereses que los gobernantes que acapararon el control político y el económico, dejando manos libres al acaparamiento monopólico. Ana Luisa ataca: Hobbes no tiene los elementos teóricos para saber que el control del lobo que el hombre lleva adentro no se hace por medio de reglamentaciones políticas absolutistas. Hace patente que una vida social segura y estable implica el sacrificio de la libertad. Hemos llegado al sistema capitalista que promovió Hobbes sin ser consciente: la paz y la seguridad no son el abracadabra de los derechos del hombre.

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