—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Naomi sentada en la cama con mi móvil en mano.
—Me encanta —admití.
La vi levantarse e ir hacia la ventana de la habitación, tecleó varias cosas en mi móvil sin que yo lo viese. Fruncí el ceño y fui hacia ella con decisión, le agarré el móvil y me quedé boquiabierta por lo que había escrito. Era Alejandro.
Estoy abajo.
Naomi no tardó en responderle.
Bajo en dos minutos, por cierto, vas muy guapo de esmoquin.
—¡¿Estás mal de la cabeza?! —grité, roja de la vergüenza.
—Es que es verdad, está muy guapo con el esmoquin, mira, ven a verlo.
Me acerqué a la ventana y lo vi esperándome delante del coche. Tragué saliva. No podía obviar lo evidente, Alejandro era muy atractivo aunque sus ojos guardaban mil y un secretos. Tenía una coraza muy profunda que ansiaba romper y descubrir cómo era él de verdad y no como quería que lo vieran. Pero eso no quitaba lo guapo, masculino, inteligente y amable que era.
—Te has puesto roja —canturreó pícara.
—¡Calla!
Naomi rio y me empujó para irme con la excusa de que llegaría tarde y no debía hacerlo esperar. Agarré el bolso de fiesta que llevaba y me dispuse a bajar sola ya que ella se quedaría para recogerlo todo. Mientras bajaba por el ascensor, con la cabeza gacha, escuchaba mi corazón latir a mil por hora. La pregunta de sí estaría a la altura de lo que Alejandro quería no paraba de martirizarme. Salí del ascensor, despidiéndome de la recepcionista quien me miró con sorpresa al verme así vestida. Supongo que no se explicaba cómo era que yendo así vestida hubiera pillado una habitación en el hotel. Me paré en la puerta, viéndolo mirar sus pies con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cogí aire y salí con una sonrisa en los labios.
Su cara me dejó impactada, no lo conocía tanto como para descifrar esas facciones sorprendidas. ¿Estaría a su altura? Mi sonrisa fue deshaciéndose conforme avanzaba, hasta que llegué a su lado y le pregunté lo que tanto necesitaba saber.
—¿Voy mal? —pregunté con una mueca de tristeza.
—¡No! —exclamó con decisión, sorprendiéndome—. Vas preciosa, Lucía. Me has sorprendido, es solo eso.
—¿De verdad? ¿Crees que estaré a la altura de ese evento?
Sentí la mirada de Alejandro sobre mi cuerpo, sorprendido de verme con tal vestimenta. Era como si me estuviese admirando.
—¿A la altura? —preguntó—. No, Lucía, te aseguro que vas a ser la estrella que más destaque entre todas.
Me sonrojé, sentía mis orejas arder. Acabé riendo como una tonta, en momentos así me daba la risa floja.
—Qué cosas dices.
—La verdad —dijo, sonriéndome.
Me cedió su mano y me acompañó hasta mi asiento, muy caballerosamente me abrió y cerró la puerta para luego ir él a su asiento y encender el motor del coche.
Comenzó a conducir por calles que jamás había pisado. Estábamos en la zona más rica de Madrid, donde una casa podía pasar del millón de euros. Entonces, distraída, lo escuché hablarme.
—¿Tu amiga sabe lo nuestro? ¿Sabe lo qué somos? —preguntó preocupado.
—Ella también lo es, no dirá nada —le aseguré. Lo vi respirar tranquilo.
—¿Lleva mucho tiempo en esto?
—Bastante. A decir verdad, no me enteré hasta que me lo propuso —comenté distraída. Nos quedamos callados por unos minutos, escuchando de fondo la música hasta que hablé—. Si me preguntan sobre nosotros, ¿qué debo decir? Alejandro paró en un semáforo y me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te parece si decimos que nos conocimos en algún evento?
—No creo que sea muy creíble. —Fruncí el gesto—. ¿Y en una conferencia? Tú eres abogado y hay conferencias para el bloque de derecho en la universidad.
—Gran idea. —Me sonrió.
