SILVIA PIC
Y DOCE CUENTOS PARA LEER DESPIERTO
Valla Pic, Silvia Mónica del
Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto / Silvia Mónica del Valle Pic. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
ISBN 978-987-711-931-2
1. Novelas Románticas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.comMail: info@autoresdeargentina.com
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Inés Rossano
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
CAPÍTULO IPlaneta tierra. argentina – provincia de tucumán. año 1974
“Yo sé cómo sacar a estas señoras de acá”; se escuchó decir al alto mando Internacional Ejecutivo, en su mismísimo lugar de trabajo. Un distrito militar, perdido en la selva tucumana. Rápidamente tomó a la niña de doce años cargándola bajo sus brazos y emprendió la fuga como si él fuese quien debía huir.
Ninguno de los intrusos fue ultimado ante tal acometido. Época de revueltas. Época de enfrentamientos de poder.
El colectivo transportando a escolares de primaria –séptimo grado –, desvía su curso de antemano adjudicado para alojar al grupo de niños en viaje de egresados, que, como ya se le dio a saber al lector, eran egresados de primaria.
Luego las maestras, informarle al grupo la inesperada noticia de que vivirían una aventura, obligan al chófer a desviar hacia los cerros tucumanos a ingresar con determinante decisión a todo al distrito militar perdido entre esos cerros, en los que se libraba una dura batalla contra grupos montoneros y otros diversos grupos de guerrilla.
La justificación de las señoritas ante lo atónito del Alto mando frente a la inesperada sorpresa, no fue ni más ni menos que el Gobierno a última hora decidía que los niños y niñas del grupo en vacaciones de estudio, debían compartir las barracas colectivas con militares y conscriptos para avivarlos un poco.
El alto mando Internacional, corrió desesperadamente con la niña bien aferrada bajo sus brazos hacia uno de los caminos ascendentes a los cerros, utilizado por su batallón para realizar maniobras.
Tal como predijo, las señoritas con su alumnado salieron cagándose de risa vencidos por la curiosidad a perseguirlo, iniciados por las señoritas en vaya viveza de aventurita.
En su inocencia la niña forcejeó brutalmente hasta poder escapar, viéndose obligado el militar para recuperarla, jugar al atajo hasta por fin volver a dar con ella.
El joven uniformado con tal alto cargo, no era más que eso, un jovencísimo de 24 años, alto y rubio venido de Rusia; sin embargo también era un rey, del cual nunca llegó a saberse de qué reino.
El sabor a guerra, el olor a sangre, el momento crucial entre el valor o el miedo, hicieron que este joven militar reavivase ferozmente y ferozmente y no había otra manera, ante el valor de la chiquita, el amor por ella misma.
En un claro de la foresta y vaya a saber por qué, el joven militar tenía estacionada una F-100 celeste aluminio. Entrando a la caja de la camioneta, tirando a la pequeña sobre su ancho asiento violeta, comenzó a violarla, y dándole golpes para mantenerla despierta, le suplicaba “chiquita no te mueras, chiquita no te mueras”. No la violaba con intenciones de lastimarla. Su furia le agradaba como amor. Lastimarse él, y con la sangre de ambos construir dos banderas, la de ella, la de él; levantar dos banderas de guerra que serían una sola, él y ella unidos (¿en qué guerra?) para siempre. Era su intención.
Todo ocurre como una película. Fortísima música de tambores indios de guerra, el paisaje que corría vertiginosamente entre la selva y el claro donde minutos antes había sido violada, porque ¿cómo para sus doce años podía haber complicidad de amor? Todo esto es lo que la niña oía y veía mientras tambaleándose, cayendo y levantándose, arrastrándose e irguiéndose corría vomitando la mitad de la masa encefálica ante el asco de la edad y el sexo sin ni siquiera tener idea que corría en su desesperación entre caídas y vómitos para poder olvidarse de un suceso que cómo podría asimilar. Que ¿A Ella?, ¿A Ella?, ¿cómo le pudo haber sucedido? …las señoritas! Las señoritas y su aventura.
La niña se pierde de su realidad y mientras se arrastra entre las ramas de las selvas ¿para dónde refugiarse? Ya no se ve a ella misma sino que, se ve como de 22 años, y al joven militar que tanto la amaba como para unirla en su bandera; lo veía como a un señor de 56 años.
De los sucesos posteriores, de nada puedo darle cuentas al lector porque de nada pude informarme muy a pesar de mis indagaciones sobre ello. Pero el caso es que prontamente encontraríamos a los dos protagonistas de mi relato paseándose en un tanque de guerra por caminos y caminos de todos los posibles, todos de los enmarañados cerros de la selva. La niña se reía y decía que no podía ser. El militar le hablaba sobre él y ella y la niña siempre reía y decía que no podía ser.
Al militar no se le podía escapar que para la niña, la había conocido en su viaje de egresados de primaria.
Así que recurría a su completa cultura para causarle la mejor de las mejores impresiones sobre él a su amada, intercalando enseñanzas didácticas sobre topografía, fitología, etnia y todos los temas posibles, que le regalasen a la escolar el mejor de los recuerdos sobre lo educativo de su viaje de estudios, intercalando con su conversación sobre él y ella, que a cada retorno, la niña repetía sus risas y un no puede ser.
CAPÍTULO III Lugar:Vialidad Nacional
El tanque con el alto mando y la niña se acercaba al predio de Vialidad en la cima del cerro.
Un edificio viejo y ruinoso cubierto por la grasa por la calaña de la gente que lo atendía. Entre ellos una india, conocida por los del pueblo como huele conchas mugrosa, porque tendía a andar totalmente en bolas por donde quiera que anduviese. Fue esta misma india, totalmente en bolas quien salió a recibir al alto mando, abriendo la tranquera amarillo claro, para que pasase.
En el interior se hallaba un grupo de gente, entre ellos un cura vestido de traje dedicado al asador, con el asado a punto como si supiese el preciso momento en que el alto mando irrumpiría con su visita.
Todos sentados a la mesa. La niña en segunda posición desde la entrada, cara al asador se preguntaba por sus compañeritas y sus maestras. El cura no cesaba de rodear la larga mesa ofreciendo plato por plato otro trozo más del crujiente asado.
Todos vociferaban y hablaban al mismo tiempo menos el alto mando que guardaba silencio; la niña, que no terminaba de preguntarse por sus compañeritas y maestras, y el cura que no terminaba de ofrecer asado.
De pronto, la niña se ve a ella misma como de 22 años, al alto mando ya no de 56 sino como el joven de 24 que la violó. Con temor a que se percatasen de su huída, imperceptiblemente se levantó y así de imperceptiblemente tenuemente se deslizó a la salida y así de tenuemente continuó su camino hacia donde el colectivo escolar aguardaba el regreso del contingente cerro abajo.
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