—Me dijiste que tengo que hacerme pasar por tu pareja, ¿cuánto tiempo se supone que llevamos?
—Unos meses, ¿seis quizá? —Alejandro se iba acercando a un lugar de celebraciones de lujo todo bien alumbrado. Aluciné con la cantidad de gente que había.
—Perfecto.
Alejandro le dejó el coche a un aparcacoches que había puesto la organización del evento y me ayudó a bajar. Me susurró que agarrase su brazo para que pareciese algo más real la situación. Pero no fui consciente de a qué me exponía hasta que pasamos por un pasillo lleno de cámaras y flashes que me hicieron cerrar los ojos. Toda la gente a mi alrededor era adinerada y déspota, se le notaba al andar. Tuve que reprimir varios insultos al pasar delante de varias mujeres que me miraron con desprecio. Sin embargo, sentí un suave escalofrío en mi piel al sentir el aliento de Alejandro en mi oreja.
—Ignóralas, están celosas de verte. —Lo miré a los ojos ya que aún con los tacones Alejandro era más alto que yo.
—No serán también locas del bótox, ¿verdad? —le susurré en el oído haciéndolo reír.
—Tenlo claro.
Iba a seguir hablando con él, pero unos gritos nos distrajeron.
—¡Señor Arias! ¿Es esta su nueva conquista?
Me sentí avergonzada al ver como una cámara de televisión nos enfocaba mientras que su compañero de periódico sacaba fotos por doquier.
Escuché a Alejandro reír entre dientes, pero parecía algo nervioso.
—Así es, le ruego que no insista mucho, mi pareja no está acostumbrada a este tipo de situaciones y está bastante incómoda.
Lo miré con una media sonrisa en la cara; él, por su parte, me miró y me guiñó un ojo. No obstante, insistieron en tomarnos varias fotos juntos, menos mal que ni mi madre ni Alba leían el periódico, y hacerle una entrevista rápida a Alejandro a solas ya que yo estaba bastante incómoda. Me aparté y me quedé esperándolo, parecía muy motivado por la situación del evento. Pero, de repente, sentí una mano en mi hombro. Me giré, asustada, y vi a un hombre de la edad de Alejandro riendo. Mi cara debía ser un poema, pero ¿qué esperaba? Me estaba tocando el hombro un desconocido y eso me ponía muy nerviosa. No me gustaba sentir el contacto de alguien que no conocía.
—Vaya cara más graciosa pones cuando te asustas. —Se rio de mí.
Me planché el vestido, quitándole la mano de mi hombro, y lo miré con el ceño fruncido, desconfiada—. ¿Usted quién es? —pregunté.
—No me trates de usted —volvió a reír—. Ya veo que Alejandro no te ha hablado de mí, soy Fernando, su mejor amigo, aunque puedes llamarme Fer.
Aún seguía desconfiando de aquel extraño, pero me mostré amable y un poco más relajada al saber que era amigo de Alejandro.
—¡Oh! —exclamé—. Encantada, soy Lucía.
—Ya, lo sé, Alejandro me ha hablado mucho de ti. —Me guiñó un ojo y no pude evitar sonrojarme. ¿Alejandro le había hablado mucho de mí?
—Pero ¿para bien o para mal? —bromeé.
—Para bien, por supuesto. Lo has impresionado mucho y eso es admirable.
—¿Admirable? ¿Por qué? —pregunté incrédula—. Alejandro es un buen tío, su trabajo es importante —lo miré mientras hablaba con el periodista— y parece que hace grandes cosas por como lo tratan los medios de comunicación. Yo solo soy Lucía, su acompañante.
Fernando puso su mano en mi cabeza y me revolvió un poco el pelo, resoplé y me lo acomodé mirándolo mal. Volví a girarme para prestar atención a Alejandro, quien estaba charlando con un hombre. Había terminado ya la entrevista.
—Ahora entiendo porque te eligió a ti entre tantas candidatas. —Sus palabras me dejaron helada.
—¿Sabes lo de…? —asintió —. ¡Oh, Dios!
—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo—. ¡Mira, ahí viene!
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